Abordar un clásico, no sabemos muy bien en qué porcentaje de ciencia ficción o de la nouvelle vague, puede ser algo entre disuasorio o atemorizante si usted tiene menos de cincuenta años, pero la vida del auténtico gafapáster es así de arriesgada.
Chocaremos varias veces contra el muro del absurdo, adentrándonos en un laberinto tal que dudaremos si estar ante un delirio como El sueño eterno o quizá la actualización de Un perro andaluz con toques de psicodelia. Casi sin darnos cuenta descubriremos que el gran valor de Alphaville (además de haber dado nombre a las míticas salas de la V. O. S. de Madrid) reside en que la ciencia ficción después fue escasamente original: nada tiene mucho sentido pero todo estaba en Alphaville.
Pese a las dudas de si no fue todo una inmensa broma de Godard al público (ya se sabe que en esto de ser moderno rige la ley del péndulo: lo que ayer fue el sumun hoy es pura mierda, que diría Frank Gehry), la extraña historia del detective estilo años cuarenta Lemmy Caution desenchufando el Big Data no puede ser más deliciosamente neoludita, lo que no me negarán es algo de máxima actualidad cuando todo intelectual de la generación que se apaga se empeña en decir que lo que es una mierda es internet —en sentido amplio— y que vamos a morir todos.
Lemmy contra Alphaville, una ciudad sometida a la omnipresente calculadora Alpha60 es sobre todo la historia de Teseo, o el detective Lemmy, que llega del mundo exterior tirando del hilo que une un pasado imperfecto al futuro sin alma para rescatar a Ariadna, dominada como todos los de la ciudad-laberinto por un minotauro mecánico al que rinden sacrificios bajo la tiranía de su padre Minos, el científico Von Braun.
Lo viejo y lo nuevo hacen luz de gas (de bombilla eléctrica, deberíamos decir) en Alphaville, la ciudad donde solo existe el presente, irónicamente. Una atmósfera de cine negro y un futuro donde los edificios son como en los años sesenta, se conducen coches de los cincuenta, los hombres visten como en los cuarenta y los detectives se llaman Flash Gordon o Dick Tracy, los villanos Nosferatu y la chica, Natacha, casi como Lara en Doctor Zhivago. Pero Alpha60 también es el hilo que une a la ciudad con Kafka y El proceso, y la opresión, el hilo que une a Alpha60 con Hal2000 de Odisea del espacio y con los replicantes de Blade Runner. Su destrucción misma, el hilo que la une con el mejor cuento que se ha escrito sobre lo que será internet y el Big Data, «La última pregunta», de Asimov. Y es que a diferencia de Multivac, la computadora-Aleph del cuento de Asimov, Alpha60 no suma sino que elimina conceptos, aquellos que nos hacen auténticamente humanos y, por tanto, impredecibles: el dolor, la sorpresa, la risa y el amor. La poesía, en suma, y al eliminar la poesía la capacidad de trascender el alma. En Alphaville las biblias son sustituidas por diccionarios donde las abstracciones filosóficas son inmediatamente eliminadas (¡del papel!).
En Alphaville la perversión llega a tal punto que son los replicantes, amos y señores, quienes aplican el test de Turing a Lemmy, el humano imperfecto que deben neutralizar antes de que destruya a la criatura de Von Braun, ese Nosferatu vampiro del dato empírico que cataloga a sus habitantes con un código de barras y condena a los «normales» a vivir lejos de la luz mientras los vampirizados disfrutan de ella.
No hay un monólogo brillante hacia el final de Alphaville que como el de Rutger Hauer premie al espectador por su infinita paciencia. Sin duda a muchos de los que aún no la han visto y a algunos de los que repitan les sobre mucho Godard, pero encontrarán algunas buenas ideas: el remake de la huida de la pareja humano-replicante hacia la noche en lugar del día, o la genialidad de mostrar el futuro de los medios fusionados en una sola cabecera, Le Figaro-Pravda.
Da gusto leer artículos con profundidad y contenido, con ortografía y sintaxis correctas, sin IA y con IN, mucha gracias. No obstante, quisiera señalar con qué alegría escribís en los medios «el mejor cuento que se ha escrito», «la mejor novela de todos tiempos», etc. ¿Es realmente necesario? ¿No puede bastar con decir «un grandísimo»? Este histrionismo de «el mejor», «el primer», etc, es tan poco realista como empobrecedor. Salud
Bueno, Carlos ¡gracias! Sobre las hipérboles, yo comprendo la crítica a las categorías absolutas, sin embargo, esto es solo un artículo de opinión, no un editorial del medio… y aunque fuese un editorial ¡seguiría siendo un artículo de opinión! Sería imposible llegar a un consenso universal sobre qué cuento de ciencia-ficción, aún en el contexto de Big Data como yo decía, es el mejor. Entre otras cosas porque apenas estamos en los inicios de lo mucho que se seguirá escribiendo sobre ello y sobre IA, en general. Ni siquiera podría acotar con mi padre, que se ha leído todo Asimov y gracias al cual lo he conocido y leído yo, cual es su mejor cuento. “La Última Pregunta”, para mí, es el mejor porque capta la esencia de la cuestión, décadas antes de que fuese factible, porque era posible. Y esa es mi opinión desde hace años. Ni siquiera estoy segura de aquí a que me muera que no le de esa categoría a otro cuento, pero es lo que hay en mi cabeza y en mi artículo a día de hoy (y el artículo tiene casi 10 años ya).
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