Interpretaciones del silencio: la tentación del infierno

No sé quién dijo que este oficio de putas lo inventó el diablo, y que solo el diablo elige a la persona que ha de llevar su voz hasta los últimos fuegos. No sé quién lo dijo, pero razón no le faltaba. Porque solo el diablo es capaz de dictar historias al oído, patrañas que consiguen abrasarnos con el juego de sus palabras, fábulas que acusan y revelan el infierno de quien las soporta. Y Fernando García Maroto es uno de los elegidos. En este volumen, nos lleva de paseo por los demonios que habitan en las soledades del ser humano. La culpa, la inocencia, el sacrificio, y todas las categorías bíblicas que andan arraigadas en nuestro inconsciente se manifiestan en cada uno de sus cuentos.

Al igual que otros amasan el pan, García Maroto amasa la materia con la que se hace literatura de lo cotidiano, del matrimonio desgastado por el roce de los días, de la vida cuando se viene encima de repente, de las miserias que envuelven a la gente sumida en la rutina que ordena el sistema capitalista. Sin ir más lejos, en el cuento que da título a este libro, Interpretaciones del silencio, donde se nos presenta a una mujer hastiada, a punto de estallar por el peso del tedio, un domingo por la mañana, mientras prepara el desayuno en la cocina y ve pasar a su lado la sombra rutinaria del marido. De igual manera, el hastío vuelve a ser protagonista de El mundo sin nosotros, otro cuento donde García Maroto se sumerge en la voz de una mujer para contar la neurosis de una madre que ve cómo crece su hijo cuando han vencido los plazos del tiempo y los sueños no se cumplen. Con el monólogo interior que va interrogando a las fotografías, ella se interroga a sí misma. Un juego de espejos con el azogue desgastado por el paso del tiempo.

En otro de los cuentos, el titulado La voz baja, hay un juego telefónico, un respiro para el hastío matrimonial, un agujero por el que escaparse del tedio. En Tácticas de supervivencia también se nos presenta uno de esos escapes del matrimonio cuando la vida en pareja se ha convertido en un aburrimiento y solo la salva la infidelidad consentida, el gusto del voyeur por ver a su mujer revolviendo las sábanas con otro. En el cuento Centauro, es el animal mitológico, es la fantasía, quien viene a liberar a la chica. Todo consiste en romper la rutina, parece ser que dicen los personajes de García Maroto. En Media naranja, al final, hay giro sorpresa.

García Maroto tiene facilidad para llevarnos hasta los cuadros de vida doméstica con sabor a barrio, boquerones fritos y pimientos verdes quemados, como en el cuento Guardar las apariencias donde aparece de nuevo, otra vez, la sordidez, la rutina, la costumbre de ser pobre. En el cuento titulado Una relación seria, nos presenta a un personaje de nombre Ramírez que bien podría ser un fantasma que conduce una destartalada furgoneta con la que atraviesa caminos rurales en una suerte de relato que trae ecos de Faulkner o, mejor aún, de Juan Carlos Onetti, su intérprete más fiel en lengua castellana. Se trata de una historia de polvo y derrota en cuyo suelo van a ser enterrados los cadáveres de los que no aceptan las reglas de un juego tan sucio como el que propone el diablo cuando a este, al diablo, le da por jugar a contarnos historias.

En Control remoto, el misterio atraviesa una estación de autobuses de madrugada donde las preguntas cortan el aire turbio del fin del trayecto y los recuerdos afloran y tiran del personaje, atrapándolo en el tejido del tiempo. Cuando de ti queda más pasado que futuro, entonces estás perdido, nos dice García Maroto con este cuento. En Final del partido, García Maroto ha tenido el mal gusto de poner una cita mía para abrirlo. Pero dejando este detalle a un lado, es un cuento de barrio, de aroma añejo, de cuando jugábamos al fútbol en la calle e improvisábamos las porterías con nuestras carteras y los abrigos amontonados. A veces, el balón se salía del campo y pasaba lo que nadie quería que pasase. Otra vez el reparto de culpas, la serpiente y la manzana, el dichoso árbol del bien y del mal que no sé por qué lo llamaban árbol de la ciencia en los manuales de religión que nos hacían aprendernos en el colegio.

En La feria degustamos el sabor rural, tiovivos y casetas de tiro, gentes obsesionadas por su futuro pues el presente no es muy atractivo que digamos. Nadie sale impune tras vender su alma al diablo. Con todo, es en los relatos breves agrupados bajo el título Primeras residencias donde García Maroto se destaca como narrador de calibre a la hora de utilizar la segunda persona del verbo y no caer en el descrédito. Hay en estos relatos un temblor al estilo de los cuentos de Julio Cortázar, una sacudida que subyace en cada una de las cuatro historias. Luego está Historia clínica que es una historia de encierro y locura con un final sorprendente. El titulado Cardinales nos lleva hasta el orden y la angustia del confinamiento. En Seguimos esperando a J nos vuelve otra vez a remitir a Cortázar. Herencia nos empuja por el tobogán engrasado de la locura y nos lleva a caer en el síndrome de Diógenes. El espectador nos remite de nuevo a Cortázar con un personaje hipnotizado frente a la pantalla apagada del televisor. En El porvenir se propone una misión que es un misterio en una ciudad imaginada donde la violencia contenida se respira a cada paso.

Son los cuentos del que sabe que el diablo precede a todos los dioses, incluso al mismo Dios de los cristianos. Porque el diablo no cayó del cielo, sino que surgió de los abismos del alma humana.

Y a García Maroto le dictó estos cuentos.

Este texto es el prólogo del libro Interpretaciones del silencio del escritor Fernando García Maroto.