Viene de «El ser: ¿ente, abstracción del «Todo» o metáfora?»
Aristóteles, en su Física, nos expone cuáles son las cuatro causas de la physis. Para hacerme entender, alteraré el orden en que se exponen y las ordenaré de forma que todas ellas cobren un sentido, digamos, causal: 1) Causa formal; es decir, el principio de Forma; esto es la idea, el modelo. 2) Causa eficiente: esto es el principio del cambio y del reposo. 3) Causa material; es decir, aquello-a-partir-de-qué; esto es el principio de Materia. 4) Causa final; aquello-a-fin-de-qué. Es decir, aquello que debe ser.
Un ejemplo paradigmático para poder comprender las causas aristotélicas sería el siguiente: imaginemos una mesa: para que pueda haber la «mesa» primero debe haber la idea o concepto de esta (causa formal); una vez existe la idea o el concepto «mesa», debe haber una persona (o máquina si hablamos en términos actuales) que la «esculpe», aquello que hace que la mesa deje de ser una idea inamovible y cambie (causa eficiente); ahora que tenemos la idea y el escultor, debe haber aquello con lo que podamos crear esta mesa, en este caso la madera (causa material); y una vez tenemos estas tres causas necesarias, entonces podemos juntarlas con el objetivo de crear la mesa como objeto, hacer que tiendan hacia un fin determinado (causa final).
Si extrapolamos estas causas al mundo natural, entonces su comprensión o posibilidad se complica con creces. El filósofo nos pone como primer ejemplo una manzana. La causa formal de esta es también una manzana; la eficiente, el manzano, así como la material; y es el producir más manzanas la causa final. Mas si seguimos la línea lógica y cogemos ahora como ejemplo el manzano, veremos lo siguiente: la causa formal es el manzano, la eficiente es la manzana, pues su semilla le ha hecho existir, y la final es el producir manzanas, que a su vez la causa final de esta es también producir manzanas. En cambio, en el manzano no encontramos una causa material, es decir, aquello-a-partir-de-qué está hecho el manzano.
Sigue la extrapolación al caso humano: su causa formal es la «mezcla» de ambos progenitores, la eficiente el padre, pues implanta la «semilla» y la final cae en la relatividad de cada uno, es decir, la causa final del hombre puede ser su felicidad, su placer o su honor. Mas no es esto lo importante, sobre las costumbres se recomienda leer las Éticas, especialmente la Ética a Nicómaco. Vemos en el caso de los humanos que tampoco hay una causa material. Ya Aristóteles tuvo que ir más allá de lo físico para poder entender nuestro propio «porqué del porqué». ¡Y aún así nos venden el conocimiento científico como un absoluto!
Karl Jaspers hace una breve recapitulación histórica en su obra Filosofía de la existencia (1938). Afirma el alemán que, durante el transcurso de las revoluciones científicas, la filosofía se vio «obligada» a dotarse a sí misma de una apariencia científica, y surgen de esta manera las doctrinas como la «filosofía analítica», o la «filosofía de la ciencia», entre otras. Y en lugar de juntarse junto a las filosofías verdaderas, Jaspers afirma lo siguiente:
(…) las ciencias fueron consideradas como si en ellas residiera la verdadera filosofía, como si debieran dar lo que se había buscado en vano en la filosofía, y así fueron posibles errores típicos: se deseaba una ciencia ciencia valorativa; se deseaba deducir de la ciencia la norma de la acción; se pretendía saber saber por medio de la ciencia cuál fuera el contendio de la fe —si bien tal saber se postulaba respecto a las cosas inmanentes del mundo—.
(Jaspers, 1956, 28)
Y se me podría decir que no, que estos amantes de las ciencias naturales, o cienciófilos, así como sus dioses, son de admirar por su constante autocrítica, mas no es «autocrítica» lo que estos dioses practican, sino que es soberbia por tratar de imponer un dogma; por tratar de buscar Verdades cuando saben que no es posible. De ahí esa constante autocrítica. También Nietzsche vio este carácter soberbio del científico, y así lo afirma en su obra La voluntad de poderío, aforismo o párrafo 600, en el que hace crítica a este dogmatismo imposible que he mencionado:
El desarrollo de la ciencia soluciona siempre, y cada vez más, lo «conocido» en algo nuevo; pero desea precisamente lo opuesto y parte del instinto de reconducir lo desconocido a lo conocido.
En total, la ciencia prepara para una soberana ignorancia, un sentimiento de que no hay «conocer»; que el soñar con conocer fue una forma del orgullo
(Nietzsche, 1981, 338-339)
Es decir, el pensamiento científico, no por fin de mantener el asombro que he mencionado unas líneas más arriba, sino por demostrar que «saben» más que sus compañeros de oficio, se mantienen en la continua búsqueda del saber. Y no por el asombro, que hace que se despierte la voluntad de saber.
También Heidegger es crítico con esta decadencia espiritual que Occidente lleva años sufriendo, y así lo demuestra en la mayoría de sus obras, como en El ser y el tiempo, Introducción a la metafísica, Nietzsche o en su discurso rectoral. Con tal de no alargar demasiado este ensayo, me ceñiré a parafrasear de forma resumida su pensamiento acerca de este declive espiritual de Occidente: mostrando su admiración al pensamiento clásico, las ciencias naturales han dejado de ser un medio para hacerse la pregunta esencial del saber, y se han convertido en un medio para tapar las dudas existenciales. Aquello que en la época medieval eran los dioses, hoy en día son las ciencias. Tratan de tapar el querer saber. Aquello que hacía del pensamiento occidental un pensamiento profundo y abierto, se ha convertido en un axioma.
Y sí, con la química podemos dividir los compuestos de cualquier sustancia, y con la física medir todas sus leyes que abrazan la realidad, mas una vez se ha encontrado, ¿entonces qué? Y no estoy cayendo en una contradicción preguntando qué pasará cuando encuentren la «Verdad» de todo objeto, sino que, en el muy hipotético caso en que lo encuentren, entonces la situación psicológica y anímica gironina, catalana, española y occidental seguirá siendo la misma, pues la ciencia también tiene sus limitaciones. Sobre las limitaciones de la ciencia me apoyo en Karl Jaspers, en su obra FIlosofía de la existencia, en la cual aporta tres limitaciones muy claras del conocimiento científico. La segunda es la más obvia: la ciencia no dota de sentido vital al ser humano.
1. a) Conocimiento real (Wissenschaftliche Sacherkenntnis) científico no es conocimiento del ser. El conocimiento científico es particular, sobre objetos determinados, no sobre el ser mismo juzgado.
(…) la ciencia obtiene (…) el saber más decisivo en torno al no saber, esto es, al no saber de lo que el ser mismo es.
(…)
1. c) La ciencia no es capaz de responder preguntas sobre su propio sentido. El que la ciencia exista se basa en impulsos que, por su parte, no pueden ser demostrados científicamente como verdaderos (…)
(Jaspers, 1956, 32)
La ciencia, pues, a pesar de que es capaz de alargar vidas, lo único que ha conseguido es ensuciar el alma de los individuos y de las naciones. Y no estoy postulando una concepción reaccionaria con el objetivo de volver al misticismo y los sacrificios, sino que lo que necesitamos, como humanidad, es un nuevo renacer, alejándonos de estos pensamientos dogmáticos y dotarnos de nuevo con la curiosidad que define a los niños, es decir, con el filosofar real, a partir de la sorpresa y el «sufrimiento» que esta comporta.
Y sí, la física, es decir, el estudio de la physis nos ha ayudado a comprender de manera más clara todo aquello que nos rodea; pero su mera comprensión no nos hace indagar en la esencia de todo lo que parece que comprendemos; al contrario, y como he dicho ya en líneas anteriores, lo que hace es que no tengamos voluntad de saber lo que hay más acá de la física.
Trato de dejar de usar el «más allá» que llevo utilizando todo el trabajo, pues con ello podría pensarse que estoy haciendo apología al motor inmóvil aristotélico o a su interpretación cristiana, que dice que no solamente es un motor necesario para poner en movimiento todo lo que se mueve, sino que además es un Logos Divino Creador y Salvador: Moralista y antihumano.
Cada individuo, cada colectivo, cada nación debe iniciar una revolución espiritual. Dejar los dogmatismos y unirse en un horizonte común que una a todos los catalanes, españoles, europeos. ¿Cómo despertamos el espíritu? Despertando primero la Voluntad de Saber. Entonces cambiará el curso decadente y podremos soñar con un renacer, con una superación de la raza humana.
Bibliografía consultada
Aristóteles. (1985). Metafísica. Sarpe.
Escohotado, A. (1995). De physis a polis: la evolución del pensamiento filosófico griego desde Tales a Sócrates. Anagrama.
Ferrater Mora, J., & Terricabras, J.-M. (1994). Diccionario de filosofía (K-P) (J.-M. Terricabras, Ed.). Ariel.
Ferrater Mora, J., & Terricabras, J.-M. (1994). Diccionario de filosofía (Q-Z) (J.-M. Terricabras, Ed.). Ariel.
Hegel, G.W.F. (1974). Lecciones sobre la filosofía de la historia universal. Biblioteca de Ciencias Históricas de la Revista de Occidente.
Heidegger, M. (1967). El ser y el tiempo. Fondo de Cultura Económica.
Heidegger, M. (1997). Introducción a la metafísica (A. Ackermann Pilári, Trans.). Gedisa.
Heidegger, M. (2000). Nietzsche. Destino.
Jaspers, K. (1956). Filosofía de la existencia. Aguilar.
Kirk, G. S., Raven, J. E., & Schofield, M. (1994). Los Filosofos Presocraticos: Historia Critica con Seleccion de Textos (M. Schofield, Ed.; J. García Fernández, Trans.). Gredos, Editorial, S.A.
Nietzsche, F. (1981). La voluntad de poderío. Biblioteca EDAF.
Nietzsche, F. W., Nietzsche, F., & Vaihinger, H. (1990). Sobre verdad y mentira en sentido extramoral (L. M. Valdés & T. Orduña, Trans.). Tecnos.
Sagrada Biblia : Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. (2014). Biblioteca de Autores Cristianos.
Mientras ciencia y democracia son términos equipolentes, ciencia y filosofía no lo son. Pero tanto la ciencia como la democracia pueden facilitarnos la vida y permitirnos, entre otras cosas, filosofar. Por otro lado, ¿acabar proponiendo “una superación de la raza humana” invocando al espíritu no rezuma lo peor de la filosofía? Magro resultado, sin duda.
Hablando de superaciones reales y no de pajas mentales:
https://x.com/dgonzalezrivas/status/1854786658840854868
Cosas de las que es capaz una sanidad sin comisionistas ni sanguijuelas.
Otro artículo de esos personajes (afortunadamente muy pocos) que lanzan rayos y centellas contra el saber científico pero que no dudan en utilizar sus aplicaciones, por ejemplo, una aspirina para curar un dolor de cabeza o montarse en un avión para ir de un continente a otro. Que la ciencia es dogmática: cuento posmodernista y el autor del libelo no aporta ningún ejemplo. ¿Se puede acusar de dogmatismo a la ciencia por afirmar que el ADN es la molécula de la herencia o que la materia es de naturaleza atómica (algo que siglos atrás ya dijeron unos dogmáticos griegos? El autor seguramente olvida que Nietzsche rechazó el darwinismo, la mejor explicación que tenemos para entender el mundo de la biología. Si eso es dogmatismo, ¡que viva el dogma!
Trataré de mediar. Heidegger, discípulo en esto de Husserl, considera que la ciencia no piensa (sic), porque la ciencia no puede dar respuesta a los grandes interrogantes filosóficos, como el sentido de la existencia, o qué es la vida, qué es el hombre, cómo debo comportarme. Los científicos no pueden resolver esto, como tampoco pueden saber si el cosmos fue creado (como creen muchos), o que se creó a sí mismo (como creen otros muchos) o si existe desde siempre eternamente (como creemos algunos). Esta reacción de los filósofos contra la ciencia vino porque algunos de los grandes asuntos filosóficos han sido resueltos por la ciencia, como por ejemplo, la conciencia (o el alma), o de qué está echo todo (átomos), o si el hombre es o no un animal, y la ciencia estaba marginando a la filosofía. El caso más claro: Einstein: el tiempo de los filósofos no existe (que es lo mismo que decir que todas las reflexiones sobre el ser y el tiempo son un dislate). Heidegger, más listo que Bergson, sabía todo esto y orilló el problema en el ser y el tiempo y se escabulló, en lo que era la maestro de los maestros de la oscuridad.
La respuesta a esta crítica la da Penrose que afirma: los científicos no sabemos qué es esto, pero sí podemos investigar cómo es, cómo existe, como cambia, como se relaciona esto con esto. Por esto, los científicos pueden decir: el tiempo y el espacio no existen, lo que hay es materia y energía que crean su propio espacio y cambian con su propio ritmo. Los filósofos pueden hacer filosofía a partir de estos descubrimientos. Y seguramente los filósofos tampoco pueden responder a las grandes preguntas esenciales del tipo qué es el hombre, qué es la vida, que significa ser un animal o ser vivo, o qué es el átomo, qué es la materia.
La filosofía ha dejado de ser una tarea que alumbra a los seres humanos sobre algo. En realidad, lo que ha quedado de ella es el aprender a pensar, el aprender a ser crítico, a poner en duda nuestros conocimientos, a conocer nuestras hipótesis, prejuicios o criterios, pero es incapaz de dar respuesta a ninguna cuestión. Por eso ya no hay propiamente hablando filósofos metafísicos.
Bravo. Lo ha explicado usted maravillosamente. «Lo único que ha conseguido es ensuciar el alma de los individuos y de las naciones» no es parte de un discurso contra el dogmatismo científico: es un discurso reaccionario contra la ciencia que sorprende a estas alturas y algo que, en estos momentos, no es desde luego lo que necesitamos.
Al autor le recomendaría ver una serie de la BBC, de 1973, titulada The Ascent of Man (hasta donde sé, no se publicó nunca en castellano). El artífice y presentador de la misma, Jacob Bronowski, dijo en una entrevista: «crecí siendo indiferente a la distinción entre literatura y ciencia, que en mi adolescencia eran sólo dos idiomas para la misma experiencia y que aprendí conjuntamente». Al contrario del autor de este artículo, que cava la misma trinchera que denuncia, pero en el lado opuesto: en el fondo, una fosa.