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‘La ira azul’: poética de una revolución por venir

La ira azul
La gran ola de Kanagawa, de Hokusai.

El misterio del título La ira azul. El sueño milenario de la Revolución (Ediciones Trea, 2023), al menos para los lectores menos versados —o menos lectores de versos—, queda resuelto justo al final de este libro, en su última línea, cual giro de guion que aclara todo en el instante previo a los títulos de crédito. Se citan unos versos del poeta sevillano Luis Cernuda que imaginan la revolución como «un mar / cuya ira azul tragase tanta fría miseria». Y, tras la lectura de la obra escrita por Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987), no resulta nada arbitraria la elección de esa potente imagen. Primero porque este es un ensayo preocupado por lo formal, y no solo lo temático: hay en su escritura una voluntad estética que se adhiere a las ideas. Además, incide en una idea que lo sobrevuela: la importancia de la palabra y de su más pura expresión, la poesía, para sublevarse.

«Llamar a derribar el orden existente parecía espantoso, pero lo existente no era ningún orden». Entre versos de Marcos Ana y José Agustín Goytisolo, el autor de este libro loa la belleza y la justicia poética de la revolución, con la utopía como musa pero no como métrica autoimpuesta, buscando evocar en todo caso una figura aún más hermosa, más plena por cuanto apegada a la tierra y a quienes la habitan. El revolucionario debe «preocuparse por lo útil, pero también por lo bello», escribe Batalla. No todo ha de ser rabia incontenible y furibundos gestos. Ese sentimiento estético es también una herencia histórica, es también memoria de la lucha, según defiende este estudio. Por eso se nutre de citas emocionantes, de homenajes a quienes bien dijeron lo que tenía que decirse; lo que ya era hora de que alguien dijera.

Poemas de figuras revolucionarias, de maneras heterodoxas —porque las revoluciones no entienden de dogmas— y solo aparentemente distantes en el tiempo y en espacio —porque las revoluciones no entienden de fronteras ni de relojes—, como las de Pier Paolo Pasolini o Azahara Palomeque. La autora del reciente ensayo Vivir peor que nuestros padres (Anagrama, 2023), por cierto, ha mencionado alguna que otra vez a Pasolini y sus ideas sobre «el fascismo del consumismo». En el caso de Batalla, su ensayo-proclama-arenga parece decidido a rescatar «la poesía de la clase de entre los despojos de la historia», en palabras de Patrick Eiden-Offe, quien tiene una investigación al respecto titulada, justamente, La poesía de la clase (Katakrak, 2020). 

La ira azul es un canto a revolucionarse, empezando por las propias pulsaciones, la inflamación de las pasiones; a una insubordinación colectiva del corazón que muestre suficiente juicio para decantar lo mejor de las anteriores —que es bastante— y apartar lo peor —que no es poco—; errores históricos que están presentes en el libro, y es de agradecer esa honestidad. Por cierto que, buscando algo de contexto sobre el poema de Cernuda —titulado «Lamento y esperanza»—, hemos dado con un artículo del hispanista James Lavender, publicado en el volumen Des espaces de l’Histoire aux espaces de la création (Presses universitaires de Paris Nanterre, 2020), en el que plantea la hipótesis de que «lo que le interesa a Cernuda no es tanto la revolución en sí cuanto la imaginación poética con que ella está concebida». Tanto mejor, diríamos: esa imagen (contra)poderosa de un mar de color cielo es la que mejor puede representar la importancia que para Batalla tiene pensar la revolución, prefigurarla, imaginarla.

Pasado(s) de revoluciones 

La lúcida definición de progreso de Walter Benjamin, antes de matarse, da título al primer bloque, «Una única catástrofe que amontona incansablemente ruina tras ruina», en el que Pablo Batalla recorre la historia de las revoluciones con un ritmo trepidante, hilando cada acontecimiento con el posterior, confrontando los hechos y haciéndolos resonar en otros países, otras épocas. A medida que avanza ese itinerario, va desgranando los elementos, factores y realidades que configuran una revolución, sus esencias universales. Por ejemplo: nunca existe una masa rebelde uniforme, más bien hay de todo ahí dentro —del descontento, el hartazgo común—. Por eso es frecuente, una vez consumada, que se produzcan escisiones o traiciones. Tampoco existe un modelo único de revolución, ni es invariable; las hay reaccionarias y multiformes, mutantes o derivadas. Y, haciendo una tercera refutación, ni toda revolución pasada fue mejor ni las recientes superan a las antiguas: el autor gijonés cuestiona la altanería con que hoy se miran los movimientos contestatarios premodernos, despachados como meras revueltas.

La ira azulEn ese «caldo primigenio» de la idea libertaria, cuya sustancia se verterá en todas las revoluciones posteriores, encuentra Batalla formulaciones hermosas y también pavorosas, como las que representan los discursos exaltados de Kant, Sade o Hitler. Las mismas nociones, las mismas palabras, según cómo se ordenen o cómo se edite el sentimiento político, darán lugar a un sueño o una pesadilla. Es uno de los logros de este libro, resuelto a hacernos ver el envés de los procesos y de las ideologías, la reacción como resultado de una acción previa. Sin ir más lejos, la no consumación de la utopía marxista gestaría el fascismo: «La frustración de las profecías incumplidas produce monstruos», sentencia Batalla. 

Siguiendo a Joseph de Maistre, paradójicamente considerado el máximo representante del pensamiento contrarrevolucionario, estima que la revolución no es tanto un acontecimiento —una fractura concreta— como una época llena de idas y venidas, incertezas, juegos de intereses. Aunque hubo uno que señalaría la última gran insurrección: la caída del Muro de Berlín. Tras aquella, los nuevos regímenes —dictatoriales, mortales— pasarían a ser las dinámicas mercantiles descentralizadas, un «enemigo invisible» al que en estas páginas remite el sociólogo César Rendueles

Así enlaza Batalla un segundo bloque que se inicia con el relato del reverso de aquel momento histórico, en 1989, del que muchos de nosotros aún conservamos memoria. El capitalismo también era entonces una utopía con sus propios dioses —los Hayek, Popper, Friedman— y que poco a poco se iría desfigurando hacia el neoliberalismo tan comúnmente asumido hoy. Porque, claro, en esta era de sálvese quien pueda y de descreimiento, ¿quién creería en una revolución? Y eso que el proletariado no solo no ha muerto, sino que está muy vivo: «Los nuevos proletarios son un rider de Glovo, una telefonista de Jazztel, un repartidor de Telepizza». 

En ese escenario y, dado que están a punto de cumplirse treinta y cinco años desde la caída del Muro, el autor de La ira azul pronostica que «se viene un gran terremoto» cuya lucha será la de cualquier rebelión que se diga proletaria: la lucha por el tiempo. Incluido, ahora, el tiempo que nos queda sobre la tierra y su dramática reducción si atendemos a los muy reales augurios de la emergencia climática. Aunque, pese al carácter global que se espera hoy de cualquier movimiento sísmico con verdadero impacto social, Batalla pone el peso no en las grandes esperanzas o los grandes planes, sino en las revoluciones parciales, incluso «microscópicas», que funcionan por acumulación. Las compara con copos que acabarán formando una nevada. Pesimistas que somos, nos da que pensar en que la nieve, por compacta que sea, tiende a derretirse. 

Levántense, malditos

—¿Has venido aquí para unirte a la revolución?

—No. No, una fue suficiente para mí.

(¡Agáchate, maldito!, Sergio Leone, 1971)

Esa indudable dosis de cinismo posmoderno en la mentalidad presente, incluso entre quienes se dicen de izquierdas, es una de las conquistas del sistema y una de las claves por la que cuesta creer en verdades revolucionarias. Aunque en este ensayo, como hemos dicho, lo estético va de la mano de lo político, Pablo Batalla es partidario de que el movimiento se demuestre andando hacia cierto horizonte utópico, por lejos que parezca el destino. El ensayo-error que defiende La ira azul ha de tener tanto de creatividad como de autocrítica, sin obviar el marco de pensamiento en el que cualquier insurgencia nace hoy, y al mismo tiempo aprovechando las múltiples redes culturales que Agustín Fernández Mallo, aquí citado, observa en nuestra digitalizada era como imaginario de la urdimbre revoltosa. Por otro lado y como expone este libro en su tramo final, las revoluciones del ahora no pueden estar mirándose en el espejo de las del ayer continuamente, y eso pasa por desmitificarlas.

Otro de los autores citados en estas páginas, Edgar Straehle, señala en su ensayo Los pasados de la revolución (Akal, 2024) que la idea de revolución no puede ver anulada su condición de «tiempo auténtico» por la comparación con sus versiones anteriores; las cuales son las únicas que se han probado viables y quizá por eso se tiende a su glorificación. En cambio, sostiene este investigador en filosofía política y de la historia, si esa herencia sirve de punto de partida, la memoria de la revolución podrá aparecer «como un proceso de augere [en latín, «hacer crecer», «expandir», «promover» o «mejorar»] y no como una prisión en la que rendir pleitesía a lo pretérito». 

Lo que demuestra La ira azul  es que la memoria revolucionaria —¿no es siempre revolucionaria la memoria?— pervive aun en modo silencio, subterránea, transportada por el rumor de las aguas de la tradición oral. También en la tradición escrita, por qué no; aunque en la película de Sergio Leone el personaje de Juan Miranda (Rod Steiger) se riera de la noción de una revolución intelectualizada: «La gente que lee libros va a la gente que no lee libros y les dicen: ¡Hey-hey! Ha llegado la hora de un cambio, ¿eh?». Historiador de vocación y periodista de oficio, además de autor de otros tres libros, Batalla ha leído lo suyo —es decir: lo de los demás—, y quizá por eso nuestra impresión es que su estilo se va haciendo más barroco conforme se precipitan los acontecimientos narrados, como si entrado ya en en el vocerío del presente necesitara cincelar cada adjetivo para que adquiera auténtica resonancia. En suma, el autor se hace entender y se hace oír, lo que es una gran virtud para un ensayo que aspira tanto a desentrañar los mecanismos de la revolución como, en cierto modo, a auspiciarlos.

Pero, pese a esa tradición literaria y la amplia documentación en que se basa, también es la memoria personal la que alimenta estas páginas. Uno de los episodios más emocionantes —por cercano; tanto como su Asturias natal— es el que dedica a la brutal «revolución desindustrial», con testimonios de primera mano para captar la épica de la movilización gremial. En tal contexto, una quema de neumáticos conlleva un proceso de preparación que «renueva los lazos de la familia insumisa y en él se entrechocan porvenir, presente y pasado, ambición y recuerdo, porque cada barricada nueva recuerda a las anteriores». Toda revolución viva participa de esa temporalidad fluida que sitúa el movimiento entre lo vivido y lo soñado, y a veces no importa solo la función efectiva de estas acciones sino también la simbólica. Aunque, por inspiradora que pueda parecernos esa lucha, el autor nos vuelve a dar un golpe de desrromantización (en este caso, sobre el orgullo de clase) al recordar que «los obreros siempre han querido dejar de serlo». 

En su brillante análisis del triunfo de la revolución islámica en Irán, El Sha (Anagrama, 2024), obra de 1982 que acaba de ser reeditada en español, el periodista, historiador, experto en revoluciones y —también— poeta Ryszard Kapuściński escribe: «Toda revolución es un drama, y el hombre evita instintivamente las situaciones dramáticas». Viene a representar la última salida, la tabla de salvación a la que agarrarse antes del hundimiento. «Toda revolución viene precedida por un estado de agotamiento general y se desarrolla en un marco de agresividad exasperada». El clima se hace inaguantable para unos y otros. «Empezamos a dejarnos dominar por una psicosis del terror. La descarga se acerca. Lo notamos». ¿Será verdad, como dice Pablo Batalla, que se avecina un gran terremoto, o —siguiendo la imagen de Cernuda— un gran maremoto? ¿Eso que notamos son las ondas del tsunami social? 

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2 Comments

  1. Juanet

    EHRENGARD: ¿Y qué hacían unos norteamericanos en una revolución mexicana?

    DOLWORTH: Tal vez sólo haya una revolución. Desde siempre. La de los buenos contra los malos. La pregunta es: ¿quiénes son los buenos?

    De Los profesionales, de Richard Brooks.

  2. Abel "el bedel"

    «… el periodista, historiador, experto en revoluciones y —también— poeta Ryszard Kapuściński escribe…»
    Si además cocina, que sepa que tengo una hija soltera.

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