No hace demasiado se celebró una boda entre un príncipe y la hija de unos millonarios. Una boda real, decían. Pocas cosas pueden sonar más a fantasía: familias reales multimillonarias, en un país desarrollado, en el siglo XXI. Anacronismo en estado puro. Ficción.
Voluntariamente, evité todo contacto con cualquier tipo de prensa durante aquella semana: entre los Barça-Madrid, la boda y la beatificación del anterior Papa, me daban ganas de renunciar a mi condición de humano y unirme a un grupo de gorilas de montaña, donde probablemente me sentiría más homínido que borrego. Pero me fue imposible vivir en la ignorancia llegando a conocer algunos aspectos de su relación gracias a tanto especial informativo que han dedicado todos los medios de comunicación. Supongo que alguna redacción se debate en la desesperación por el tiempo que les ha tocado vivir: somos tan modernos que no ha lugar ni reportaje de La Prueba del Pañuelo o demasiado conservadores como para retransmitir en directo cómo el regio marido impregna con su semen la vagina de su esposa explebeya durante la noche de bodas. Pobres profesionales abnegados. Aunque este inconveniente no les ha quitado la ilusión de descuartizar cada pedacito de la historia.
Leo que el par de tortolitos se conoció en una prestigiosa universidad cuando ambos tenían otras parejas y quedaron prendados, como diciendo qué casualidades, qué simpleza llana, qué romanticismo sincero. Aunque me suena a la justificación que dan los futbolistas que salen con modelos; se conocen porque se mueven en los mismos círculos, lo cual evidencia que no pisan librerías ni filmotecas. Dios los cría y el viento los amontona. Bien por ellos. Volviendo al tema, se rumorea que Guillermo de Cambridge realmente se fijó en ella cuando la vio desfilando en ropa interior. Qué romanticismo sincero. En cuanto a La Mujer Anteriormente Conocida Como Kate, parece que en su cuarto de infancia tenía colgada una foto del príncipe. No de Brad Pitt, ni de Robbie Williams: del príncipe Guillermo jugando al polo. Está bien fijarse metas reales en la vida.
También me he enterado de que según la tradición el padre de la novia es el que tiene que pagar la boda y ésta, al parecer, ha costado unos 24 millones de euros. Un pico, vamos. Afortunadamente para la familia Middleton, la Casa Real se hizo cargo de la cuenta, aunque sí que desembolsaron unos 280.000 euros en gastos diversos. Está visto que hoy en día, si tu hija te dice que ha pillado cacho con un príncipe, no es una noticia como para lanzar sombreros al aire y bailar de alegría, sino para decir: “pero, ¿lo has pensado bien?”.
Calles engalanadas con banderitas; símbolo que representa a miles de personas mediante la simpleza de unos colores y unas cruces. Sentimiento nacional. También, la imagen de un chico con cara de no haber roto un plato, a pesar de una incipiente calvicie, y la de una muchacha con mentón afilado y con un peinado realizado sin duda por un epiléptico. Puestos ambulantes ofreciendo parafernalia con la que exaltar los valores representados por todas esas imágenes o improvisados tenderetes donde se venden tentempiés como exquisitos bocadillos de tortilla de estado opresor. Hablo de los años 90, mi primer Aste Nagusia en Bilbao; la zona de txosnas de “los radicales”, como decía la gente. Un eufemismo, claro. Cuando me facilitaron las fotografías que ilustran este artículo, el primer flash mental que me vino fue el de aquella Semana Grande, aunque vista con los ojos de un daltónico: mismo tipo de bandera, fotografías colgadas, ambiente festivo, fervor frente a unas ideologías y formas de entender la vida inexplicables para mí. Admito que es una extraña asociación de ideas, pero el cerebro es complejo. Hay imágenes que dejan una huella imborrable en la memoria, que te impactan, que cuestionan tu percepción de la realidad. Esta boda, desde luego, no es una de ellas.