Aunque usted no lo crea y él no lo parezca, Gabriel García Márquez es un hombre tímido. Es 5 de septiembre de 1967, y espera a Miguel José Oviedo en el lobby del Hotel Crillón, en Lima: aceptó su invitación para dialogar en público sobre la novela latinoamericana, y ahora se está arrepintiendo. El director de la Extensión Cultural de la Universidad Nacional de Ingeniería lo encuentra, por fin, detrás de una columna en el lobby del Hotel Crillón, en pleno centro limeño. Es su invitado; lo escolta: están llegando tarde.
Oviedo y Márquez llegan a la universidad y el auditorio está lleno. Van a tener que abrirse paso entre la multitud. Y aunque el éxito de la reciente novela del colombiano —Cien años de soledad— es total y abrumador, todavía hay muchos en Lima que no lo reconocerían ni aunque les pasara al lado.
Entonces el escritor aprovecha: se escurre entre la juventud disfrutando del anonimato, llega al escenario donde su amigo, el escritor Mario Vargas Llosa, lo está esperando para entrevistarlo. Vargas Llosa está contento de verlo, sobre todo de poder entrevistar a esta nueva figura de las letras que lo intriga. Ambos se admiran, pero la diferencia en sus situaciones profesionales y económicas son abismales.
Vargas Llosa acaba de recibir en Caracas el primer Rómulo Gallegos, uno de los premios más importantes en Hispanoamérica. Márquez está comenzando a salir de la pobreza en la que se embarcó para tener tiempo y escribir Cien años de soledad. La publicó en mayo; para septiembre ya llevaba vendidos treinta mil ejemplares.
El peruano sabe que la obra de su amigo es valiosa; sin embargo, lo primero que le pregunta es para qué sirve un escritor. Le contesta que él en realidad no sabe, pero de lo que sí se dio cuenta es que comenzó a sentirse escritor cuando comprendió que el oficio no servía para nada.
Pero la novela sí, la novela sí sirve porque es subversiva, al menos la que está hecha de «buena» literatura. Vargas Llosa le pregunta si esa cualidad de la novela es algo que el autor puede construir a conciencia; Márquez dice que no, que esa es en realidad la receta para la «mala» literatura. Si el autor tiene claras sus convicciones —si el escritor tiene en claro su «ideología»— y es sincero cuando escribe, esas convicciones se verán reflejadas en la historia que escribe. Es 1967, y el mundo es: la guerra de Vietnam, la muerte del «Che» Guevara y la Revolución cubana. La política y la militancia atraviesan todas las esferas de la sociedad y la cultura.
Pero Vargas Llosa no quiere meterse en ese berenjenal, así que va por otro lado. Le pregunta sobre la soledad en su obra, lo que los críticos han interpretado como un símbolo de la soledad en la que se encuentra el hombre americano, alienado y desconectado de los otros, surgido de «una serie de condicionamientos». Márquez le responde hablando de las mujeres. De otro crítico cuya tesis es: las figuras femeninas en su obra son el pilar que sostiene sus historias. Mientras ellas mantienen el hogar y los valores primarios —decía el crítico— los hombres pueden salir a conquistar la tierra.
«En el momento en que yo leí esto», admite, «revisé mis libros anteriores y me di cuenta de que era cierto». Lo hizo en el peor momento posible: mientras aún estaba escribiendo Cien años de soledad y ya tenía totalmente planeado el personaje de Úrsula, la mujer que vive ciento setenta años en la novela. Siente entonces la duda espinarse: si ese crítico tiene razón, entonces, ¿podrá seguir siendo sincero con lo que escribe? ¿O, de ahora en más, escribirá para complacer a los críticos?
Muchos años después, la generación de escritores latinoamericanos nacidos a partir de los 60 se topón con el mismo dilema. La literatura latinoamericana se instalará en las costas del «realismo mágico», y de ahí será difícil sacarla.
Pero todavía Vargas Llosa no conoce ese término (inventado por la crítica, años después del boom) y entonces ahora le pregunta a su amigo sobre «algo» que observa en su obra: la capacidad de escribir desde sus experiencias personales y cruzarlas con situaciones inverosímiles como que una mujer se eleve y se vaya al cielo mientras cuelga la ropa, como le pasa a Remedios la Bella en Cien años de soledad.
Márquez le cuenta que en su casa de la infancia, donde su tío había muerto en un cuarto y su tía en otro, los adultos le decían que si llegaba a caminar solo por la casa de noche, probablemente se encontraría con el fantasma de la tía Petra o el tío Lázaro. Otra vez, recuerda que a su casa llegó una mujer trayendo un huevo con una protuberancia. Su tía lo vio: es un huevo de basilisco, le dijo a la mujer, hay que quemarlo. Entonces armaron una hoguera y lo prendieron fuego.
Para quienes crecen y viven en esos lugares, esas historias son su realidad. Todo es posible en América Latina, todo es real, todo forma parte de una realidad que el escritor debería poder contar; ese es el punto para Márquez. Pero, ¿son los latinoamericanos los primeros en explicarse el mundo a través de lo sobrenatural? Vargas Llosa sabe que no, que no fueron los primeros. También sabe que el material con el que trabaja un escritor, además de su historia personal, es la cultura.
García Márquez lo conoce, y sabe a dónde quiere llevarlo. A la novela de caballería, a uno de sus libros favoritos, el Amadís de Gaula, escrito en la Edad Media en España. En esta novela, al caballero se le corta la cabeza en un capítulo, y eso no le impide volver con la cabeza puesta al capítulo siguiente. La historia está a favor de la «libertad narrativa», y esto inspira al colombiano, porque piensa que el problema está cuando empezamos a buscar explicaciones o respuestas lógicas. Justamente, lo que tiene la literatura latinoamericana para ofrecerle al mundo es la posibilidad de explicar la vida en toda su complejidad, sin reduccionismos, sin cercenar lo que es en pos de lo que «debería».
La jornada del 5 de septiembre se está acabando. Pero nada indica que el diálogo haya llegado a su fin. Ambos están dispuestos a repetir el encuentro, una segunda jornada, dos días después. Pero antes, Vargas Llosa tiene que preguntar algo más: qué opina sobre la cantidad de escritores latinoamericanos que están siendo publicados. Más que un boom de escritores, responde su amigo, lo que hay es un boom de lectores. «En el momento en que los libros eran realmente buenos», termina, «aparecieron los lectores».
Si bien es cierto que la profesionalización del oficio de que eran cada vez más conscientes estos escritores a diferencia de generaciones anteriores fue fundamental, también lo fue el interés del mercado editorial. Rumores cuentan que fue la famosa agente española Carmen Balcells la que, detectando la calidad literaria de sus obras, impulsó este fenómeno del boom de escritores latinoamericanos, muchos de ellos exiliados por el mundo (Cortázar en Francia, Carlos Fuentes en Italia, el propio Márquez, en México).
La segunda jornada del diálogo comienza con una preocupación relacionada a esto. Vargas Llosa le pregunta a Márquez si este fenómeno de exilio no hace que el escritor se contamine con temas «menos latinoamericanos».
Aunque Márquez le contesta que no, que donde él esté, estará escribiendo una novela latinoamericana, en 1996 dos escritores chilenos (Alberto Fuguet y Sergio Gómez) sufren las consecuencias del «latinoamericanismo» y sus definiciones. Fundan un movimiento literario que culmina en la publicación de McOndo, una antología de escritores latinoamericanos emergentes, que no quieren ver sus textos rechazados por falta de «realismo mágico». Autores latinoamericanos que han crecido con los efectos de la globalización, que ya no encuentran sus temas ni en las luchas sociales, ni en la revolución, ni en el folklore local.
Sin embargo, cualquiera que revise el catálogo 2023 de las editoriales más grandes, constatará rápidamente que el panorama ha cambiado otra vez. Autoras argentinas como Mariana Enriquez, Samanta Schweblin o Gabriela Cabezón Cámara están triunfando, alejadas de las definiciones taxativas. Lo cierto es que el término «realismo mágico» ha quedado corto para escribir sobre lo que en este continente de locos pasa. Así, mientras Cabezón Cámara ha reinterpretado la gauchesca en su famosa novela La China Iron, la historia de la mujer de Martín Fierro, Enriquez ha sintetizado todo su amor por la música y los escritores extranjeros (su admiración por Stephen King) en un nuevo tipo de literatura de terror cuya materia no solo es lo sobrenatural, sino, y fundamentalmente, los horrores que las sociedades modernas dejaron proliferar.
Hablando de influencias extranjeras y motivos locales, a Vargas Llosa le intriga lo que Márquez piensa de los elementos folklóricos, de la aparición en sus propios textos, de cómo fueron usados por las generaciones anteriores (conocidas como «criollistas», «nativistas»). ¿Se puede seguir reconociendo al indio por sus plumas y su taparrabo? En realidad es un problema de perspectiva, dice Márquez, de profundidad que ha faltado en la literatura para ver más allá de lo evidente. Esto no quiere decir, aclara, que esas cosas no existan en la realidad latinoamericana, sino que el escritor debería poder verlas con un «ojo más trascendente».
Hablan de la técnica, de las herramientas. El peruano le pregunta con quién es la deuda ahí, en ese aspecto, que han contraído los escritores latinoamericanos. No es con los escritores de la generación anterior, sino con un extranjero, el escritor norteamericano William Faulkner. «¿A qué atribuyes tú», pregunta Vargas Llosa, «esta influencia invasora de Faulkner»? Es el método, le contesta el colombiano, «el método Faulkneriano», que les ha mostrado un camino a los escritores de su generación, que les ha dado una herramienta valiosa, sin usurpar nada.
¿Qué hubieran dicho los norteamericanos que rechazaron textos en la época de McOndo, si les dijeran que «el realismo mágico» tiene raíces también norteamericanas, y hasta europeas? ¿Habrá quién le haya dicho a William Faulkner que a sus textos les faltaba «norteamericanismo»?
Faulkner, cuyo tema recurrente era la vida del campesinado norteamericano, creó el condado de Yoknapatawpha. «Tiene riberas en el mar Caribe;», dice Márquez con profundo saber, «así que, de alguna manera, es un escritor del Caribe», dice con seguridad, «de alguna manera es un escritor latinoamericano». Vargas Llosa no dice nada, cambia de tema. La charla termina. Lo que aún nadie en el auditorio sabe es que Oviedo está grabando el encuentro. Lo publicará, corregido por el propio Márquez y el propio Vargas Llosa, y se transformará en un texto de culto, reeditado en distintas épocas. La última vez fue en 2021, por la editorial Penguin Random House. Se llamó Dos soledades, diálogo sobre la novela latinoamericana. Ahí siguen charlando aún, antes de ser ambos Premio Nobel, solo dos amigos, fuera del tiempo y el espacio, en los anales de la historia.
García Márquez explicaba como de niño, en su casa, las mujeres, con la misma cara de palo decía con la que hacían las cuentas de la economía familiar, sin variar el tono de voz, le decían qué ritual debía seguir al acostarse para que «las ánimas que cada noche andan por la calle llamando a las puertas de casa en casa no robaran su alma».
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Maravilloso
El termino «realismo magico» no estaria inventado «por la critica» como sostiene la autora, sino por Alejo Carpentier, precursor de Gabo, y mejor o en todo caso igual de buen escritor que el, quien adelanto a todos con «El Reino De Este Mundo»…
… Gabo le rinde homenaje en «100 Años de Soledad» al hacer una referencia a un avistamiento del barco que sale en el formidable «El Siglo de Las Luces», una especie de «Dr Zhivago» pero con la revolucion francesa como trasfondo en lugar de la rusa, y con el oscuro y enigmatico personaje de Victor Hughes por medio… acaba en Madrid con los sucesos de 2 de mayo…
Sean Penn queria hacer una adaptacion al cine segun recuerdo pero no se que fue de aquello…
Es mejor novela que «100 Años» para mi, aunque no quiero poner en duda la calidad de Gabo quien, incluso en sus novelas menores, siempre tiene pasajes de muy alta literatura…
Para mí la novela que está al nivel de las mejores, y de la que no se habla tanto, es Pedro Páramo de Juan Rulfo. El final de esa novela me dejó en una especie de estado alterado de consciencia.
No sé si fue la crítica o Carpentier el primero que acuño el término realismo mágico, pero cuando uno ha vivido en Latinoamerica un tiempo se da cuenta de lo siguiente: el realismo mágico es mágico solo para el de fuera, en Latinoamerica es simplemente Realismo
Si lo que está medio diciendo es que el término es algo acuñado en Europa para describir América el Sur, pues no creo que sea así, eh? Pero no lo sé muy bien la historia de dicha expresión, eso sería un ensayo interesante…
En todo caso, el realismo mágico de escritores como Gabriel Marquez – que se quejaba del término también, con el famoso ejemplo de que realmente había visto un galeón español encallado en plena selva colombiana, que no había inventando nada – ha tenido una influencia profunda en escritores en Europa como Rushdie por ejemplo.
El «bum» de literatura sur americana es de los pocos casos en nuestros tiempos que un movimiento cultural del Sur ha llegado a conquistar al mundo anglosajón / Norte a pesar de todo la aplastante hegemonía cultural de EEUU y el inglés, por eso yo siempre les he visto un poco como heroes, lo escritores como Gabo… pusieron todo un continente en el mapa literario / cultural, y sus efectos perduran hasta día de hoy…
Hicieron algo nuevo, y me sigue pareciendo hasta día de hoy que el continente más interesante de letras en nuestros tiempos es Sur America… Un país como Argentina con todos los novelistas que ha dado al mundo, o Chile y sus poetas como Parra y Neruda… Habría que irse a vivir allí unos años, ciertamente.
A diferencia de gran parte del elite cultural español, no se conforman con copiar al mundo anglosajón que es un mundo muy aburrido para mi y destrozado por el materialismo y el capitalismo… tampoco anegan sus textos de anglicismos, cosa que me saca de quicio con tantos escritores y periodistas españoles…
Siguen siendo los más innovadores y los que se toman más riesgos hoy en día a mi entender, los escritores de América del Sur…
Cuando un mundo no se entiende, es muy probable que terminará siendo mágico, en especial modo por aquellos «gallegos» y gringos lindos que inventaron, entre otras cosas el tráfico, de bananas, de carnes, de africanos, el chocolate y los Ford T. Estaba más que bien mi tataratata abuela mapuche chupando mate y no té, en los sures “mágicos” de su Chile que al principio fue la Araucaria andando, como corresponde en patas recordando a su amado Lautaro y su horrendo fin, hasta que por la fiebre contagiosa de la Plata conoció el sufrimiento importado, el empalamiento, el cercenar dedos y el desprecio por el color de la piel, y por los feos que somos, no como los europeos, pero por aquí andamos con nuestra paciencia indoamericana proverbial, la paciencia que pide el Planeta para no terminar caminando sobre ascuas esperando el final, como una Pascua de esperanza para volver a ponerse en pie.
Mejor nacer en el Sur que el asqueroso Norte…
En Escocia, por ejemplo, el «mercado libre» ha acabado ya con casi todas las pequeñas tiendas del barrio que existían antes de Thatcher y Blair, la frutería, la carnicería, la pescadería de mi barrio de la infancia ya no existen, todo está en el supermercado donde 95% de la comida es procesada…
… luego miras a The Guardian y la tasa de cancer en gente con menos de 50 se ha disparado y hoy nos cuentan que la comida procesada provoca tumores… ¿quién lo iba saber con lo mal que sabe, no?
Si naces en el sur, por lo menos tienes la conciencia tranquila… Reino Unido y EEUU son dos países que han convertido absolutamente todo en dinero y en monopolio y nunca dejan de ir a la guerra para imponerse a los países más débiles… llevan siglos en ello…
Hasta el pequeño comerciante ya no sobrevive en Escocia, ni los pubs de particulares, sino todos son de enormes grupos capitalistas… justo el contrario de lo que predican, el «mercado libre» capitalista acaba en monopolio y una drástica reducción de la elección del consumidor… Es todo muy estúpido.
Luego hay ese libro muy bueno «El Amanecer De Todo» de Graeber y Wengrow que explica como la fuente de la idea de «libertad» en Occidente vino del contacto de europeos con los pueblos indígenas de America, que los nativos se burlaban de los europeos por obedecer reyes y «superiores», pues aunque tenían cierta jerarquía, el jefe del clan o grupo social no solía imponerse a los que no le obedecían…
En fin, que la idea de «freedom», la libertad personal, inaudita en Europa hasta el siglo XVIII cuando se empieza realmente hablar de aquello, viene de los pueblos indígenos de las Americas…
¿Quién lo iba a decir? Vale la pena «The Dawn of Everything»….
«El hombre nace libre y en todas partes esta en cadenas», una frase que cuando la escribio Rousseau era la mas pura dinamita posible, tan potente que su eco llega hasta dia de hoy, y con perdon a las mujeres, hubiese sido imposible sin los pueblos indigenos de Americas, y todas las cronicas de aquellos tribus o grupos sociales que desconcertaban a la vez que fascinaban a sus colonizadores quienes de repente se dieron cuenta de que otras formas de organizacion social eran posibles, que toda la humindad no seguia las reglas muy jerarquizadas de la sociedad occidental…
En Europa hasta entonces nadie cuestionaba los rangos sociales que se creia ordenado por Dios, un Dios catolico o protestante, un Dios machista y facha y irascible y maniatico, siempre propenso a castigar sin causa ni fundamento….
La Ilustracion nos la han contado como una eclosion cultural un poco azarosa aunque segun los Marxistas muy ligado a la aparicion de la prota burguesia, pero resulta que los indigenos de America eran la clave en muchos aspectos, una historia que ha sido soterrado hasta hace poco y «The Dawn of Everything» que no se si ha salido aun en España pero que supone una revolucion…
A mi parecer, el realismo mágico nace con Ernst Jünger o, al menos, inaugura él una contraparte propiamente europea en tanto que la otra es hispanoamericana.