Las películas de Mad Max no engañan: sus argumentos son sencillos y sus explosiones de verdad. Surgiendo de la nada, dieron forma a una de las sagas más legendarias de los 80. Tres décadas después, su esencia se sublimó en Fury Road —George Miller, 2015—, la mejor película de acción de lo que llevamos de siglo. Ahora, su precuela, Furiosa: de la saga Mad Max nos devuelve al yermo devastado que tan bien conocemos, con una mirada nueva que, parece, no está siendo todo lo bien recibida que sería de esperar.
La película cuenta el origen de la protagonista de Fury Road, interpretada en esta ocasión por Anya Taylor-Joy —La bruja, Gambito de dama, El menú—, su rapto del idílico Paraje Verde y su vida bajo el dominio del terrible Dementus —Chris Hemsworth, reivindicándose mucho más allá de su habitual rol en Marvel—. Rodeada de violencia y muerte, asistimos a su periplo de más de quince años mientras crecen en ella el anhelo de su infancia y la sed de venganza.
Era difícil que esta precuela, que se ha retrasado mucho más de lo previsto, alcanzase el listón de su predecesora, pero lo cierto es que logra mantener muy alto el nivel de la franquicia. Se trata, eso sí, de un producto distinto, explícitamente episódico y con un ritmo mucho menos frenético. Además, es la primera película de Mad Max en la que se referencia —con intensidad, además— una de sus entregas previas. Sin llegar a alcanzar el rango de «experiencia» de la que goza su predecesora es una película extremadamente divertida, con momentos muy destacables.
No es necesario ver Fury Road —aunque sí pecado no hacerlo—para apreciar Furiosa. Tampoco tienes que conocer la simple, violenta y triste historia de Max Rockatansky. Sin embargo, es maravilloso poder apreciar la perfección con la que la película encaja como un engranaje más en un universo que su creador tiene grabado a fuego y explosiones.
Érase una vez en los ochenta
George Miller es un médico australiano que descubrió la inspiración para su primera obra en las urgencias que atendía y las terribles heridas causadas por los accidentes de circulación. Con el apoyo de su amigo Byron Kennedy, un puñado de dólares y sin apenas experiencia, ambos se lanzaron en 1979 a la creación del título que les consagraría en la historia del cine: Mad Max —Salvajes en la autopista en nuestro país—.
La tragedia y posterior venganza de Max —Mel Gibson en la trilogía inicial— se desarrolla en el marco de las consecuencias de un difuso desastre, donde el caos reina en las carreteras y tipos temibles, con estrafalarios nombres como Jinete Nocturno o Cortadedos —francamente mal traducido como Cortauñas—, imponen su ley. Recibió críticas abrumadoramente positivas y un enorme éxito económico —de forma destacada en nuestro país— que la convirtió en la película más rentable de la historia hasta 1999 y El proyecto de bruja de Blair.
Se ha elogiado especialmente su peculiar sensibilidad «punk», pero, sobre todo, su autenticidad. Su trama es mínima y no hay una auténtica construcción de mundo o de personajes, pero su salvajismo primigenio y su sinceridad esculpen a fuego y vísceras cada uno de sus fotogramas. Dice la leyenda que buena parte de esta sinceridad proviene de que los 350 000 dólares de presupuesto no dieron para permitirse especialistas profesionales. Así que vemos auténticos pandilleros en las escenas de acción, en ocasiones pagados con cerveza. Quizá el nivel de competencia técnica deje que desear, pero la energía maníaca que transmiten los motoristas empapa el yermo, esa wasteland que se convertirá en un icono cultural, una escenografía que veremos homenajeada, repetida y manoseada en todo tipo de productos mediáticos.
Ambos creadores quedaron completamente exhaustos de lo que denominaron «cinematografía de guerrilla». Sin embargo, el éxito y la posibilidad de afrontar la historia con medios más decentes llevaron a la pareja a estrenar Mad Max 2: El guerrero de la carretera —1981—. El título se lo pusieron en los Estados Unidos, porque la distribución de la primera había sido tan deficiente que los responsables no confiaban en que nadie recordaría la primera parte. En el ínterin, Miller había descubierto el cine de Kurosawa y el concepto del camino del héroe de Campbell, así que decidió añadirlos a su fórmula. En esta ocasión, un prólogo asentaba el origen del desolado desierto, un «ecocidio» resultado de una guerra mundial desencadenada por los recursos menguantes. Max ha perdido toda motivación vital y se mueve por la mera inercia del superviviente, aunque la trama lo llevará a alinearse con la esperanza, representada por Papagayo y su grupo, atrapados en una refinería asediada por los carroñeros seguidores del vicioso, pero carismático, Humungus.
La película supone un salto cualitativo tanto en presupuesto como en alcance. Un mundo mucho más sólido, ubicaciones y vehículos emblemáticos, reminiscentes de los wésterns más clásicos, violencia desatada digna de Sam Peckimpah y la persecución más icónica de la historia del cine —que hizo inolvidables los camiones Mack para una generación— jalonan la que sigue siendo aún la película australiana que más dinero ha recaudado. Impresiona pensar que se han perdido algunas escenas que la hacían excesivamente violenta y que no llegaron a pasar la censura local. —En Estados Unidos también se hicieron algunos cortes durante su estreno, pero se restauraron en versiones posteriores—.
La muerte en accidente de helicóptero de Kennedy puso en duda que hubiera una nueva película. Por suerte y gracias al apoyo de George Ogilvy como codirector y su amigo, Doug Mitchell —coproductor de todas sus películas hasta hoy—, Miller completó la trilogía en 1985 con Mad Max 3: Más allá de la cúpula del trueno. En esta, el mundo de Max sigue sofisticándose, presentando toda una ciudad que gira en torno al trueque —Bartertown—, gobernada por la poderosa presencia de Tina Turner y asentada sobre el deforme genio de Master Blaster —Don Destructor o Maestro Golpeador para nosotros— que sufrirán una ingeniosa inversión de papeles durante el desarrollo de la película.
Y en ella, la Cúpula del Trueno, ese thunderdome que nos regaló una de esas escenas de lucha que marcan el cine de acción, un enfrentamiento nunca visto y que supone el punto álgido del film. Es verdad que en esta ocasión, la historia se ve lastrada por una segunda parte mucho menos potente, en torno a un grupo de niños abandonados. La ya mandatoria persecución, a bordo de un camión sobre raíles, tan violenta y divertida como las demás, tampoco consigue alcanzar la tensión de sus predecesoras, y aunque en general la historia se mantiene con dignidad, resulta un broche agridulce a la saga.
Después, el director cambiaría completamente sus intereses y con el dinero y la fama obtenidos se dedicó primero a la televisión australiana —donde es responsable de títulos tan interesantes como desconocidos entre nosotros—, a la comedia —Las brujas de Eastwick, 1987—, a la tragedia —Lorenzo’s Oil, 1992— y, finalmente, al cine infantil a través de dos franquicias tan potentes como Babe —1995 y 1998— y Happy Feet —2006 y 2011; la primera obtuvo el Óscar a la mejor película animada—.
El páramo en el siglo XXI
Durante estos años, estuvo continuamente en el aire una continuación de la saga. En los 90, se habló de una adaptación televisiva con Warner, pero las restricciones a lo que se podía mostrar en pantalla hicieron que se abandonara el proyecto. Finalmente, Miller encontró una motivación para volver a Max: «¿Cuánto puedes contar de una historia si siempre estás en movimiento? —se preguntó— ¿Cuánto subtexto puedes incluir?». Y así, treinta años después, surge Mad Max: Fury Road, la obra en la que el australiano destila todo lo aprendido, un poema cinético, escrito con explosiones y objetos cruzando la pantalla, que narra una profunda historia sin necesidad de palabras… «Con la llegada del sonido se alteró la sintaxis del cine —nos dice Miller—. Las cámaras se acercaron y las cosas se volvieron algo parecido al teatro. Todos los grandes cineastas —John Ford, Harold Lloyd, Buster Keaton— se curtieron en el cine mudo […]. Así que me descubrí volviendo a ellos, tratando de entenderlos».
Por primera vez, el papel de Max es interpretado por otro actor —un muy eficaz Tom Hardy—, aunque todo el protagonismo gira en torno a su contrapartida femenina, la colosal, mística e inspiradora Charlize Theron en uno de los papeles por los que siempre será recordada, la imponente Imperator Furiosa. Todo ello, en medio de una producción complejísima, que hubo que llevar al desierto de Namibia cuando las condiciones climáticas en Australia impidieron el rodaje.
Fury Road es una ola que te atrapa en el minuto uno y te arrastra mientras contienes la respiración hasta el final. La acción transcurre sin apenas interrupciones y el diálogo es mínimo, claro reflejo de que el storyboard de la película se hizo antes que el guion. Su responsable, Brendan McCarthy —conocido dibujante de cómics inglés— fue acreditado como coautor junto a Nico Lathouris —uno de los actores de la primera película. Margaret Sixel, esposa de Miller, se encarga del montaje —como en Happy Feet y en Furiosa— y de reducir las impresionantes 480 horas de material en los 120 minutos del corte final.
A petición de Miller, Sixel redujo los 24 fotogramas por segundo habituales, para favorecer la comprensión de lo que se mostraba en pantalla, lo que en ocasiones provoca esa sensación de «dibujos animados» que transmite la película. Pero que quede claro: prácticamente todo lo que aparece pasa en la realidad, incluyendo la famosa guitarra-lanzallamas, que era completamente funcional. Se construyeron cerca de 150 vehículos, de los que solo sobrevivieron la mitad. El gobierno de Namibia acudió en varias ocasiones al sitio de rodaje, temerosos de que su violencia estuviera afectando al paraje.
En la historia, las personas se ven reducidas a recursos para la temible Ciudadela, gobernada por el villano Immortan Joe — Hugh Keays-Byrne, quien ya encarnó al antagonista de la primera película, Cortadedos—. Max y Furiosa se descubren al rebelarse ante esta condición, en medio de una huida de casi dos horas que aprovecha el director para traer a primer plano la reivindicación de la lucha por la dignidad femenina, encarnada en su protagonista y concretado en la desdeñosa patada al cinturón de castidad que restringía el poder sobre su cuerpo por parte de una de las novias. Esta afirmación de la femineidad se hace no con un gran monólogo, sino con disparos, estallidos y alguna muerte.
Fury Road ganó seis Óscar, incluido el de mejor edición de película, y fue nominada como mejor película y mejor director. Logró recaudar unos 380 millones de dólares con un presupuesto de 170 —lo que no la hace destacar como especialmente rentable— y su estatus de película de culto no ha hecho más que crecer.
No queremos dejar de reseñar aquí la casi única versión para ordenador de Mad Max —Avalanche, 2015; hubo un intento previo poco afortunado en los 90—, que la acompañó en su lanzamiento. El juego es un sandbox limitado, con acento en la lucha de vehículos, que ofrece una conducción arcade muy divertida y una gran ambientación. Tiene, eso sí, misiones poco imaginativas y dinámicas algo repetitivas. Miller que fue consultado al principio del desarrollo, no quedó especialmente satisfecho del mismo. Recientemente, expresó su admiración por Hideo Kojima —Metal Gear Solid, Death Stranding— y su deseo de que participara en una futura adaptación. Los desarrolladores no se han quedado callados y en una respuesta muy visceral, acusan a Warner de forzar un proyecto de pesadilla y falta de visión al salir el mismo día que, precisamente, Metal Gear Solid V. Y al propio Miller de arrogancia, por pervertir su concepto de mundo abierto.
Furiosa, política y violencia en el desierto
En Furiosa, el tono de Miller es algo más contenido, más centrado en el drama y, en una evolución lógica apreciable ya en la trilogía inicial, ha alejado el foco de su historia para darnos pinceladas de la política que controla el yermo. Tres facciones dominan los recursos básicos del desierto: comida, combustible y balas. Y en medio de la tensión causada por estos señores de los recursos —que también funciona metáfora del liberalismo libertario—, asistimos al descenso a los infiernos de un personaje, Furiosa, del que surge desgarrada entre deseos opuestos de libertad y venganza.
Las cifras de Furiosa dan auténtico miedo: más de 240 días de rodaje, 10 camiones-cámara, casi 200 especialistas, 87 pelucas, 35 sets de dientes falsos y 55 000 hojas de tatuajes temporales… El rodaje volvió a Australia, donde casi cada vehículo montaba su propia cámara. En esta ocasión, hay más efectos digitales involucrados, y algún croma resulta algo más que evidente, pero también es cierto que la película incluye una de las secuencias más complejas e impresionantes jamás rodadas, el episodio del polizón —la esperable escena de persecución, que en esta ocasión se ha situado en el centro de la película— con ciento noventa y siete tomas, que tardó setenta y ocho días en filmarse.
El equipo de producción, encabezado por Guy Norris y su hijo, utilizaba dioramas para planificar cada escena de la película anterior, que luego plasmaba en storyboards en un proceso lento e ineficiente. Para esta, los Norris desarrollaron un sistema digital llamado Proxy, basado en Unreal Engine, que les permitía renderizar previsualizaciones extremadamente precisas «no solo de los eventos en la pantalla, [sino también] dentro de cada automóvil, debajo del Camión de Guerra y todo lo que sucede arriba».
Por contraste, quizá el momento más impactante esté justo al final de este episodio del polizón, cuando se produce un silencio atronador alrededor de Furiosa y Taylor-Joy nos traslada con su mirada la tremenda soledad del personaje. Porque la actriz recoge el manto de Charlize Theron con total naturalidad y lo eleva sin necesidad de apenas diálogo. Sus contrapartidas masculinas, Tom Burke como Praetorian Jack y Hemsworth como Dementus le proporcionan una réplica perfecta. Particularmente este último se apodera de la pantalla cada vez que aparece y nos entrega un personaje delirante en su nihilismo y por el que logra arrancar, pese a todo, una pizca de compasión. Su esposa, la española Elsa Pataki, también aparece y, además, por partida doble: como la vuvalini que acompaña a la madre de Furiosa y como la salvaje Mr. Norton al servicio de Dementus.
En la película transcurren dieciséis años, mientras que en Fury Road apenas pasan tres días, por lo que es lógico que su ritmo sea distinto: tiene una primera parte de «cocción lenta» poco habitual. Eso sí, cuando la acción se desata, ya no hay tregua y volvemos a quedar atrapados en esa peculiar sintaxis que crean los objetos físicos al estallar.
Miller es poco dado a los detalles de continuidad —hecho apreciable en el cambio de voz de Immortan Joe, encarnado por Lachy Hulme en sustitución del fallecido Keays-Byrne—, pero ni él puede escapar del todo de la nostalgia y por eso nos regala al final ese cameo de Max y su icónico Interceptor V8…
¿Más devastación a la vista?
Hay que remontase a 2010 para encontrar el origen de Furiosa. En aquel año se comenzó a hablar que el director australiano trabajaba en dos películas de la saga que grabaría simultáneamente, continuación la una de la otra. Como es habitual en su biografía, el rodaje de Fury Road resultó un infierno —con el agravante de que, al parecer, Theron y Hardy no se aguantaban—, así que tuvo que conformarse con estrenar una. En todo caso, comentó que ya tenía un guion y una novela corta —«novella»— para dar cuerpo a las continuaciones. El mismo Hardy afirmó que tenía un contrato para encarnar a Max en tres películas.
El asunto se torció cuando la productora de Miller denunció a Warner por no abonarle parte de los beneficios, además de acusarles de tratar al director de manera irrespetuosa y «destruir su relación». Warner se defendió diciendo que el encargo era una película PG-13 y le habían entregado una R —«Restricted», los menores de diecisiete años deben entrar acompañados—. La denuncia se solucionó con un acuerdo —desconocido— en 2019, lo que dio luz verde a Furiosa, que resultó ser el guion ya listo en 2010. El covid añadió algo más de tiempo al proceso, eliminando toda posibilidad de que una Theron rejuvenecida digitalmente asumiera el papel —Miller descartó el proceso tras ver los resultados en El irlandés de Scorsese.
«[Nico Lathouris y yo] escribimos, no un guion, sino una novela sobre lo que le pasó a Max el año anterior, que será lo siguiente que veremos», ha comentado Miller. Este sería el argumento de The Wasteland, la siguiente película de la saga, pero lo cierto es que no hay actualmente ningún paso concreto en esa dirección. Ni siquiera esta claro si Hardy podría retomar su papel —al ser precuela, el tiempo pasado cuenta— o incluso si Miller la dirigiría.
Todo parece depender de cómo funciona la película. Y a la luz de las cifras que nos llegan de Estados Unidos, la cosa no parece prometedora. El estreno se ha producido en el Memorial Day, uno de los pocos fines de semana largos de ese país y con la sola competencia de The Garfield Movie. Aunque las previsiones para la asistencia al cine han ido bajando año tras año, Furiosa, que ha costado unos 168 millones de dólares ha recaudado solo 32 en ese periodo, la peor cifra en treinta años, con el gato naranja pisándole los talones. Habrá que esperar a ver si el resultado global o las visualizaciones en semanas posteriores facilitan o complican una nueva visita al yermo. Sed testigos.
Brutal film, pocas veces he salido tan contento del cine. No es tan redonda como su predecesora pero diría que es hasta más disfrutable. Buen artículo.
Como persona que va al cine a disfrutar, no soy un entendido si un amante del cine, digo que es un Peliculón.
Hombre, si vas a fusilar partes enteras de un articulo sin entrecomillarlas, al menos no lo enlaces para que nos demos cuenta!
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