Cine y TV

‘Fama’: calentadores de lana en colores

Fama. Imagen NBC.

«Buscáis la fama, pero la fama cuesta y aquí es donde vais a empezar a pagar. Con sudor». 

Así comenzaban todos los capítulos de esta Fama, con estas palabras de la profesora de baile, la exigente Lydia, papel que fue interpretado por la actriz Debbie Allen. Tras los títulos de crédito iniciales presentando a los principales actores, con la pegadiza musiquilla de fondo («Fame, I’m gonna live for ever») y con un bastón en la mano y cara de sargento de infantería, la maestra de danza hacía saber a sus alumnos el gran esfuerzo que iban a tener que invertir para alcanzar su sueño: la fama. 

Leroy, Danny, Jesse, Chris y Coco eran algunos de los estudiantes del Instituto de Artes Escénicas de Nueva York, un high school en el que al tiempo que estudiaban las asignaturas preceptivas comunes a otros institutos, aprendían las técnicas artísticas que debían constituir el primer escalón de una larga, empinada y sudorosa escalera que, si se dejaban la piel, acabaría en el ansiado éxito. Chicos americanos que tenían como sueño triunfar en el baile, en la interpretación o en la música. El sueño americano a través del mundo del espectáculo.

Después del éxito de la película del mismo nombre, que en 1980 protagonizó Irene Cara, dirigió Alan Parker y que consiguió dos Óscar (mejor canción y mejor banda sonora), la cadena de televisión norteamericana NBC, a modo de spin-off, lanzó una serie compuesta de capítulos de una hora de duración que estuvo en antena entre 1982 y 1987 y que cosechó una gran notoriedad en todo el mundo. Shaquille O’Neal, famoso baloncestista de la NBA, llegó a declarar que a él en esta vida lo que de verdad le hubiera gustado ser es Leroy Johnson, uno de los protagonistas y mejores bailarines de esta serie.

Es absolutamente falso que Risto Mejide, para preparar su personaje de riguroso y avasallador jurado del concurso televisivo Operación Triunfo, se enfundara en unas mallas de baile, se embadurnara la cara con betún, se pusiera una peluca rizada e imitando a Lydia, la carismática profesora de baile de Fama, repitiera delante del espejo y con cara de mala leche la dichosa frase: «Buscáis la fama, pero la fama cuesta…».

Pero lo que sí es cierto y comprobable es la inmensa influencia que el éxito de esta serie tuvo sobre todos los llamados talent shows que hemos disfrutado/sufrido durante esta última década en todas las televisiones del mundo. ¿Hubieran existido con cursos como Operación Triunfo, La Voz, American Idol o el mismísimo MasterChef sin el bombazo que supuso Fama? Al igual que ocurre con los libros best sellers, una de las situaciones que más gustan al público es aquella en la que el protagonista consigue, partiendo de una situación de dificultad o inferioridad, superar los numerosos obstáculos que el guion pone en su camino para terminar consiguiendo sus objetivos. Es una fórmula que siempre funciona: la lucha y la competición para alcanzar el éxito como simulación o representación en la ficción de las dificultades de la vida real.

Entonces en España, cuando se estrenó Fama, solo disponíamos de dos canales de televisión que se llamaban «la primera cadena» y el «UHF», que no eran más que las siglas del nombre que recibía la banda electromagnética mediante la cual se trasmitía la señal. Lo más popular se emitía en la primera cadena y no había otras formas de entretenimiento como internet, las redes sociales o los videojuegos. Así que los programas más vistos alcanzaban audiencias de más del 70 %, lo que significaba que más de veinte millones de españoles estábamos pendientes de la pantalla a la misma hora. La repercusión de Fama fue tal que llegó a marcar una estética en el vestir. Quién no recuerda aquellos calentadores de lana en colores chillones que se ponían encima de las mallas y formaban parte de la indumentaria de baile. Hace treinta años, en todas las calles de España se veían estas prendas y lo curioso es que no se usaban para bailar, sino para salir de paseo o ir al colegio. Fama impuso la moda de usar prendas de danza o deportivas para otros usos diferentes de aquellos para los que en principio habían sido fabricadas. 

La variedad étnica era otro de los puntos fuertes y entonces originales de la serie. Entre los actores había negros, italoamericanos, hispanos, judíos… Para los que entonces éramos despistados y atolondrados adolescentes de pueblo (España era por aquellos años un gran pueblo) aquello era una novedad en la pantalla.

Fueron los años de series como Cheers, Canción triste de Hill Street o El equipo A; años en que las cosas que cada semana le ocurrían a nuestros personajes de ficción favoritos pareciera que hubieran sucedido en nuestra propia familia y pasaban, por ello, a ser tema de conversación en las tertulias que los que no jugábamos al fútbol organizábamos en el patio del colegio. No hay en España una persona de más de cuarenta y cinco años que no recuerde Fama.

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