Ignoro los problemas que ha tenido Abdellatif Kechiche para no poder distribuir la segunda parte de Mektoub, My Love. Se ve que las críticas fueron muy crueles, que hubo una polémica grave con la escena de un cunninlingus real de más de diez minutos que la protagonista no quería que se mostrase tal cual. No lo sé, es lo de menos. La primera parte es una película extraordinaria y se sostiene por sí misma, no necesita continuación.
Trata de un verano, sin más, en el que los adolescentes beben y se enamoran y desenamoran varias veces durante escasas cuatro semanas. Lo único que podemos diferenciar de cómo deben ser los veranos actuales es que el que se retrata era a principios de los 90 y no había móviles. Aunque eso debía condicionar menos la vida que el contexto histórico al que aludió el director: esa época era menos racista en Francia. Porque los protagonistas son de origen tunecino.
Independientemente de eso y de la calidad de la película, que para mí es excelente, lo que quería comentar es una escena. Está toda la pandilla en un bar y se ponen a bailar y a beber con una canción que les vuelve locos. El argumento seguía avanzando, había una especie de intercambio de parejas, pero no podía atender al argumento. No me podía concentrar en lo que estaba viendo, porque mi cerebro me estaba diciendo: ¿pero es posible que esta canción sea tan sumamente buena? ¿Pero qué barbaridad es esto? ¿Pero qué guitarra? ¡Pero esto es la p… host…!
Y parece que no soy sordo. Luego me puse a ver los créditos y descubrí que se trata de un hit eterno en el Magreb, «Zina», de Raïna Raï. Una canción que ha marcado generaciones, de las que hacen que, ahora, a ver tocar a estos músicos se presenten padres con sus hijos, e incluso con sus nietos. Al buscar más, sinceramente, me ha sorprendido que no haya prácticamente ninguna referencia en castellano sobre el grupo. Especialmente, me ha llamado la atención la falta de interés porque son unos artistas que tocan las mismas fibras que los más emotivos Triana o Medina Azahara del primer elepé.
Los grupos del rock andaluz, en origen, no eran más que gente que tenía el flamenco dentro por cultura y por la familia, pero que empezó a escuchar rock y cuando quiso ejecutarlo no pudo renunciar a esos patrones locales. Así nos lo contó Eduardo R. Rodway o Gualberto. Escuchaban Hendrix, los Doors o Pink Floyd y hacían lo mismo, pero… a su manera, que era la de su raigambre. En este caso, Raïna Raï fusionaba música tradicional argelina y árabe con rock, aunque el porqué fue bien distinto.
Una de las piezas esenciales del grupo es Lofti Attar, que se le puede seguir, es muy activo en Instagram. Natural de Sidi Bel Abbes, empezó a tocar a los diez años, en 1962, y en 1969 se unió al grupo Les Aigles Noirs, tocando pop occidental, tipo The Shadows, para fiestas y bodas. Un género musical que, según ha explicado, no era nada popular en los pueblos pequeños. Luego llegaron The Beatles, Beach Boys, Hendrix y Santana y todo cambió dentro de él.
Raïna Raï se formaron en 1980 y el álbum que contiene esta canción, Hagda, apareció en 1983. Leyendo comentarios en YouTube se puede comprobar el porqué de la carga emocional. Era la música que se llevaban de su tierra los miles de trabajadores argelinos que fueron a Francia. Para mucha gente es la canción de sus padres, de su tío, de antepasados y familiares que sufrieron la dureza de la emigración. No por casualidad, el grupo daba en París sus conciertos más importantes. Era la música de la diáspora. Además, una música que atravesó la frontera entre Marruecos y Argelia, se escuchaba a ambos lados.
Ahora Attar sigue viviendo en su ciudad de origen. En los medios dice orgulloso que vive en Argelia, donde mejor está. A los periodistas locales incuso les cuesta pillarlo fuera de su ciudad, como no tenga un concierto importante en Argel o… alguien que quiera escuchar esa guitarra en su boda. Y todo tiene una explicación racional.
Su padre fue asesinado en 1962 por terroristas de extrema derecha de la OAS. (Organización del Ejército Secreto). Le dispararon a unos doscientos metros de su casa. Su hermano mayor, Kamal, que fue quien le enseñó a tocar la guitarra, se hizo cargo de la familia, pero murió dos años después en un accidente de coche. Su madre tuvo que ponerse a mantenerlos a todos haciendo trabajos de costura para alimentar a los cuatro hermanos y dos hermanas. La historia de la familia fue trágica. Poco después murió Fayçal, y después lo hizo Rhéda, bajista y cantante de Raïna Raï, de leucemia. El otro hermano superviviente, Fouad, es médico y las dos hermanas se casaron.
Entre medias, Attar, que fue empujado a la música; obligado, ya que no solo es que le gustara, es que no tuvo más remedio. Por la guerra de la independencia, no pudo ir a clase y, cuando se marcharon los franceses, no le admitieron en el liceo por ser demasiado mayor. Tuvo que recurrir a los misioneros para tener educación, pero a los trece años abandonó todo. Iba para relojero hasta que en 1967 forma su citado primer grupo. Ensayaban en el garaje de la madre de uno de sus amigos, que era gitana, y le gustaba la música. Así lo explicó el propio Attar en una entrevista en Midi People.
Una vez compenetrados, tocaron por toda su región y, en cada pueblo, pudieron comprobar el rechazo que provocaba la música occidental. A raíz del desprecio, no les quedó más remedio, si querían seguir ganando dinero, que adaptar lo que tocaban al gusto de los locales. Eran casi unos críos que solo querían seguir siendo contratados en las bodas y, espontáneamente, tuvieron que darle un toque tradicional a lo que hacían para que les siguieran llamando para amenizar convites. No había más. Attar dijo que no había nada cerebral tras la fusión, todo fue «ingenuo».
Añadieron instrumentos tradicionales y Attar empezó a tocar la guitarra eléctrica buscando las melodías de las estrellas de aquellos circuitos rurales, como Cheikha Djénia. Sin saberlo, de aquella guitarra estaba saliendo el canon de un género que iba a hacer enloquecer a varias generaciones del Magreb: el raï. Un estilo de música popular del que aquí, a un servidor solo le llegaron las noticias de que habían asesinado a Cheb Hasni, uno de sus grandes referentes y, dos años después, a su productor, entre otros artistas, todos ellos en el punto de mira del islamismo.
Cuando se acabó la inercia típica del primer grupo de un artista, Attar hizo un viaje a Francia junto a Hachemi, el batería, y su hermano Rédha, el bajista. Pasaron por Marsella y, finalmente, en Grenoble, donde el jazz estaba de moda en aquel entonces, tocaron con unos ingleses en un café-restaurante y el dueño les contrató. Interpretaban de todo, incluida la música que traían de Argelia, a ver cómo reaccionaba el público, pero poco les importó el feedback. Se volvieron a Argelia aterrados por el frío del invierno francés.
En Sidi Bel Abbes, el grupo seguía, no fue un capricho ocasional, y se les unió un amigo que llegaba de Francia. Así quedó configurado el embrión de Raïna Raï, aunque fueron y vinieron a París unas cuatro veces antes de entrar en un estudio. Pero si hubo algo que les hizo realmente especiales, fue que contrataron a un bajista angoleño y un guitarrista camerunés.
La casete que parieron con esta formación, de ocho temas, tuvo una distribución similar a la de la rumba en España. Si se atiende al pirateo, hablaríamos de millones de copias. La broma fue que Attar recibió cuatrocientos dinares por ella, menos de un dólar. Después, grabaron en Francia y ganó ocho mil francos y fue lo último que vio, cuando dejó el grupo, sus excompañeros registraron las canciones a su nombre y le dejaron sin nada.
Ese detalle solo confirmaba sus sospechas, lo que a él le había apartado del grupo era esa obsesión por el dinero. Dejó Raïna Raï y fundó Amarna (hay un recopilatorio en Spotify), donde su mujer fue la letrista. La ruptura tenía las mismas características que la de tantos y tantos grupos. Según Attar: «Mis antiguos compañeros mantuvieron el nombre de Raïna Raï para aprovechar su fama, pero yo opté por otro nombre, Amarna, para dejar clara la separación. Se habían olvidado de que el sonido de Raïna era yo».
Amarna tocó por todo el mundo, de continente en continente, pero, escarmentado por la primera experiencia, todos los músicos fueron de Sidi Bel Abbes y se radicaron en Sidi Bel Abbes. «Nunca me instalé en otro lugar que no fuera mi casa, ni en Francia ni en otro lugar», decía un Attar ya harto del business musical.
Cayeron cuatro discos hasta 1988, cuando Attar recuperó el nombre de Raïna Raï y al batería, Hachemi, mientras los otros miembros se enfrentaban entre sí. Desde entonces, Attar se propuso una meta: que tanto su música como su ejemplo personal no sirviera para desculturizar a la juventud argelina, ya fuese de Argelia o de los suburbios franceses. Consideraba que la cultura popular estaba igualando, pero por lo bajo. No es fácil encontrar su discografía completa, ni siquiera en Soulseek, pero hay conciertos enteros espectaculares en YouTube.
Una verdadera revelación y un grupo que, desafiando fronteras y estrechos, se puede emparentar de alguna manera con aquella extraordinaria generación del primer progresivo español, los del rock andaluz, el laietano y otros que ejecutaron un rock salido del blues sin renunciar al folk local.
Bonjour, je suis consterné par votre information concernant la photo de Lotfi Attar. Cette photo m’appartient ! Ayez au moins la décence de corriger le copyright par © Thierry Convert
Je ne sais pas qui vous a transmis cette photo mais cela a été fait sans mon accord. Je me tiens à votre disposition pour vous prouver la capacité de mes dires. Je ne réclame pas d’argent simplement la correction du copyright. Merci par avance.
Désolé pour la confusion, Thierry, nous l’avons déjà corrigé. Merci beaucoup.
Merci mille fois, vous êtes très rapide. Plus aucun problème de mon côté, je vous souhaite un grand succès. Vous pouvez supprimer mon précédent message. Bonne soirée
Interesante artículo. He buscado la canción y efectivamente es un temazo, gracias por la recomendación!
Gracias por el artículo. A mi me llegó solo la última ola del raï (los tres soleils, por entendernos) y luego descubrí a Rimitti por un disco que hizo con Robert Fripp. Ya sabía que la cosa venía de lejos y que nada sale porque sí. Pero me gusta ir llenando huecos.