En una sala de cine, un padre octogenario, Simon, le hace una confesión a su hijo, Peter, cuando las esposas de ambos se encuentran ausentes recogiendo avituallamiento para la película: el hombre ha decidido separarse de su mujer tras sesenta y cinco años de matrimonio, con la idea de darle una última, y muy tardía, oportunidad al fantasioso objetivo de encontrar el amor verdadero. La idea espanta a Peter, quien también se muestra ofendido al percibir la ausencia del anillo de boda en el dedo de su figura paterna. Aquello podría significar el final de algo.
En una calle de Nueva York, un chico que roza la treintena, Nick, fuma un cigarrillo e intercambia miradas con una desconocida, Thea. Aquello podría significar el principio de algo.
Seis años después, Peter se tortura en un gimnasio mientras la cámara nos revela, con un oportuno primer plano de su mano izquierda, que ahora él tampoco es portador de alianza matrimonial alguna. Entretanto, en otra avenida neoyorquina, Nick enciende un cigarro durante el descanso de su turno como camarero, poco antes de que Thea se persone en el lugar para recoger una pareja de llaves que el hombre tenía en su posesión. Antes de volver a ocupar el puesto de trabajo, Nick explica a uno de sus compañeros de faenas que durante ese mismo fin de semana celebrará en México su despedida de soltero.
Horas más tarde, Peter aguarda en su apartamento la llegada de sus dos hijos, Nick y Mickey, a quienes ha convidado a cenar en su nueva residencia de soltero. Pero tan solo hace acto de presencia el menor de ellos, Mickey, un chico joven que lidia con su reciente salida del armario. Nick, en cambio, se limita a enviar un mensaje a su hermano pequeño disculpándose por no poder asistir a la reunión familiar.
Todo lo anterior son las consecuencias del final de algo.
Unhappy ending
Es bastante difícil tratar de hacerse una idea del número aproximado de películas que, a lo largo de la historia del cine, han versado sobre el amor centrándose en los comienzos de las relaciones, en las mariposas estomacales, en el cortejo, y en el romance inicial. Del mismo modo, es fácil razonar que la cantidad de películas que se enfocan en el derrumbe de la pareja, en el fin del idilio, suponen una cifra mucho más reducida frente a aquellas que celebran los enlaces. Porque Hollywood adora y abraza los finales felices. Y en las escasas ocasiones en las que no lo hace, en las obras que se arriesgan a acabar mal, nadie se pregunta nunca qué es lo que ocurre después. O cuál es el siguiente escenario tras la ruptura. Los finales felices son una constante, los infelices una rareza, y lo que ocurre después de los segundos es una tremenda incógnita en los mundos de la ficción.
Por eso mismo, resulta tan poco común lo que propone la película Ex maridos del realizador norteamericano Noah Pritzker, un autor que parece especializado en tantear los escombros emocionales tras un film previo (Quitters) que albergaba a una familia en proceso de derribo. En el caso de Ex maridos, la osadía es que a su trama no le interesa abordar ni los primeros pasos de las relaciones, ni el proceso de desgaste de las mismas, ni siquiera el momento exacto en el que se rompen definitivamente. En lugar de eso, prefiere concentrarse en lo que sucede después de las separaciones. Aquello que Hollywood prefiere no ver. Y aquello que quizás el público debería de ver de tanto en tanto.
Ex maridos
Ex maridos se articula en torno a tres generaciones diferentes de una misma familia, representadas en cuatro varones, que ejercen como reflejo de la perspectiva masculina tras la derrota emocional. Para colocar las piezas, el propio Pritzker firma un guion que estructura el grueso de su relato en torno a una situación donde la coincidencia resulta sospechosa y poco probable: Peter Pearce (Griffin Dunne) reserva un viaje en solitario a un complejo turístico en Tulum, México. Una escapada que, casualmente, se ubica en el mismo lugar, y durante las mismas fechas, donde su hijo Nick (James Norton) se dispone a celebrar con sus amigos la despedida de soltero, un evento organizado con mimo por su hermano menor Mickey (Miles Heizer). Peter, a pesar de ser recriminado por Mickey bajo la sospecha de que el progenitor ha urdido aquel viaje paralelo a propósito, decide no cancelar el vuelo para visitar la costa caribeña al margen de sus hijos, sin entrometerse en las celebraciones precasamiento. A la larga, los tres varones de la estirpe Pearce acabarán compartiendo velada y confesiones junto a la tropa de colegas del homenajeado.
El largometraje de Pritzker, cuya premiere mundial tuvo lugar en el pasado Festival de San Sebastián, dibuja a través de la familia Pearce un retrato de cierto tipo de crisis masculina crepuscular, aquella que intenta aferrarse a la idea de que las cosas podrían tener remedio cuando ya es demasiado tarde. Al mismo tiempo, se trata de un relato que opta por alejarse de lo predecible y evita rebozarse en el drama, a pesar de llevarlo implícito, para navegar en la melancolía de sus personajes de manera mucho más amable y sensata. Gracias a ello, es capaz de reflejar un desencanto amargo por familiar, y menos impostado de lo que suele ser habitual en el cine. Ex maridos se atreve incluso a tontear con el humor introduciendo ciertos retazos de comedia sin llegar a adscribirse por completo a ella, con algún chascarrillo eventual que parece heredero del espíritu de Woody Allen: «¡No podemos separarnos juntos!» espeta la exmujer de Peter cuando este sugiere reunirse para tratar los pormenores del divorcio.
La responsabilidad de que todo esto se sostenga con holgura la tiene precisamente el carisma del personaje de ese Peter Pearce interpretado por Dunne. Un dentista que, años después de sufrir el inesperado divorcio de sus padres, afronta el doloroso proceso de su propia separación, tras más de tres décadas de matrimonio, mientras descubre que sus hijos también son seres infelices salpicados por los problemas emocionales. Dunne construye a un personaje lacónico que cae simpático, un hombre aturdido pero no hundido que trata de recolocarse en el mundo tras el terremoto. Su Peter Pearce visita a un progenitor senil (Richard Benjamin) en el asilo, vaga ocioso por Tulum observando a los jóvenes, se reencuentra con viejos conocidos que presumen de opulencia inmobiliaria, rememora ante los desconocidos una lejana anécdota alucinógena acaecida en un concierto de Fats Domino, asiste a una boda ajena en la costa caribeña, e incluso tontea con una mujer atractiva (Eisa Davis) que ha conocido horas antes. Peter es alguien que sigue adelante como puede, porque eso es lo que ocurre en el mundo real. En la formalidad cinematográfica de Pritzker no hay tragedia innecesaria tras la ruptura, sino secuelas mucho más cabales, resignación y dudas.
Elegir a Griffin Dunne para encabezar el reparto es, probablemente, uno de los mejores aciertos de la cinta, por tratarse de un actor que ha demostrado previamente capacidad de sobra para cargar él solito con el liderazgo de toda una película. Porque estamos hablando del mismo caballero que protagonizó (hace cuarenta añazos, que se dice pronto) la estupenda Jo, ¡qué noche! de Martin Scorsese. Lo más curioso de este dato es que Ex maridos contiene un guiño fabuloso a ese clásico de culto de los ochenta entre las filas de su reparto: Rosanna Arquette, la Marcy Franklin que detonaba todo el desmadre de Jo, ¡qué noche!, interpreta aquí a la (ex)mujer de Peter. Es un papel pequeño, como el de todas las féminas en una cinta centrada en lo masculino, pero lo de reencontrar a esta pareja compartiendo pantalla es algo que no deja de tener bastante gracia.
El resto del reparto principal es eficiente afrontando papeles de personajes dañados. James Norton asume el rol de un Nick introspectivo y taciturno, un hombre que apila depresiones y esconde un secreto, relacionado con la boda inminente, que la cinta insinúa desde sus primeros minutos sin demasiado misterio. Miles Heizer interpreta a un Mickey desubicado, un joven que acaba de hacer pública su homosexualidad y cuyo primer interés amoroso real es una persona casada cuyas intenciones no van más allá de pasar un buen rato aprovechando el fin de semana de retiro. Los amigos de Nick, que suponen el resto del reparto con más presencia en pantalla, funcionan como una sola entidad, como una pandilla, porque ese es el rol que requiere de ellos la historia.
Ex maridos picotea del cine de Allen, de Noah Baumbach o de John Cassavettes para ofrecer una obra más ligera, contenida y conscientemente menos ambiciosa que las de dichos realizadores. Es una película reposada que linda con el drama y está dirigida a un tipo de público concreto, una pieza que esquiva los artificios habituales del cine para apuntar a las situaciones cercanas: observar una mano que carece de una sortija, colgar en la pared de una residencia un póster de Ser o no ser de Ernst Lubitsch para animar la memoria de una mente deteriorada, entregar las llaves para ejecutar una mudanza, o escribir desde las entrañas una carta con la que tratar de explicar una situación peliaguda a los amigos comunes.
La única concesión estrambótica que se permite el film de Pritzker se encuentra en su desenlace. En unos minutos finales donde Ex maridos se adscribe de manera repentina al humor negro, a partir de una decisión delirante tomada por uno de sus personajes. Es una sorpresa inesperada, un regate que no es fácil ver venir y una jugarreta que se antoja simpática por disparatada. Un atrevimiento cuyas consecuencias reposan en el interior de la caja de madera presente en la escena que sirve de portada a este mismo artículo. Porque Noah Pritzker también se ha atrevido a mostrar lo que sucede en la vida de un exmarido después del final más amargo y más definitivo.
Hola y gracias por el artículo. Definitivamente voy a ver esta película ¡¡¡