Profesor Fielding: El gorila manda de vez en cuando una carta a su antigua familia, pero lo veo absurdo. Es decir, o se la comen o se limpian sus posaderas.
Gerald el Gorila: ¡Para! ¡Para! Ya sé que nunca te llevaste bien con mi madre…
Profesor Fielding: Yo no le caía bien, ¿Verdad?
Gerald el Gorila: Le caía muy bien David Attenborough.
(«Gerald el Gorila» en Not the Nine O’Clock News, Episodio 5, temporada II Londres, BBC, 28 de abril de 1980.)
En 1982 Lindsay Anderson estrenó el filme Britannia Hospital el cual ofrecía una radiografía nada halagüeña del país a través de una clínica en ruinas, paralizada por las huelgas y con una elite privada que se resistía a ceder ni un palmo de sus privilegios. Es la película perfecta para entender el marco de las victorias continuas de Margaret Thatcher, que sucedieron a las dos décadas anteriores dominadas en su mayoría por gobiernos laboristas. El auge conservador se acompañó con el dominio de la prensa británica por parte del magnate populista austral Rupert Murdoch, algo que cambió en gran parte la cultura elitista del país.
Fue el tiempo perfecto para la aparición de Sí, Ministro en 1980; excelente serie satírica escrita por Antony Jay y Jonathan Lynn —otro miembro de «Footlights»— que resultó en la última gran comedia de clase en el Reino Unido. Aunque esta celebrada «sitcom» no dice bien a qué partido pertenece cada personaje, se enfrentan más bien políticos y funcionarios, la adscripción de Jay al partido conservador desde los años 60 deja intuir cierta inclinación derechista.
Al fin y al cabo fue la serie cómica favorita de Margaret Thatcher, una «agradable sorpresa» según Jay. La «premier», de hecho, llegó a escribir un «sketch» que interpretaron los actores sin mucho éxito en 1984. El triunfo de «Ministro…» llevaría a una secuela, Sí, Primer Ministro (1986), de la misma calidad y con temas más graves al ascender el protagonista en el escalafón gubernamental.
El nervio de la serie, en cualquier caso, son los enfrentamientos entre el ministro Jim Hacker, formado en la liberal London School of Economics, y el funcionario sir Humphrey Appleby, partidario del gran estado keynesiano inglés, y que solía acabar con un monólogo certero del último:
Secretario Bernard: ¿No es nuestro trabajo llevar la carga de las políticas gubernamentales? ¿No debemos creer en ellas?
Sir Humphrey: ¡Oh que idea tan absurda! He sido parte de once gobiernos en los últimos treinta años. Si hubiera creído en todas sus políticas habría sido partidario de permanecer fuera del mercado común europeo y de entrar en él. Habría tenido, también, la convicción absoluta del derecho de nacionalizar el acero, privatizarlo y volverlo a hacer público. ¿La pena capital? Habría sido un ferviente partidario y un ardiente abolicionista. En conclusión, habría sido keynesiano y friedmanita, un partidario y adversario de la escuela pública, una alimaña defendiendo la nacionalización e incluso un trastornado publicista de la privatización. Pero, en conclusión, ¡habría sido un esquizofrénico delirante.
La respuesta laborista de los humoristas de «Oxbridge» fue el noticiero satírico Not the Nine O’Clock News. Con un sesgo más izquierdista, reunió a la nueva generación de cómicos universitarios formada por Mel Smith, Griff Rhys Jones y Rowan Atkinson —el célebre Mr. Bean— con actores fuera del circuito universitario como Pamela Stephenson o Chris Langham. Este programa puede ser considerado, incluso, el «último hurra» de la comedia oxoniense en la televisión británica ya que pronto perdería su monopolio.
El formato, creado por John Lloyd, editaba varios «sketches» con montajes rompedores y efectos televisivos nunca vistos. Es, de hecho, uno de los primeros programas cómicos donde se utiliza con profusión el croma, el corte en vídeo y los juegos de imagen (estos todavía eran artesanales en programas de los 70 y Terry Gilliam animaba a mano sus creaciones).
Un ejemplo era mostrar en un fotograma a Margaret Thatcher donde decía «por favor, entre» y a continuación decenas de hombres musculados de algún vídeo perdido de la BBC. Ese sesgo crítico contra el conservadurismo del país se haría vídeo musical, incluso, en una sátira punk contra la tibieza de los obituarios al líder fascista Oswald Mosley. Todo lo resumió en el programa un monólogo de Rowan Atkinson como el candidato «Dennis»:
Amigos y trabajadores del partido: soy jugador de golf…pero también un conservador. Y estos han vuelto al poder —qué fantástica palabra esta— con nuevas iniciativas y estilo. Estamos ahora concentrados en dos problemas: primero la inmigración. Mucha gente se equivoca sobre nosotros: no creemos que los inmigrantes sean animales por Dios y además tengo muchos amigos de fuera y son encantadores. Algunos son negros, lo cual es una pena claro, pero son capaces de hacer trabajos tan bien como nosotros. En cuanto a los indios o pakistaníes…me gusta el curry. Teniendo la receta ¿es necesario que sigan ellos aquí?
A pesar de estas piezas políticas, el programa es más bien recordado por estos vídeos musicales elaborados y sus «sketches» absurdos. El más célebre, el de Atkinson como gorila parlante, quedó en el imaginario británico gracias a la cita «no era salvaje, solo estaba muy furioso». El noticiero duró, así, de 1979 a 1982 e hizo a la mayoría de sus cómicos caras conocidas allí.
Aunque estas iniciativas podían ser vistas como un intento de la BBC y su departamento de entretenimiento ligero de «mantener» el sello de calidad en la comedia, ITV tendría el gran éxito de audiencia en la década gracias a los muñecos de Spitting Image. Conocidos en España en su adaptación como Los Muñegotes, fueron muy populares en los 80 y prácticamente duraron casi todo el tiempo que Thatcher estuvo en el poder.
Obra de los marionetistas y escultores Peter Fluck y Roger Law, los guiones estaban escritos en inicio por el humorista de la revista americana National Lampoon Tony Hendra y en el elenco de voces contaba con todavía principiantes como Chris Barrie, Steve Coogan, Harry Enfield o Ade Edmondson. Al mando de la producción estuvo John Lloyd, personaje ubicuo en la comedia británica hasta la actualidad, y pronto contratarían a Rob Grant y Doug Naylor como guionistas.
Estos últimos abandonarían la serie para realizar su clásica «sitcom» espacial Enano Rojo en 1988 y que, como veremos, sería un hito de entre décadas. Volviendo a la serie de los polichinelas, ¿Quiénes era los parodiados en Spitting Image? Principalmente Margaret Thatcher, llegaron a grabar una escena con el muñeco miccionando en un baño de hombres, y la familia real (que odiaba el programa, según Lady Di).
Era una sátira cruel, que probablemente ahora sería reprendida, y que también tenía en Reagan una diana fácil. Una muestra de su humor: al recibir el presidente norteamericano un doctorado honorario de la universidad de Galway (Irlanda) en 1984, inventaron este discurso:
`Doctorado honorario de la Universidad de Galway´ Nunca entendí estos versos chinos. ¿Dónde está el sombrerito pequeño y el bigote de plástico azul? ¡No puedo hacer el discurso sin ellos!
Hicieron al igual que «Not the Nine…» muchas parodias de canciones que lograron un éxito de público. Una de ellas, la sátira veraniega The Chicken Song, alcanzó el número uno en 1986. Su letra decía todo sobre la crueldad de sus escritores:
Es ese tiempo del año en el cual la primavera está en el aire.
Cuando dos idiotas pasados por agua con un peinado hirsuto hacen otra canción para vacaciones imbéciles
Que resulta nauseabunda de miles de maneras.
De las costas de España a las del sur de Francia
No importa donde te escondas, no podrás escapar de este baile.
El formato fue la gran estrella de ITV hasta el año 1996, aunque tendría resurrecciones inconclusas a lo largo de los años. El programa tuvo, también, una versión oficiosa francesa, Les Guignols, que duró hasta hace poco y que fue el origen de los célebres guiñoles de Lo + Plus. Esta última adaptación hispana no pasó del 2008, aunque hubo una versión previa del show británico en RTVE de 1990 a 1991.
Aunque este tiempo contó con un buen número de programas satíricos, el clima sociopolítico se prestaba, el espectador convencional de teleseries siguió siendo el nervio de la audiencia. Este tuvo su baza en producciones menos arriesgadas como Only Fools and Horses, creada por John Sullivan. De nuevo, una familia disfuncional se presenta a través de Derek Trotter «Del Boy» y su hermano vago Rodney, expertos en vivir al día como mercaderes de una Londres pordiosera.
«Sitcom» de clase obrera, lejos de los estirados tipos de Sí, Ministro, fue la favorita del público por su carácter populachero. Este podía identificarse bien con un protagonista incapaz de pagar «IVA, renta, seguridad social», lo que le evitaba la molestia de obtener «dinero de ayuda, seguridad social o alguna prestación». En definitiva, a estos hermanos «el gobierno no les daba nada» ya que ellos no le «pagaban nada». Alcanzó, ya en los 90, las mayores audiencias posibles.
No sería justo terminar el repaso de la comedia satírica británica de los años 80 sin citar a los humoristas alternativos, alejados del circuito universitario, y que van a traer el humor y los modos del punk a la pequeña pantalla británica. Agrupados en torno a la escena monologuista del club «Comedy Store», en el Soho londinense, este colectivo daría nombres célebres como Alexei Sayle, Jennifer Saunders y, sobre todos, Rik Mayall. Los más famosos pronto lograrían independencia con la revista teatral Comic Strip, que sería llevada a la televisión en el año 1982.
Pero si existe una «sitcom» que una a todos estos cómicos alternativos sería la rompedora Los Jóvenes (Young Ones, 1982) que contaba la vida de unos jóvenes universitarios aburridos en el Londres thatcherista. Escrita por Ben Elton, por aquel tiempo un cómico de talante izquierdista y alejado de los círculos «Oxbridge», hacía de la violencia, el sarcasmo y el patetismo de sus personajes su divisa. En medio de la mayoría de los episodios, además, aparecían actuaciones de los grupos de mayor éxito del tiempo (Madness, Motörhead o The Damned).
Esta vocación juvenil permitía a cualquier adolescente reconocerse con los estereotipos de los personajes de la «sitcom»: el punk sociópata, el poeta radical, el hippie acabado o el guaperas con gafas de sol. En el ínterin, como si no quiere la cosa, los cameos estrambóticos de Alexei Sayle. Quizá el episodio más divertido del formato sería «Bambi» donde los jóvenes de esta casa comunal ruinosa, pobres como ratas, se enfrentan a los pijos supremos de Oxford y Cambridge en un concurso de preguntas entre universidades (tradición curiosa de las islas que todavía permanece en televisión a fecha de 2024).
¿Quiénes eran estos? No otros que los miembros reales de «Footlights» Stephen Fry, Hugh Laurie, Emma Thompson junto a una buena imitación de Ben Elton. Las universidades en pugna, de nombre «campus de la escoria» y «campus Footlights», tienen así intercambios hilarantes:
Presentador: ¿Cuál es la persona más rica del mundo?
Stephen Fry: Soy yo ¿No?
Presentador: Lo siento, la multinacional de tu padre ha quebrado esta mañana.
Este aserto finaliza con un botellazo de agua a Fry y poco después el punk de la universidad de la escoria, como venganza final, lanzaba una mina a los acaudalados estudiantes. Este grupo de Fry, Laurie y Thompson habían hecho antes una serie menor, Alfresco (1983), pero algunos de ellos alcanzarían el éxito junto a Rowan Atkinson y Rik Mayall en la imprescindible sátira televisiva La Víbora Negra.
La serie sigue las andanzas del advenedizo príncipe Edmund Blackadder y sus descendientes ávidos de poder. Esta comenzó, así, como una parodia de los dramas históricos de la BBC (Yo, Claudio había sido un éxito en los 70) y fue creada tanto por Rowan Atkinson como por un casi debutante Richard Curtis todavía lejos de su consagración. Este último, que había sido un guionista menor en «No the Nine…», obtendría un prestigio gracias a su ingenio en unos diálogos donde el linaje Blackadder pretende alcanzar el poder.
Ya sea como príncipe renacentista de escaso valor o como noble de poca monta en época isabelina e incluso como mayordomo de un aristócrata idiota (excelente Hugh Laurie en la tercera temporada), Blackadder nunca conseguía sus objetivos. A medida que pasen los episodios, entonces, este particular «Iznogud» baja de estrato social hasta ser solo un capitán raso en la Primera Guerra Mundial.
El humor de la primera temporada, de hecho, es más blanco y tonto, algo que se solucionó incorporando a Ben Elton en los guiones a partir de la segunda. Esta mezcla de sensibilidades, de generaciones de cómicos (es una de las pocas series donde humoristas alternativos y sus homónimos universitarios se unieron), permitió sobrevivir a la teleserie hasta las cuatro temporadas e incluso producir una película en el año 2000.
Todo gracias a unos intercambios excepcionales, repletos de ingenio, y que en ocasiones resultan dignos del mejor Oscar Wilde. Una muestra es esta pieza de relojería satírica :
Edmund Blackadder: Al fin, Mrs. Miggins, podemos regresar a la normalidad. Con la bandera bajada, la locura llega a su fin: el caos de las elecciones generales.
Mrs. Miggins: ¿Oh? ¿Ha habido unas elecciones generales?
Edmund Blackadder: En efecto, Mrs. Miggins.
Mrs. Miggins: Pues no escuché nada
Edmund Blackadder: Claro que no escuchaste nada, no puedes votar.
Mrs. Miggins: ¿Por qué no?
Edmund Blackadder: ¡Porque nadie puede! Ni mujeres, ni aldeanos, ni chimpancés (mira a su criado Baldrick, que piensa que está mirando a otros), ni lunáticos o aristócratas…
Baldrick: ¡Eso no es cierto! Lord Nelson tiene voto.
Edmund Blackadder: Tiene un bote, Baldrick. Qué maravillosa es la democracia: mira la población de Manchester, ahí son 60.000 almas y el censo electoral tres personas.
Mrs. Miggins: Bueno, yo tendré el cerebro de un caracol…
Edmund Blackadder: Eso es correcto.
Mrs. Miggins: …pero no me parece justo.
Edmund Blackadder: ¡Claro que no es justo! Y está muy bien así. Dale a gente como Baldrick el voto y volveremos a bailotear con druidas, morir por apedreamiento o cenar estiércol.
Baldrick: Oh, yo ceno estiércol hoy.
La mayoría de estos cómicos de Black Adder aparecieron también en la efímera imitación del Saturday Night Live estadounidense que hicieron en las islas. De nombre Saturday Live, permitió a los espectadores conocer de manera directa a los nuevos cómicos como monologuistas o creadores de personajes sin la tiranía habitual en la comedia británica de los escritores.
Uno de los que alcanzaría mayor fama en este programa sería Harry Enfield, que junto a Paul Whitehouse crearía personajes reconocibles como «Stavros» —el dueño de un Kebab— y especialmente «Loadsamoney»; humorada a costa del obrero que da un pelotazo económico en esta Inglaterra de economía pujante. Una canción con el personaje llegaría al número cuatro de las listas de éxito británicas, lo que quizá forzó la retirada apresurada de esta parodia (muchos imitaban al personaje en lugar de condenar su mezquindad).
Casi a final de década, también, aparecería la viciosa The New Statesman (Un diputado fantástico en España), que convirtió a Rik Mayall en un político neoconservador de moral corta y ambición infinita. Este politicucho sin escrúpulos tenía además una pareja cómica excelente, el diputado conservador Piers Fletcher-Dervish (Michael Troughton, de gran parecido a Francisco Marhuenda), que intentaba poner freno sin éxito a los abusos de Alan B’ Stard (el personaje de Mayall).
La serie tuvo cuatro temporadas de calidad decreciente e incluso tendría una revista teatral. Escrita por la pareja Laurence Marks y Maurice Gran, quizá el momento más recordado de la serie es el monólogo antieuropeo que declama Rik Mayall en Bruselas como eurodiputado y que casi predice la propaganda del «Brexit»:
¿Por qué nosotros, el país de donde viene Shakespeare o Christopher Wren —Por Dios bendito ¡mirad nuestros billetes del banco!—, hemos de acobardarnos ante las patrias que han creado a Hitler, Napoleón, la Mafia y…y…los Pitufos?
El último gran producto emanado de «Footlights» en esta década sería A Bit of Fry & Laurie, un programa de «sketches» y humor fino —casi propio de los años 20— que tuvo su emisión de 1987 a 1995. Serie dominada y escrita por Stephen Fry y Hugh Laurie, suelen ser piezas donde el contraste entre los dos personajes (uno clarividente y otro tonto) dan pie a divertidos equívocos:
Stephen Fry: ¿Es nuestro lenguaje un síntoma del humor británico cínico, tolerante, adverso a las emociones impostadas, etc. o estas cualidades son externas al idioma en sí? Es el dilema del huevo y la gallina.
Hugh Laurie: (Mirando al espectador) Ahora estamos hablando de pollos y huevos.
Comedia fuera de tiempo, política aún sin ser violenta (guardan gran odio a los conservadores y Rupert Murdoch), la pareja acabaría como protagonistas en una inevitable adaptación de P.G. Wodehouse de 1990 a 1993 en ITV: Jeeves and Wooster. Los roles estarían claros: Hugh Laurie sería el aristócrata despistado y tontorrón Bertie Wooster, mientras que Stephen Fry no podría ser otro que el criado arregla entuertos Jeeves.
Mucho más arriesgada e innovadora sería Enano Rojo, sin duda el mejor producto de ciencia ficción con comedia producido allí y brillante epitafio a la sátira televisada en los 80. Desde 1988 a nada menos 2020, ha llegado a las nueve temporadas y varias películas gracias a sus personajes divertidos. La mayoría son los supervivientes de la hecatombe de la nave «Enano Rojo»: entre ellos el técnico de tercera David Lister (Craig Charles), un gato evolucionado en una especie de artista rock y el holograma Arnold Rimmer (Chris Barrie).
Este último es una proyección holográfica que mantiene la computadora central, la cual toma varios nombres y personalidades a lo largo de varias temporadas. «Enano…» estaba creada por Rob Grant y Doug Taylor, como hemos visto, y según el experto en televisión David Lavery mantiene «muchos elementos de ciencia ficción» algo que «contribuye a estatus de culto». Los autores, también, cambiaron mucho el tono de una temporada a otra —especialmente luego de la cuarta— y la serie viró progresivamente de la comedia a la ciencia ficción pura. Con el tiempo se incorporaron más personajes, el androide sin maldad (David Ross), aunque el núcleo sería el trato entre Lister y Rimmer.
Sus intercambios biliosos están marcados por una sátira de clase puntuada por acentos (Craig Charles, mestizo de madre irlandesa y padre guyanés, tenía un habla «scouse» de Liverpool bastante marcada) y personalidades contrapuestas:
Lister: Rimmer, has estado practicando esperanto durante ocho años. ¿Por qué eres tan completamente inútil?
Rimmer: ¡Habló! ¿Y cuántos libros has leído en toda tu vida? Los mismos que Champion The Wonder Horse ¡Cero!
Lister: He leído libros.
Rimmer: Uh, Lister, no estamos hablando de libros donde el protagonista es un perro llamado «Ben».
Lister: ¡Fui a la Facultad de Bellas Artes!
Rimmer: ¿Tú?
Lister: ¡Sí!
Rimmer: ¿Cómo llegaste allí?
Lister: De manera normal: el viejo método común y aburrido de entrar. Suspendí los exámenes y me postulé. Me pillaron.
Rimmer: Ah, pero no conseguiste un título, ¿no?
Lister: No, me fui. No duré mucho.
Rimmer: ¿Cuánto?
Lister: 97 minutos.
Los 90 esperaban: una década todavía más original, atravesada por la telerrealidad, y cuyos hitos siguen siendo relevantes en la actualidad.