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Paul Bowles: un héroe fuera de foco (y 2)

Paul Bowles, 1987. Fotografía: Ulf Andersen / Getty.
Paul Bowles, 1987. Fotografía: Ulf Andersen / Getty.

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5. Recompensa

Por fuera, en sus explanadas al sol, se pueden encontrar librerías cuidadas con libros en francés y cafés con tarifas dolarizadas. Por dentro, en sus pasadizos medievales, se pueden ver mendigos cubiertos de moscas, envueltos en una carcasa de vaca, vendiendo hachís. Desde los cincuenta en adelante, con distintos picos de intensidad, Tánger se transformó en una ciudad donde se puede conseguir cualquier cosa: desde especias afrodisíacas y alfombras de tramas hipnóticas, pasando por joyas y relojes de oro falso, hasta drogas alucinógenas como el kif y el opio.

Después de ese viaje, Paul y Jane decidieron quedarse a vivir ahí. Con el tiempo se transformaron en los anfitriones de la generación beat. Fueron los precursores norteamericanos de un estilo de vida que se intensificó durante la guerra fría con figuras como Truman Capote, William Burroughs y Allen Ginsberg, escritores que buscaban ser ciudadanos del mundo, desconfiaban de la modernidad y descreían del valor de las naciones como parte constitutiva de sus identidades.

Durante años, esta ciudad que parece bajar al mar, desde la que se puede ver la costa sur de España, fue vivenciada como un terreno inexplorado al que todavía no había llegado el hombre occidental con sus propuestas de vida. Por eso muchos pensadores, escritores, artistas plásticos y músicos decidieron hacer su experiencia en esta ciudad que no es ni tan europea ni tan africana, al mismo tiempo.

La forma en la que Paul Bowles experimentó Tánger no fue la misma que la de la beat generation, ni la de su mujer, ni la de los turistas, ni la de las personas de a pie. Por eso persistió. En su libro Días y viajes, su único diario, relata parte de su vida bohemia entre musulmanes sunitas durante cuarenta años. En su escritura plantea una relación ajena y distante que, con cierto respeto y pudor, vive fascinado por la diferencia de costumbres y rituales.

En ese paraíso de aguas color turquesa y playas de arena tibia, marcado por el narcotráfico, los excesos, la libertad, el hippismo, el globalismo internacional, los paraísos fiscales y la conformación de grandes empresas internacionales a espaldas de una población extremadamente pobre, Bowles se abstraía para preocuparse por las cosas que le interesaban, por ejemplo, la música y los cafés. Era un convencido de que, a la hora de describir un pasaje, se podía captar la cosmovisión completa de un lugar. En la pupila de la mirada de un joven musulmán se podía ver el origen del universo, en un granito de arena o en el sonido de un instrumento, podía estar escondida la historia entera de una civilización.

De los cafés decía que eran espacios en los que, a diferencia de en Nueva York, un hombre puede comer, bañarse y hasta dormir. De la música marroquí decía que todo lo que había aprendido era gracias a un libro de Patrocinio García Barriuso, un cura español al que se había dedicado a investigar en detalle. En un momento se fascinó y estudió a los Jajuka, un grupo de músicos maestros de cuatro mil años de antigüedad que tuvieron una gran influencia en The Pipes Of Pan At Joujouka, un disco de Brian Jones, el ex-Rolling Stone, publicado post mortem. Por su fuerte vínculo con España, también compuso la música para una adaptación de Yerma, la obra de García Lorca. Se transformó en un experto en música tribal aunque amaba los clásicos occidentales. Sus estudios y composiciones forman parte de la Biblioteca del Tesoro de Estados Unidos. 

6. Resurrección

En 1990, su amigo italiano y director Bernardo Bertolucci decide adaptar El cielo protector al cine. En inglés el título fue el mismo, en español se tradujo como Refugio para el amor. La película tiene la misma trama que la novela. Comienza en una tarde calurosa de café. De lejos, Paul Bowles ve cómo el trío, interpretado por Debra Winger, John Malkovich y Campbell Scott, comienza a preparar su itinerario de viaje.

El tratamiento estético es un componente fundamental. La película juega con el atardecer y los colores anaranjados, el adentro y el afuera. La luz que se oculta e ilumina el desierto es igual a la de una vela encendida en las penumbras de una habitación. La tarde que termina tiene el mismo color que la brasa de un cigarrillo. En la película todo parece arder todo el tiempo.

En los diálogos acontecen los giros protagónicos —frases como «A veces no estoy acá y allá está tan lejos»—, pero son los paisajes quienes hablan por sí solos: el desierto del Sahara, su cielo, el periplo por pueblos fantasmas y ciudades perdidas que van visitando en cada paraje. Una enseñanza que se mastica mientras los camellos viajan bajo el rayo del sol: cuando estás en una crisis de matrimonio es preferible irse solo en auto con dos turistas insoportables antes que compartir un viaje en tren con tu pareja.

7. Regreso con el elixir

A diferencia del amante de una noche, que no puede existir sin la ausencia posterior, el enamorado no necesita de la presencia del otro para ser, la ausencia es una condición para su amor.

Mientras Jane Aure estuvo internada, Paul le enviaba cartas y regalos. Fueron años muy difíciles: ataques al hígado, ceguera y locura. Las causas fueron múltiples pero dos fueron elementales: la ingesta abusiva de maŷún, un dulce marroquí hecho a base de resina de marihuana y la relación tóxica con Cherifa, una musulmana semianalfabeta que, durante el tiempo en que se conocieron, habría envenenado sus comidas con tekwal, un veneno de la zona. 

El viajero, a diferencia del turista, no necesita de la mímesis para construir la relación con su entorno. No necesita ponerse un turbante o bailar una danza bajo los efectos de una bebida alucinógena para estar entre musulmanes. 

A Paul no le gustaban los aviones, prefería viajar en barco, tener un camarote, llevar decenas de valijas y alquilar una casa por varios meses antes de llegar a destino. Tras enviudar, se dedicó a recibir gente en su pequeño apartamento. Como habitante vitalicio de Tánger, admitió que la cultura islámica solo le servía como una separación con la cultura estadounidense. Nunca pudo compartir la esencia de esa cultura: el caos como un principio ordenador.

El turista necesita viajar para creer que viaja. El viajero decide cuándo comienza y termina el viaje. Ser un viajero no es una condición de mercado, no se mide por la cantidad de sellos en un pasaporte, es una posición metafísica: puede estar acostado en una cama durante años y, al mismo tiempo, decir que todavía está viajando.

En mayo de 1974, en una entrevista para la Rolling Stone, dijo que su viaje terminaba cuando llegara la muerte. Eso sucedió el 18 de noviembre de 1999. 

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