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Fargo T4: Gordon, forajidas liberadas y un tornado en Kansas (1)

Fargo temporada 4. Imagen FX Network. 1
Fargo temporada 4. Imagen: FX Network.

1. Introducción: Nunca entendí los mapas

Cuando alguien habla de «nación», no tengo ni idea de a qué se refiere. Por descontado que no habla solo de un trozo de tierra, aunque lo incluya. Más dudoso es si se refiere a la gastronomía, al cine o a los adoquines de sus plazas mayores. Pero el factor común que sale a relucir definición sí y definición también es el de la gente. Un país es su gente. Lo dice no sé quién, y lo repetirá cualquiera al que acorrale usted contra la pared de un callejón oscuro. Pero no Fargo IV. En Fargo IV no hay país que valga.

En la secuencia introductoria de la cuarta temporada, Noah Hawley (Nueva York, 1967) plantea que «si Estados Unidos es una nación de inmigrantes, ¿cómo puede alguien convertirse en estadounidense?». Ya era hora de que saliera la dichosa pregunta. Porque si algo puede caracterizar (que no definir) a un país, es el concepto que sobre él se tiene. Y Estados Unidos capitanea el ranking mundial en aquello de determinar quién tiene derecho a estar ahí y quién no. Claro que esto no es exclusivo de Estados Unidos. Lo estamos viendo en más de una de esas porciones de tierra con bandera y plazas mayores: la proliferación de un discurso según el cual solo un sector de la población es legítimamente beneficiario de ese lugar, mientras que el resto únicamente lo usurpa. De ahí, para arriba. Porque tras la usurpación viene el borrado de identidad, dice esa gente. Y tras el borrado de identidad… ¿qué? Algún tipo de reemplazo poblacional o islamización de la paella. Es difícil seguir el hilo a tanta imbecilidad. 

Pero Fargo IV hace un esfuerzo por ilustrar hasta dónde es capaz de llegar el ser humano, máxime en sociedad, para no admitir las diferencias entre sí, y mucho menos reconocerlas como legítimas. En la Kansas City de los 50, donde tiene lugar la mayor parte de la acción, los judíos miran por encima del hombro a los inmigrantes irlandeses, los inmigrantes irlandeses miran por encima del hombro a los italianos, estos a la población negra, y la población negra… Bueno, la población negra se defiende como puede. Su parte de odio tienen, porque, en contra de una opinión preocupantemente creciente en el mundo, existen, sienten y piensan como todo hijo de vecino. ¿Y los blancos? Ahí la cuestión es más complicada. No porque la respuesta fácil no sea: «Los blancos odian a todo Cristo que no se les parezca», sino porque, y agárrese usted a la silla, en Estados Unidos no está muy claro qué es ser blanco. ¿Los italoamericanos son blancos? Yo diría que sí, y me imagino que usted también. Pero lo que hay que entender es que, en la punta de lanza del imperialismo, la raza funciona igual de bien como causa de exclusión y como segregación de clase. Por ello, para ser considerado blanco no basta con tener la piel clara. También hay que ser estadounidense. Y ahí volvemos al problema que le citaba antes.

Para responder, le traigo al filósofo afroamericano Lewis R. Gordon (1962-), pensador referente del llamado «existencialismo negro» y exégeta de la diáspora africana. Sus textos, que un servidor le presenta a usted en una traducción propia recién sacada del horno, nos ayudarán a entender qué hay detrás de una temporada que empieza con dos sindicatos del crimen intercambiando a sus hijos menores como forma de sellar un reparto de territorio. Y no: no es solo la idea de que, de esa forma, el de enfrente se lo pensará dos veces antes de hacer ninguna tontería. Hay algo más que huele a podrido en la tierra de los libres y el hogar de los valientes. 

2. Vengas de donde vengas, este no es tu sitio

Dice Gordon que «las sociedades que convierten a las personas en problemas son sociedades enfermas» (2023, p. 20, traducción mía), y podría uno argüir que toda nación, por lo menos en occidente, tiene un sector predilecto para convertir en problemático y cargarle los muertos que dejen el capitalismo, la ley del más fuerte y la escasez de vivienda. Pero en el caso que nos ocupa, que es del Estados Unidos de los 50 (el de ahora lo dejamos para otro día), nos encontramos a una sociedad enferma por los cuatro costados que, en lugar de morir, se hace más fuerte en una escalada imparable de violencia.

Como antes le anticipaba, en esta temporada la cosa va así: un grupo de crimen organizado se hace con el control masivo de Kansas City, pero le dura poco tiempo porque rápidamente aparece otro grupo análogo que quiere dicho territorio. Para evitar una guerra, se hace un pacto en el piso superior de unos grandes almacenes por cuenta del grupo reinante. Dicho pacto se sella con un apretón de manos aderezado con saliva y el intercambio por parte de los cabecillas de sus hijos menores. ¿Qué diferencia hay entre uno y otro colectivo? La única que se mantiene a lo largo del tiempo es la étnica. Eso y que el acuerdo acaba en una traición son elementos invariables en los respectivos pactos. Véalo usted mismo: primero pactan los judíos con los irlandeses, pero el chiquillo al que estos últimos ofrecen termina actuando como infiltrado y deja entrar en la guarida a su grupo de referencia, que masacra al enemigo. Ese niño vuelve con los irlandeses, quedándole para el futuro el apodo sarcástico de Rabbi («rabino» en inglés) Milligan, y estos disfrutan de un breve asueto. Pero después llegan los italianos: la familia Fadda. Se repite el acuerdo y Rabbi se ve en las mismas: vuelven a mandarlo con el enemigo. Y que su padre le entregue como seguro de vida una vez pase, pero dos es demasiado. Así que el chaval trama un engaño y conduce a su nueva familia, los Fadda, hasta una posición en la que matan a los irlandeses y se quedan con el poder. Bueno, con el poder y con él, permitiéndole, quizá como regalo de acogida, que ejecute a su viejo, que le mira furibundo y maldiciéndolo desde el suelo.

En esta parada nos subimos nosotros. Fargo IV arranca con los Fadda haciendo un pacto con un sindicato afroamericano del crimen. Y estos parecen en cierta medida distintos a sus predecesores. El líder, Loy Cannon, da muestras de tener más aspiraciones de hombre de negocios que de gánster, aunque de vez en cuando tenga que marcar músculo, como a la hora de estrecharle la mano al Fadda jefe: mientras que este se escupe en la palma, aquel se hace un corte, porque para una población que hasta anteayer por la tarde era esclava, si un trato con blancos no se firma con sangre, tiene poca validez. Así, Loy entrega a su hijo menor, Satchel, a los italianos, y estos corresponden el gesto. Empieza una nueva era en Kansas City.

Durante un tiempo, la cosa no va mal. Fanfarronadas aparte, Loy y el Fadda padre se llevan medio bien y tienen sus reuniones en paz. Claro que esa sociedad, especialmente si uno les da armas, es frágil, porque subyace una cultura de la discriminación en la que el objetivo es no estar nunca tan abajo como el siguiente. Mientras tenga usted a quien pisar, no será tan grave si le pisan a usted de vez en cuando. Esto lo señala Loy en el primer episodio cuando, en la reunión que tienen en un parque, Fadda Sr. se muestra condescendiente con él, a lo cual replica: «Actúas como si trabajase para ti. Esto es una alianza. Y sé que crees que parte de ser estadounidense es pisarme el cuello, pero he visto los carteles: «ni gente de color ni italianos». Los dos estamos marginados, te guste o no». Ante esto, podría usted preguntarse: ¿acaso un hombre blanco de pelo cano, cincuenta y pico años y abrigo a medida no es blanco? ¿Por qué está en el lado oprimido de la historia? Y la respuesta más honesta sería que, en un lugar en el que la raza es el parámetro del privilegio, ser «blanco» es un absoluto que los que ostentan dicho privilegio no están dispuestos a ceder. Por ello, el colectivo dominante establece grados. En palabras de Gordon:

La blancura nunca es lo bastante blanca salvo en relación a su distancia de la negritud, lo que convierte esta dominación en una forma de dependencia. Por otra parte, la negritud siempre es demasiado negra salvo en relación a su distancia de sí misma, lo que significa que uno siempre es demasiado negro en relación a los blancos, pero nunca lo bastante blanco. Negros, asiáticos y latinoamericanos funcionan como grados de blancura y negritud. Lo resbaladizo de estas categorías conlleva un sistema de conflicto constante cuyo subtexto es la blancura teleológica (Gordon, 2023, p. 76, traducción mía).

Esa «blancura teleológica» es la noción que Gordon emplea para ilustrar cómo la estructura imperante establece una normatividad que atiende a un único referente: la población blanca. Como ejemplo tiene usted las antiguas lentes fotográficas, y posteriormente digitales, que estaban calibradas solo para las pieles claras, de forma que, durante mucho tiempo, la representación de las personas negras en medios audiovisuales fue muy deficiente, ya que la cromática de esos aparatos no estaba concebida para ellos. Del mismo modo, si un estadounidense blanco de Fargo IV recorre una calle por cuyo otro lado se le aproxima un hombre negro, es más probable que se cambie de acera que si se le aproxima un italiano de traje y corbata. Pero si ese mismo sujeto está jugando al dominó en el griterío de su tasca favorita y entran dos hombres que se unen al jolgorio, pero hablando en italiano, la probabilidad de que se los despache con una patada en el trasero al estilo del spaghetti western es, paradójicamente, muy alta. «Blancura teleológica» designa, por tanto, el paradigma cultural en virtud del cual el objetivo es ser blanco, y todo lo demás es un fracaso en mayor o menor grado. De ahí que «la respuesta estándar al afroamericano, que en su día llamaban «el Negro», fuera tratarlo como un problema en lugar de como a un ser humano que se enfrenta a problemas» (Gordon, 2023, p. 23, traducción mía).

Loy, en su condición de criminal jefe de un grupo ya de por sí criminalizado, tiene mucho bagaje con esta dialéctica, pero más aún lo tiene su mano derecha y asesor: Doctor Senador. En una escena muy ilustrativa, también del primer episodio, ambos van elegantemente vestidos a un banco destinado solo a gente blanca. A golpe de talonario consiguen reunirse con el dueño del establecimiento, y le plantean una idea revolucionaria. Hoy en día conocemos dicha idea como «tarjeta de crédito». Pero el mencionado banquero la rechaza porque, según su visionario criterio, «la gente trabajadora no va a gastarse un dinero que no tiene» y «cargarles intereses altos, abusar cuando las cosas van mal… Eso no es lo que hace la banca». Este sucinto rechazo cargado de paternalismo lo corona usando con Loy y Doctor Senador el apelativo «boy», que literalmente significa «niño» y que en nuestro argot podríamos traducir como «chaval». Dicho término está considerado hoy en día sumamente ofensivo y grosero cuando se usa con población afroamericana por ejemplificar un trato que a lo largo de la historia se ha dispensado a negros y mujeres por igual: el de la infantilización. Lo que haga alguien que no sea un hombre blanco cis merece una consideración aparte, y de ningún modo sumarse a los criterios habituales de evaluación a los que se someten aquellos. Los amos llamaban «boy» a sus esclavos por más que estos fueran hombres de metro noventa y treinta años en cada pierna. Y del mismo modo se refiere el banquero a Loy y a Doctor Senador. Incluso le pregunta a este en qué universidad se doctoró, y cuando él responde que en la Universidad de Brown, el tipo apostilla condescendiente: «Esa es la universidad para negros».

Debido a esa consideración, «la simple demanda de igualdad entre negros y blancos y de que esta se reconozca ejemplifica su fracaso, pues afirma implícitamente que los blancos son el estándar inicial de la evaluación humana» (Gordon, 2023, p. 30, traducción mía). De esto último parecen convencidos los Fadda, parcialmente ajenos al trato que les dispensan a su alrededor como «no del todo blancos». El infantiloide hijo mayor (recuerde que al pequeño lo chutaron al bando enemigo), de nombre Josto Fadda, llega incluso a recriminarle a su padre que es demasiado blando con sus rivales. «Fíjate en cómo viven», dice. «Son animales», a lo que el padre sabiamente replica: «¿Crees que no hablan así de nosotros en Mission Hill o en Leawood?». 

Verá usted: la cuestión es que, siendo los grupos de referencia racial una pantomima creada por los privilegiados para mantener su privilegio y diferenciarse de aquellos a los que deshumanizan, entraña un enorme peligro creer que uno está exento de discriminación porque, según sus propios esquemas, es distinto de aquellos a los que oprime. Cualquier grupo puede ser blanco de la ignorancia y la xenofobia si se lo sitúa en el contexto propicio. Que los blancos hayan tenido y tengan el poder en Estados Unidos solo significa que cada vez serán más exigentes a la hora de considerar iguales al prójimo. Le pongo un ejemplo: al final de esa misma conversación en el coche, Fadda Sr. resulta gravemente herido en el cuello por unos niños que jugaban con escopetas de perdigones en la acera. La comitiva mafiosa se apresura al hospital más cercano, y allí el director les niega la entrada, por más profusamente que sangre el moribundo. «Solo atendemos a cierta clase de gente», explica con una mueca de desprecio. «Respetables. Estadounidenses», aclara, y les indica dónde hay «un hospital público para los de vuestra clase». Valga resaltar que este lamentable suceso ocurre entrelazado con la visita de Loy y Doctor Senador al banco, donde también se les dará puerta (solo para robarles la idea de la tarjeta de crédito unos episodios después).

Todos los grupos oprimidos afirman que poseen algo que los grupos no oprimidos (habitualmente los opresores) reclaman en exclusiva: humanidad. A toda opresión subyace un tipo especial de desigualdad: la desigualdad respecto a las condiciones en las que uno vive diariamente (Gordon, 2023, p. 61, traducción mía).

Como consecuencia de esa desigualdad que Josto tan alegremente quería escupirles a sus enemigos negros, su padre muere. Bueno, intervienen un par de elementos más, como una enfermera llamada Oraetta que resulta ser una asesina en serie y que interpreta la petición de Josto de «ayudar» al anciano como una invitación para liquidarlo y que lo haga pasar por una complicación de su situación médica. Pero el caso es que Fadda Sr. muere y Josto Fadda, el orgulloso y estúpido hijo mayor, toma el mando de la familia. A partir de aquí, las cosas descarrilan. Por ejemplo, viene de Italia su hermano Gaetano, un tipo grande y violento que le desafía cada dos por tres. Durante el funeral, están tan ocupados en lanzarse el uno al cuello del otro que ninguno repara en la observación de su dolida mamma: ha desaparecido el anillo del padre, con el que debía ser enterrado. La sortija está ahora en posesión de Oraetta en calidad de trofeo, como tantos otros guarda de sus víctimas. Pero eso se lo ha callado.

Volviendo a la precariedad del acuerdo mafioso, cuando Loy y Josto organizan la primera reunión con este como cabecilla, la hacen para que los niños intercambiados vuelvan brevemente a casa y vean a sus progenitores. Satchel, el hijo mercantilizado de Loy, no goza de ese privilegio, y debe conformarse con ver a su padre en el jardín de los Fadda. Allí, antes de dejar ir al chico italiano para que le traigan a su hijo, Loy le dice: «Yo no soy tu padre, pero soy responsable de ti. La gente de ahí dentro es tu sangre, pero ¿te quieren?, ¿te respetan?». Y luego añade un consejo para discernir ese respeto del paternalismo social que se tiene para con los niños: lo sabrá, dice, porque «se agacharán para mirarte a los ojos». En esta escena resaltan dos elementos sustanciales. El primero es la abrumadora asimetría entre cómo el bando negro trata al niño italiano y cómo el bando italiano trata al niño negro. Satchel, el hijo de Loy, duerme sobre una litera en un cuarto con humedades en compañía del antes mencionado Rabbi (ya volveremos a esto), y nadie, salvo ese hombre acogido en el clan por méritos históricos pero en absoluto parte de la familia, se preocupa por él. En contraposición, el niño italiano juega con los demás hijos de Loy y goza de los cuidados de su esposa, la primera dama del crimen organizado afroamericano.

El segundo elemento sustancial deriva, en parte, del primero, y es que parece existir una correlación directa entre lo maltratado que haya sido un colectivo y su capacidad para el cuidado. Los italianos de esta serie, aun blancos, se relacionan con la xenofobia mediante el odio. Ejemplo de esto es que Josto atenta casi de inmediato contra el director del hospital que le negó la entrada a su padre. No ven el problema estructural más allá ni se consideran oprimidos. Esto los situaría al mismo nivel que sus rivales negros. Ellos, la familia Fadda, sí son estadounidenses de pleno derecho. Loy Cannon y compañía ni se acercan. Esto es consecuencia de una mentalidad con siglos de historia en aquellas tierras, y…

El resultado es aún más irónico: conforme la libertad que valoraba más (donde incluso una cultura conllevaba la producción activa de una realidad humana), la esclavitud se hacía repugnante, pero solo si se dirigía contra aquellos a los que se consideraba propiamente humanos (Gordon, 2023, p. 42, traducción mía).

Josto reclamaría sin titubear que su hermano, intercambiado con el bando negro, fuese tratado con las mayores atenciones (lo digo en condicional porque los negocios le aconsejan ir por otra parte; ahora le cuento), pero le resultaría del todo antinatural que Satchel, en análoga situación, comiera en su mesa. Y no vería nada raro en esto si se le confrontara con ello. Por desgracia, casi todos en el círculo de la cosa nostra de Kansas City tienen análoga actitud, salvo uno: Violante, que es el consigliere de Josto como antes lo fue de su padre. Presta para el jefe el mismo servicio que Doctor Senador para Loy. Es un asesor, el tipo con la cabeza bien amueblada, la vista fija en los negocios y el corazón sin pudrir del todo. Resulta indicativo, aunque, si se piensa, perfectamente orgánico, descubrir en el tercer episodio que él y Doctor Senador se reúnen en una cafetería regentada por afroamericanos para discutir cuestiones del acuerdo en el clima distendido que ambos crean con su madurez y templanza. Salta a la vista que entre ellos existe una relación de respeto que ninguno de los demás personajes tiene con su homólogo del bando opuesto, y mucho menos los jefes. Debido a ese respeto, Doctor Senador mantiene la calma y recurre a él tras un desagradable suceso en el segundo episodio.

En resumidas cuentas, tras la muerte de Fadda Sr., Loy Cannon toma para sí los mataderos que, hasta entonces, eran parte de la infraestructura italiana. Doctor Senador maneja la transición, y con su característico dominio de sí (aquella enkrateia que rezumaba Sócrates), espera en el despacho de uno de ellos la respuesta de los italianos. Esta llega de la mano del agresivo y corpulento Gaetano, hermano de Josto y otro en la larga fila de los que no respetan su liderazgo. Se enfrentan dialécticamente en el despacho, aunque a Gaetano se le escapa alguna hostia, pero no se alarme usted, que Doctor Senador mantiene la calma. Lo hace, por cierto, mediante un discurso de gran relevancia sociológica: le cuenta a su violento antagonista que su padre trabajó en un matadero durante treinta y tres años, pero que ellos solo comían pies de cerdo y cosas por el estilo. Las sobras. «Verás, en Estados Unidos, incluso la comida significa algo: si estás arriba o abajo, dentro o fuera… blanco o negro», dice. Luego se marcha porque poco más hay que hacer allí, salvo meterse en un baño de sangre, y no es lo que quieren. Pero apostilla en su retirada que volverán, porque mientras que los italianos acaban de llegar, ellos, las personas negras, son parte de esa tierra como el viento y el polvo. Y no es malo recordarlo, porque «el racista, en efecto, demanda a la gente racialmente denigrada que justifique su derecho a existir» (Gordon, 2023, p. 52, traducción mía), pero Doctor Senador ya ha justificado bastante.

Y esto me trae de vuelta a la reunión del episodio siguiente con Violante. Este le explica a Doctor Senador que Gaetano obró por su cuenta para desafiar la recién estrenada jefatura de su hermano Josto, y Doctor Senador le cree. Pero no desperdicia la ocasión de aclarar que conoce la diferencia entre la diplomacia y que le tomen el pelo. La aprendió en la Segunda Guerra Mundial, donde servía haciendo papeleo. En cierto punto, le mandaron a Núremberg, y su superior le encomendó una misión: habían capturado a un alto cargo nazi, y necesitaba que Doctor Senador, usando sus conocimientos y su pericia, lo interrogara hasta que confesase todo lo que necesitaban saber. Él, diligente y eficaz, lo hizo. Soportó la mirada de odio de ese nazi y, durante dos semanas, conversó con él hasta extraerle toda la información posible, que recopiló en un informe de cuatrocientas páginas con notas al pie. Pero cuando le llevó el éxito de su penosa misión al superior, este lo tiró a la basura sin mirarlo. «Solo quería que ese nazi tuviera que responderle a un negro», le dijo. Era su forma de hacerle sufrir.

Una persona que adopta esta actitud hacia la humanidad, irónicamente, no tiene problema en hacerle daño a los seres humanos en nombre de la humanidad. Tal figura es el epítome del insulto al humanismo, y sirve como punta de lanza de la mayoría de ataques que apelan con santurronería a la humanidad. Esta figura pone los principios por encima de las personas y llegará hasta casi cualquier extremo mientras sea en nombre de algo (Gordon, 2023, p. 51, traducción mía).

Doctor Senador lo aprendió por las malas, y le recuerda a Violante que los mataderos les pertenecen según los términos del acuerdo, y que, pese a que Gaetano no ha respetado dichos términos, él, Violante, insiste en que actuó por cuenta propia. Pues bien, añade, cuando se trata de respetar un trato, «nuestra palabra es exactamente igual de buena que la vuestra». Esto lo acepta Violante y la reunión concluye pacíficamente. Esta, al menos. Porque el susodicho Gaetano, aspirante a ocupar el trono, lleva aún más lejos las jugadas que realiza por su cuenta gracias a que halla en la estructura del propio Josto a un perro fiel. Calamita, se llama. Es canijo, espigado, con sombrero y, a juzgar por su cara, lleva muerto veinte años. Pero su cerebro está despierto, es de piel dura (hasta el punto de que se la quemen con un cañón al rojo vivo y no decir ni pío) y de decisiones aún más duras. En esta estela, Gaetano le ordena atentar contra el hijo mayor de Loy con idea de sacudir un poco las cosas, y Calamita, desoyendo la prudencia con la que Josto intenta mantener el acuerdo sellado por su difunto padre, obedece. Por fortuna (y la intervención de otros), el atentado falla. Pero, se acordará usted, en nuestra historia reciente contamos con alguna que otra guerra desencadenada porque se le disparó al tipo equivocado cuando iba en coche. Y eso es lo que ocurre aquí: la precaria paz entre los afroamericanos y los italianos echa a rodar cuesta abajo y sin frenos. Violante y Doctor Senador son los que tratan de evitarla, y en el encuentro siguiente al que antes le he referido, en el cuarto episodio, es el primero quien ilustra su visión de lo que está ocurriendo mediante una anécdota personal. Le dice a un receptivo Doctor Senador que, cuando llegó a Estados Unidos, no sabía cómo vestirse ni qué comer. En la calle escuchaba mucho una frase: «valores americanos». Él entendía los valores económicos y los familiares, pero no «los americanos». Hasta que, con el tiempo, se dio cuenta de que «ser americano significa fingir. Puedes fingir que eres una cosa cuando en realidad eres otra». Esta noción es de capital relevancia, porque darse cuenta de eso es

darse cuenta de que en la cultura proliferan categorías que hacen que diferentes grupos vivan en mundos diferentes, donde la violencia simbólica perjudica las capacidades perceptivas en suerte de una universalidad declarada que no logra comprender su particularidad, en contraposición a una supuesta particularidad que abraza una práctica universal debido a su compromiso continuo con sus contradicciones (Gordo, 2023, p. 47, traducción mía).

Violante comprendió esas contradicciones, y fue capaz de vivir con ellas. Doctor Senador también, o al menos, de mantenerlas a raya. Eso les une. Por desgracia, no hay forma de negociar una tregua cuando parte del bando italiano actúa con criterio independiente. O sin criterio ninguno, como parece ser el caso de Gaetano y su perro Calamita. Ellos son los que toman la decisión que garantiza que no haya vuelta atrás. Y es que la siguiente reunión a la que acude Doctor Senador, en el quinto episodio, la tiene no con Violante, que ignora lo que va a suceder, sino con Calamita y su racismo visceral. Doctor Senador, lo bastante mayor e inteligente para no aguantarle tonterías a ese gañán, abandona el lugar, pero el esqueleto con sombrero lo sigue hasta la calle y le dispara por la espalda. Para cuando Loy acude junto al cadáver de su lugarteniente, debe abandonarlo en el suelo nevado, pues la policía se aproxima y sería el colmo de su perdición que las autoridades encontraran a hombres negros con un muerto, aunque sea de los suyos.

(Continuará)


Bibliografía

Gordon, L. R. (2023). Black Existentialism & Decolonizing knowledge. Bloomsbury. 

Baum, L. F. (2016). El mago de oz. Penguin Random House.

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13 Comentarios

  1. Kalelena

    Me encanta esta temporada, me parece uno de los prismas más interesantes de toda la serie, también de las respuestas más sensibles del movimiento Black Lives Matters por parte de la televisión. Es difícil elegir entre tantos personajes y tramas brillantes, pero como veo que continuará espero poder leer un poco de todos ellos. Y me apunto al filósofo que citas!

    • Pedro Narcob

      ¡Muchas gracias, Kalelena!

      Coincido: esta temporada tiene mucha importancia social, especialmente en el momento que vivimos.

      Y efectivamente, el artículo tocará más personajes en sus siguientes partes, siempre de la mano de Gordon. Es un gran autor: ¡espero que te guste!

  2. Magnífico enfoque para esta temporada.
    Echaba de menos estos artículos.

  3. Cuanto para la reflexión. Cuantos ejemplos de racismo y sus escalas.
    Destaco el episodio del informe de 400 páginas encargado con el único propósito oculto para el autor, de ver cómo un nazi tuviera que responder a un negro con el objetivo de infringirle el mayor sufrimiento.
    Magnífico artículo ¡¡

  4. Pedro Narcob hace una exposición y crítica muy clara del capítulo. Fargo presenta una época de posicionamiento de las diferentes razas con acuerdos extremos incluso intercambiando los hijos. Me llama la agencia excelente interpretación de las palabras de Gordo respecto a las diferencias raciales y el papel de cada una en una convivencia convulsa. Es curiosa la explicación del antecedente a la actual tarjeta de crédito. Lectura amena que engancha.

  5. Esta serie de artículos es de lo mejor que he leído respecto a cualquier serie. Los análisis son muy acertados y debo decir que me tiene completamente engancha.

  6. ¡Guau! Imprescindible análisis, igual que esta temporada. Genial.

  7. Artículo muy interesante!!
    Tengo ganas de la segunda parte, y espero que no sea la última.

  8. Muy interesante. Cómo siempre Pedro Narcob, engancha.

  9. Esperando un nuevo capítulo. Enhorabuena a este gran escritor.un crítico que arriesga.

  10. Apple Moses

    Una muy interesante exposición de esta Temporada, es sorprendente cómo el artículo la escudriña tan bien, sacándole tanto jugo, que hace que den muchas ganas de volver a verla.
    Estoy deseando que la continuición de este articulo nos siga haciendo que pongamos consciencia a esta joya de serie.

  11. Mike Lake

    Gran artículo para esta serie que no deja a nadie indiferente temporada tras temporada. Análisis exhaustivo y con un enfoque muy interesante.

  12. Que largo se me ha hecho el análisis de la cuarta temporada. Los anteriores me han encantado. Esperando con ansia la segunda parte.

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