El misterio de Salem’s Lot —Gary Dauberman, 2024— es una película que merecía ser disfrutada en una sala de cine y, quizá, con un montaje más cercano al espíritu de su director-guionista. No ha podido ser, así que ya la tenemos disponible en la comodidad de nuestros hogares a través de la plataforma Max. Tenía mucha curiosidad por ver esta tercera adaptación de la novela de Stephen King, una de mis favoritas y la primera que ha comprimido sus cuatrocientas páginas en formato película. Así que según apareció en la plataforma, apagué las luces y en una oscuridad familiar, me preparé para regresar a las decadentes calles de Jerusalem’s Lot, Maine.
Lo cierto es que ha resultado una espera larga: la película debería haberse estrenado en 2022, pero esta fecha ha ido retrasándose de forma inexplicable y ahora llega al servicio de streaming de Warner Discovery con el poco estimulante papel de «rellenar el vacío de contenidos causado por la huelga de guionistas», como han manifestado sus responsables. Triste función esta de relleno para una obra que, ya en 2023, el mismo King describió como «muscular y envolvente» y que «transmite el sensación del viejo Hollywood, cuando se dejaba respirar a las películas antes de ir al grano». A esto solo podemos añadir, alineados con el sino de los tiempos, +1000.
Doscientos años de vampiros nos contemplan
Antes de entrar a analizar la película —y así dar a los lectores la oportunidad de verla y hacerse una opinión—, echemos un poco la vista atrás para buscar algo de contexto. Sin embarrarnos en complejas disquisiciones sobre mitos antropológicos asociados a los chupasangre, se puede afirmar sin duda que el concepto actual del vampiro flotó en el espíritu del siglo XIX, revoloteando como proverbial murciélago, saltando desde la fundacional obra de Polidori a la Carmilla de Sheridan Le Fanu o Varney El Vampiro, glorioso penny dreadful de autoría dudosa que dejó establecidos con firmeza muchos tópicos que veremos repetidos a lo largo de la historia.
Este concepto, relativamente difuso, fue recogido, investigado, condensado y elevado a alta literatura en la magna obra del irlandés Bram Stoker, Drácula —1897—. Novela poderosa, compleja y fascinante, que recicla elementos góticos y los transporta al moderno Londres victoriano, oponiendo a lo sobrenatural los últimos avances de la época, desde transfusiones de sangre hasta fonógrafos en cilindros de cera. Su enorme éxito originó todo un género, cuyos tropos principales quedaron marcados a fuego: no solo la idea del vampiro, sino los roles de Jonathan y Mina Harker, la tragedia de Lucy, la erudición de Van Helsing, el servilismo de Renfield, el grupo de cazadores o un ataúd con tierra que llega a Carfax…
Quizá como reacción a la fuerza de las imágenes de Stoker, potenciadas por su inmediato traslado al naciente medio del cine —por partida doble, no lo olvidemos: el Nosferatu de Murnau en 1922 y el Drácula de Browning en 1931—, el concepto ha sido uno de los que más reinterpretaciones ha sufrido de entre los monstruos «clásicos». Así, hemos podido ver en esta centuria larga vampiros malvados y heroicos, aristocráticos y vagabundos, sobrenaturales y científicos, lánguidos y monstruosos, eróticos y repugnantes, para niños y para jóvenes adultos… Todos ellos, intentos romper el patrón del que nacen, definiéndose por su relación con aquel Drácula de 1897.
Afirma King1 que leyó la novela de Stoker con diez años y que le impresionó: fue su primera novela «adulta» y la primera epistolar que cayó en sus manos. Años después, concibió la idea de mover la historia a un escenario moderno, de traer al vampiro a Nueva York, por ejemplo, «donde seguramente moriría atropellado por un taxi», se contesta automáticamente, descartando la ocurrencia. Por suerte, su esposa le sugirió la posibilidad de llevarlo a un entorno rural, como su natal Maine. El resto es historia.
El misterio de Salem’s Lot —publicada en 1975— cuenta la historia de un escritor en horas bajas, Ben Mears, que regresa al remoto pueblo en el que pasó parte de su infancia y dónde vivió un suceso traumático y sobrenatural en la misteriosa casa de los Marsten. Su intención es escribir sobre dicho evento y así exorcizarlo. La ciudad es Jerusalem’s Lot, en el condado de Cumberland, a la que todo el mundo llama Salem’s Lot o, sencillamente, el Solar —la traducción más generalizada de «Lot»—.
La novela está dividida en tres partes, con capítulos encabezados por los nombres de sus protagonistas: Ben, la inquieta Susan —con la que el escritor establece una relación al llegar al pueblo—, el decidido Mark —un chaval enamorado de los monstruos del cine—, el dubitativo padre Callahan —más apegado a la botella que su fe— y, finalmente, el mismo Solar, cuyos capítulos nos ofrecen un panorama tan costumbrista como devastador de la vida rural de Estados Unidos —no muy distinto de lo que ocurre en cualquier pueblo de nuestro país.
La llegada de Ben coincide con la de los nuevos propietarios de la mansión Marsten, quienes abren una tienda de antigüedades en el pueblo: Richard Straker y su socio, el misterioso Kurt Barlow. Al poco, comienzan las desapariciones, las muertes inexplicables y la insidiosa y al parecer inevitable, transformación del pueblo en algo distinto, oscuro, entre la vida y la muerte…
La novela se las arregla para mantener el espíritu, los tópicos e incluso la distribución narrativa de Stoker pero la actualiza a las necesidades del siglo XX y a ese entorno cotidiano y terroríficamente familiar que establece King con maestría. Su tratamiento del vampirismo como una suerte de plaga, el costumbrismo coral que caracteriza al autor o la sensación de inexorabilidad de la muerte del lugar son elementos que convierten en una de las cumbres del género. Algún tiempo después, Guillermo del Toro haría algo similar en The Strain, donde repetirá esta estructura y se traerá al vampiro al siglo XXI.
De miniserie en miniserie
Salem’s Lot fue la segunda novela de King, tras la muy bien acogida Carrie —1974—, que en aquel momento Brian de Palma estaba convirtiendo en película y que se estrenaría con enorme éxito el año siguiente. El título funcionó a las mil maravillas y terminó de alzar al estrellato a su autor. Casi inmediatamente se propuso su adaptación al cine, para la que se barajaron nombres como el de George A. Romero. Finalmente terminaría en las manos de Tobe Hooper, una vez la producción cambió para convertirse en una miniserie para televisión, al parecer debido a la coincidencia con películas similares en 1979: Drácula —John Badham, con Langella como el titular— y Nosferatu —Werner Herzog, con Klaus Kinski—.
Los dos episodios, que totalizaban casi cuatro horas de metraje, se emitieron en noviembre de 1979 en la CBS y supusieron todo un triunfo. La producción no había escatimado y el elenco estaba encabezado por David Soul —en la cumbre de su carrera tras Starsky & Hutch—, como Ben Mears y el legendario y enorme James Mason como el insidioso Straker. La serie incluía un carísimo decorado para representar la casa Marsten y como principal cambio respecto a su original de partida, un siseante vampiro que seguía más la estética de Nosferatu. King, que se opuso inicialmente a la idea, cambió de idea tras ver el resultado y terminó alabando el trabajo de Reggie Nalder —actor bajo Mr. Barlow, que ni siquiera apareció acreditado, pese a las penalidades que sufrió bajo una tonelada de maquillaje que no dejaba de agrietarse y unas terribles lentes de contacto—.
Hay varias versiones de la miniserie, que llegó a estrenarse en Europa en formato cine recortando notablemente su duración —con mal resultado—. La versión televisiva alcanzó el nivel de culto, fundamentalmente gracias el mordiente que Hooper, director de La matanza de Texas y después de Poltergeist, supo aportarte y su valor para incluir un producto realmente «creepy» en el mojigato prime time norteamericano. Algunos años después, se produjo una secuela —Regreso a Salem’s Lot, Larry Cohen, 1987— que roza la serie B, aunque aporta algún elemento interesante, como la idea de una comunidad de vampiros, que posteriormente podemos apreciar mejor reflejada, por ejemplo, en la Misa de Medianoche de Mike Flannagan.
En 2003, la cadena TNT decidió hacer una nueva versión de la novela, manteniendo un formato muy similar al de los 70: se produjo una nueva miniserie de dos episodios, que se emitió en junio de 2004. En esta ocasión, Rob Lowe encarnó a Ben Mears, Donald Sutherland hizo lo propio con Straker, mientras Ruttger Hauer hacia lo propio con un Kurt Barlow mucho más parlanchín y cercano al original de King. En pleno inicio de la era dorada de las series, dos artesanos del medio televisivo se encargaron de guion (Peter Filardi) y dirección (Mikael Salomon). El resultado es el esperable: correcto, aunque bastante desangelado. Sin grandes defectos, traslada la acción a inicios del siglo XXI y es más respetuosa del original, pero no llegó a levantar el entusiasmo de su predecesora y cayó rápidamente en el olvido.
Por último, no podemos dejar de mencionar aunque sea de forma rápida la muy infravalorada miniserie Chapelwaite, obra de Peter Filardi —guionista de la anterior— y su hermano Jason. Adapta un cuento de King que actúa como una remota precuela de Salem’s Lot y que se encarna directamente con el universo de Lovecraft. Un magnífico Adrien Brody encabeza el elenco de esta estilosa historia de horror decimonónico.
¿A la tercera va la vencida?
La nueva versión de la serie ha tenido una vida compleja desde que se empezó a plantear. Destinada a la gran pantalla cuando se anunció en su momento —¡a estrenar en 2022! —, tuvo que afrontar tanto el impacto de la pandemia como el caos interno de Warner Bros. Discovery, que buscaba y busca su camino en la jungla audiovisual moderna. Por suerte, al frente del proyecto está el muy comprometido Gary Dauberman, el tipo detrás del universo Expediente Warren —Annabelle, La monja— y la última adaptación de It. «Ha sido como ir de pasajero en un coche con los ojos vendados, sin saber dónde vas y sintiendo que vas a chocar con una pared en cualquier momento —comentó en una reciente entrevista. —Me alegro de que finalmente la gente pueda verla».
Esta última frase hace referencia al temor, muy palpable a principio de este mismo año, de que la película se quedara en la estantería, de acuerdo con la errática política de la Warner al respecto. Recientemente, al menos dos películas —Batgirl y Coyote vs ACME— fueron «archivadas» por la productora para ahorrar impuestos. De hecho, el tuit de King mencionado al principio parece que fue decisivo para los directivos: solo tres semanas después, se anunció que Max acogería la película al principio de la «spooky season» que todos los años rodea a Halloween. Y lo cierto es que no podíamos esperar mejor pórtico a este periodo de terror audiovisual que empezamos a disfrutar.
Como era de esperar, Dauberman se ve obligado a comprimir los sucesos de la novela y restar protagonismo, por ejemplo, a la casa Marsten, que aparece prácticamente como un homenaje a la serie de los setenta —el guion ignora completamente la de los 2000—. Esta compresión se nota especialmente en el tercio central de la película. Tenemos un principio brillante, que establece con corrección el pueblo cuya muerte vamos a presenciar —la acción se mantiene en los 70— y vamos camino de un muy buen acto final, muy orientado a la acción. En medio hay un bache en el que perdemos de vista a los protagonistas y que hace que el ritmo de la narración sea algo más pesado: se intenta reflejar la parte coral de la novela, pero el desfile de personajes del pueblo cuya única razón de ser es convertirse en vampiros no termina de enganchar y no respira lo suficiente como para que nos importe en exceso lo que les pasa.
Lewis Pullman —Top Gun: Maverick— entrega un Ben Mears correcto, algo plano, al que da réplica un destacable Pilou Asbæk —Euron Greyjoy en Juegos de Tronos— como Straker y un terrorífico Alexander Ward —un habitual en papeles de monstruo, que también participó en las dos Annabelle— como Barlow. Hay que destacar especialmente la actuación del joven Jordan Preston Carter —al que ya vimos en la malhadada DMZ— que está magnífico como Mark Petrie. Este personaje juega un papel muy destacado en la novela, es un claro trasunto del King niño y nunca había sido tan bien plasmado en anteriores instancias.
El director-guionista ya había dicho que su objetivo era volver a hacer que los vampiros dieran miedo, alejándose de las imágenes romantizadas de los últimos tiempos transmitidas por Entrevista con el vampiro o Crepúsculo. Para conseguirlo, opta por entregar un vampiro «alfa» más cercano al de la serie de los setenta que al de la novela, con resultados discutibles. El resto de contrincantes carecen del enganche emocional necesario para elevarse por encima del chupasangre convencional. En cambio, el autocine que aparece en el film, un elemento nuevo que resultará sorprendente a los que conozcan la obra, es especialmente eficaz a la hora de transmitir el desasosiego general que es cierto que impregna el metraje —y sirve para concentrar la acción en una ubicación, sin que los protagonistas tengan que pasearse por todo el pueblo—.
El resultado final es muy divertido, con una gran ambientación y escenas francamente buenas. Sin duda merece un visionado, aunque se queda algo corto para lo que esperábamos —quizá injustamente—. También te hace preguntarte por los posibles cambios que ha sufrido durante todo el periodo que ha estado en el limbo: es de esas películas que parecen editadas más allá de lo que sus creadores podrían querer.
Temporada de vampiros
En todo caso, por todas partes queda patente el reconocible sello de Dauberman, que se está consolidando como uno de los grandes nombres del género: la cinematografía del film es espectacular y consigue una ambientación estremecedora que hace que lamentemos no poder disfrutarla en la oscuridad de una sala de cine. Por suerte, volveremos a ver su obra en breve, ya que está embarcado en proyectos tan interesantes como la adaptación de Train to Busan o una versión en acción real de la legendaria serie de animación de Disney Gárgolas.
El siguiente gran hito del cine de vampiros de este año será el Nosferatu de Robert Eggers, que llegará a nuestras pantallas estas navidades. En lo que esperamos su llegada, esta nueva incursión de la obra de King en las pantallas es un más que digno aperitivo, que satisface el ansía vampírica de todos los aficionados, aunque puede que no trascienda como un clásico.
Notas
(1) La mejor edición de El misterio de Salem’s Lot es la inencontrable versión ilustrada que publicó Plaza&Janes en 2005, que incluía, además de la novela, las tétricas ilustraciones de Jerry N. Uelsmann, 50 páginas de «escenas eliminadas», los otros dos cuentos ambientados en el Solar, precuela y secuela, notas e introducción de Stephen King.
Leí una vez que Stephen King pretendía hacer una ‘gran novela americana’, ese concepto que se la da a ciertas obras ya sea por el estilo o, más bien, el reflejo de una sociedad. Creo sinceramente que lo consiguió, ya que, como es característico en el escritor, la definición de personajes es magnífica y hace un buen reflejo de los valores y defectos de una comunidad.
La serie de Tobe Hooper, efectivamente, se estrenó aquí en cines, con el ‘interesado’ título de Phantasma II, aprovechando el éxito de la de Don Coscarelli y sus bolitas brillantes.
Madre mía, no podría estar más en desacuerdo. Me ha parecido una película cutre, que parece compuesta de capítulos del libro elegidos al azar y resulta en un montón de personajes sin historia ni coherencia, que actúan porque sí y a los que te da igual lo que lea pase.
No solo es una mala adaptación, que podría tener que ver con las expectativas, sino que es una mala película por derecho propio.
Totalmente de acuerdo con Manuel, me parece una pelicula muy mala, ni la produccion ni la cinematografia son buenas, el trabajo de los actores cutre, la esperaba con expectaciòn, a los efectos especiales se le ven las costuras por todos lados y lo peor de todo es que no te da miedo, mas bien sientes rision viendo el desperdicio. los efectos especiales del Vengador Toxico, estan a años luz de los de esta pelicula y eso que es una serie Z.