«Los primeros recuerdos de mi vida son los hospitales. Tenía una neumonía y todos estaban alrededor de mi cama en el hospital. Tal vez mi padre estuviera allí, o el que creía que fuera mi padre, porque nunca lo supe«. Huérfano desde siempre, porque su padre biológico, James Kirkpatrick, se desentendió de su madre nada más dejarla embarazada, Mike Tyson creció en el miedo. En su barrio, a caballo entre Brownsville y Crown Heights, matabas o te mataban. El corazón más sucio de Brooklyn no era un crucero de placer para un chico tímido, introvertido, gordo y con complejo de inferioridad. Su madre, Donna Tyson, trató de protegerle, pero fue en vano. El pequeño Michael era el blanco perfecto del resto de los chicos de un vecindario hostil. Raro era el día que no le pegaban, que no le robaban en plena calle o que no le humillaban. Lo noquearon varias veces, le agredieron con un bate de béisbol y le partieron un ladrillo en la cabeza. Estaba asustado y veía cómo su extrema timidez era traducida por los vagos del barrio como un gesto de debilidad, del que abusaban después de la escuela. «Una vez cogieron mis gafas y me las rompieron. Salí corriendo. Estaba asustado, no quería que me humillaran«. Obeso, torpe, analfabeto y asustado, Mike sólo encontraba refugio en sus silenciosas y frágiles compañeras, las palomas mensajeras. Por ellas le detuvieron por primera vez, cuando sólo tenía seis años y rompió un escaparate para llevarse a casa un pichón. Las palomas, como él, respetaban el silencio y la soledad. Ellas no le arañaban de frente y perfil. Respetaban su miedo, no les importaba compartir unas migas de pan con un gordo con gafas. «Me gustaban las palomas. Un día un tipo me las quitó y a una de mis palomas le retorció el cuello y la mató. Esa fue mi primera pelea. A partir de entonces, todo el mundo me respetó«. Alistado en una peligrosa pandilla de gamberros callejeros, detenido casi cuarenta veces por hurto, incluso a mano armada, Mike llevó sus miserias hasta el reformatorio. Allí descargó su frustración y se expresó con el único lenguaje que sabía hablar: el de sus puños. Su pegada, una fuerza de la naturaleza, sirvió para que adivinaran en él condiciones innatas para boxear. Podría ser un futuro campeón. Pero se necesitaba que alguien canalizara toda esa violencia encerrada en un cuerpo de adolescente. Entonces decidieron llevarle a casa de Cus D’Amato, un ex boxeador que había hecho fortuna como mentor de Floyd Patterson.
Cuando Tyson llegó a Catskill, D’Amato le recibió de manera cariñosa y le enseñó su casa. Era una mansión de la época victoriana, de catorce dormitorios, llena de muebles de lujo. A Mike los ojos se le salían de las órbitas. Aquello no tenía nada que ver con el correccional, ni con su maldito barrio infestado de pobreza y delincuencia. «Me dije a mi mismo, ahora voy a esperar hasta la noche y cuando estén durmiendo, le voy a robar todo esto a estos blancos tan confiados«. D’Amato lo miró, le puso la mano en el hombro y le dijo: «Esta es tu casa. Si me obedeces en todo, serás campeón del mundo y podrás ayudar a tu familia, sólo tienes que confiar en mi«. Tyson pensó que aquel viejo estaba loco, pero después de una copiosa cena, mientras todos dormían, no se levantó a hurtadillas para robar a su nuevo maestro. Simplemente, permaneció en su cama, en silencio, esperando acontecimientos. Echaba de menos a sus palomas, pero aquel blanco parecía sincero y él soñaba con ser campeón del mundo. Con sacar a su familia de aquella hedionda cloaca del barrio. Durante las tres primeras semanas, Cus se pasó el día y la noche hablándole del boxeo, convenciéndole de que no era físico, sino espiritual. En la cuarta semana, mientras entrenaba, no dejaba de alargarle, de darle ánimo, de levantarle la autoestima. «Si te ves haciéndolo bien, lo harás bien«. Corría 20 kilómetros diarios, hacía flexiones, saco y sesiones interminables de sombra. Cus jamás se despegaba de su lado. «La velocidad mata, la rapidez es letal, tu eres un rayo, el más rápido«. Se lo repetía una y otra vez. Una y otra vez. Hasta la hora de cenar. Después, ambos se sentaban en el comedor y visionaban cintas de vídeo. El entrenador le ponía los mejores combates del siglo y analizaba, en voz alta, todos los golpes de aquellos gigantes del ring, para que Mike mimetizara y sincronizara esos movimientos. «De niño veía todas las colecciones de Cus, sabía todos sus movimientos y él me hacía estudiarlos. Vimos esos vídeos cada noche, desde los catorce años hasta que cumplí los veinte, con dos sesiones por noche«. Al caer la noche, cuando Tyson se acostaba, su mentor se apostaba, al pie de su cama, para hablarle del carácter de los hombres. «Sabía que con él ahí, cada noche, junto a mi cama, nada malo podría pasarme«. Le hablaba de Alí, de Frazier, de Marciano, de los mejores. Y le repetía, una y otra vez, que él estaba hecho del mismo material que ellos, pero que sólo tenía que domar su miedo, convertirlo en su mejor amigo, en su mejor aliado. «¿Quieres de verdad ser el campeón? Lo serás. Persigue un sueño y lo conseguirás«. Mike Tyson, aquel ladrón de poca monta de un barrio conflictivo que vivía asustado, se transformó en un alumno modélico, en un chico disciplinado. «Gracias a Cus dejé de ser un ladrón. Mi vida cambió. Él me cambió. Me lavó el cerebro, me convenció de que era el mejor. Me hizo de todo, me convirtió en otra persona«.
El venerable Cus se esforzó en fabricar al campeón más duro y agresivo de la historia. Lo logró gracias al sudor y la cultura del esfuerzo, pero ganó la batalla por su discurso dirigido al corazón. «Yo no enseño boxeo. Trato de enseñar sobre el poder de las emociones y el poder de la mente«. D’Amato golpeó y golpeó en el yunque de su obsesión. Y su obsesión era transformar a Mike, una oveja descarriada, en un campeón. «Mike, los héroes y los cobardes tienen el mismo miedo, pero solo el héroe es el que reacciona. Tu eres un héroe, hijo«. Le hablaba de respeto, de amor, de la vida, de la familia, de ser un hombre siempre y en cualquier circunstancia. De cómo no dejarse cegar por el éxito, de cómo gestionar el fracaso, de cómo ser fiel a uno mismo, de no traicionar nunca sus principios. «Mike es mi hijo. Hace años que debería estar muerto, pero él me da la motivación para poder seguir vivo. Es mi única razón para poder continuar. Quiero verte campeón hijo, sé que puedes hacerlo. Las personas mueren cuando ya no quieren vivir, pero Mike me da la motivación y voy a seguir con vida. No me iré hasta que eso suceda«. Pero Cus se fue antes de que eso sucediera. El 4 de noviembre de 1985, una neumonía aceleró su muerte. Había preparado a Tyson para salir al ring y destruir. Había fabricado la máquina de matar más precisa de la historia. Había forjado una voluntad de hierro en el cuadrilátero (‘I refuse the loose’). Había brindado a aquel niño negro todo el amor del padre que jamás pudo tener. Su verdadero padre murió sin haber visto cumplido su sueño, verle coronado del mundo. Por eso visitó su mausoleo, en 1985, para descorchar una botella de champán y contarle a Cus que lo habían logrado, que ambos estaban en la cima del mundo, que la corona era cosa de ambos. «Vive conmigo, Cus forma parte de mi. Es imposible olvidarle«.
Con el paso del tiempo, cuando se hicieron públicos los detalles sobre cómo se había fabricado a Mike Tyson como superestrella del boxeo, la intensa relación D’Amato y Tyson fue fuente de inspiración para la industria de Hollywood. Sylvester Stallone, para continuar con éxito la saga de la oscarizada Rocky –donde realizó una recreación del combate entre Wepner y Alí– , convenció al director John G. Avlidsen de basar el momento cumbre de Rocky V en los mejores diálogos de Cus D’Amato y Mike Tyson, para conformar el guión adaptado. El director aceptó y la cinta recogió la esencia de las conversaciones entre Cus y Mike, asignando sus frases a los personajes ficticios de Rocky y su venerable mánager, Mickey, interpretado por el genial Burguess Meredith. Aquellos diálogos, ambientados con la excepcional canción Mickey, compuesta por Bill Conti, se convirtieron en el momento más intenso de la quinta entrega de la saga del ‘potro italiano’. Frases que, para siempre, inmortalizaron la grandeza de Cus D’Amato.
Veinticinco años después de la muerte de Cus D’Amato, los renglones torcidos de la vida de Tyson han vuelto a cobrar sentido. Después de dilapidar su fortuna, tras haber sido víctima de sirenas que dicen te quiero si ven una cartera llena y de haberse visto privado de libertad, Tyson se desembarazó del promotor Don King, la sanguijuela que le había chupado toda la sangre. Ahora trata, a pesar de sus agobios económicos, de rehacer su vida, escuchando los consejos de grandes figuras como Magic Johnson, ex estrella de Los Angeles Lakers. Tyson, que volvió al ring sólo por dinero, parece haber consuelo en su relación con Mónica. Sus hijos, Gina, Mikey, Rayna y su único varón, Amir, son el centro de su vida. Desposeído de su millonaria fortuna por su mala cabeza y sus malas compañías, trata de no fracasar en su matrimonio y se alquila, por horas, para hacer acto de aparición en fiestas y cumpleaños de particulares. Sigue enamorado de la paz que le infunden las palomas mensajeras, cree que el amor es más fuerte que el odio y se imagina cómo habría sido su vida si al viejo Cus no se lo hubiera llevado al otro barrio aquella maldita pulmonía. Su ángel de la guardia jamás le habría abandonado, jamás habría permitido que le hicieran tanto daño, ni que le exhibieran como un mono de feria para meter un poco de pasta en su aplanada cuenta corriente. Jamás habría permitido que Tyson se convirtiera en su propio verdugo.
Hoy, el viejo gimnasio de Cus, aún con ese inconfundible olor a linimento, sigue activo. Se encuentra en el número catorce de Union Street Square que, desde 1993, recibió el nombre de ‘Cus D’Amato Way’. Los más viejos del lugar siguen recordando los gritos que salían de aquellas cuatro paredes, cuando Cus trataba de enseñar a Floyd Patterson la defensa ‘Peek-a-boo’, que le catapultaría a la fama y el campeonato del mundo. Los vecinos confiesan que, en primavera, el barrio recibe la visita sorpresa de Tyson. El campeón llega al gimnasio, inspecciona el estado de salud de las paredes del edificio y después se pasa un buen rato apoyado en el quicio de la puerta, con un rictus de nostalgia. Luego coge el coche y se dirige al cementerio. Allí busca la tumba de su mentor, el viejo Cus, y deposita una flor junto a ella. Trata de bucear en sus recuerdos, rememorar las palabras de quien le enseñó a dominar su miedo. El peso pesado con más instinto asesino de la historia contempla la sepultura del que fue su verdadero padre y llora, desconsolado, preguntándose por qué se marchó antes de haberle visto coronarse campeón. ‘King Kong’ se lleva sus negras manazas a la cara para secarse el llanto, pero las lágrimas siguen deslizándose, a su antojo, por sus mejillas. Cuentan que, cuando logra serenarse, ‘Iron Mike’ se sienta al pie de la lápida de Cus y permanece ahí, sin mover un músculo, con la mirada perdida. Luego se coloca enfrente de la tumba y lee, en voz alta, la frase que le dedicó Cus. La misma que él mandó grabar, cuando murió, sobre la piedra de su lápida. «Primero transformé la chispa en una llama. Esta se tornó fuego. Y el fuego, en un incendio incontrolable«. Cuando enfila el camino hacia su coche, mientras abandona el cementerio, Tyson vuelve a recordar las sabias palabras de Cus, su chispa adecuada. Entonces, el alma de ‘King Kong’ se estremece.
Es el mejor artículo que te he leído jamás, y los has hecho extraordinarios. Este y el de Fernando Martín son grandes historias, que no sólo son deporte, son la vida. Enhorabuena, nunca cambies Rubén.
sublime, se me ha puesto gallina de piel
y las escarpias como pelos.
Como dice el Sr. Perarnau cuando habla de un genio bajito, el diccionario se queda sin adjetivos
Rubén, aunque no me canso de decírtelo por twitter tengo que repetírtelo: Escribiendo eres TOP de TOP’s, pero cuando tecleas para conformar historias sobre boxeo simplemente pareces de otro planeta.
Enhorabuena, barrilete cósmico.
Pingback: La chispa adecuada de Mike Tyson
Me voy quedando sin adjetivos cada vez que leo una de tus historias. Sólo puedo desear que durante mucho tiempo nos las sigas brindando.
Maravilloso señor Uría. Acaba usted de derribar el muro que oculta al hombre detrás de la bestia del Garden. Un relato precioso de un mundo, el del boxeo, demasiado oscuro y sucio en muchas ocasiones.
Ya os he felicitado por twitter, pero no puedo dejar de hacerlo aquí también. Todos y cada uno de los post de Ruben Uría sobre el mundo del Boxeo son excepcionales y ademas sabe como enfocar cada uno de ellos de la mejor manera creando en cada caso un hilo conductor para llegar al lector que remarca lo extraordionario de esa historia, lo que la hace diferente. Y eso no es ni más ni menos que literatura.
¡¡¡Simplemente delicioso!!!
Ruben, no dejes de regalarnos estos pedacitos de historia del deporte que muestran a la persona más allá del mito.
Artículos como este merecen estar guardados en la antología del periodismo, de la narrativa o de lo que sea. Además, ilustrado con unos video míticos. ¿ Para cuando Rubén Uría dirigiendo un programa en una de las grandes emisoras/televisiones sobre deporte ?.
como te dije en FB, incomensurable ; me encanta ese toque que le das a tus relatos tratando a deportistas célebres, grandes o de caña y barro como lo que son en la esencia : seres humanos que también sufren y viven el mismo mundo que nosotros. Me encanta leerte
Gran Artículo Rubén, sublime redacción y magnífica historia.
De una profundidad que me deja helado, cada día es un placer entrar en jotdown, mil gracias.
Bueno, ya veo que todo el mundo por fin sabe lo bueno que eres y lo gran periodista que hace tiempo eres. Repito, para mi, el mejor de todos.
Gran artículo
Imprescindible el documental de Canal + acerca de Mike Tyson.
De 100 este artículo Rubén, es un gusto poder leerte cada poco. Mira que no te imaginas lo maravilloso y lo emotivo que resulta este artículo para quienes crecimos viendo las peleas de IRON MIKE.
Saludos desde Guatemala
qué bueno !
Sublime Ruben, eres el Messi del periodismo. Crack
Rubén por algo te apodan el «Hacha» porque diseccionas las historias y profundizas en los sentimientos de los personajes. Los que te leemos, disfrutamos de las mismas porque nos identificamos con tu manera de escribir y sentimos que nos traspasas esos sentimientos. Un abrazo.
Gran artículo, en la línea de rehabilitar la imagen de tyson, lo q me parece cojonudo. Todas las «cagadas» de su vida no son si no consecuencias del daño q le hizo la gente: periodistas, consumidores de noticias, familia, promotores, managers….además, para mi es difícil ver u boxeador tan espectacular. No sé si fue el mejor (nunca se sabrá) pero sin duda fue el más espectacular.
Grande Rubén.
De acuerdo con q el documental de canal+ es imprescindible, reflejan un tyso sereno, crítico, sincero, tremendamente lúcido..en fin, una sorpresa muy agradable para los q teníamos una imagen muy negativa de él.
Gran articulo, sobre la vida de estas personas, aqui se percibe mejor la perpectiva de tyson, y no como lo catalogan por ahi de mujeriego, drogadicto y mala persona. muy bueno un 10
Considero que obviar la gran adicción de Mike Tyson a la cocaína desde finales de los años 80, piedra angular de su declive pugilístico y personal, en este artículo es poco menos que un sacrilegio.
No por ello ensombrecemos la figura de Mike, un ídolo y mito de este deporte, como muchos pensarán. Es humano. Hasta él mismo reconoció hace poco que sus últimas apariciones en películas y espectáculos estaban principalmente destinadas a financiar su adicción.
Por este motivo este artículo de Rubén Uría se me hace incompleto y desacertado.
Muchas felicidades Hacha y gracias por estos regalos que nos haces. Qué suerte tuvo Tyson de que se cruzara en su vida Cus D’Amato. Lástima que no pudiera verle triunfar.
buen artículo, pero el verbo «halagar» lleva H, por Dios.
Buen artículo Rubén pero… ¿para cuando uno dedicado a Sam Langford? Hispania debe saber.
Hola,
Me ha gustado el artículo. El boxeo tiene un encanto muy especial para quien lo conoce. Es un deporte que se siente, y si el que escribe tiene capacidad de comunicar llega mucho al lector.
En el fondo, a medida que iba leyendo el artículo, me daba cuenta de que giraba tanto en torno a la figura de Cus D´Amato como sobre el propio Tyson. Cus era uno de esos managers antiguos, old school, que cuidaban de sus chicos, de la escuela de los Ray Arcel, Angelo Dundee, Eddie Futch, Charlie Goldman o Jack Blackburn.
D´Amato era un enfermo del boxeo, vivía obsesionado con la mafia, quien hasta la segunda mitad de los 60, controlaba a prácticamente la totalidad de campeones y títulos del mundo del boxeo, con Frankie Carbo como cabeza visible, Blinky Palermo como delfín, y Jim Norris propietario del Madison Square Garden como asociado. Liston, LaMotta, Kid Gavilan, Willie Pep y un sin número de excampeones mundiales, desfilaron ante el Senador Kefauver cuando se intentó limpiar el boxeo del hampa.
Con todo, a D´Amato le quedó el sello de la cosa nostra, y nunca terminó de quitarse el sambenito de que lo “vigilaban”. Como manager de Floyd Patterson, Cus rechazó abiertamente hacer acuerdos con los bajos fondos. Hubo un tiempo en que esto era muy difícil, la mafía lo veía con los ojos de un viejo loco raro y excéntrico.
El legado de D´Amato va mucho más allá de sus campeones mundiales en Floyd Patterson, José Torres o en el Huracán de Brooklyn, porque Cus fue el primer entrenador que desnudó sin tapujos los miedos del boxeador. Hasta entonces, era un tabú hablar de miedo a un boxeador. Se suponía que un boxeador bien entrenado, que aspira al campeonato o que de hecho era un campeón desconocía el significado del temor.
D´Amato fue capaz de captar esa sensibilidad en el boxeador, y librarle de esa pesada carga. Por eso decía que el miedo era normal, y que el miedo podía ser tu amigo o tu enemigo. Dependía de ti el que fuera una cosa u otra, transformándolo de enemigo en amigo.
Por último, añadir que quien está reconocido generalmente como la inspiración de la hoja cortante que Burgess Meredith empuña en el personaje de Mickey Goldmill en las películas de Rocky de Sylvester Stallone es Freddie Brown mano derecha de Ray Arcel, manager y entrenador entre otros de Roberto Durán. Brown como Arcel, habían estado en el juego de las peleas desde los años de la Depresión, era unos entrenadores de la vieja escuela de quienes Angelo Dundee decía: “Estos tíos son más viejos que el agua”. Stallone tenía una gran relación de amistad con Roberto Durán (de hecho Mano de Piedra sale haciendo de compañero de sparring en una secuencia de Rocky II), posiblemente el mejor boxeador de los 70, y de ahí vino la influencia para agriar al personaje de Mickey.
Un saludo
Buenísimo, enhorabuena y muchas gracias.
A ver para cuando un artículo sobre Ippo Makunoichi!!
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Bien , Uria… en tu linea
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