Bicicletas y almendrones
La primera sorpresa que aguarda al turista tras abandonar el aeropuerto José Martí y entrar en La Habana es un bache del tamaño de la Bahía de Cochinos que le obliga a cambiar una rueda de noche, en la oscuridad más densa que ningún europeo pueda imaginar dentro de los límites de una ciudad. Esta anécdota puede parecer irrelevante; con el paso de los días, sin embargo, se convierte en una especie de ceremonia de iniciación para lo que nos ofrece Cuba; una metáfora involuntaria y casual del país en la que están reflejadas muchas de sus peculiaridades: la escasez de alumbrado, la ausencia de mantenimiento (así, en general), una casi olvidada necesidad de utilizar el cuerpo, de sudar. La recuperación de conocimientos apenas recordados —¿cuánto tiempo hace que no cambias una rueda? ¿Cuándo fue la última vez que tuviste que calcular la distancia para adelantar a un carro de caballos? ¿Has utilizado alguna vez una brújula porque el mapa es sólo ‘aproximado’?— Tardaré un poco en darme cuenta, pero Cuba es, sobre todo, un viaje al pasado.
Diferentes puntos de vista
Como todos los países, pero más que muchos otros países, Cuba permite plantearse viajes distintos con diferentes perspectivas. Un turista tradicional —el que no levanta la nariz diciendo que él es un viajero, para entendernos— encontrará cuanto necesita en La Habana y sus alrededores: buen tiempo incluso en enero, precios razonables para todo, pintoresquismo en abundancia para contar a la vuelta, música local bien interpretada en casi cualquier bar por casi cualquier grupo (la profesionalidad y el gusto de los músicos son realmente llamativos), buen tabaco, playas amables y, sobre todo, la belleza, más ruinosa que decadente, de una ciudad en la que no tiene que vivir, trabajar, coger el autobús o hacer una cola cansina e inevitable para mirar su correo electrónico.
La única manera de mejorar La Habana para este tipo de turista sería que su hotel tuviera wifi. Eso sucederá antes o después, pero me temo que en la realidad actual de Cuba solamente unos cuantos establecimientos de verdadero lujo, como el Hotel Sevilla, ofrecen ese servicio. No, en el Nacional tampoco tienen wifi.
Mochilismo
Otro arquetipo clásico de turista, más cercano a mi propia manera de viajar, es el afamado lonliplane. Cogemos la guía por excelencia, la ponemos en la parte superior de la bolsa y seguimos sus sabias recomendaciones como si fueran instrucciones del propio Moisés. Así encontramos hotelitos baratos pero con encanto (y algún motor cercano que no descansa de noche), casas particulares especialmente confortables cuya misteriosa localización corre de boca en boca por una quinta parte de la población mundial y en las que nunca hay habitaciones libres pero en donde te indicarán otra casa cercana en la que sí podrás quedarte, un poco peor, un poco más cara; cabañas de madera frente a la playa, restaurantes que ‘no vienen en otras guías’ y están llenos de holandeses; la menos mala de las dos compañías de autobuses, y si hay que alquilar una bici, pues se alquila. En mi viaje, que cubrió casi toda la mitad occidental de la isla, tuve ocasión de cruzarme con tres jóvenes alemanes nada menos que en cinco lugares diferentes —los más alejados de los cuales distaban entre sí algo más de quinientos kilómetros.
A los lonliplanes no nos importan estas alegres coincidencias, y nos saludamos más joviales en cada ocasión, miembros de una secreta caballería espiritual que ríete tú de Umberto Eco y el péndulo aquel. Después de todo, estamos viendo lo que hay que ver, y nos da lo mismo bucear en María La Gorda, fumarnos un purazo en el bellísimo valle de Viñales o visitar el imprescindible Museo Nacional de la Lucha contra Bandidos, en Trinidad (ciudad de arquitectura colonial, un adjetivo que nunca falta). Si acaso, en un involuntario e irreprimible gesto de hombres leídos, comentaremos a media voz que ese museo es la otra cara de las salvajes cacerías de cabelleras que los amigos de Pete Bondurant llevan a cabo en las novelas de Ellroy. Viendo las caras de los veinteañeros muertos en las vitrinas llenas de fotografías, a cualquiera se le quitan en seguida las ganas de bromear demasiado con el asunto, así que nos vamos a tomar un mojito y nos despedimos hasta el próximo encuentro.
El resort, ese ecosistema
Además de su sincera preocupación por el Barça y una educación estética muy por encima de las vulgaridades de ARCO, el lector de esta grata revista compartirá conmigo que la confraternización con el pueblo cubano, la ingesta alterna de cerdo y pollo acompañados de arroz y plátano frito, la batalla en las duchas con la temperatura, la presión o ambas magnitudes simultáneamente y otros placeres que proporciona la cercanía con la verdadera Cuba están bien para un ratito, pero todos echamos de menos un poco de confort, que ya hasta sale en el diccionario de la Academia, así que como para andarnos con remilgos y empatías.
En Cuba hay hermosos hoteles con playas privadas paradisíacas. En las cayerías del Norte o Varadero, en playa Ancón o en Cayo Largo del Sur, el señor Meliá o el señor Barceló se encargan de ponerte una pulsera de plástico y te llevan la caipiriña hasta la tumbona. Compartirás veladas deportivas frente al televisor gigante con los rusos y sus jineteras, los españoles y sus jineteras, los canadienses y sus jineteras y algunos pocos cubanos. Y sus jineteras. Pero no quiero dar una falsa impresión: abundan las familias y llegué a ver una excursión de veinte o veinticinco alemanes de varios sexos que habían llevado sus Harley Davidson en contenedor hasta la isla y se dedicaban a recorrerla de hotel en hotel. Tampoco tendrás wifi, así que no faltarán las ocasiones para aburrirte al sol. ¡Y no tienes que salir del resort para nada! En fin, dejémoslo aquí.
Ni para tomar impulso
El viaje ideológico es una de las opciones más interesantes para visitar Cuba. Lo cierto es que, al menos desde España, feraz en irreductibles veterocomunistas y rica en derechistas malasangre, encontrarán satisfactoriamente confirmadas sus intuiciones las dos opciones políticas más enfrentadas: la del castrista pertinaz y la del neoalgo liberal.
Por su parte, el izquierdista tendrá sobradas razones para clamar contra el bloqueo, disfrutará de la colaboración venezolana —aunque no, repito, no podrá visitar la refinería Camilo Cienfuegos—, verá el imparable avance de la Revolución —la palabra ‘camping’ ha sido barrida por el ‘campismo’ y la CocaCola sustituida ventajosamente por la Tropicola o las refrescantes bebidas de Ciego Montero— y se enorgullecerá de la monotonía del nomenclátor (absolutamente todo se llama ‘José Martí‘, ‘Ernesto Guevara‘ o ‘Camilo Cienfuegos‘; desde un puesto de comida hasta una universidad y desde los hospitales hasta la ponchera en la que te reparan la llanta doblada por el primer bache).
(Como un regalo inesperado, el turista de izquierdas podrá despotricar de la mezquindad de Dropbox cuando vea que no se puede instalar en los ordenadores de una facultad —como en Corea del Norte, Libia, Alderaan y otros peligrosos sistemas rebeldes.)
Otros placeres comunistas que no deben desdeñarse: cantar Yolanda de pe a pa con los músicos (para subir nota: De Alto Cedro voy para Marcané ); fumar cigarrillos Criollos (solo se encuentra en los mercados para cubanos y son como aquel Bisonte de antes); tomar el peor mojito del planeta en un bar de estudiantes de Vedado, en La Habana; pasear por los mercadillos en los que se exhibe la pasión de los cubanos por la lectura y comprobar con satisfacción que ni uno solo de los miles de libros en venta se aparta siquiera un poco de la ortodoxia: desde los superhéroes rojos de tebeo hazañasbélicas, pasando por todos los retratos existentes del Che que lucen en cientos de portadas, hasta llegar a un bestseller espeluznante que reivindica orgulloso el atentado de Lockerbie —y que lamento no haber fotografiado, pues soy incapaz de encontrarlo en la red.
Efectivamente, como ya habrá adivinado el lector más perspicaz, nada superará la satisfacción que proporciona una certeza irrebatible: en Cuba no hay ricos. Y ese era el objetivo. Digo yo.
La gusanada lo goza
Pero sin duda alguna el más satisfactorio de cuantos itinerarios se puedan proponer es el del rencoroso adorador del becerro de oro. El disfrute del capitalista irredento, vendido al imperialismo y refractario a la conmiseración no tiene límites; la dejadez de los edificios (muy destacadamente en La Habana Vieja), la omnipresencia de Havana Club en su esponsorización ‘oficial’ de locales de ocio o aparcacoches-funcionarios con chaleco publicitario como uniforme, la velocidad exasperante de las conexiones a internet en los Telepuntos estatales, la historia pánica de las sucesivas construcciones, demoliciones y reconstrucciones de plantas azucareras… todo ayuda a convertir la isla en una confirmación sin escapatoria posible del fracaso de su modelo de producción y distribución. Hay incluso mendicidad; no es muy abundante, pero la hay.
El verdadero disfrute del gusano alcanza su punto más alto en la contemplación de los medios de transporte y producción cubanos. Autobuses y camiones que en buena parte del planeta serían apedreados sin misericordia por hordas de Greenpeace, los legendarios almendrones —coches de los 50 y los 40 ‘un ya lejano ayer’ maravillosos—, motos con sidecar y motor de dos tiempos, bicicletas, bicitaxis, carros y calesas, caballos (que sólo son herramientas de trabajo: sin peinar, sin cepillar; no famélicos, pero tampoco orondos; animales de labor en uso), machetes de cortar caña. Arados de bueyes. Insisto: arados de bueyes.
El tiempo se paró con la Revolución, esa impaciencia burguesa. No es imposible que Cuba estuviera por delante de España en los años 20 en muchos aspectos productivos, y probablemente no mucho peor en desigualdad económica y diferencias de clase. No es improbable que una Cuba socialdemócrata y abierta, sin Batista y con partidos y urnas, hubiera podido crecer al ritmo de, por ejemplo, Barbados o Puerto Rico. Lo evidente es que el enfrentamiento radical con el mundo capitalista (y su eficiencia para el estímulo, la producción y el comercio) de una pequeña isla sin más recursos relevantes que el tabaco, el azúcar y el níquel no parece una buena idea.
Sobre todos los demás turistas, el facha patrio, el mariconsón español —por utilizar la terminología castrista adecuada— tiene una ventaja añadida en su disfrute del régimen cubano: resulta sencillo entrecerrar los ojos, el mapa y el calendario e imaginar que nos encontramos en una suerte de franquismo caribeño, un país en el que nunca hubieran existido conceptos como ‘Transición’, ‘Tarancón’, ‘destape’ o ‘pluralismo político’. Es fácil, si se practica un poco, jugar a engañarse —no mucho—, mirar por la ventanilla e imaginar que Martí —último fragmento visible de una Cuba ajena a la revolución castrista— es el Cid o Viriato, Guevara es Queipo de Llano, Camilo Cienfuegos es Mola y Fidel, un gallego ferrolano espabilado. Cartelería con la épica belicista de los años treinta y El Alcázar, pintadas unidireccionales que fingen una espontaneidad imposible de arribaespañas y vivacristorreyes (con sinónimos de la trinchera de enfrente), tropas, banderas y cuarteles tan destartalados como abundantes, esos tablones de anuncios universitarios siempre con los mismos rostros heróicos hablando hasta del menú o los horarios adecuados de la biblioteca, sin una sola nota aperturista, no politizada, siquiera un poco punki… Una absoluta uniformidad ideológica que hubiera sido el sueño de nuestro Búnker setentero. Las ráfagas de pintorescos y arcaicos localismos ayudan a mantener la ficción desde la radio: ‘traidor’, ‘patria’, ‘esbirro’, ‘tiranía’, ‘oligarquía’, ‘campesinado’, ‘jamás’ o ‘siempre’ nos retrotraen a una España Eterna con plantas de tabaco y gente más morena que será muy del agrado del nostálgico con una mínima capacidad de intercambiar mentalmente unas consignas por otras.
Últimas impresiones
Aquí es donde debería empezar el párrafo escribiendo que «Cuba presenta ciertas incomodidades para el turista occcidental, pero todo lo salvan los cubanos con su humor, su hospitalidad y su educación». No sería cierto. Los cubanos son gente como los demás; como los daneses, los mexicanos, los italianos o los habitantes de Elche. Hay cubanos amables, cubanos muy amables, cubanos pesadísimos, cubanos que venden cohibas o montecristos húmedos y mal conservados, cubanos que cruzarán la calle para indicarte una dirección cuando te vean simplemente mirando un mapa y cubanos a los que no arrancarás una sonrisa ni bajo tortura severa. El viaje a Cuba, si se realiza fuera de los circuitos de touroperador en los que da lo mismo ir a Canarias que a Túnez, exige un período de aclimatación. Como buena parte de África o Asia, Cuba no es un país del primer mundo y no iremos a ninguna parte quejándonos del ruido que arman desde bien temprano, los cabrones. Pero lo cierto es que no es un destino cómodo para quien quiera pasar unas vacaciones poco complicadas. Hay arena en los engranajes; pequeñas o moderadas molestias que estorban suave pero constantemente la simplicidad de quien suele viajar con la Visa en la boca y, con mucho o poco dinero, pretende ventanas que cierren bien, duchas con presión, y mapas que se acerquen, al menos de una manera moderada, a las carreteras que quiere recorrer.
El viaje, por supuesto, merece la pena. Pero para eso hay que ir.
Planetmerc, la nueva guía.
Personal, amena, bien contada y mejor ilustrada.
Gracias.
Tú a Cuba no vuelves. Por mis muertos. Jabois moverá los hilos, y la autoridad pertinente dirá: NO
Desagradesío!!
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Me encantaría visitar Cuba, pero por la tarde.
He leído la primera frase y la última. La última está muy bien.
He estado allí. Tal como lo cuentas.
He estado siete veces en La Habana: la primera en el 92, recuerdo que vi en una tele en blanco y negro la ceremonia inaugural de los juegos de Barcelona, en pleno Período Especial, y que se iba la luz cada tarde y que me pedí un café con leche y creyeron que les tomaba el pelo porque leche sólo tenían en polvo para los bebés. En el resto de viajes no he visto cambios, ni hacia adelante ni hacia atrás. Mercutio es un fenómeno, el retrato es acojonante.
No has hecho mención de las jineteras que El Richal te dejó pagadas e hiciste caso omiso. No seras un poquito tralará? ;-)
Si yo hubiese estado allí de verdad no la habría visto tan bien. Como si hubieses llevado mis ojos en tus bolsillos.
Bueno, la verdad hay que decir que gran parte de América Latina es viajar al pasado. Cosas de las que describes las puedes encontrar perfectamente en Guatemala, Veracruz, Puebla, Oaxaca o Colombia.
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Esta historia es para espanioles. A mi como cubano no me ha sacado ni la sonrisa. No aprendiste nada de Cuba. Necesitas entrar mas adentro
La reseña esta buenisima.
Cronista, deja el drama ya acere. Date una vueltecita por Centroamerica y La Española.
Omar, otro cubano.
Omar, asere, vete tu a centroamerica, yo hablo lo que creo, gracias a todo loq ue he pasado, soy un hombre libre y hablo lo que creo. Este articulo es un comercial para espanoles. Tu sabes bien que los cubanos viven una vida paralela a esa que se cuenta aqui.
Robos, sobornos, corrupcion, amiguismo, bisne, ilegalidades, hambre, miseria, falta de respeto, y mil cosas quelos turistas no pueden ver porque simplemente no lo entenderian
Es muuuuuy bueno
Este artículo es GENIAL! O como ustedes dicen: De puta madre!
«en Cuba no hay ricos»
ESO CREES TU
en cuba no hay ricos….los caciques de cuba se fuman un puro y beben riéndose del chiste!!Equiparable a «en cuba hay libertad de expresion»
Interesante artículo! Acá les dejo otra visión de la isla, en especial del oriente cubano: http://www.bubok.es/libros/227011/CUbADERNO-apuntes-de-un-pasajero
Como en todas partes. En los hoteles hay de todo. Si viajáis como pendejos, en todas partes hay miseria y pobreza. Hablar de baches en las calles y carreteras, corrupción, jineteras, etc. Me recuerda a nuestra España cañí, con una cantidad importante de meretrices por toras partes. Al menos los cubanos no huelen a sudor y se reparten la pobreza. Los que sabemos de Cuba, no se dice nada de una sanidad gratuita y universal. En EEUU el que no tiene la privada se muere. La enseñanza, con una gran cultura, es de lo más del mundo. Esto no es comunismo (yo no lo apoyaría) es redistribución de la pobreza. Ya lo dijo Ramón de Campoamor: En este mundo traidor nada es verdad o mentira DEPENDE DEL COLOR DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA. Un abrazo
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