A principios del siglo pasado1, partieron varias expediciones para encontrar una ruta comercial hacia el este. Se pensaba que había un atajo por el norte de Terranova y el sur del Círculo Polar Ártico. (…) La última que partió estaba dirigida por sir John Franklin, que era el hombre perfecto para la misión porque daba muy bien el tipo: llevaba patillas y era un inglés gordezuelo y sonrosado. El problema es que era básicamente un imbécil aunque, eso sí, un hombre de buena cuna. Equipó su barco con lo imprescindible en lo que a él concernía, que era una mesa de billar, una biblioteca y un gran stock de oporto. Lo que se olvidó de subir a bordo fue comida, pero esto no importaba porque solo la tripulación iba a necesitar ese tipo de cosas… Eran de clase baja.
(…) Cuando encontraron el barco de Franklin estaba a muchas millas de distancia de cualquier lugar que nadie pudiera explicar. En el barco encontraron a algunos de los marineros congelados y preservados en hielo. Algunos estaban congelados completos y otros estaban congelados incompletos. Sus trozos estaban esparcidos en muchos kilómetros a la redonda. Encontraban el hueso de una pierna perteneciente a un esqueleto en un lugar y veinte kilómetros más allá la otra pierna. Nadie podía entender cómo estos tipos podían haber llegado tan lejos sin sus piernas.
Hasta que se dieron cuenta de lo que probablemente había ocurrido: la tripulación no tenía nada que comer y, como el viejo Franklin era un buen ejemplar regordete, sumaron dos y dos y se lo comieron. Encontraron los restos de Franklin en una caja con el cuaderno de bitácora embutido en el último orificio que quedaba de él como una especie de nota de agradecimiento.
La sal y la pimienta que sazonan la historia del explorador polar John Franklin proceden del sentido del humor malévolo de John Renbourn, músico de folk, blues, música antigua, world music y música medieval, componente de Pentangle y considerado uno de los mejores guitarristas del siglo XX. Con esta simpática e irreverente presentación introdujo la balada tradicional sobre lord Franklin (o «Lady Franklin’s Lament») en un concierto en Toronto, Canadá.
A excepción de algunos detalles clave, la historia real de la expedición de lord Franklin se aproxima bastante a lo que cuenta Renbourn: en el National Maritime Museum de Greenwich se exhiben algunos restos de los barcos de Franklin salvados por posteriores expediciones, como la lujosa vajilla de porcelana inglesa de los oficiales. Pero la mesa de billar y la bodega del capitán en absoluto quitaban el sitio a la despensa de la tripulación. Una de las teorías sugiere que los marinos pudieron morir envenenados por el plomo de las latas de carne, un procedimiento para preservar alimentos entonces todavía reciente y no perfeccionado. Escorbuto, botulismo, tuberculosis y frío hicieron el resto durante el año y medio que pasaron atrapados en el hielo cerca de la Isla del Rey Guillermo.
Y sí, finalmente, acuciados por el hambre, los hombres recurrieron al canibalismo, trocearon los cadáveres de los fallecidos e incluso partieron sus huesos buscando comer el tuétano. De hecho, estalló un terrible escándalo cuando se filtró a la opinión pública inglesa el informe del explorador escocés Dr. John Rae que, tras el encuentro con unos inuit, había sabido sobre la antropofagia. Completamente apócrifo es el invento de Renbourn sobre el cuaderno de bitácora y el trato irrespetuoso y grosero de los marinos hacia el cadáver de su capitán: lord Franklin había sido uno de los primeros en fallecer, según una carta del segundo de a bordo encontrada por una de las expediciones de rescate en un mojón de señalización.
Los últimos supervivientes de la larga invernada en los hielos del HMS Erebus y el HMS Terror abandonaron los barcos en primavera de 1848 e iniciaron una angustiosa marcha por los hielos que terminaría con sus vidas. Por cierto, que los anglosajones no fueron capaces de pedir ayuda, información o consejos de supervivencia a los pescadores y cazadores con los que se cruzaron en su marcha suicida y desesperada. Posteriores expediciones descubrieron cucharas, insignias y herramientas navales y otros artilugios procedentes de los barcos de Franklin en posesión de los inuit. Al parecer, los nativos habían llegado al barco abandonado cuando aún estaban calientes los rescoldos de los fogones y es gracias a ellos que se tuvo conocimiento del trágico destino de los hombres de Franklin.
En marzo de 1851 se declara oficialmente muertos a Franklin y sus marinos. La sociedad victoriana quedó profundamente conmovida, la reina nombró lord a Franklin y Renbourn comenta con su habitual sentido del humor: «Solo era sir John Franklin cuando salió de Inglaterra, pero lo nombraron lord Franklin después de morir congelado y ser canibalizado, lo cual me parece un gesto muy noble». Se publicaron artículos, se pintaron cuadros, se escribieron novelas, poemas y canciones. Lady Franklin consiguió dinero para fletar varias expediciones y mantener viva la memoria de su esposo convertido ahora en héroe.
Basada en «Cailín Óg a Stór», un viejísimo aire irlandés, la balada de lord Franklin narra las vicisitudes del viaje desde el punto de vista de un marinero que sueña con lady Franklin y su búsqueda del cadáver de su marido. La misma música sirvió para hacer circular otro poema trágico, «The Croppy Boy», sobre un patriota irlandés traicionado y ejecutado durante la revolución de 17982. Y, según diversas fuentes, de la misma melodía también procede el tradicional «A Sailor’s Life», inspiración de una jam en el camerino de Fairport Convention de la que surgió el folk rock británico. A. L. Lloyd, Martin Carthy con Dave Swarbrick, Pentangle, Nic Jones, Sinéad O’Connor, etc., han grabado versiones de «Lord Franklin». En 1962, Bob Dylan la aprendió de Martin Carthy durante su estancia londinense y, de vuelta a Greenwich Village, la convirtió en su «Bob Dylan’s Dream». Se la registró valientemente y solo el espeso y mesiánico texto de contraportada de Nat Hentoff informa del origen de la canción.
Dylan cambia el barco por un tren donde sueña con sus amigos de infancia, pero mantiene parte de la estructura y el vocabulario de la canción decimonónica. En contraste con la adaptación de Dylan, que viaja a la tierra de aventuras que se encuentra en el oeste en busca de un pasado idílico de despreocupación y amistad, el marinero original nos dice que navega de vuelta a casa y empieza la canción con una imagen de placidez, confort y seguridad —«Balanceándome en mi hamaca caí dormido—. La siguiente información que recibimos es que era de noche y estaba en alta mar («one night on the deep»), es decir, en la oscuridad y en un medio ajeno y potencialmente enemigo donde el ser humano no pertenece. El sueño llega rápido para permitirle escapar de la dura vida del mar pero es un sueño realista que trata «sobre Franklin y su valiente tripulación». A estas alturas Dylan ha introducido las tres estrofas en las que recuerda, como si fuera un anciano, los lugares, las canciones y las risas que él y sus amigos de juventud compartían. En su celebración de la arrogancia y despreocupación de la juventud, introduce un verso que resume a la perfección la idea de su generación de lo grande que era ser joven: «We never thought we could ever get old».
En algún sitio he leído que fue lady Jane Franklin la autora de esta letra. La segunda esposa del explorador tenía afición a la literatura pero, como todas las canciones tradicionales, la balada que recoge la torpe gesta de su marido puede aparecer con distintas variaciones. En honor al grueso humor de Renbourn, seguiremos su versión en el álbum de Pentangle Cruel Sister (Transatlantic, 1970). Curiosamente, una letra más completa y minuciosa, con nombres propios, avatares de la aventura muy detallados y mucho más protagonismo de lady Franklin, se conservó en América a muchos kilómetros —o mejor, millas marinas— de donde surgieron la melodía y el poema. Podemos escucharla en la versión del folklorista de Massachusetts Paul Clayton en su álbum Whaling and Sailing Songs (From the Days of Moby Dick) (Tradition, 1956).
Cinco estrofas de rima consonante pareada para una rica melodía difícilmente reconocible como fruto del folk process, o teoría que defiende la autoría colectiva y paulatina de músicos anónimos e incultos. En este caso, si aceptamos su humilde procedencia musical irlandesa, con toda seguridad hizo falta la intervención de alguien con formación musical para convertir «Cailín Óg a Stór» en «The Croppy Boy» y «Lord Franklin». La tripulación de cien hombres presentados al inicio como valientes y/o gallardos se convierte en el pesimista «pobres marinos» en ruta hacia el todavía no explorado Polo Norte o, más exactamente, el supuesto Paso del Noreste que permitiría la circunvalación de los hielos árticos y un gran desarrollo en el comercio intercontinental.
Nos hemos introducido en la dimensión del misterio, el hielo y la soledad eternos: «Se hizo a la mar, hacia el océano helado en el mes de mayo para buscar ese paso alrededor del polo». Al igual que la ascensión al Everest, las aventuras polares se han de emprender en primavera, de cara al verano, para evitar los fríos extremos del invierno. Pero el mes de mayo es el de la primavera y las flores, cuando renace la vida, y mencionarlo contrasta radicalmente con el amenazador océano helado hasta en primavera. A partir de ahora seremos testigos del descenso a los infiernos de Franklin y sus tripulantes. La canción nos dice que tuvieron que atravesar «crueles dificultades». Ya no queda nada de la agradable sensación del balanceo en la hamaca del principio. Nos habían avisado de que eran valientes, pero la gramática tradicional nos ofrece infinidad de recursos expresivos. Así pues «Su barco fue llevado sobre montañas de hielo» («His ship on mountains of ice was drove»): la forma pasiva puede resultar un poco anómala en la traducción, pero convierte el hielo en fuerza irresistible y monstruosa mientras el barco es el sujeto pasivo arrastrado por ese ímpetu de la naturaleza que tal vez no era otra cosa que el destino.
El final de la estrofa debiera ser considerado una cura de humildad y también una reconvención hacia los que se atreven a introducirse en las tierras ajenas, «el esquimal3 con su canoa de cuero era el único que lograba pasar»: el oriundo, el que pertenece a ese entorno de alto riesgo es el que consigue sobrevivir, no los advenedizos por valientes que pretendan ser. La fragilidad de la minúscula embarcación se convierte en garantía de supervivencia mientras los grandes acorazados de Franklin perecen. Paradójicamente el más débil es quien vence al destino y a la cruel naturaleza.
En la segunda parte de la canción obtenemos la única localización geográfica, «In Baffin Bay» —es decir, entre el Atlántico y el Ártico— «donde las ballenas resoplan». Antes era el pequeño kayak del esquimal, ahora es un gigante marino el que sobrevive en las aguas y los hielos donde los que los ingleses perecieron. Otro contraste inquietante que denota tal vez una idea de predestinación o incluso una arrogante imprudencia. Por cierto, los pecios del Erebus y el Terror se han encontrado (respectivamente en 2014 y 2016, más de quince años después de la narración de Renbourn) a mucha millas al oeste de la tierra y el mar de Baffin4, concretamente en las costas de la Isla del Rey Guillermo.
Un paréntesis en la narración nos lanza un lamento sobre el destino y el paradero de Franklin: «Ningún hombre puede saberlo» y añade «ninguna lengua puede contarlo». Es la constatación del trágico fracaso de la expedición con la afirmación de que su aventura no tendrá eco: más allá de la memoria humana, el destino de los exploradores pierde toda importancia. Aunque, al mismo tiempo, es el misterio, la ignorancia sobre la tragedia de Franklin y sus hombres no hace sino engrandecer su memoria.
Cambio de punto de vista. Ahora habla una lady Franklin doliente que llora a su marido desaparecido hace ya tiempo: «My long lost Franklin», dice. Está dispuesta a todo: «Cruzaría los océanos y voluntariamente daría diez mil libras para saber que mi Franklin vive». Es un hecho histórico que, gracias a sus esfuerzos e influencias, el público anglosajón mantuvo el recuerdo de su marido. Dylan, por su parte, ofrece irónicamente diez dólares para volver a esa primera juventud con la que sueña en su traducción de la balada de lord Franklin a su universo particular.
El noruego Roald Amundsen consiguió completar el Paso del Noroeste en 1903-1906. Ocho años después se inaugura el canal de Panamá que facilitará las relaciones comerciales con el lejano oriente. El cambio climático ha hecho definitivamente accesibles para la navegación las rutas polares.
Notas
(1) Esta grabación es de 1990, es decir, Renbourn habla del siglo XIX.
(2) Inspirada por las revoluciones francesa y norteamericana, la rebelión irlandesa de 1798 fue motivada por el deseo de independencia sumado a la corrupción, las dificultades económicas y la discriminación religiosa contra los católicos.
(3) En el siglo XIX el término «esquimal» se usaba habitualmente, aunque actualmente sabemos que para los inuit suena insultante.
(4) William Baffin, marino británico que a principios del siglo XVII capitaneó una expedición en busca del Paso del Noroeste.