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Fargo T4: Gordon, forajidas liberadas y un tornado en Kansas (y 3)

Fargo temporada 4. Imagen: FX Network.
Fargo temporada 4. Imagen: FX Network.

Viene de «Fargo T4: Gordon, forajidas liberadas y un tornado en Kansas (2)»

4. Si no vuelvo, sigue el camino de baldosas amarillas

¿Recuerda usted a Rabbi Milligan? Es el crío al que los irlandeses intercambiaron con los judíos y que traicionó a estos en pos de su bando originario. Es también al que los irlandeses intercambiaron años después, cuando ya era un chaval, con los italianos, y que, decidido a no soportarlo ni una vez más, volvió a cambiar de bando, esta vez, en contra de su propia familia. Mató a su padre y el clan Fadda le acogió. Ahora le llaman Rabbi para conmemorar su traición, y vive con los italianos en un cuartucho donde tiende la ropa en un alambre y que debe compartir con el único habitante de la casa que existe en un ostracismo parecido al suyo: Satchel, el hijo de Loy, que, como Rabbi en su momento, ha sido moneda de cambio en una transacción mercantil.

A lo largo de la temporada, vemos que Rabbi es el único que se preocupa genuinamente por Satchel (excluyendo a sus padres, y solo en parte). De semblante impertérrito e inasequible al miedo, Rabbi instruye al niño en materias escolares y le forma respecto a lo que se espera en un mundo cruel en el que, como dice en el segundo episodio, se devoran unos a otros. A modo de ejemplo ilustrativo le diré que, cada vez que Rabbi se separa de Satchel, dice que «si no vuelvo, estoy muerto o en la cárcel». Invariablemente. Ha experimentado en sus propias carnes la xenofobia por su procedencia europea, exteriorizada en su acento, e incluso por su asociación supuesta con los bandos a los que ha traicionado. Si «el odio a los judíos es una forma de racismo» (Gordon, 2023, p. 196, traducción mía), deberíamos considerar a Rabbi víctima de la misma estructura racista que se ceba con los que tienen una piel oscura, aunque él no la tenga, y aunque ni siquiera sea judío. La primera frase que se le dirige en la línea temporal de la serie procede de Loy, y es una mofa respecto a sus orígenes. Y en casa de los italianos la cosa está aún peor, porque se le tiene como alguien a medio camino entre un lacayo obediente y un perro. O, si usted lo prefiere, un esclavo, porque «se ha convertido en una obviedad del pensamiento reciente que el trabajo, la migración y la raza convergen en la explotación propiciada por el capitalismo moderno» (Gordon, 2023, p. 261, traducción mía), según la cual a Rabbi se le alimenta y de vez en cuando se le habla, pero sin pasarse de amigable. Cabe suponer que de aquí, así como de haber sido él mismo un niño intercambiado, viene su vocación de cuidado de Satchel, ya que «ser miembro del grupo racista implica negar que la raza importe tanto, mientras que ser miembro del grupo objeto del racismo conlleva darse cuenta a diario de lo mucho que, de hecho, importa» (Gordon, 2023, p. 52, traducción mía), y Rabbi es testigo constante. 

Eso define sus lealtades, ya que, cuando Josto ordena el asesinato de Satchel, él corre a salvarlo. Una vez liberado de las garras de la mafia, le dice al niño que no puede llevarlo con su padre, Loy, puesto que va a estallar una guerra y no estaría seguro. «Yo no pude elegir», le dice, «Me convirtieron en un niño soldado, pero eso no va a pasarte a ti, ¿entiendes?». Deberán huir y esconderse hasta que la tormenta pase, continúa, «y luego, si quieres irte a casa, si es tu decisión, te llevaré a casa». Es fácil ver el contraste entre el tratamiento infantilizado que la cultura blanca les da a las personas negras, a las mujeres e incluso a los propios niños, más allá de lo que se debería y considerándolos tontos en lugar de jóvenes, y el que Rabbi le dispensa a su protegido. Le da la opción de elegir y le trata como a un igual, más allá de que él, en su condición de cuidador, tome las decisiones de índole pragmática.

A consecuencia de esto, ambos se embarcan en una huida por carretera, seguidos de cerca por el despreciable Calamita, que tiene instrucciones específicas, dadas por Josto, de matarlos a ambos. Este conflicto se resuelve en el que es, con seguridad, uno de los mejores episodios de toda la serie de Fargo: el noveno de la cuarta temporada. Para explicar esto, tenga usted presente que la cultura estadounidense guarda un vínculo de devoción, rayana en el fetiche, con la película El mago de oz (1939), más incluso que con el libro homónimo en el que se basa, publicado por L. Frank Baum (1856-1919) en 1900. La historia relata cómo una niña, de nombre Dorothy, y su perro Toto son arrastrados por un tornado desde su hogar en Kansas hasta el lejano país de Oz, donde aterrizan sobre la Malvada Bruja del Este, matándola. En agradecimiento, los habitantes de esa región le indican que, para volver a casa, deberá seguir un camino de baldosas amarillas que lleva a la ciudad de Oz, gobernada por un mago todopoderoso capaz de devolverla a casa. En el camino, Dorothy y Toto recogen a un espantapájaros que quiere que el mago le dé un cerebro, un hombre de hojalata que quiere un corazón y un león cobarde que quiere coraje. A lo largo de la novela y la película, este variopinto grupo de viajeros se enfrentará a varias aventuras, incluida a otra poderosa hechicera, la Malvada Bruja del Oeste, para descubrir, en último término, que las cualidades que buscaban siempre estuvieron dentro de ellos.

Ahora, sígame de vuelta al episodio, y observe conmigo que todo él es un homenaje directo a El mago de oz. Empezando por el título Este/Oeste, por el lugar al que Rabbi y Satchel escapan, que no es otro que el estado de Kansas, y por su misma apertura, que nos muestra un edificio derruido por un tornado (y entre cuyas ruinas se encuentra el mismo libro de La historia de los crímenes reales en el Medio Oeste que ya vimos en la segunda temporada). Hilando más fino, cabe resaltar el carácter contrapuesto entre la docilidad apaleada de Satchel, que guarda en sí el corazón bondadoso y emotivo propio de los niños, y la determinación categórica de Rabbi, que ha sufrido y visto lo bastante como para tirar de gatillo si es necesario, pese a que su principal cualidad sea una fría inteligencia de naturaleza práctica. Y es que, en la novela homenajeada, leemos el siguiente diálogo entre el Espantapájaros, que anhela la astucia connatural a los grandes cerebros, y el Hombre de Hojalata, que solo quiere recuperar su corazón para amar como otrora hizo:

—De cualquier forma —dijo el Espantapájaros—, yo prefiero pedir un cerebro, porque un tonto no sabría qué hacer con un corazón si lo tuviera. 

—Pues yo elijo el corazón —repuso el Leñador de Hojalata—, ya que el cerebro no hace feliz a nadie, y la felicidad es lo mejor del mundo (Baum, 2016, p. 94).

¿No le convence? Aguarde, que hay más. Y sin salir del episodio, porque también podría mencionar que, al final del primer capítulo, el padre de Ethelrida se ofrece a leerle, precisamente, El mago de oz. Pero no hay que irse tan lejos. En la historia que nos ocupa, Rabbi y Satchel se alojan en un hospedaje llamado Barton Arms (referencia directa a otra película de los Coen, Barton Fink [1991], que también tiene un hospedaje como escenario protagónico) que regentan dos hermanas enfrentadas y que, agárrese, han dividido el lugar en dos mitades: la del este y la del oeste, siendo necesario que los huéspedes respondan a varias preguntas de corte ideológico y religioso antes de ser albergados en uno u otro. La recepcionista, una mujer negra, le advierte a Rabbi, en referencia a Satchel, que las personas negras no son bien acogidas allí, aunque, matiza, bastará con que no se deje ver mucho. El episodio está lleno de elementos que juegan al tira y afloja con el realismo mágico, tendencia subrayada porque casi todo él transcurre en blanco y negro. ¿Le he mencionado ya que, en la película de El mago de Oz, todo lo que ocurre fuera de esa tierra mágica se ve en un sepia apagado? Pues ya lo sabe. Y le digo más: una vez en la habitación, que consta de poco más que dos camas y un armario, Rabbi debe salir en misión de recaudación de fondos, porque no andan muy allá de dinero, y, tras decirle a Satchel que si no vuelve está muerto o en la cárcel, le deja solo en el cuarto. Durante su estancia en solitario, el niño escucha movimientos en el armario y, asustado pero armado con la navaja de la que le su instructor le ha provisto y de sus indicaciones para usarla en defensa propia, abre la puerta. Adivine qué sale.

Era Toto el que hacía reír a Dorothy y la salvaba de volverse tan gris como todo lo demás. Toto no era gris. Era un pequeño perro negro, de largo pelo sedoso y vivos ojillos negros que centelleaban alegres a cada lado de su gracioso hocico (Baum, 2016, p. 53).

En efecto: del armario de la habitación de Satchel sale un perro pequeño. Solo que, mientras que Dorothy era blanca y Toto era negro, en este caso se invierte la cromática, en concordancia con el tema de la temporada: Satchel es negro y el perro blanco. Mejor dicho: la perra, porque es hembra. Y, según su collar, se llama Rabbit. Ahí es nada. Por desgracia cuando Rabbi vuelve de su infructuoso intento por conseguir dinero y descubre a su nueva compañera, obra de forma contraria a Dorothy en El mago de Oz: no está dispuesto a acoger a nadie más en el viaje porque, en su pragmática visión del asunto, sería una boca más que alimentar, y encima con potencial de delatarlos. Satchel insiste, pero él se mantiene firme. Entonces, Satchel revela que es su cumpleaños, y que lo único que quiere es a la perra.

Vale, un inciso sobre este momento: tal y como está hecha la escena, bien podría ser el cumpleaños de Satchel. Pero, a juzgar por la conveniencia del momento y porque antes en el episodio el niño ve a su maestro mentir para librarse de una situación comprometida con un policía racista, hay quien dice que lo que Satchel está haciendo es constatar la pérdida de inocencia que conlleva lo que ha visto, y emular a su maestro mintiéndole para quedarse con el animal. Podría ser. Yo no he visto el DNI del crío. En cualquier caso, júzguelo usted a raíz de lo que ocurre: Rabbi, sintiéndose mal y mostrándose visiblemente conmovido por la disciplina férrea, aunque cuidadora, con la que trata a Satchel, baja a preguntarle a la recepcionista dónde puede comprar un pastelito o algo parecido. Ella le indica que hay una gasolinera a pocos kilómetros, y Rabbi se dispone a ir, pero antes de marcharse vulnera por primera y última vez las inflexibles palabras con las que siempre se ha despedido de Satchel: «Si el niño pregunta por mí, dígale que ahora vuelvo». Siempre ojo avizor, descuida ahora las palabras que durante toda su vida ha elegido minuciosamente. Cabe deducir que, como dice Gordon:

Él trabaja con sus ojos, pero su vulnerabilidad radica en lo que no es capaz de oír; esto es, de escuchar. Parte de lo que tenía que aprender era qué no debía escuchar, cerrar las orejas a aquello que entorpeciera su atención, la cual se reduce, en efecto, a su capacidad de escuchar (Gordon, 2023, p. 305, traducción mía).

Pues, para una vez que Rabbi escucha con los oídos y no con los ojos, permitiendo una vía directa hacia su maltrecho corazón… bueno, ya se imaginará usted que no vuelve. Llega a la gasolinera, pero antes pasa frente a una valla publicitaria que reza «El futuro es ahora», frase que le ha supuesto un problema ontológico a lo largo del episodio. Incluso increpa al obrero que la está pegando diciéndole que qué diablos significa eso. El pobre trabajador, a punto de concluir su obra y, por tanto, de volver al angustioso estado del desempleo, repone que ni idea, aunque a continuación añade: «Podría ser una constatación de la volubilidad subyacente del tiempo, o puede que una reformulación de la expresión carpe diem». Lo barroco del discurso del hombre anticipa la magia del tornado que se va levantando, y que coge de lleno a Rabbi en la gasolinera, donde su perseguidor, Calamita, ha hecho estragos. Rabbi trata de huir, pero el mafioso sale tras él pistola en mano. Por fortuna, el irlandés también se hace con la suya y tiene a tiro al asesino, hasta que un madero levantado por el vendaval le golpea en la muñeca, dejándolo de nuevo desarmado y a merced de Calamita. Este pone cara de ir a disfrutar, pero antes de ejecutar a ese tierno maestro, otrora niño soldado, que todo cuanto pretendía era darle a Satchel el afecto y el cuidado que él nunca tuvo, el tornado llega definitivamente y los succiona a ambos. Los vemos elevarse, girando y girando entre astillas, el maltrecho tejado de la gasolinera y un sinfín de objetos que enorgullecerían a los directores de fotografía de El mago de oz

La casa dio dos o tres vueltas en redondo y, poco a poco, se elevó por los aires […]. En medio de un huracán suele haber quietud, pero la enorme presión del viento por cada lado hizo subir la casa más y más, hasta que llegó a la cresta del huracán, y allí se quedó para ser arrastrada como una pluma a lo largo de kilómetros y kilómetros (Baum, 2016, p. 54).

Nunca más veremos al bueno de Rabbi. Su destino parece una muerte clara, pero ¿quién sabe? Tal vez esté en Oz, buscando la forma de volver con Satchel. O quizá ya considere al niño lo bastante preparado para valerse por sí mismo y haya decidido tomarse unas vacaciones, riéndose en voz muy baja del mundo real.

Satchel, por su parte, se asoma a la ventana de su habitación en el hotel y comprueba que Rabbi no ha vuelto en todas esas horas. Ya conoce la consigna: «Si no vuelvo, estoy muerto o en la cárcel». Así que, entristecido por lo rápido que le han obligado a madurar, coge a la perra Rabbit y sale de la habitación del hotel. Y fíjese usted: si en El mago de oz se pasa del sepia al multicolor cuando Dorothy llega a Oz, en este episodio se pasa del blanco y negro a la pluralidad cromática más intensa cuando Satchel emerge al mundo exterior, por primera vez en toda la temporada sin la protección de su maestro. Decidido a volver a casa, abandona el hotel, pero valga apuntar que antes tiene un siniestro encuentro con un tipo envuelto en tantas vendas que parece una momia. A ese tipo lo interpreta el actor que episodios antes encarnó al padre de Rabbi, asesinado por este al inicio de la temporada. Saque usted sus conclusiones.

Así que el joven Satchel, ahora con más aspecto de chaval que de niño, reemprende el camino a casa, sobreviviendo a base de penurias, robos ocasionales de leche y la compañía de su fiel perrita. En cierto momento, dos rednecks (término anglosajón que designa al arquetipo de trabajador del Estados Unidos profundo imbuido de prejuicios, especialmente raciales y de género, y en cuya vida no falta la violencia) le increpan, llamándolo repetidamente «boy», y recordará usted la transgresión de todo respeto a la dignidad que supone ese término empleado con una persona negra. El niño contesta, simplemente, «No». Los acosadores repiten el llamamiento burlesco y Satchel, como era de esperar, salta, aunque dentro del cálculo frío inculcado por Rabbi, y les apunta con la pistola que este dejó atrás. Dice que su «No» es un «No» a ellos y un «No» a «boy», que ese es su mundo y que él es el jefe. Los rednecks huyen despavoridos a casarse con su hermana o lo que quiera que les tocara ese día, y Satchel queda confirmado como portador de las enseñanzas de Rabbi, quien, después de todo, acabó muerto o en la cárcel, porque ni siquiera él podía prevenir la aleatoriedad de la xenofobia o de los tornados.

El estudiante se hace consciente de que es un ser (humano) ignorante frente a un dios (maestro de conocimientos). ¿Qué pasa, sin embargo, cuando el estudiante descubre los límites del maestro, a saber, que no es un dios? Pues que el estudiante debe considerar lo que el maestro no sabe y preguntarse por qué el maestro no trataba de aprenderlo (Gordon, 2023, p. 156, traducción mía).

Satchel nunca dejará nada sin aprender durante el resto de su vida. Y la primera lección le llega al poco de regresar a su casa, donde Loy Cannon y el resto de su familia, que le creían muerto por las mentiras de Josto, festejan su aparición con lágrimas y gritos de júbilo. Satchel se reincorpora a su sitio en el hogar, pero ya no es el mismo. Ha visto demasiado. Ha vivido más de lo que le tocaba. Por eso, cuando a través de la ventana ve cómo Zelmare apuñala a su padre y lo deja moribundo en el porche, él sale a acompañarlo en sus últimos momentos. No avisa a nadie. No grita. No se rebela contra lo que, de una manera o de otra, tenía que ser. Simplemente, sostiene la mirada aviesa del que otrora fuera un gánster con poder e inteligencia suficiente para plantarle cara a la mafia italoamericana, y permite que le acaricie durante sus suspiros finales. Cuando la mano de Loy cae inerte, deja la mejilla de su hijo Satchel marcada con sangre.

La misma sangre que ha marcado toda la historia de su pueblo.

5. Conclusión: Ding dong, son los oprimidos, que quieren nosequé

Ya le dije que la temporada abre con la voz de Ethelrida en off, pero no he mencionado que cierra de la misma manera, concretamente con una reflexión en la que se pregunta: «La historia es una forma de recuerdo, pero ¿qué significa recordar? Pensamos de forma natural en el pasado, en el día a día de la vida, y así vemos los acontecimientos de nuestra época. Somos negros y blancos, ricos y pobres, extranjeros y nacionales. Con todo, si nuestro pasado está separado, ¿no se separan también nuestras historias? ¿Se segregan? Pregúntate: ¿Quién escribe los libros? ¿Quién elige lo que recordamos y lo que olvidamos?». Hay varias respuestas, y seguro que usted tendrá la suya. Pero algo me dice que la mayoría coincidiremos en fundamentarla en una piedra de toque: la clase privilegiada, el estrato social que detenta el poder, los fuertes, los que oprimen y se mienten al respecto, los que marginan y apenas lo saben. Los que niegan. Los que olvidan.

Si algo muestra Fargo IV es que nuestra cultura, y la estadounidense en particular, vive en un estado de amnesia voluntaria en virtud del cual los horrores de su historia son cosa del pasado, un factor intangible que ya pertenece únicamente al papel. Nos mostramos ciegos ante el daño que hemos causado y renegamos de toda responsabilidad en él. «¿Qué tendré yo que ver con lo que hicieran mis antepasados?», podría uno preguntarse. Nada, naturalmente. No con el acto ni con las decisiones, pero sí con el impacto que generaron en el mundo en el que vivimos. Si no aceptamos nuestra gran cota de responsabilidad sobre cómo ciertas clases siguen esclavizadas, aunque de manera más discreta e integrada en el capitalismo salvaje que impera en Occidente; si no reconocemos que el sistema se erige sobre una estructura pensada desde su misma raíz para dejar fuera a otros; si no reclamamos, en suma, que la historia tiene una deuda con ciertos colectivos, y que es inadmisible que se les niegue el sufrimiento generacional que cargan a sus espaldas y que, aun a día de hoy, les convierte en marginados; si no hacemos esto, no somos mejores que los mafiosos de Fargo IV.

Por último, déjeme mostrarle algo, un secreto (poco oculto) que la temporada reserva para su escena postcréditos: Satchel es, en realidad, el hombre al que en la segunda temporada, que transcurre en los años ochenta, conocimos como Mike Milligan, aquel gánster que soñaba con escalar en la cadena trófica y que llevaba la introspección por bandera. En algún momento, Satchel/Milligan tomó el apellido de su mentor Rabbi, y decidió que no terminaría como su padre. Recuerdo que la última vez que vi esta temporada pensé que me hubiera gustado que, en la mencionada escena postcréditos, Milligan apareciese con una pistola dispuesto a encontrar a Zelmare y vengar a Loy. Sin embargo, una persona me dijo que es poco probable que el otrora Satchel buscase represalias contra la mujer. Al fin y al cabo, Loy había traicionado su palabra al delatarlas al marshal Deafy, y el respeto a la palabra es lo único que los oprimidos deberían tener asegurado entre sí.

De modo que quizá Satchel/Milligan viviera la muerte de su padre como la consecuencia natural de una afrenta contra personas racializadas y vulnerables que confiaron en él. Su traición le costó la vida a Swanee, y si Loy es coherente con la igualdad social que reclama para las personas negras, no puede sustraerse a las consecuencias de sus actos. Satchel/Milligan debía saberlo. Así que no: no creo que fuera a buscar a Zelmare. Porque él entiende mejor que nadie que las heridas de la historia no cicatrizan, y tarde o temprano, alguien reclama la deuda.

Dígame, pues: ahora que la historia llama a nuestra puerta factura en mano, ¿hasta dónde vamos a llegar para fingir que se ha equivocado de casa?


Bibliografía

Gordon, L. R. (2023). Black Existentialism & Decolonizing knowledge. Bloomsbury. 

Baum, L. F. (2016). El mago de oz. Penguin Random H

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3 Comentarios

  1. ¡Magnífico, como todos los anteriores!

  2. Artículos ingeniosos, inteligentes y sarcásticos que van evidenciando en cada uno de los personajes y situaciones los distintos matices del alma humana. Todo ello con un interesantisimo y lúcido análisis del racismo de fondo, Dicho esto, no comparto la afirmación moralista y acusadora sobre la enorme responsabilidad que las generaciones actuales tenemos ante las actuaciones de las precedentes.

  3. Gran broche a este tríptico de la 4ª temporada de Fargo. Espero que tengas cuerda para comentar también la quinta!!

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