Sociedad

Noli timere. ¿Quién no quiere morir en Irlanda?

Noli timere
Liam Barry en el Irish Wake Museum. Fotografía: Patrick Browne. Cortesía de Waterford Treasures. Noli timere

Las paredes de la planta superior están pintadas de amarillo. El suelo no cruje, pero podría hacerlo perfectamente, ya que se trata del edificio residencial urbano más antiguo de Irlanda. Es en esta construcción del siglo XV, en el centro de la ciudad costera de Waterford, utilizada antiguamente como hospicio, donde se ubica el Irish Wake Museum, un espacio para explorar las tradiciones y supersticiones irlandesas alrededor de la muerte.

Liam Barry, el guía, me cuenta al final de la visita que él no tiene miedo a morir. Va vestido de enterrador y calcula, en una rapidísima operación mental, que le quedan veinte años de vida: «Muy probablemente, dentro de veinte años, ya se habrán muerto todos o casi todos mis amigos, me sentiré más solo, miraré a mi alrededor y el mundo ya no me gustará como cuando era joven. No es que quiera morirme: simplemente, no me da ningún miedo».

A su lado hay un cadáver de cera tumbado con monedas en los ojos. Sus manos, con los dedos entrelazados, sujetan un crucifijo. Es su tía Norah, que acaba de fallecer, según explica durante la visita guiada.

El reloj de la habitación de la tía Norah está parado en la hora exacta de su muerte. La ventana está ligeramente abierta para que su espíritu pueda marchar en paz, y el espejo está tapado con un paño blanco. Son las diez de la mañana en Waterford y fuera hace un poco de frío y llueve. Se está muy bien aquí dentro, haciéndole compañía a la tía Norah.

En la habitación contigua, forrada con papel pintado de flores, hay una mesita con tazas y bebidas alcohólicas como para un botellón íntimo, y un reproductor de música donde suena «The Parting Glass» cantada a capela por una voz masculina.

Liam Barry se pone a cantar también.

«The Parting Glass» es una canción tradicional escocesa que se suele entonar en algún momento durante los funerales en Irlanda, a veces en el velatorio, a veces en el cementerio, frente al ataúd, y otras veces en el pub. Hay quienes la cantan también en fiestas de despedida por la jubilación de algún compañero de trabajo o incluso en bodas, pero lo más normal es que esta canción, que ha sido versionada por artistas irlandeses como Liam Clancy, Sinéad O’Connor, Hozier o The Pogues, suene en los funerales.

Al final de la visita al Irish Wake Museum, después de decirle adiós a la tía del enterrador, se pueden comprar imanes con momias para el frigorífico en un mostrador con forma de ataúd.

Hasta no hace mucho, la manera de despedir a la tía Norah era la más extendida en Irlanda. Son los wakes o velatorios irlandeses, cuya versión tradicional, la que se lleva a cabo en la propia casa del difunto, está cada vez más relegada a las áreas rurales. 

En los wakes irlandeses se celebra la vida de la persona fallecida. Los familiares, amigos y vecinos del difunto se reúnen y lo acompañan, algunos día y noche, sin dejar el cadáver desatendido en ningún momento por si acaso despertara, comparten recuerdos y anécdotas en un ambiente de consuelo y apoyo mutuo. Los rituales paganos se mezclan con los católicos, pero también con las necesidades básicas y de ocio de los wakes: se encienden velas, se tapan los espejos por respeto al difunto, se ríe, se abren las ventanas para que el alma pueda llegar al cielo sin dificultad (se cierran pasadas dos horas para que no se equivoque y vuelva), se canta, se leen poemas, se paran los relojes, se reza, se fuma, se comen sándwiches, se mira el móvil, se actualizan las redes sociales y se bebe.

La muerte es un tema favorito en Irlanda, tal vez una obsesión. A partir de cierta edad, la página www.rip.ie es de visita diaria para un irlandés tipo. En www.rip.ie se puede buscar quién se ha muerto filtrando por condado, por ciudad, por rango de fechas, por nombre, por apellido… La actualización es prácticamente a tiempo real y es una de las páginas más vistas del país, con millones de visitas al mes. 

Según Alison, del condado de Wicklow: «Yo creo que, entre los cincuenta y los sesenta años, la página se visita perfectamente de media dos o tres veces por semana, pero, si ya has pasado de los sesenta y cinco, desayunas y, antes de pisar la calle, entras en la página de moda y compruebas el panorama. Mis padres la visitan todos los días».

Se trata un interés absolutamente cultural, que excede la pura necesidad de saber si ha muerto algún conocido para presentar tus condolencias en el correspondiente wake, ya sea un wake tradicional casero o uno más sofisticado, como lo son ahora la mayoría, en una funeral home.

En Irlanda interesa mucho saber quién se ha muerto, aunque no se sepa ni quién es. Interesa saber si vivía cerca de ti y cómo se llamaba y a qué hora será el funeral y de qué se ha muerto y contárselo a alguien:

—Adivina quién se ha muerto.

—¿Quién?

—Fulanita. Vivía solo a veinte kilómetros de aquí.

La literatura irlandesa está llena de muertos y de wakes. En general, la literatura está llena de gente que ha muerto o que está a punto de morir, pero la literatura irlandesa viene proponiendo desde hace muchas décadas cierta centralidad en esa cuestión, quizá una centralidad de título más que de trama, pero una centralidad, al fin y al cabo. Ahí tenemos a James Joyce con Los muertos e incluso con Finnegans Wake, novela que algunos estudiosos de Joyce dicen, con todas las reservas de quienes se han embarcado en el estudio de una novela prácticamente ilegible, que puede que tenga algo que ver con algún wake. En cualquier caso, es innegable que el wake está ahí, en el mismísimo título de la que algunos consideran su obra maestra. 

Ese gusto irlandés por darle a la muerte un espacio destacado en el título de obras literarias lo encontramos también en Las cenizas de Ángela, de Frank McCourt, un título que sugiere la muerte y posterior cremación de una mujer llamada Ángela (cuando no es así, Ángela está viva durante toda la novela), o en el maravilloso poema «Muerte de un naturalista», de Seamus Heaney, que da a entender que un naturalista ha muerto y, en realidad, es un poema con ranas y libélulas que va de la pérdida de la inocencia en el camino de la infancia a la vida adulta, por citar algunos ejemplos notables.

Otro tipo de wakes, más curiosos y puede que más tristes, eran aquellos en los que el muerto estaba vivo, pero se iba para siempre: los american wakes. A lo largo de la historia ha habido varias migraciones masivas de irlandeses. Una de las mayores oleadas estuvo provocada por la Gran Hambruna irlandesa, entre 1845 y 1849, que motivó que cientos de miles de irlandeses emigraran a Canadá y a Estados Unidos desde mediados del siglo XIX hasta principios del siglo XX. A aquellos que se iban se les preparaba un velatorio como si realmente hubieran muerto; se daba por hecho que nunca más volverían a verlos. 

El velatorio en vida se parecía mucho al irish wake tradicional: la alegría y la tristeza se mezclaban, los familiares y los amigos eran convocados a la casa del que partía, la gente bebía, comía, bailaba, fumaba, cantaba y lloraba. En ese american wake, la persona que se «moría» no era solamente la que se iba. También morían los que se quedaban. En realidad, morían todos. Los que emigraban asumían que nunca más volverían a ver a sus padres, tal vez ya mayores, y que el adiós era definitivo. Los padres entendían que nunca más volverían a ver a sus hijos, pues morirían antes de que regresaran. 

Todos se decían adiós para siempre. Todos morían esa noche.

A menudo ocurría que aquellos que se quedaban morían pronto. Durante la Gran Hambruna, aproximadamente un millón de irlandeses perdió la vida. Ante la abrumadora cantidad de cadáveres, las autoridades dictaminaron que los cuerpos debían ser llevados al pub más cercano antes de su entierro, como una medida temporal. Los pubs disponían de bodegas de cerveza que proporcionaban el necesario entorno frío para retrasar la descomposición de los cadáveres. Esto condujo de manera natural al surgimiento de negocios combinados: muchos propietarios de bares acabaron por abrir sus propias funerarias. Aunque ya quedan muy pocos, aún es posible encontrar letreros del tipo «Publican & Undertaker» («Barista y Enterrador») en algunos bares de Irlanda, especialmente de la Irlanda rural.

En el pub, la vida y la muerte estaban a un tiro de Guinness. Allí se bebía, se vivía, se moría, se velaba a los difuntos y se guardaban los cuerpos antes de su traslado al cementerio.

Después de un funeral, los irlandeses suelen ir directos al pub para celebrar la vida del difunto. Ya la festejaron en el velatorio con el cuerpo presente, pero ahora toca celebrarla por segunda vez, sin él. En Irlanda es cada vez más común dejar por escrito en el testamento la voluntad de destinar una cantidad de dinero para pagar esta celebración a la que, claro está, el anfitrión no asistirá. Hay quien no lo deja por escrito, sino en un cajón, como el abuelo de un amigo de Vanesa, española residente en Irlanda desde hace más de veinte años, que, cuando supo que le quedaba muy poco tiempo de vida, se fue al banco, sacó tres mil euros y los metió en un sobre en el que escribió «Para la fiesta».

Más vale un buen funeral que una mala boda, que dicen algunos. 

Quizá todo esto podría resumirse en dos palabras: las que el poeta irlandés Seamus Heaney (el de la muerte del naturalista), galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1995, envió a su mujer, Marie Devlin, tan solo unos minutos antes de morir, el 30 de agosto de 2013. El mensaje decía simplemente Noli timere, una expresión en latín que podemos traducir como «No tengas miedo».

Noli timere
Un detalle en el Irish Wake Museum. Fotografía: Patrick Browne. Cortesía de Waterford Treasures

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3 Comments

  1. Eva L.

    Me ha parecido tan precioso como melancólico. Ojalá, en mi funeral, mi familia y amistades celebren mi vida y no lloren por mi muerte. Al menos, es lo que les he dicho varias veces. Espero que no se dejen llevar por la tradición de duelo y tristeza de los funerales en España

  2. Pingback: Jot Down News #9 2024 - Jot Down Cultural Magazine

  3. ARQUILOCA

    Leyendo este artículo siento que me daría menos pena morirme si la gente pudiese «disfrutar» de un funeral parecido. Me parece que una sociedad que «celebra» así la muerte, entiende la vida.

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