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Terranova: conservar una lengua en salitre

Terranova: conservar una lengua en salitre
Calvary. Imagen: Irish Film Board.

Día sí y día también, cualquiera en Freshwater se dejaba caer por la casa de Aloysius O’Brien para echar la tarde. Algunos incluso conducían hasta aquel remoto lugar en busca de un fuego y una buena charla. En aquella isla sepultada bajo la niebla que solo visitan las tormentas y los icebergs, Aloysius, a quien todo el mundo llamaba Aly, te calentaba el alma con un variado repertorio: desde los caprichosos abedules amarillos hasta una tonada gaélica del lejano Munster. Siempre dijo que no era más que un humilde granjero, y lo era, pero también un autodidacta compulsivo. Talamh an Éisc, su isla, no tenía secretos para él, ni tampoco sus irlandeses, ni su lengua. Sabía mucho el bueno de Aly, tanto que uno hasta se llegaba a olvidar de que Irlanda quedaba a tres mil kilómetros al este, al otro lado del Atlántico. Cuando murió en 2008 a los noventa y tres años, se enterró también al último hablante de gaélico irlandés de Terranova.

Era un hombre corpulento y risueño, de ojos de un azul ajado y con un pelo crespo y cano, como las olas que rompían frente a su casa. Lo sabemos porque le vimos contar su historia para la televisión irlandesa en los ochenta. Es también el relato de sus vecinos, los Foley, los Murphy, los Brennan, los Mac Grahams… Desperdigados por la península de Avalon, aún hoy es posible encontrar rosarios y estampitas de la Virgen en sus cocinas, y banderas irlandesas sobre sus tejados, pero es, sobre todo, ese acento suyo lo que más llama la atención. Todos descienden de gente embarcada desde el sureste de Irlanda, en un radio que no supera los cincuenta kilómetros. Hombres jóvenes, solteros y pobres, para muchos de ellos, la pesca del bacalao se convirtió en un trabajo de temporada ya en el XVII, pero el sector creció de tal manera que, a principios del XVIII, llegaban ya para quedarse. Talamh an Éisc, la «isla del pescado», era como se llamaba en gaélico a Terranova.

Cuando hablamos de los irlandeses del otro lado del Atlántico siempre nos acordamos de sus primos de Boston o Nueva York, pero ninguna provincia en Canadá ni ningún estado norteamericano atrajo a una población tan grande y de un área geográfica tan compacta de Irlanda como Terranova. En 1836, el Gobierno en San Juan condujo un detallado censo de la población en la isla: eran ya más de cuatrocientos asentamientos entre los que se repartían otros colonos europeos, como ingleses, franceses y vascos, pero los irlandeses eran mayoría. Sumaban la mitad de la población total, y tres cuartos de ellos vivían en la zona alrededor de San Juan. Si se preguntan por los indígenas, sabemos que se refugiaron en la inhóspita taiga del interior de la isla, huyendo de esa gente de ultramar. 

Seguían ahí cuando Aly se graduó en el Colegio San Patricio de la Hermandad Cristiana Irlandesa. «Tenía la intención de entrar en el seminario, pero supongo que me rechazaron porque no era más que un chaval de campo de una pequeña granja», recordaba el terranovense en una entrevista a la televisión pública irlandesa. Siempre le quedará la hacienda familiar que levantó su bisabuelo en 1820 y esos treinta y siete acres de tierra. Cada patata, cada calabaza arrancada a la tundra es una victoria que hay que celebrar, pero hay vida más allá de aquella parcela yerma. Es aún un adolescente cuando cae en sus manos una gramática de gaélico. Era la lengua que su abuela Bridget hablaba con sus hermanas, pero nunca con su hijo Denis, el padre de Aly. 

El chaval empieza a estudiar el gaélico en un impulso que tardará muchos años en verbalizar. «Nuestra herencia irlandesa es lo único que conecta nuestro pasado con nuestro futuro», conseguirá explicar algún día.

Aislamiento

La comunicación entre el viejo y el nuevo continente dará un paso de gigante en 1857, tras la instalación de ese cable telegráfico submarino de tres mil kilómetros de longitud entre Irlanda y Terranova. ¿No es un milagro que las noticias entre Dublín y San Juan lleguen en cuestión de segundos y no de semanas?

Resulta que las dos islas más irlandesas del mundo acaban conectadas por un cordón umbilical del que se tira desde sus extremos. Dos años después de que el Titanic se hundiera en aquellas aguas, con la isla aún bajo dominio británico, doce mil jóvenes terranovenses fueron enviados a las trincheras en la Europa de la Primera Guerra Mundial. La guerra acabó con la vida de muchos y generó un creciente sentimiento panirlandés, espoleado por la independencia del sur de Irlanda en 1919. Patrick Mannion, historiador terranovense centrado en la diáspora irlandesa, sabe mucho de aquel momento en el que el nacionalismo irlandés estaba en plena expansión.

«Es fascinante —arranca Mannion por videoconferencia y desde San Juan—. Mucho después de que la generación inmigrante muriera, la Liga Gaélica de Terranova ofrecía clases de gaélico irlandés en la isla durante los años veinte, imitando un modelo de promoción del lenguaje de otras comunidades de Estados Unidos y Canadá». No obstante, era una misión casi imposible. De hecho, Mannion duda de que quedara algún hablante nacido en Terranova en 1900. «En el mejor de los casos, serían un puñado y todos muy mayores», acota el experto. Es él quien pone a Aly O’Brien en nuestro radar, recordando, eso sí, que aprendió la lengua entre la década de los treinta y los cuarenta, que no era un hablante nativo. Mannion dice que es difícil saber cuál era la presencia real de la lengua entre los primeros colonos. 

Lo que sí sabemos es que las cuitas del Viejo Mundo no se saldan por el mero hecho de atravesar el océano. En una carta dirigida a su familia en Wexford, Pierce Sweetman pide que solo le manden hombres de allí para la pesquería, que las peleas con los de Kilkenny son constantes. Aunque nunca faltan excusas para calentarse en el Atlántico más boreal, se organizan partidos de hurling que todo el mundo sabe que acabarán en una sangrienta batalla campal. Los de Wexford también se cascan con los de Waterford, los de Cork con los de Tipperary, los que hablan gaélico con los angloparlantes… ¿Sabe la diócesis que en el sur de Avalon nadie habla inglés? Lo dice Pat Power, un cura de Kilkenny, antes de repetir que es una lástima, pero que alguien de Wexford como el hermano Ewer nunca podrá guiar aquel rebaño. Mejor uno de Kilkenny que hable gaélico.

«Ni siquiera sabemos si el gaélico llegó a usarse en los sermones. Sin embargo, sí hay constancia de que se enviaron sacerdotes gaélicos nacidos en Irlanda a la costa oeste de Terranova para atender a los hablantes de gaélico escocés», dice Mannion. Tiene sentido. Junto con la variante de la isla de Man, las de Irlanda y Escocia conforman la rama goidélica de las lenguas celtas y existe un alto grado de inteligibilidad entre ellas. Las similitudes son aún mayores entre áreas geográficas próximas entre sí, por lo que un hijo de las Highlands escocesas debería entender sin problemas el sermón de un padre de Donegal o de Derry, en el norte de Irlanda. Eso sí, que se necesitaran sacerdotes gaélicos da una idea de una colonia escocesa muy aislada en origen, que probablemente seguiría encerrada en sí misma en destino. De hecho, Mannion habla de una isla de comunidades casi estancas. «La mayoría de los descendientes de irlandeses se casan entre ellos, rara vez con alguien ajeno al etnogrupo, ni siquiera con otros católicos. Los franceses y los nativos viven en comunidades aisladas del oeste de la isla, muy lejos del núcleo del asentamiento irlandés», matiza el experto. 

Fue en 1948 cuando el 51 % de la población de la isla votó en referéndum la anexión a la Confederación de Canadá frente a un 49 % que no lo veía. En realidad, el plebiscito no era más que un acto simbólico. Terranova había tenido una importancia vital durante la Segunda Guerra Mundial y entregarla a los canadienses era la forma de saldar la magra deuda de guerra de Londres con sus aliados. 

Aly es de los que piensan que es un error; teme que Terranova pierda su identidad respecto a Canadá «como Irlanda respecto a Europa». Por supuesto, él no está dispuesto a renunciar a su insularidad. Acaba de conseguir el Teach Yourself Gaelic Linguaphone, unas grabaciones de Gael Linn y los cuadernillos de Eugene O’Growney, ese cura que dio la vuelta a Irlanda en bicicleta campañeando por el gaélico a finales del siglo XIX. Para cuando recibe sus primeras clases de un tal Risteárd Breathnach, un profesor visitante en San Juan, Aly es capaz de mantener una conversación fluida con él, y eso que todavía no ha pisado Irlanda (lo hará por primera vez en 1974). Su dominio de la lengua es tal que mucha gente —profesores de la Universidad Memorial de Terranova incluidos— le pide que les dé clases. Una de sus primeras estudiantes, Carla Furlong, invita al resto a su casa cada lunes para hablar gaélico. Aquel grupo se conocerá como el Aloy O’Brien Conradh na Gaeilge, en un guiño a la Liga Gaélica fundada en Dublín 1893 para promover la lengua en Irlanda y el resto del mundo. Todo esfuerzo era poco frente al terrible impacto de la hambruna medio siglo atrás. Murió un millón y otro emigró. No obstante, el declive de la lengua fue proporcionalmente mucho mayor: la mayoría de los que se fueron, de una u otra forma, eran de zonas rurales donde la lengua celta gozaba de buena salud. 

La Unesco habla hoy de un idioma «en peligro de extinción». Es uno de esos casos paradójicos en los que se puede tener todo y aun así no ser suficiente. «El irlandés, lengua oficial en Irlanda y en la Unión Europea, la de la administración, la que se usa para dictar leyes, la que se enseña en las escuelas, la que se escucha en la radio y la televisión… no se transmite. La gente prefiere hablar en inglés», resume Joaquín Gorrochategui, catedrático y miembro correspondiente de la Real Academia Española y de la Academia de la Lengua Vasca. Lo fundamental, recuerda el académico, es que la lengua se transmita de padres a hijos. 

Terranova: conservar una lengua en salitre
Población con ancestros irlandeses en Canadá y Estados Unidos
Fuente: Domen (CC) / Statistics Canada / United States Census Bureau. Fecha: diciembre 2019.

Tesoros

Precisamente, será su profundo conocimiento del gaélico el que haga a Aly merecedor de un doctorado honorífico en 1982 por la Universidad Memorial de Terranova. Poco después, una serie de programas de radio y televisión le concederán una estrella en el firmamento irlandés. En Dublín se maravillan con su acento: no solo apenas tiene influencia del norteamericano sino que, además, conserva palabras y expresiones perdidas hace generaciones en el sudeste de Irlanda. Poetas y académicos, periodistas, actores, políticos… son decenas, cientos los irlandeses que visitan la isla y llaman a su puerta. Aidan O’Hara, periodista y escritor de Donegal, lo hace para rescatar palabras del irlandés que han sobrevivido en Terranova, así como otros detalles sobre la música y el folklore de la isla. Michael Coady, poeta de Tipperary, habla de un hombre «dotado de un sentido de la armonía con el mundo natural y de una gran humildad y generosidad». Recuerda una visita en 1989 en la que, mientras ayuda a Aly a recoger el heno, le pregunta si se le ocurre algún equivalente irlandés para «siesta». Sámhán, responde O’Brien.

No es un vocablo extraído de los libros sino transmitido de forma oral en el habla de Terranova, una de esas voces de ultramar escuchadas hace siglos y conservadas en salitre. ¿Acaso no se sala el bacalao para evitar que se reproduzcan en él las bacterias? Solo así llegamos a escuchar canciones que ya nadie recuerda en Irlanda, y hasta nanas gaélicas muy anteriores al cable submarino, aunque muchos de los que las cantan desconozcan el significado de esas estrofas. Pero son tesoros cada vez más difíciles de encontrar en una isla donde la adversidad, en toda su dimensión, ha sido la única constante. Entre 1954 y 1975 fue una política de reasentamientos para centralizar la población rural la que provocó la desaparición de trescientas comunidades, muchas de ellas irlandesas. Las que sobrevivieron se enfrentaron a la moratoria del bacalao de 1992: lo que iban a ser dos años son ya más de tres décadas en las que la desaparición del monocultivo insular ha empujado a muchos a emigrar. La isla del pescado ha perdido su nombre. Y luego, claro, está el cambio climático. La temperatura del mar se dispara y se dobla el número de tormentas y huracanes respecto al siglo pasado, desaparecen el permafrost y el hielo en el mar, se multiplican las inundaciones, el riesgo de especies invasoras, las enfermedades infecciosas… Terranova nunca ha sido tan hostil. 

El trasiego de gente que va a visitar a Aly sigue siendo constante cuando descansa en la Casa de Misericordia de San Patricio en San Juan, y casi hasta el día de su muerte. Dicen que aquel 5 de agosto de 2008 se le oyó recitar un poema de su venerado Donnchadh Ruadh Mac Conmara en el programa matinal de Radio San Juan. Mac Conmara, un poeta exiliado en el fin del mundo en 1745, canta a su Munster natal en su gaélico de cuna. Ya no ve a los rebaños pastoreados hacia los prados, solo ovejas arrastradas por un viento salvaje mientras el mar más bravo ruge a su alrededor. Quién estuviera en la vieja Irlanda.

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