La amiga estupenda es una cosa para la que me faltan las palabras. Me da tanta envidia porque ojalá pudiera yo escribir una novela así, con tantas capas, con tanto entresijo enrevesado. La amiga estupenda me obsesiona desde hace años porque refleja tan bien el cambio de sociedad desde el Nápoles de los años 50, que se transforma década a década y que nos hace partícipes, desde dentro de la vida de dos amigas, de la diferencia de clases, el contexto político y los hechos históricos. Pero, sobre todo, me obsesiona porque la vida de las mujeres siempre ha estado llena de obstáculos y dificultades y Elena Ferrante hace un recorrido magnífico por los embates que sufren las dos protagonistas, que resulta tan vigente ahora como en los años del siglo pasado que representa. Por algo el primer volumen de la tetralogía ha sido seleccionado por el New York Times como el mejor libro del siglo XXI.
Pero, por encima de todo, me obsesiona porque Elena Ferrante es la mejor creadora de vínculos que he visto nunca, que he leído jamás. Es capaz de recrear lo más complejo de las relaciones, lo más intrincado de la intimidad, desde una perspectiva completamente política; maltrata a sus personajes y les dota de contradicciones que no hacen más que reforzar la crudeza y el realismo de las realidades que representan. Están abocados a reaccionar ante sus circunstancias.
La amiga estupenda es muchas cosas, pero desde luego es un reclamo feminista, una reivindicación a dos voces. Elena Ferrante refleja la sociedad machista en las diferentes fases de la vida de las mujeres: la infancia, la adolescencia, la primera adultez y la madurez. Las luchas internas y externas que viven las dos amigas, los conflictos a los que se enfrentan y los caminos que se ven obligadas a tomar.
Infancia
La educación es la base de la independencia de toda persona. Nada refleja mejor el papel explotado de la mujer que la prohibición a la educación, donde se la restringe de libertad y se la condena a la supeditación a un hombre.
Desde el inicio de los libros y la serie, se nos deja muy claro que Lila es la más inteligente y que Lenù la sigue, aunque sea de muy cerca. Lenù, la narradora, durante toda su vida quedará sobrecogida a la sombra del intelecto de Lila, pero, a pesar de su mente desbordante, Lila, la más capaz, no lo consigue. A Lila, como mujer, se le prohíbe estudiar, lo que constituye el rebate definitivo a la noción actual de que, si te esfuerzas, si pones de tu parte, conseguirás todo lo que te propongas. El tan adorado y esperanzador american dream desde luego no funciona en el caso de las mujeres, del Nápoles de los años 50 ni de las clases sociales con menos recursos. Lenù, sin embargo, convence a sus padres para continuar sus estudios. Desde un mismo punto de partida, el barrio pobre y descarnado, dos vidas que parecían la misma se separan, es el sitio en el que se dividen, ahí se estratifican y una predomina. Cada amiga escoge de entre las opciones que tiene, aunque no sean las que quisieran, y Lenù acaba ascendiendo socialmente gracias a la educación.
Lila y Lenù son como una única persona que se desdoblara entre la que pudo y la que no, la pobre de la que escaló. Y ese es el choque principal de sus vidas, lo que ya las separará por siempre: la envidia y resquemor de Lila, que se queda atrás, que se ve inundada y se resigna a aceptar lo que le ha tocado vivir, pero presionando siempre a Lenù para que sea mejor, para vivir quizás a través de ella y reforzar los estereotipos que les han asignado. Es la prisión de la clase social de la que no puede escapar, es el rencor por una puerta que a ella se le ha cerrado.
Adolescencia
Ante la convención social e incluso la prohibición de valerse por sí mismas, las mujeres del barrio buscan posicionarse a través de la única salida que les queda, el matrimonio, y para ello intentan pillar el mayor pez gordo posible. Se adentran en el juego que momentáneamente las eleva, que es la cosificación de la mujer como objeto de admiración y alabanza para luego ser utilizado para placer y beneficio de los hombres. Comienza el juego de la seducción, en el que se ven implicados padres, madres y hermanos para conseguir un buen matrimonio que beneficie a la familia al completo. La mujer es tan solo una moneda de cambio.
En la segunda temporada, tras casarse, Lila afirma: «Los mierdas de mi marido y mi hermano me han utilizado. Piensan que no soy una persona, solo una cosa». Lila tiene razón. Vemos cómo tratan a las mujeres como premios que hay que ganar, las colman de regalos, las embelesan y, en cuanto se casan, la actitud cambia y ellas pasan a ser niñas a las que disciplinar. Pierden toda la libertad que tenían de solteras y se ven encerradas en una autoridad a la que deben obediencia y placer. En la noche de bodas, el ya marido de Lila la fuerza ante su no, obtiene su derecho firmado y la agrede y la viola.
Con el ejemplo de las mujeres jóvenes del barrio, Elena Ferrante expone los cimientos de la sociedad machista: la mujer solo puede aspirar a hacer un buen casamiento para luego convertirse en ama de casa y madre. De objetos bellos que conquistar se convierten en trapos sucios encerrados en casa, y el cuerpo de la mujer se convierte entonces en propiedad del marido. La mujer queda como una mano de obra para que los hombres hagan sus vidas públicas y ellas se limiten a gestar, criar y cuidar. Así, Gigliola, la que mejor se casó, confiesa: «Siempre estoy sola. Me he casado con nadie, Lenù.[…] ¿Tú crees que existo? Mírame, ¿crees que existo? […] Nunca me ha querido. Los hombres solo se casan para tener una criada».
Adultez temprana
Una vez emparejadas o casadas, llegamos a la siguiente fase del gobierno sobre el cuerpo de la mujer: el control sobre su vida sexual. Por supuesto, tras casarse, las agresiones y palizas que sufre Lila no tienen importancia y el barrio acaba repudiándola por romper con sus obligaciones para con el matrimonio, por ser el estereotipo de mala mujer.
En los años 70 aparece la pastilla anticonceptiva, que, sin embargo, era ilegal y solo se recetaba a mujeres casadas bajo la excusa de regular el ciclo, no como medida anticonceptiva. No solo se pretende imponer y opinar sobre con quién deben o no acostarse, sino también sobre cómo y cuándo deben tener hijos. En esa misma década se sucedieron diversas revueltas y manifestaciones en toda Italia y, en especial, en Florencia, donde se encuentra Lenù, que se englobaron dentro de la segunda ola feminista que reclamaba ciertas reformas para la igualdad de género. Una época en la que el adulterio se consideraba delito y que consiguió aprobar, entre otras, la ley del divorcio en 1970 y la ley del aborto en 1978.
Lila acude a un médico para sanar su debilitada condición física y acaba pidiéndole una receta para la píldora:
—¿Tienes hijos?
—Tengo uno.
—Es poco.
—A mí me basta.
—Un embarazo te ayudaría. No hay medicina mejor para una mujer.
Lenù, por su parte, acaba de graduarse en la universidad y tiene muy claro lo que quiere de su vida y de su cuerpo; así, informa a su prometido de que no quiere tener hijos nada más casarse, que pretende tomar la píldora y esperar a escribir otro libro. La respuesta que obtiene es alta y definitiva: que la gente se casa para tener hijos, que puede escribir mientras está embarazada. En definitiva, la presiona para no utilizar métodos anticonceptivos, le explicita que no quiere que los tome, porque su deber es tener descendencia. Se hace entonces evidente que su educación no le ha dado la libertad que esperaba, Lenù nunca llega a tener decisión sobre su vida reproductiva.
Madurez
A pesar de formar parte de la intelectualidad que tanto valora y de ascender a una burguesía erudita, prevalecen los mismos valores que en el barrio del que ha escapado. Tras dar a luz a su primera hija, Lenù se siente abrumada y exhausta por los cuidados que requiere el bebé y que recaen tan solo en ella, y así se lo hace saber a su marido, para que la ayude a dormirla, para que le dé de comer. Él se niega a ocuparse y cierra la puerta de su despacho para continuar su trabajo. Igual que antes le había insinuado que su cometido en el matrimonio era tener hijos, ahora hace evidente que, tras tenerlos, su deber es criar y cuidar de la descendencia.
Resulta sobrecogedor el ahogo de Lenù, la impotencia que manifiesta al no poder escribir, al no tener la libertad de dedicarse a lo que ha estudiado; siente el encerramiento de la mujer, la soledad dentro de su propia casa, atrapada en los cuidados, y lo pone de manifiesto con una frase rotunda: «El matrimonio era una prisión». Pero no se queda callada y, ante la negativa de su marido a compartir las tareas, recurre a la opción de buscar a alguien que la ayude con el bebé.
—Hagamos lo que dijo Adele, busquemos a alguien en Florencia.
—No, prefiero que no. No quiero esclavos en mi casa.
—¿Estás diciendo que la esclava tengo que ser yo? Hago la colada, te plancho la ropa, te cocino, limpio la casa, crío a tu hija, ¿y tú?
Lenù debe renunciar a su trabajo durante los años de crianza mientras su marido no deja de reunir logros y premios, que es la base del trabajo de una para el éxito de otro. Lo que también se llama desigualdad, lo que también se llama explotación. Y eso es quizás lo que nos sorprende en un primer momento y lo que nos conecta a todas, que él cierre la puerta de su despacho cuando el bebé llora, esa crueldad, porque la lucha por una igualdad real entre géneros va más allá de cualquier clase social y cualquier ideología, que los estandartes que un hombre de izquierda porta orgullosamente en la mano no nos incluyen, que la lucha de Marx y Engels tampoco nos priorizó.
La única defensa de Lenù ante la incomprensión y la inacción de su marido, ante la «prisión del matrimonio» es la rabia. Ella está siempre enfadada, dispuesta a recriminarle cualquier cosa, pero él se ha educado en el privilegio machista y en su posición social, donde su trabajo es la prioridad y todo su estatus y no está dispuesto a cambiar nada porque no cree que tenga nada que cambiar.
En el barrio de Nápoles, todo el mundo desconfía de Lila porque, ella misma lo dice, Lenù es buena y ella es mala. Durante toda su vida, Lila se ha rebelado contra lo que los demás querían imponerle, se subleva ante los hombres, ante su familia, ante el trabajo, ante la vida misma a modo de protesta. Al experimentar lo que es la vida de casada es cuando Lenù comienza a hacer «cosas malas», cuando su matrimonio la asfixia y se enfrenta continuamente a su marido, lo ataca por el simple hecho de atacarlo, es inconsistente, se posiciona incluso en contra de su propia ideología. Se revuelve y ataca como única salida para expresar su malestar, deja de ser comprensiva y arremete contra lo que la constriñe: su marido, su matrimonio, sus hijas.
Eso es lo que veremos en la cuarta temporada, basada en el cuarto y último libro de la saga de Elena Ferrante, y que se estrena ahora. Veremos cómo se desarrollará con más profundidad la relación de Lenù con sus hijas a medida que van creciendo, la ira y la exasperación que acaba pagando con ellas. Su necesidad de huir, su culpabilidad por desatenderlas.
Me fascina que Elena Ferrante no victimice a su protagonista, que no la idealice, sino que la llene de contradicciones y tensiones, como las tenemos todas. Que los personajes hagan cosas malas, que se vean las consecuencias de un ahogo, de un encierro, de no saber gestionar emocionalmente algo que no has elegido del todo o que no es como pensabas. Porque, al final, la vida de Lila y Lenù es una vida de lucha. La lucha por su educación, por escoger con quién quieren casarse y con quién acostarse, por su salud sexual y reproductiva y por decidir sobre su cuerpo, por trabajar y compartir la crianza.
La amiga estupenda es la gran historia de cómo las mujeres luchan por tomar las decisiones sobre su propia vida, sobre cómo quieren vivir y cómo no pueden hacerlo.