Cine y TV

‘El dormilón’: Woody Allen de Cervantes

El dormilón. Imagen United Artists.
El dormilón. Imagen: United Artists.

Sí, es cierto que El dormilón es una película de ciencia ficción, a no ser que consideremos el woodyallenismo un género. No es ciencia ficción, entonces, sino woodyallenismo, y como en todo buen woodyallenismo hay: comedia, una vuelta de tuerca a la realidad, referencias culturales, patetismo, amor y sexualidad, pequeñas dosis de religión y un canto a las bondades de lo absurdo.

En esta película, que tiene unos cuantos años y peca de inocente tras verla cincuenta después, Woody Allen se aquijotesca. Del mismo modo que Cervantes hizo una crítica de las novelas de caballerías escribiendo una con humor, el neoyorquino hace una comedia de las novelas futuristas rodando una. Por eso, cuando Miles Monroe se despierta doscientos años más tarde se encuentra no con una sociedad futurista, como cabría esperar en una película seria, sino en una sociedad ridícula —y no solo ridícula ella, sino también la nuestra, por contraste—. En el futuro la gente no come sano, porque han descubierto que fumar y comer grasa es lo saludable, en el futuro todos son frígidos y necesitan una máquina de orgasmos para poder disfrutar del sexo, en el futuro todos están programados y pueden ser desconectados en cualquier momento si no cumplen con las órdenes, en el futuro la revolución es volver a la vida salvaje. Si se piensa un poco, no se diferencia tanto de nuestra sociedad, así que la crítica a ese futuro, aunque nosotros no comamos frutas gigantes ni estemos programados ni vistamos de blanco ni tengamos robots de criados, la crítica a ese futuro también es para nosotros.

A la idea infantil del futuro, que Allen adopta de otras películas futuristas, se le deben sumar los tropiezos absurdos y torpes que lleva como bandera el woodyallenismo, que además acompaña con su banda de jazz y algunas escenas cómicamente aceleradas: el gobernador ha sufrido un atentado y solo ha quedado de él la nariz, tienen que robar la nariz y Miles Monroe le apunta con una pistola, la policía dispara una especie de lanzallamas y acaba incendiando cualquier cosa, persecuciones fantásticas que te hacen sonreír aunque sean inocentes… Todo le sirve a Woody para reírse de las películas futuristas, pero es que las películas futuristas se lo han puesto muy fácil para que se ría de ellas.

En la revolución, que intentan desprogramar a la sociedad individuo por individuo para que de nuevo tengan una personalidad fuera del sistema, vuelven los problemas de siempre, que no son los de destruir una nariz o escapar de un gobernador que todo lo supervisa, que no es convertirte en un mayordomo incapaz de actuar como un robot: vuelven los celos, vuelve el amor libre y la promiscuidad, vuelve la competición de Miles con cualquier hombre guapo.

Luna, que no podría ser otra que Diane Keaton para redondear la película, estaba idiotizada dentro de la sociedad futurista pero también lo está cuando sale de ella, porque cae rendida a los pies del joven y apuesto líder de los rebeldes. Ahí es donde Woody debe ser Woody con todas sus consecuencias, porque para que el woodyallenismo sea verdadero, Allen debe ser un perdedor encantador y tierno, y Miles Monroe lo es —irresistiblemente—. 

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2 Comentarios

  1. Di Georgio

    Uno entra para leer un articulo y se encuentra una nota de prensa sin elaborar. Pues vale…

  2. A mí me ha molao.

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