A veces la historia en sus peores momentos da hermosas casualidades o si no, al menos surgen las condiciones y casualidades para imaginarlas, que viene a ser casi lo mismo. En la realidad Manuel Chaves Nogales y Tintín jamás podrían haberse encontrado pese a que compartieron tiempos, profesión, enemigos, viajes y aficiones. Pero conociendo a los dos no requiere mucho esfuerzo imaginar su encuentro en algún avión a punto de estrellarse o quizás atendiendo algún acontecimiento histórico en África o en Europa.
En la primera mitad del siglo XX, en la vieja Europa, surgieron dos periodistas, dos reporteros, obsesionados por la aventura y por viajar. Uno de ellos, el de piel real, nació en la ciudad de Sevilla, urbe real y de ficción al mismo tiempo. El otro, el de piel de papel, nació en el suplemento infantil de un periódico belga. Del primero podemos leer sus libros, artículos y reportajes. Del segundo podemos leer directamente su vida de ficción pero ninguno de sus escritos porque ni siquiera los escribió o al menos nunca lo llegamos a ver haciéndolo. Manuel Chaves Nogales y Tintín compartieron época, pasiones, lugares e incluso algún enemigo. Ambos son aún hoy, cada uno a su manera y a su estilo, testigos de su tiempo.
A los dos les une haber compartido una época convulsa como pocas, concretamente el segundo cuarto del siglo XX, que vio nacer y crecer en Europa, la patria última de ambos, los totalitarismos a los que ninguno de los dos fue ajeno, ni al fascista ni al comunista. Ambos comparten una obsesión por el bien, un bien político y social en el caso de Chaves Nogales y un bien más etéreo, plano y básico en el caso de Tintín. A ninguno de los dos se les puede acusar de idiotas en el sentido aristotélico, ninguno es capaz de mirar hacia otro lado ante los problemas de los demás, ambos están comprometidos, cada uno en su estilo, con la sociedad en la que viven. Si el compromiso de Chaves Nogales es claro, coherente y firme en todo momento, el de Tintín evoluciona desde sus primeros álbumes hasta los últimos. No es lo mismo leer Tintín en el Congo que Tintín en el Tíbet. El primero refleja el racismo imperante en la Europa de los primeros años 30 y el segundo el ambiente de respeto hacia otras culturas de finales de los 50 y que vería su esplendor ya en los 60. Ambos, persona real y persona de ficción, son hijos de su tiempo, el primero en su toma de posición política desde el periodismo, en años de peligros para las libertades y los derechos, y el segundo gracias a su longevidad que le permite cambiar, evolucionar y mostrar así la propia evolución de la misma sociedad que leía con avidez sus aventuras.
La primera vez que vemos aparecer a Tintín fue en 1929. A Chaves Nogales, que nació en 1897, ya se le podía leer desde que empezara a colaborar con la prensa sevillana en 1913. En ese 1929 Tintín nació con su primer viaje, nada menos que a la Unión Soviética, bautizada para esta aventura como el país de los soviets. El suplemento infantil Le Petit Vingtième del periódico Le Vingtième Siècle fue el lugar donde se publicaron estas páginas primerizas. Un año antes del primer periplo de Tintín, Chaves Nogales ya visitó la dictadura de los soviets y plasmó su experiencia en una crónica que vio la luz en el periódico El Heraldo. Tanto la historieta de Tintín como la crónica de Chaves vieron la luz en la prensa y por entregas. En 1929 se editó en libro las crónicas completas del viaje de Chaves Nogales y en 1930 se recopilaron en álbum las páginas de la aventura soviética de Tintín. Y a este respecto resulta oportuno señalar la diferencia de criterio notable entre nuestro periodista de carne y hueso y el creador del reportero de ficción, Hergé. Si Chaves Nogales no solo no renegó de sus críticas a la dictadura bolchevique sino que se reafirmó en ella en otros escritos como en El maestro Juan Martínez que estaba allí de 1934, en cambio Hergé decidió no volver a publicar este álbum, tanto por razones creativas —la trama soviética había sido en cierto sentido impuesta por el director de Le Petit Vingtième, el abate Norbert Walletz— como por razones de oportunidad comercial al no querer aparecer como anticomunista en la Europa de posguerra, donde el comunismo empezaba a gozar de simpatías. Otra diferencia notable está en que el escritor sevillano basó sus escritos en un viaje a la URSS y Hergé escribió de oídas, algo que dejaría de pasar radicalmente a partir de la aventura de El loto azul de 1934 y que también explica en parte la negación de este cómic.
A Chaves Nogales se le conoce, con justicia, como uno de los grandes periodistas y escritores de la Europa de su tiempo. Persona y autor comprometido, coherente y firme en sus ideales democráticos pese al alto coste que tuvo para él en lo profesional y en lo personal. Olvidado a golpe de censura franquista tras su prematura muerte a los cuarenta y seis años en tierras londinenses, ha sido recuperado y honrado una vez llegó a España la democracia por la que tanto escribió. Sus ideas junto a sus textos acabaron triunfando sobre la muerte de su memoria que le impusieron desde la dictadura que tanto le temía. Como si de un personaje de ficción se tratara, acabó resucitando. Resulta comprensible que ante el calado literario, social, periodístico y político de sus escritos se suela pasar por alto su faceta de aventurero. Cual Indiana Jones del periodismo no dudaba un momento en emprender cualquier viaje, le llevara donde le llevara. Eso sí, al contrario de Tintín, demasiado ocupado en vivir y sobrevivir a la aventura, Chaves Nogales no dejaba de reseñar en numerosos reportajes su peripecias viajeras. Su afición compartida con Tintín por el vuelo en un momento en que la aviación estaba poco más que en pañales, le llevó a volar por toda Europa, incluso por África. Los reportajes que surgían de estos viajes reflejaban ese gusto, casi obsesión por volar.
Bien sea por causa o por consecuencia de la pasión por volar, ambos también comparten el gusto por los aviones, tanto como medios de transporte como objetos, con una fascinación que en el caso de Tintín llega a la estética. Chaves Nogales siempre daba cuenta en sus escritos del modelo de aeroplano que usaba en sus viajes. Como el Junkers G-24 con el que inició en 1928 su viaje de 16 000 kilómetros por Francia, Suiza, Alemania, Ucrania, Letonia, Checoslovaquia, Rusia, Austria e Italia o la avioneta modelo Stiksor que usó en su accidentado viaje por Marruecos. El gusto por el detalle y la verosimilitud que impregnan las páginas de Tintín, sobre todo desde El loto azul, se aprecia en los muchos aviones que aparecen en sus viñetas, todo ellos modelos reales como el Polikarpov l-1 de Tintín en el País de los Soviets o el Messerschmitt Bf 109 de El cetro de Ottokar.
En el álbum El cangrejo de las pinzas de oro, de 1941, Tintín, junto a Milú y Haddock (que acababa de hacer su primera aparición en los cómics), sufren un accidente de avión en el desierto marroquí. En 1934 Chaves Nogales, junto al reportero gráfico Alejandro Vilaseca, volaba desde Casablanca a Ifni cuando en pleno desierto marroquí su avioneta, modelo Stiksor, se averió y tuvieron un accidente aéreo. Este fue otro más en la carrera del aventurero sevillano, que estuvo desaparecido más de veinte días tras otro accidente también aéreo a su paso por Ucrania en el viaje que realizó por Europa en 1928, viaje en el que tuvo además varios aterrizajes forzosos. Y así descubrimos otro punto en común de la pareja de reporteros, su increíble capacidad para sobrevivir a los accidentes de avión.
Chaves y Tintín tienen también un amigo real que acabó convertido en un personaje de ficción. Juan Belmonte en el caso del sevillano y Tchang en el del personaje de Hergé. Ambos personajes dobles, reales y ficticios, protagonizan dos de los principales hitos de ambos, la aclamada falsa autobiografía Juan Belmonte, matador de todos y la considerada mejor obra de todo el arco tintinesco, Tintín en el Tíbet (aunque la primera aparición de Tchang fue en El loto azul). Como periodista, Chaves Nogales estaba totalmente pegado a la realidad, su trabajo en gran medida consistía en dar cuenta de la misma en sus artículos y reportajes, por lo que no extraña que para una de sus novelas se valiera de un personaje real que le permitió narrar su visión tanto del mundo de los toros como de la sociedad en la que se enmarca la novela. Aunque el mundo de Hergé es el de la ficción, el guionista y dibujante estaba obsesionado con dar la mayor verosimilitud posible a los cómics de Tintín, de ahí su estajanovista trabajo para documentar hasta lo más mínimos detalles y, por ello, cuando estaba preparando el álbum El loto azul, se valió de Tchang, un joven chino afincado en Bélgica, para conocer más a fondo la sociedad del país asiático. De esta relación surgió una amistad a la que Hergé honró convirtiendo a su ya amigo en un personaje, primero en El loto azul y posteriormente, una vez que retomó la amistad perdida por lo años, en Tintín en el Tíbet.
Como se ha comentado anteriormente, resulta curioso que ese paralelismo entre el periodista sevillano con el personaje belga no se repita con el creador de este, Hergé. Si Chaves Nogales tuvo claro desde siempre su compromiso con la libertad de prensa, con la democracia, con los derechos humanos, Hergé fue mucho más tibio, por decirlo suavemente, en estos aspectos. El racismo latente en Tintín en el Congo, el colaboracionismo (aunque fuera por supervivencia) del autor durante la invasión nazi de Bélgica o los cambios, por lo que hoy llamaríamos corrección política, en las reediciones de los álbumes de Tintín, lo sitúan en las antipodas de Chaves Nogales, cuya defensa de la libertad y la democracia le llevó al exilio y quien además se reafirmó siempre en sus escritos y opiniones pese a los riesgos reales que tuvo que asumir. Toda creación, sea en prensa o en historieta tiene algo, o mucho, de política, Chaves Nogales era muy consciente de ello, Hergé también, pero mientras el primero asumía el rol político de sus escritos el segundo trataba de minimizarlo, cuando no ocultarlo en capas de corrección política tratando de convertir a Tintín en un ser apolítico además de asexuado. Vistas las últimas y estériles por infantiloides polémicas en torno a Tintín en el Congo es evidente que no lo consiguió.
Lo que parece que sí compartieron Chaves Noales y Hergé fue el interés por la masonería. En La Vie Secrète d’Hergé de Olivier Reibel, una biografía no autorizada del autor belga, se sostiene que este fue masón. El periodista sevillano también lo fue. Durante la dictadura de Primo de Rivera, bajo el nombre de Larra, ingresó en una logia madrileña. Si bien en el caso del sevillano está más que comprobada su pertenencia a la masonería, en el del belga hay aún dudas sobre si llegó a pertenecer a alguna logia o simplemente se interesó por la misma de cara a dar contenido a sus historias.
Merece la pena detenerse, aunque sea brevemente, en el gusto de Chaves Nogales por la ilustración a la que recurría a menudo en sus libros. Así, la novela La bolchevique enamorada contaba con ilustraciones de Gumersindo Sáinz de Morales y Juan Belmonte, matador de toros, con dibujos del también sevillano y creador de Oselito, Andrés Martínez de León y de Salvador Bartolozzi. Este gusto por la ilustración quizás hubiera llevado al periodista sevillano a interesarse por las aventuras de Tintín si no fuera porque la primera edición española de uno de sus cómics no vio la luz hasta 1952, ocho años después del fallecimiento de Chaves Nogales.
En la Europa de la primera mitad del siglo pasado surgieron dos miradas distintas que guardaban muchos aspectos en común, una real, la de un periodista comprometido y herido por el monstruo que surgió del miedo, el fascismo y otro, irreal, surgido de la mano y la cabeza de un dibujante como pocos ha habido. Ambos, cada uno en su mundo, vivieron la realidad de aquella Europa invadida por los bárbaros que surgían desde dentro de sus fronteras. Ambos fueron hijos de su tiempo y como tal lo reflejaron, uno a través de sus escritos y otro de sus aventuras. Ambos son hoy recordados y aplaudidos, reeditados y releídos. Los dos, ahora sí, viven en las páginas de papel de sus obras maestras.