«Quien cuestione que Bin Laden recibió lo que merecía necesita que le miren la cabeza» (Barack Obama)
Me gustan los westerns. Son películas perfectas para ciertos momentos en que nos apetece hacer la vida un poco más simple: están los buenos —libres de todo pecado—, están los malos —que son muy traicioneros y muy cobardes— y está el duelo final en que el plomo es mágicamente repartido según las culpas de cada cual. Los buenos ganan, los malos reciben todas las balas. La venganza equivale a la justicia y no hay muchas más preguntas que hacerse, excepto a dónde irá el héroe que se aleja cabalgando hacia el horizonte: The End.
Barack Obama, como todos los presidentes de los Estados Unidos, tiene la capacidad de decir las cosas de un modo sencillo y aparentemente incontestable que casi obliga a quienes discrepan a parecer antipatriotas o, aún peor, justificadores de los terroristas. Osama Bin Laden era un villano —en eso todos estamos de acuerdo— y, por tanto, non sequitur, cualquier final que se le inflija es justo, aun sin un juicio ni un proceso penal de por medio. Como los villanos del western, Osama ha recibido el plomo que merecía recibir, ni más ni menos. Habría que estar loco para dudarlo.
Pero entonces nos acordamos de El bueno, el feo y el malo, donde ni el bueno era tan bueno, ni el feo era tan feo, aunque el malo sí era bastante malo. También en esa película terminaba todo con un duelo final, pero la confuciana búsqueda de la justicia era sustituida por rastreros afanes terrenales. Ya no ganaban los buenos, porqu enadie era realmente bueno. Y nos asalta la duda: ¿qué tal un juicio para comprobar, antes del duelo final, si el feo es efectivamente tan feo… y si el bueno resultase esconder algunos motivos ocultos o incluso el malo tuviese algo interesante que decir?
«Es un viejo mensaje siciliano. Significa que Luca Brasi duerme ahora con los peces»
La frase de Peter Clemenza en El Padrino me vino inmediatamente a la memoria en cuanto supe que el cadáver de Bin Laden había sido lanzado al océano. Desde siempre, en cualquier ensayo, novela o película sobre la Mafia, el lanzar un cuerpo al mar sólo podía significar una cosa: la intención de ocultar evidencias. No hay cuerpo, no hay crimen. Todos saben quién ha muerto y todos saben también quién le ha matado… pero lo importante está en los detalles que el agua borrará.
La turbiedad de esta forma de proceder es algo tan obvio y palmario para cualquier observador que cuesta creer que lo hayan hecho todo así, por las buenas, sin pensar en las posibles suspicacias que eso iba a despertar. ¿Es que no saben que todos hemos visto Los Soprano? Evidentemente sí, lo saben, pero el argumento de esta historia es mucho más complejo de cualquier guión de Hollywood y confían en que nunca lo llegaremos a desentrañar. De hecho, probablemente aún pasaremos siglos debatiendo quién mató al presidente Kennedy y con lo que pueda haber detrás del caso Bin Laden pasará exactamente lo mismo.
«El método empírico de pensamiento, sobre el cual se fundaron todos los logros científicos del pasado, está opuesto a los más fundamentales principios del partido» (George Orwell, 1984)
La práctica judicial democrática, al menos en su ideal, se basa en el empirismo: sólo se puede condenar a aquel cuyas culpas han sido demostradas empíricamente, de modo que cualquier ciudadano pueda corroborar que se está efectivamente castigando al verdadero culpable. No estoy queriendo decir que Bin Laden no fuese culpable de lo que se le acusa. Pero me hubiese gustado ver un proceso penal en el que se muestra cómo y por qué hizo lo que suponemos que hizo, donde él mismo hubiese tenido la oportunidad de hablar. No porque se merezca tal oportunidad, sino porque es así como debe funcionar el sistema: hasta el peor de los individuos tiene derecho a una defensa. No es cuestión de merecimiento, sino de derechos y de respeto a la justicia democrática. Si les quitamos ese derecho a los peores, sólo nos queda decidir quiénes son los peores… a priori.
Además de ese derecho a la defensa —derecho que, lo sé y lo digo antes de que Barack Obama nos lo recuerde, no tuvieron las víctimas de Al Qaeda, sea lo que quiera que Al Qaeda es— está nuestro derecho a saber en qué emplean los gobiernos nuestro dinero y qué clase de gente nos dirige. ¿Por qué tiene el ciudadano que quedarse en la duda y conformarse con elegir entre aplaudir la ejecución sin juicio de Bin Laden o por el contrario, si no la aplaude, ser considerado un apologeta de Al Qaeda? ¿Es que tenemos que fiarnos siempre de lo que digan los presidentes? ¿Cómo puede ser que el terrorista que ha marcado la política internacional desde hace diez años haya sido convertido en comida para peces y se nos pida que nos conformemos e incluso que lo celebremos?
«Cualquiera que proclame la violencia como método, inexorablemente debe elegir la mentira como principio» (Alexander Solzhenitsyn)
Lo peor de todo esto, aparte de las muchas víctimas inocentes que han derramado su sangre durante años por el fanatismo de unos y el afán de poder de otros, es que quizá nunca lleguemos a saber qué ha sucedido realmente. De hecho, y sin intención de establecer comparaciones odiosas, conocemos mejor las motivaciones de Tony Soprano que las de Barack Obama. Porque Tony, como en los westerns, se mueve según principios sencillos que los guionistas se han molestado en explicarnos. Pero no veo cómo esos principios sencillos podrían trasladarse desde una simplista historia de ficción a una tarea tan compleja y repleta de recovecos como debe de serlo la presidencia de los Estados Unidos. El manierismo «buenos contra malos» no puede servir de respuesta para el ciudadano medianamente despierto. Necesitamos saber qué, por qué, quién y cómo.
Pero, según parece, tampoco nosotros merecemos esas respuestas. Respuestas que, como Luca Brasi, duermen ahora con los peces.
Ilustración: Diego Cuevas
Pingback: Jot Down Cultural Magazine | Al Yazira y el día en que los saudíes vieron porno