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Quienes vivimos en Omelas: Ursula K. Le Guin y nuestro presente

Ilustración de Eva Vázquez para la edición de Nórdica Libros de Quienes se marchan de Omelas, de Ursula K. Leguin.
Ilustración de Eva Vázquez para la edición de Nórdica de Quienes se marchan de Omelas, de Ursula K. Leguin.

¿Cómo hablarles del júbilo? ¿Qué supone vivir en un entorno seguro, en un lugar apacible, donde poder, vivir, convivir y desarrollarse?

Imaginemos una sociedad donde se haya conseguido la justicia social, los bienes sean abundantes, se haya llegado a un nivel de desarrollo tal que todo el mundo es feliz o, mejor que feliz, pleno. Desarrollando el máximo de sus aptitudes y capacidades y viviendo la vida que quiere vivir. Una sociedad así imaginó Ursula K. Le Guin en 1973. «¡El júbilo! ¿Cómo hablarles del júbilo? ¿Cómo describir a los ciudadanos de Omelas? Pero no había rey. No usaban espadas, ni tenían esclavos. No eran bárbaros. No sé cuáles eran las reglas o las leyes de la sociedad, pero sospecho que eran sorprendentemente escasas»1. Le Guin nos cuenta que en Omelas se las apañan sin publicidad, mercado de valores, servicios secretos o bombas atómicas. Los ciudadanos no son simples idealistas o buenos salvajes, son adultos maduros, apasionados e inteligentes con hijos felices en crianza compartida. En Omelas no existe la culpa. 

Para convencernos de la posibilidad de este lugar, Ursula K. Le Guin decide que es mejor que los lectores nos imaginemos cómo quisiéramos que fuera Omelas. La autora asume que no puede formular una descripción que encaje con todas nuestras visiones, que la felicidad es un concepto inefable y que tenemos una manera intuitiva de entender una sociedad así. Varía con cada mirada propia: un lector, un mundo. En Omelas puede haber de todo, hay espacio para las orgías y para la religión sin clérigos; el hambre espiritual de los necesitados y el rapto de la carne. «Un lugar de comunión con las almas más notables y hermosas de todos los seres humanos. En Omelas la victoria que se celebra es la de la vida». Imagínense ustedes su propio Omelas.

Pero detengámonos un momento en la célebre definición del académico y escritor Darko Suvin sobre la ciencia ficción como el arte del extrañamiento cognitivo: «El extrañamiento (la fantasía) diferencia a la ciencia ficción de las principales corrientes literarias «realistas» del siglo XVIII al XX. La cognición (base científica empírica) la diferencia no solo del mito, sino también de los cuentos de hadas y la fantasía clásica»2. Algo ajeno a nuestra realidad, pero aceptable, creíble, en un futuro desarrollo tecnológico. También los personajes de la ciencia ficción pueden vivir ese extrañamiento cognitivo, una de las más frecuentes convenciones del género es aquella donde el protagonista es cada vez más consciente de la naturaleza simulada del mundo que todos los demás consideran real. El contenido de su experiencia es siempre el mismo, pero al clasificarlo como simulacro, se transforma, dando pie al brote psicótico. Como suele suceder en la obra de otro autor de referencia en la ciencia ficción, Philip K. Dick, la posición del psicótico suele ser también la posición de la verdad. En estos casos, el extrañamiento cognitivo adopta la forma de la alienación. El personaje observa la desaparición de unas certezas que lo aseguraban y autentificaban lo que sí era real3.

Paradójicamente, en nuestra realidad ocurre lo contrario; aquí, la realidad se ha vuelto simulacro. En estos tiempos posmodernos tenemos acceso a un caudal casi infinito de información. Toda nuestra tecnología personal es bombardeada con imágenes y videos de lo que está ocurriendo en el mundo, más allá de los muros, pero nuestras redes sociales consiguen que esa realidad se convierta en optativa. Podemos deshacernos de ella con el casi obsoleto doble clic o con el mucho más actual deslizar hacia arriba. Imágenes brutales son reemplazadas por comediantes, deportistas, gatitos y estrellas de cine. El algoritmo nos conoce y aprende pronto qué borrar y qué mostrarnos4. De tal manera que esa realidad brutal queda postergada y devaluada dentro de nuestra nueva lógica de entretenimiento continuo. Algo que obviar, algo que ignorar. El algoritmo nos salva, mostrándonos otra cosa.

En Omelas, bajo la ciudad, bajo el festival, bajo el júbilo, hay un sótano. Y en el sótano hay una habitación. No es más ancha y larga que un armario ropero. «Hay alguien allí sentado, podría ser un niño o una niña. Aparenta unos seis años, pero tiene diez. Tiene pocas luces. Quizá naciera así o quizá se ha vuelto así por el miedo, la desnutrición y el abandono. La puerta siempre está cerrada». Apenas ve a nadie, le dejan la cena, nunca le hablan, a veces le dan patadas. «Me portaré bien», dice, «Por favor, déjenme salir. Me portaré bien». Nunca contestan; con el tiempo, la criatura grita menos y llora menos, apenas emite gemidos. 

Ursula K. Le Guin nos dice que todos en Omelas saben que está allí. Incluso más importante, todos saben que debe estar allí. «La belleza de la ciudad, la salud de sus hijos, la ternura de las amistades y la abundancia de las cosechas dependen del sufrimiento de esta criatura». Al igual que otras decepciones que todos pasamos como rito en el final de la niñez, a las personas de Omelas se les comienza a desvelar esta verdad entre los ocho y doce años. Al igual que nosotros, sienten rabia e indignación frente a las explicaciones. Querrían hacer algo, pero no hay nada que puedan hacer. La condición es estricta, nunca se le puede dedicar ni una palabra amable. Si liberaran a la criatura de su sótano infecto, si la lavaran y pudiera ver la luz, estarían haciendo algo bueno, no cabe duda. Pero ese mismo día toda la prosperidad de Omelas desaparecería. Intercambiar la felicidad de miles por la de uno solo, sería aún peor. Por primera vez, se propagaría la culpa dentro de los muros de Omelas.

Niños y jóvenes aceptan poco a poco esta terrible paradoja. Apenas nada bueno resultaría de la libertad de la criatura. Acaban diciéndose que incluso no sería mejor para la criatura quedarse allí, sería ya imposible que se acostumbrara a su sociedad, quizá asimismo, se dicen, haya nacido para vivir de esa manera. Sería incorrecto sacarla del oscuro armario si es su lugar natural. Las lágrimas de los jóvenes de Omelas se secan cuando comienzan a entender la terrible justicia de la realidad, y aceptarla. «Saben que, como la criatura, no son libres. Conocen la compasión. Es la existencia de ese pequeño ser y el conocimiento de su existencia lo que hace posible la nobleza de su arquitectura, el patetismo de su música, la profundidad de su ciencia. Es por la criatura por lo que son tan amables con los niños».

Pero muy de vez en cuando, algún adolescente, ese día, decide no volver a casa. También, ocasionalmente, alguna persona mayor se queda pensativa y callada unos días y de repente, desaparece. Se les ve caminar en soledad y abandonar Omelas para no regresar. Nadie sabe a dónde se dirigen, nadie puede imaginar a dónde se dirigen. «Pero parecen saber a dónde van, quienes se marchan de Omelas».

Estas personas solo aparecen al final del cuento ( y al final del artículo) y, sin embargo, lo nombran: «Quienes se marchan de Omelas». Ursula K. Le Guin sabe que el efecto de estas gentes sobre la ciudad feliz es casi imperceptible frente a la mayoría cotidiana que la habitamos, pero también sabe que esa mínima disrupción en la felicidad de la ciudad tiene importancia y, sobre todo, tiene un nombre: dignidad.

Han llegado hasta aquí. Ustedes lo saben, yo lo sé; estamos hablando de Palestina.


Notas

(1) Quienes se marchan de Omelas. Nórdica Libros. Traducción de Maite Fernández Estañán.

(2) Una poética sociológica de la ciencia ficción. (1975) Darko Suvin. Trad: Roy Alfaro Vargas.

(3) Lo raro y lo espeluznante. (2016) Mark Fisher. Ed: Alpha Decay.

(4) En la novela Solaris de Stanislav Lem, el mar de ese planeta conecta con los humanos que lo visitan leyendo su inconsciente y generando una realidad de las situaciones que sueñan. Tengan cuidado con lo que deseen.

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5 Comments

  1. Jairo RP

    Lo triste, Iván, es que el 99 por ciento de lectores de Jotdown son personas que jamás abandonarán Omelas…están tan cómodos enviando cartas de amor a Ahsoka, enojados porque se diga que Dune es aburrida, que Star Wars no es ciencia ficción, disfrutando la estupidez de The big band theory, esperando con ansiedad la última genialidad de marvel y dc comics, que no dejarán un comentario en tu texto….saben que la criatura existe, que el cuarto existe, pero les importa un bledo: tienen a marvel y dc comics, a Netflix, a Elon Musk, etc y etc, y algunos, a Disney…

    Gracias por reseñar ese texto que se parece tanto a su escritora…pequeño pero tan GRANDE!

  2. Roberto

    Lo supe por la mitad y me hiciste llorar.

  3. Rafa B.

    Muy buen artículo. Me he visto reflejado.

  4. Daniel Campi

    Habla de Palestina, si, pero también habla del capitalismo, de la industria detrás de la ropa que usamos, ¿hasta que punto cada confort y comodidad que tenemos no es el resultado de alguien sufriendo?
    y ¿Qué hacer, como nos vamos de esta Omelas?

  5. Rodolfo

    Omelas es, simplemente, el espacio vacío de valentía y repleto de miedo en el que habitamos. Pobre Palestina, y pobres todos nosotros que nada hacemos para emanciparnos!

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