Cine y TV

Los anillos de poder, libro 2 de 5

Los anillos de poder. Imagen: Prime Video.
Los anillos de poder. Imagen: Prime Video.

Este camino está lleno de SPOILERS, viajero. Afróntalo bajo tu estricta responsabilidad.

Como decíamos ayer —hace un mes, en realidad—, nos reencontramos tras ver y, espero, disfrutar de los ocho episodios que han constituido esta segunda entrega de Los anillos de poder, la serie de Prime Video que nos transporta a la Segunda Edad de la Tierra Media concebida por J. R. R. Tolkien. Ha sido un viaje intenso, pero parece que los bajíos han sido los menos y hay una afirmación en la que la mayoría parece coincidir, guste más o menos el producto: esta temporada ha sido mucho mejor que la primera.

Creo que buena parte de esa percepción se debe al cambio radical que ha experimentado esta segunda tanda de episodios en un aspecto muy importante: en lugar de desarrollar las cinco tramas que incluye de manera homogénea, se ha centrado en aquella que nos cuenta el devenir del reino élfico de Eregion, al que ha concedido espacio para respirar y tiempo para poner de manifiesto su decidido potencial dramático. Más de la mitad de sus diez horas de metraje se ha dedicado a contarnos los sucesos en la ciudad y el vecino reino de Khazad-dûm. Le sigue la trama de Númenor, menos interesante, aunque aún disfrutable, y, de lejos, las de los medianos, el «misterioso» mago y los olvidados y olvidables hombres del sur.

Como era de esperar en una serie con este presupuesto, los valores de producción han seguido siendo altísimos: efectos especiales, caracterización, decorados, música, fotografía… Todos son tope de gama, como han resultado ser también la mayoría de las actuaciones de un elenco al que se nota mucho más cómodo en sus papeles durante esta segunda vuelta. Por su parte, el bloque de showrunners, guionistas y directores se ha mantenido con respecto a la entrega previa. Así que pasemos a lo importante: ¿cómo ha sido la historia que nos han entregado?

Drama en la forja de los anillos

Tras un prólogo con la historia de Sauron —que no dejo de pensar que hubiera mejorado la primera temporada—, comenzamos con los elfos dudando si utilizar o no los anillos. Elrond se opone, porque sabe que aunque Halbrand no los ha tocado, se han fabricado según sus indicaciones. Finalmente, Gil-Galad, Círdan y Galadriel reciben sendos anillos, con los que curan la enfermedad que afecta a los elfos. Esto enemistará a Galadriel y Elrond durante varios episodios. 

Mientras, somos testigos de cómo se desenvuelve el plan del señor oscuro. Aún con el aspecto de Halbrand se deja capturar por los orcos de Mordor e incita a su líder, Adar, a atacar Eregion, refugio de Sauron… sin que el elfo caído sepa que está ante su enemigo jurado. Después, regresa a la ciudad y se presenta ante Celebrimbror como Annatar, enviado por los Valar para ayudarle a crear más anillos de poder que «garanticen la paz en la Tierra Media». Con intervención directa de Sauron, se forjan siete anillos para los enanos. El que recibe Durin III se muestra como una herramienta útil, pero también hace que el carácter del rey cambie y se vuelva codicioso, anteponiendo la riqueza incluso al cariño de su hijo o su pueblo.

Redoblando sus engaños, Annatar convence al cada vez más confuso herrero elfo para forjar nueve anillos para los hombres. Para crearlos, Sauron entrega su propia sangre como ingrediente, disfrazada como mithril en la prisión mental en la que tiene a Celebrimbor que le impide ver la realidad que le rodea. En esa realidad, los orcos han sitiado y atacan violentamente Eregion. Elrond ha convencido finalmente a Gil-Galad para que acuda en su ayuda, pero no antes de que Galadriel sea capturada por Adar. Este obtendrá su anillo, que piensa utilizar como arma ante Sauron. La guerrera elfa escapa y entra en la ciudad por un acceso secreto. Se encuentra con Celebrimbor, quien ha conseguido romper el engaño de Sauron y trata de ocultarle recién forjados anillos de los hombres. Galadriel huye con ellos, mientras Celebrimbor se enfrenta finalmente a Sauron y cae ante su poder, no sin antes nombrarle «Señor de los Anillos» y pronosticar que un anillo será su perdición.

El punto álgido de la temporada ha sido, sin duda, el enfrentamiento que hemos presenciado entre Sauron / Annatar, interpretado por un inmenso Charlie Vickers, y Celebrimbor, maestro herrero al que encarna Charles Edwards, que pone al servicio de la serie su experiencia en los teatros londinenses con maravilloso resultado. Anteriormente, Vickers había entregado un Halbrand poco lucido, en parte porque, al parecer, desconocía la dualidad de su personaje hasta bien adelantado en rodaje. En esta, ambos actores dan lo mejor de sí mismos encerrados en un escenario prácticamente único, esa impresionante catedral gótica en la que se ha convertido la forja de los anillos.

Allí hemos asistido a las manipulaciones por las que Annatar fuerza a Celebrimbor a tomar las peores decisiones y convencerle de que lo hace por voluntad propia. Esto erosiona su confianza e incluso su mente. Un auténtico tour de force psíquico, en la que solo interviene la desdichada Mirdania —la desconocida Amelia Kenworthy— que nos presta su mirada para presenciar la caída del elfo y su redención final. Con el paso de los episodios, también vemos como la presencia de su contrincante va ganando en oscuridad, de espíritu y a través de su atuendo, mientras poco a poco se convierte en el Sauron que todos queríamos ver y en uno de esos villanos que aportan grandeza a la historia que los contiene.

No quiero dejar de destacar el inteligente giro que se ha dado a la participación del señor oscuro en la forja de los anillos. Se ha criticado mucho que el orden de fabricación se ha alterado con respecto al que aparece en los Apéndices —donde los tres son los últimos en crearse—. Aquí, la inversión se justifica incrementando paulatinamente la intervención de Sauron en ellos: colaborando en los tres, manipulando en los siete y aportando una parte de sí mismo en los nueve. Una magnífica justificación al destino que correrán los hombres que lleguen a portar estos últimos.

El saqueo de Eregion

Este psicodrama interior se ve rodeado por algunas de las mejores escenas de acción de los últimos tiempos del streaming en el exterior: Adar, arrastrado por su odio a Sauron, no duda en sacrificar a muchos de esos «uruk» que supuestamente son sus hijos ante las murallas de Eregion. Enfrente, las fuerzas de los elfos con Elrond a la cabeza, que se resisten desesperadamente a un ejército superior mientras esperan el refuerzo de los enanos.

Y es que entreverada con esta historia está la que se desarrolla en Khazad-dûm, donde el enfrentamiento lo protagonizan los dos Durin, padre e hijo, mientras este ve como aquel flaquea ante la ciega ambición causada por la influencia del anillo. El rey se empeña en seguir cavando para obtener más mithril, arriesgándose a despertar la amenaza bajo la montaña. El príncipe, por su parte, asegura su apoyo a su amigo Elrond en la lucha contra los orcos, pero se ve obligado a faltar a su palabra cuando su padre libera al terrible Balrog. En un destello de claridad, propio del duro carácter de los enanos, Durin III se sacrifica para salvar la ciudad y muere, no sin entregar el anillo a su hijo.

Sin el refuerzo de Durin, los elfos son derrotados y los orcos entran en Eregion. Galadriel es capturada y llevada ante Adar, pero este ha sido transformado por el anillo. Renuncia a él y abraza su condición de uruk, solo para ser traicionado por su hijos, que se vuelven hacia Sauron. Este y Galadriel se enfrentan en una lucha tanto física como mental: el señor oscuro triunfa, recupera los nueve anillos y vuelve a tentar a la elfa. Esta resiste una vez más y se arroja a un precipicio para escapar. El resto de los elfos logra escapar gracias a la intervención de una fuerza de enanos que protege su huida, abandonando el devastado Eregion en manos de Sauron. Recalan en un hermoso valle, que les servirá de refugio para oponerse al asalto del mal en la Tierra Media. 

Uno de los ingredientes que se espera de todo producto de fantasía medieval es, justamente, espectaculares batallas a caballo y sangrientos duelos con espadas y hachas. En estos episodios hemos tenido suficientes como para hacernos olvidar los intentos poco logrados de la anterior tanda. Además, hemos sido testigos de una coherente —siempre en un entorno fantástico— estrategia de asalto a una ciudad amurallada, cosa que no habíamos visto ni en la añorada Juego de tronos: la carga de caballería, por frustrada que fuera, la represa del río, el uso de máquinas de guerra, la lucha al pie de la muralla —construida por los enanos entre temporadas, ya que no la vimos en las primeras imágenes de Eregion—, las múltiples escaramuzas… Una sabia mezcla de efectos prácticos y digitales nos han hecho vibrar en ese séptimo episodio que se ha convertido ya en un hito del género.

Asistimos a un claro crecimiento del personaje de Elrond —Robert Aramayo— que con anterioridad se había limitado a su interacción con Durin —Owain Arthur—, interesante pero que se hacía poca cosa para uno de los grandes héroes de esta historia. Sacar del foco a Galadriel —Morfydd Clark— también le ha venido bien a la serie: el personaje ha logrado mantener su distintiva personalidad intacta, pero al estar en segundo plano ha resultado menos disruptiva para críticos e historia. Y menos mal, porque basta pensar como la escena del beso con Elrond, una simple artimaña para proporcionarle los medios para su huida, levantó una inexplicable polvareda.

Hay que resaltar el papel de Sam Hazeldine como Adar, un recast extremadamente rentable y que seguramente no será el último que veamos. Por un segundo, muchos creímos que se iba a convertir en Celeborn, pareja de Galadriel en los Apéndices: la decisión de los guionistas, sin embargo, ha elevado el personaje, aunque nos prive de disfrutar de su trabajo en futuras temporadas. A destacar el enriquecedor tratamiento que se ha hecho de los orcos-uruk, a los que se ha humanizado, mostrándonos familias y ritos fúnebres que los eleva más allá de la mera carne de cañón. Todo ello, encarnado por Glûg —Robert Strange—, ese maravilloso orco que paga con su cabeza una traición que, claramente, no ha sido la mejor decisión para su gente.

No podemos por menos que destacar dos momentos espectaculares. Por un lado, el asalto del troll Damrod, creado para la serie y que, según los showrunners, «se inspiró en parte en el papel de Mike Ehrmantraut en Breaking Bad y Better Call Saul». Para acompañarlo, el compositor Bear McCreary —que sigue entregando una partitura de enorme fuerza y belleza— decidió incluir un impresionante tema de metal extremo interpretado por Jens Kidman, vocalista del grupo sueco Meshuggah. El otro momento es el esperadísimo enfrentamiento con el Balrog, manifestado en una escena que, deudora de su equivalente en la trilogía de Peter Jackson, es de un dinamismo difícil de igualar… y respetuosa con el hecho de que, aún dotado de alas, el Daño de Durin no puede volar. El derrumbe del túnel parece retrasar el destino de Khazad-dûm hasta la Tercera Edad, cosa que esperamos satisfaga a los más aferrados al canon.

Mientras tanto, en otra parte de la Tierra Media…

El resto de tramas se hacen progresivamente menos interesantes, llegando en algún caso a lastrar la narración. En Númenor arrecia el enfrentamiento entre los fieles, amigos de los elfos, y los hombres del rey, que siguen al traicionero Pharazôn, autonombrado monarca de la isla. Míriel pide a Elendil que no se enfrente a él, ya que la visión del palantir ha cambiado y ya no muestra la destrucción de la isla. La lealtad del capitán es puesta a prueba por su hija, Eärien, partidaria del rey y por el cobarde asesinato de Valandil por parte de Kemen, hijo de Pharazôn. Cuando el destino de Elendil parece sellado, los Valar mandan una señal innegable de su apoyo. Pese a todo, Pharazôn se las arregla para conseguir encarcelar a todos los fieles mientras Elendil huye, eso sí, armado de la mítica espada Narsil, uno de cuyos fragmentos está destinado a cercenar el dedo que portará el anillo único.

En el sur, la mayoría de los hombres son aliados de Mordor. Los escasos resistentes malviven en Pelargir y allí llega el perdido Isildur con la fugitiva Estrid. Descubrimos que Bronwyn ha muerto y que Arondir culpa a Adar, lo que hace que se dirija al norte en su busca. Theo es capturado por un ent pero es liberado y nombrado señor de Pelargir. Como tal recibe a los numenoreanos, que llegan con exigencias de tributo y servidumbre y con la noticia del cambio de rey y la persecución a los fieles: Isildur parte hacia la isla, sin saber qué destino le espera. 

Finalmente, Nori y el Extraño llegan a Rhûn con la ayuda de Poppy, que se une sorpresivamente a la misión. Allí descubren la rama de la que se escindió su pueblo, los fuertes, la presencia de un misterioso mago que tiene dominada la zona y a un peculiar personaje, Tom Bombadil, quien se ofrece a revelar su destino al Extraño. Este se enfrentará al mago oscuro, rechazando su oferta de poder y escoge la fidelidad a sus amigas. Esto causa la destrucción de la aldea de los medianos, que tendrán que marchar liderados por Nori, mientras el mago descubre, por fin y para sorpresa de nadie, que su nombre es Gandalf.

La trama de Númenor me ha resultado especialmente desilusionante, porque de estas era la única de la que esperaba algo más: quizá un tratamiento de intriga palaciega y facciones, un toque algo más grim dark entre tanta alta fantasía. Es verdad esto nos lleva a un terreno lejos de Tolkien, pero lo entregado se ve acelerado y con poca enjundia. Sí hemos tenido buenas actuaciones y relaciones de cierta profundidad alrededor de Elendil —Lloyd Owen— y su compleja interacción con su hija/enemiga Eärien —Ema Horwath— o la fidelidad debida a Míriel —Cinthia Addai-Robinson—, que frena su instinto guerrero. En general, la acción resulta apresurada y se limita a establecer a Pharazôn en el trono y enviar a Elendil a buscar a su añorado hijo mayor, Anárion, al que esperamos ver brillar en la próxima temporada.

Porque su hermano, Isildur —Maxim Baldry— sigue siendo el personaje más «blando» del elenco, por mucho que insista la serie en que el sufrimiento lo ha curtido. Ni sus escasas escenas ni su extraña relación con Estrid han servido para que su devenir nos interese. Otro tanto pasa con Theo —Tyroe Muhafidin—, convertido por sorpresa en noble y a quien muchos apuntan como potencial Rey de los Muertos —referencia a la espectral ayuda que Aragorn recluta al final de El Señor de los Anillos—. Tan solo la muy esperada escena con los ents es rescatable de esta parte que, además, ha perdido a su único personaje con carisma, Arondir —Ismael Cruz Cordova—. Ya en la trama de Eregion, ha rivalizado con el Legolas de Jackson por el título de elfo más acrobático.

Tampoco las aventuras de los medianos y el Extraño han dado excesivamente de sí. Ciaran Hind como el mago oscuro es poco más que un cameo, como resulta Ben Daniels encarnando a Círdan. De estos nombres de relumbrón, solo Rory Kinnear entrega un personaje memorable: ese Tom Bombadil que parece haber nacido para encarnar y que resarce a los amantes de la obra de Tolkien de uno de los grandes pecados de Jackson al eliminarlo de las películas. Ya solo queda que en futuros episodios aparezca Glorfindel.

Los guionistas han mantenido un «mistery box» de baja intensidad alrededor de la identidad del personaje de Daniel Weyman, que finalmente han decidido que sea Gandalf, en un movimiento quizá poco valiente: las notas que escribió el profesor sobre estos magos, los Istar, están entre las más vagas. Christopher Tolkien reseña que la mayoría es ilegible, pero entre los últimos escritos rescatados —los recogidos en Los pueblos de la Tierra Media, el último volumen de la monumental Historia de la Tierra Media— se cuenta una versión alternativa de la llegada de estos personajes, en los que se decía que dos de ellos habrían llegado a la Tierra Media en la Segunda Edad y justo en la zona Rhûn. Una muestra más de la fluidez del «canon», que se ha despreciado ante la tentación de incorporar a un personaje tan asentado y potente como Gandalf. 

Queda para el futuro la duda de si el mago oscuro, con una personalidad tremendamente parecida a Saruman, sea finalmente, bueno, Saruman: «El destino del Mago Oscuro no está decidido y su nombre aún no ha salido a la luz —dice uno de los showrunners, McKey, en una extensa entrevista sobre el final de la serie— pero casi desafiaría las leyes de la gravedad y la física si fuera Saruman». Veremos.

No es que importe pero, ¿cuánta gente ha visto la segunda temporada?

La medida más fiable de la audiencia en Estados Unidos es la que proporciona Nielsen y que cubre del 29 de agosto —día del estreno— hasta el 1 de septiembre. En esos días, se acumularon unos mil millones de segundos de visionado, por debajo de los mil doscientos millones de la primera temporada en el periodo equivalente. Si unimos a esto el hecho que esa cifra incluye el tiempo que muchos dedicaron a repasar capítulos previos —no menos del 30 % responden a esto— y que se estrenaron tres capítulos en lugar de los dos de la ocasión anterior, está claro que se ha producido una disminución en las expectativas por el contenido.

Por otro lado, los datos de Samba TV sugieren que unos novecientos mil hogares norteamericanos vieron el estreno de la segunda temporada en los primeros tres días, más o menos la mitad de las que lo hicieron en 2022. Sin embargo, las cifras que ofreció Jennifer Salke, directora de Amazon Studios, hablan de cincuenta y cinco millones de «espectadores» —sin aclarar lo que significa esto—, su esperanza es alcanzar los ciento cincuenta millones de la primera y que sigue estando en el top 5 de Prime. La plataforma subraya en sus comunicados que la mayor parte de la audiencia proviene de fuera de los Estados Unidos, lo que podría estar alineado con su estrategia, algo distinta de la de otros servicios de streaming.

Lo que sí es cierto es que se ha mantenido una crítica extrema sobre la serie, con un sector muy activo que desprecia cualquier cosa que pudiera ofrecer el producto —al parecer, se da mucho ese extraño fenómeno del hate watching, gente que sigue al día la serie para poder ponerla a caer de un burro en redes sociales—. Por suerte para los que queremos que la serie continúe, en esta ocasión tienen menos elementos donde hincar el diente y el sector más favorable ha ganado adeptos: muchos de los que honestamente la habían abandonado por falta de interés han regresado y alaban la evidente mejora que han supuesto estos capítulos

Esta polarización de posturas es un fenómeno que suele darse principalmente en contenido de género —fantasía, ciencia ficción, terror— y parece que es el reflejo de la vinculación que sus seguidores, el fandom, sienten por estas obras. Otro caso reciente ha sido, por ejemplo, el de La Casa del Dragón, la secuela de Juego de tronos cuya segunda temporada —menos lucida que la primera— también ha levantado encendidas polémicas entre fans entregados y detractores. Otras series muy interesantes —La pareja perfecta, Monstruos, Slow Horses, Rapa…— carecen de esa inversión emocional por parte de quienes las ven y que constituye un activo enormemente valioso para los que deciden donde poner sus dineros, pero que también constituye una espada de doble filo.

Dos años de espera ante nosotros

«No es la fuerza la que vence a la oscuridad, sino la luz» es el esperanzador mensaje con el que dejamos a los elfos en ese valle que no puede ser otro que la futura ubicación de Rivendell, tras un final lleno de muertes y despedidas. Como en el caso de la primera entrega, Prime Video aún no ha confirmado la próxima temporada, aunque todo apunta a que se producirá. Nada más estrenarse los primeros capítulos, los dos showrunners, J. D. Payne y Patrick McKay, anunciaron en los medios que la mesa de guionistas para la siguiente tanda de episodios ya se había establecido con la incorporación de algunos nombres de peso: Jonathan Wilson —The Crown—, Ben Tagoe —Coronation Street— y Griff Jones —con una importante ausencia, nada promocionada: Gennifer Hutchinson, a la que debemos algunos de los mejores episodios—.

Más relevante que esto resulta que, en el reciente Prime Video UK Upfront, un evento destinado a accionistas y anunciantes, se haya incluido a varios protagonistas de la serie a modo de activo del servicio de streaming. Esto también apoya la alta probabilidad de esta tercera temporada y reafirma el compromiso de Amazon con la serie, que muchos achacan a los caprichos de Bezos —de los que no podemos quejarnos, ya que ya nos dieron The Expanse, una de las mejores series de ciencia ficción de la década—. 

Naturalmente, nada se sabe del rumbo que tomará esta potencial nueva entrega, aunque muchas hipótesis apuntan a que el foco se ubicará en Númenor como esta se ha centrado en los sucesos de Eregion. El plan, se especula, es contar el enfrentamiento Númenor-Sauron en la tercera, la caída de la isla en la cuarta y terminar la serie ante las murallas de Barad-dûr. En todo caso, nos esperan, mínimo, un par de años de espera para confirmar o desmentir todo esto. Si se cumple este plan de cinco entregas y cincuenta horas de metraje, será interesante ver cómo una serie no procedimental aguanta el transcurso de una década para entregar cuarenta episodios: es muy posible que el cambio de actor de Adar no sea el único que veamos.

En cualquier caso, los fans de la Tierra Media tenemos otros productos para satisfacernos. El próximo, seguramente, también tensará los gustos de la comunidad: este diciembre llegará a nuestras pantallas La guerra de los rohirrim, una visión anime del conflicto que proporcionó su nombre al Abismo de Helm, protagonizada por Hêra, un personaje femenino creado para la ocasión. Hasta entonces, ¡Namarië! 

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