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James Barry y la i prohibida

James Barry y la i prohibida
James Barry ca. 1820. Imagen: Anon. / Wellcome Images (DP).

Este texto es un adelanto de nuestra trimestral Jot Down nº 45 «Irlanda»

We will never know all we want to about James Barry, for the simple reason that he did not wish us to know.

(Rachel Holmes, The Secret Life of Dr. James Barry)

Mialgia, astenia, fiebre, diarrea sanguinolenta, tenesmo… El doctor James Barry conoce los síntomas. Lleva cincuenta años ejerciendo la medicina y ha visto el mismo cuadro muchas veces. De hecho, pocos médicos de Londres conocen la enfermedad mejor que él. En su juventud estuvo destinado en Ciudad del Cabo y fue testigo del primer brote que ocurrió fuera del subcontinente indio: el de isla Mauricio de 1820. Ahora, en julio de 1865, se ha propagado por todo el globo. Es cólera. No lleva tratamiento. Láudano, baños calientes y poco más.

Normalmente, los pacientes del doctor Barry pueden considerarse afortunados. Todavía no se sabe que los gérmenes causan enfermedades, pero Barry tiene intuición para estas cosas. Da mucha importancia a la higiene, al aseo, a la ventilación y a la dieta. Él mismo es abstemio y lactovegetariano. Son puntos de vista modernísimos para la época. Otra rareza suya: trata a los pacientes con delicadeza. No es algo habitual en los médicos y en él resulta más chocante todavía: fuera de la consulta, es un hombre arisco, vociferante y poco menos que intratable. Pero tiene la convicción de que un paciente tranquilo y esperanzado sana con más facilidad que uno ansioso y desmoralizado.

Lamentablemente, el propio Barry tiene pocas razones para sentirse afortunado. Esta vez el enfermo es él. Y Londres atraviesa una ola de calor inclemente. El pronóstico de la enfermedad, él lo sabe, empeora cuando suben las temperaturas. Además, se necesita vigor para sobrevivir al cólera. Es decir, juventud. Y la suya no es tanta como piensan los demás. Ha convencido al mundo de que tiene sesenta y seis años, pero tiene setenta y seis. Es solo uno de los muchos secretos que guarda. 

Ay, los secretos. Le preocupan terriblemente. Quizá deba sentirse aliviado por ello: significa que todavía no ha perdido la cabeza. Incluso ha dejado dicho que no lo desvistan ni lo amortajen después de muerto, como exigen las normas del decoro de la era victoriana. Deben meterlo en un ataúd, envuelto en las sábanas en las que haya muerto y enterrarlo sin más trámite. Quiere pasar a la historia como James Miranda Steuart Barry, cirujano reputadísimo, médico del Estado Mayor del Ejército británico, miembro de honor de la Royal Society e inspector general de Hospitales de su Majestad Británica. Y para ello necesita que nadie descubra la verdad. A su criado apenas lo deja entrar en su habitación, lo justo para que traiga seis toallas nuevas cada mañana. Tampoco ha permitido que su propio médico, el doctor David McKinnon, lo examine en profundidad.

Es 24 de julio. El doctor Barry se tiende en la cama al atardecer, cierra los ojos y procura respirar con tranquilidad. Unas horas después, muere. El doctor McKinnon redacta el certificado de defunción a la mañana siguiente. «Causa de la muerte: diarrea producida por defectos en la dieta». Hoy sabemos que probablemente fuese disentería, una infección que, por aquel entonces, se consideraba una forma de cólera. Luego hace caso omiso de la prohibición que había hecho Barry y busca a alguien que desvista y asee su cadáver. El criado no está: lleva fuera desde el día anterior y todavía no está al corriente de que el señor ha muerto durante la noche. Barry y él viven en un pequeño apartamento de alquiler en el número 14 de Margaret Street, así que McKinnon baja a las cocinas del edificio, donde se prepara diariamente la comida de los inquilinos, y pide a una sirvienta que se ocupe del cuerpo mientras él completa el papeleo. El 29 de julio se da sepultura a Barry y todo parece acabar ahí, pero no. De hecho, todo acaba de empezar.

El doctor James Barry

La historia aparece por primera vez el 14 de agosto de 1865, tres semanas después de la muerte del doctor, en la primera página del Saunders’s News-Letter, un periódico dublinés. Era tan extraordinaria, anunciaba el redactor, «que, si su certeza no estuviera atestiguada por una autoridad oficial, se consideraría una narración absolutamente increíble». En los días siguientes se publica en otras cabeceras de Irlanda, con nuevos datos y algunas modificaciones, pero siempre sin revelar la identidad del protagonista. Finalmente es The Cork Examiner quien menciona el nombre: James Barry. Pocos lo conocían, pero su apellido, típicamente irlandés, explica que su caso se publicase primero en aquel país.

Cuando el nombre aparece, la historia cruza el mar de Irlanda y los diarios británicos se hacen eco de ella. Poco después se publica en los de todo el Imperio británico, donde se lee y se comenta incluso con más avidez. Barry era un desconocido para las clases populares, pero no entre los aristócratas y el estamento militar británico. Había servido casi cincuenta años en los destacamentos coloniales de medio mundo. Había estado destinado en Sudáfrica, Mauricio, las Antillas británicas, Canadá, Malta y Corfú. Había sido médico del Estado Mayor y había llegado a ser inspector general de Hospitales, un puesto con rango de brigadier. Tenía fama de malhumorado, bravucón y duelista, pero también de médico esforzado y sensible con los enfermos. Había hecho innumerables reformas sanitarias en las cantinas y en los hospitales militares y había dedicado muchos esfuerzos a mejorar las condiciones de vida de los desfavorecidos institucionalizados, especialmente los reclusos, los dementes y los leprosos. También había tenido mucho éxito con las epidemias y su currículo como cirujano era brillante. En 1826 completó la primera cesárea con supervivencia de la madre y el hijo en toda la historia del Imperio británico. En la guerra de Crimea salvó la vida de un barco entero de soldados aquejados de unas fiebres desconocidas. Se contaba que el archiduque Maximiliano, antes de convertirse en emperador de México, le había regalado uno de sus anillos por haber sanado a un muchacho austríaco cuya muerte estaba prácticamente asegurada.

Y era una mujer. Eso decían los periódicos. Que el eminente doctor había sido, en realidad, una mujer. Lo había descubierto la criada encargada de amortajarlo. Eso y que tenía las estrías características de los embarazos tempranos, prueba de que había dado a luz en su juventud o siendo prácticamente una muchacha. Era una mujer. La sirvienta estaba segura porque ella había tenido cinco hijos, nada menos. O nueve, o catorce, dependiendo del periódico que lo contase. En otras versiones, la sirvienta no era tal: eran dos enfermeras que atendieron al viejo doctor en los últimos días de su vida, ya que Barry no había muerto de cólera en Londres, sino en Corfú, fruto de unas heridas. Pero ellas decían lo mismo y estaban igual de seguras. Los detalles cambian de un periódico a otro, a veces hasta extremos disparatados, pero los cronistas garantizan que lo principal es verdad: una mujer había logrado estudiar Medicina, algo que estaba completamente prohibido, y luego ingresar en el ejército, algo que resultaba poco menos que irrisorio. Y luego había servido durante más de cincuenta años sin que nadie se diese cuenta de ello. Incapaz de encontrar adjetivos que hagan justicia al engaño, un periodista inventa, sin quererlo, un aforismo: que la realidad supera a la ficción. «No hay duda de este hecho, y ni siquiera Mary Elizabeth Braddon —autora de una serie de novelas sensacionalistas muy populares en el momento— se aventuraría a usarlo en la ficción»1.

Los bulos alcanzan el grado rocambolesco cuando los periódicos empiezan a repetir la gran pregunta: si James Barry no era James Barry, entonces ¿quién era? Corre el rumor de que se trataba de una muchacha de origen humilde que se había enrolado en el ejército siguiendo al hombre de sus sueños. También se dice que era la nieta de un antiguo aristócrata escocés conocido por mandar en su casa de forma tiránica. Algunos sostienen que Barry mantuvo un idilio con Charles Somerset, el gobernador de la colonia de El Cabo —hoy, Sudáfrica—, de quien fue médico particular durante años, y que quizá tuvo a su hijo o hija con él: siendo así, el vástago secreto emparentaría con varios de los linajes nobles más prominentes de la Inglaterra victoriana2. En 1867 se publica un relato sobre el caso en All the Year Round, la famosa revista literaria semanal fundada y dirigida por Charles Dickens. Aunque la narración aparece firmada de forma anónima, hoy muchos dan por sentado que la escribió el propio Dickens, quizá con el testimonio de un militar que había compartido destino con Barry en el Caribe. Su tesis es que el médico, que murió muy depauperado, debió invertir su fortuna en la manutención de ese hijo o hija secreta3.

La historia nunca deja de circular, pero, a medida que los tiempos cambian, también lo hace el modo de contarla. En 1919 se estrena una obra teatral en Londres, Dr. James Barry, escrita por Olga Racster y Jessica Grove, en la que Barry es una mujer que se hace pasar por hombre y se enrola en el ejército para huir de un marido maltratador. En 1932 la misma historia se convierte en una novela: The journal of Dr. James Barry. El prisma ha cambiado: ahora James en una heroína romántica. Y no falta mucho para que empiece a ser visto como pionero de la medicina e icono feminista. Se le compara con Hannah Cullwick, con Florence Nightingale y con Elizabeth Garrett Anderson. Se le dedican seriales radiofónicos y programas de televisión. En la segunda mitad del siglo XX, también títulos de divulgación y biografías, aunque no siempre rigurosas. De hecho, algunos detalles de la vida de Barry se vuelven más novelescos todavía en el género, presuntamente, de la no ficción. Se llega a decir que fue hijo de FitzRoy Somerset, secretario militar del duque de Wellington y hermano mayor de Charles Somerset: tal cosa le convertiría en aristócrata y en amante de su propio tío. Quizá la mayor campanada sea la de June Rose, una de las primeras biógrafas de Barry, que sugiere un padre de origen más exótico: nada menos que el militar y revolucionario caraqueño Francisco de Miranda4.

Las investigaciones serias sobre el personaje, que también las hay, nos permiten estar seguros de algunos detalles de su biografía. Parece que nació en Cork, Irlanda, muy a finales del siglo XVIII, en torno a 1789 y 1790, con el nombre de Margaret Ann Bulkley. Pertenecía a una familia acomodada, pero su padre acabó contrayendo deudas y entrando en prisión. Todo indica que la idea de que Margaret estudiase cirugía con la identidad de un hombre no fue solo suya: debió de ser una pequeña confabulación urdida por su madre y un grupo de intelectuales cercanos a la familia, todos de mentalidad liberal y a favor de los derechos de las mujeres. Entre ellos estaba su tutor, un médico llamado Edward Fryer, y su tío, un pintor de renombre llamado, precisamente, James Barry. También se contaba el general Francisco de Miranda, que para entonces ya planeaba la emancipación de Venezuela del Imperio español. Algunos biógrafos sostienen que el objetivo era que Margaret estudiase con la identidad de un hombre y que luego acudiera a Venezuela, donde Miranda proyectaba implantar una república progresista en la que las mujeres podrían ejercer la medicina. 

Barry llegó a Edimburgo en noviembre de 1806 con la intención de matricularse en la escuela médica de la universidad. Para entonces ya no se hacía llamar Margaret Ann Bulkley, sino James Miranda Steuart Barry. Decía ser sobrino de James Barry, el famoso pintor irlandés, y el protegido de algunas personalidades muy influyentes, tanto que se permitía firmar con sus apellidos. Entre sus cartas de recomendación se contaban la del general Miranda y la de David Steuart Erskine, conde de Buchan, un mecenas y patrón de las artes edimburgués. Su voz, no demasiado grave, su corta estatura y su rostro imberbe no acabaron siendo un problema: aunque tenía cerca de veinte años, aparentaba ser un varón adolescente, quizá de trece o catorce años, decidido a estudiar Medicina por razón de su precocidad. Y la presencia de su madre, que lo acompañó durante sus primeros años en Escocia, confería credibilidad a la historia. Barry logró ingresar en la universidad y se matriculó como doctor en Medicina en 1812. En 1813 aprobó el examen del Real Colegio de Cirujanos de Inglaterra y días después se enroló en el ejército, muy necesitado de médicos debido a las guerras napoleónicas. Si realmente existió, el plan de desertar y acudir a Venezuela nunca se consumó. El general Miranda llegó a liderar a los insurrectos durante la guerra de independencia de Venezuela, pero acabó capitulando. Murió en una cárcel de Cádiz en 1816.

El resto es Historia, con mayúscula. Barry permaneció cincuenta años en ejercicio y llegó a convertirse en inspector general de Hospitales, el segundo puesto con más rango al que podía aspirar un oficial médico en el ejército británico. Como cirujano, obtuvo la admiración unánime de sus coetáneos, pero su reputación personal era terrible. Hoy sabemos que sus trifulcas con los funcionarios coloniales y los altos mandos del ejército, muy frecuentes, casi siempre tuvieron que ver con las míseras condiciones en las que vivían los soldados y el trato inhumano que se dispensaba a las minorías y los desfavorecidos. En un par de ocasiones también reaccionó con violencia ante los rumores que suscitaba su aspecto afeminado, que se llegaron a convertir en acusaciones y amenazas, pero no pasaron de ahí. En 1859 fue retirado y pensionado, en contra de su voluntad, por su estado de salud achacoso. Tenía bastantes más años de los que decía, cerca de diez, y para entonces ya le pasaban factura. Murió seis años después, en julio de 1865, guardando aún su gran secreto: que era una mujer.

Eso dice la Historia, con mayúscula. Y a la Historia, con mayúscula, cuesta mucho contradecirla.

La i prohibida

El 23 de agosto de 1865, un tal George Graham, de la Oficina del Registro General Británico, escribe a David McKinnon, el médico que había firmado el certificado de defunción de James Barry, para pedirle explicaciones. Una criada, al parecer, ha dicho a la prensa que el viejo oficial era una mujer y la historia está en todos los periódicos de Irlanda y el Reino Unido: el revuelo está siendo monumental. En el Registro, algunos creen que quizá no se ha enterrado a la persona correcta. McKinnon contesta al día siguiente, el 24 de agosto, diez días después del entierro de Barry, y lo que cuenta es esto:

[…] Fui amigo íntimo del caballero durante una buena cantidad de años, tanto en las Indias Occidentales como en Inglaterra, y jamás tuve ninguna sospecha de que el doctor Barry fuera una mujer. Le atendí durante su última enfermedad y unos meses antes por bronquitis. La afección que causó su muerte fue una diarrea producida, aparentemente, por errores en la dieta.

Después de la muerte de Barry me enviaron a la oficina de sir Charles McGregor y allí me esperaba, para hablar conmigo, la mujer que hizo los últimos oficios para el doctor Barry. Deseaba obtener cierta remuneración por sus servicios que la mujer que regenta el edificio en el que murió Barry se había negado a pagarle.

Entre otras cosas dijo que el doctor Barry era una mujer y que menudo doctor debía ser yo si no lo sabía y que ella no querría ser atendida por mí. Le informé de que no era asunto mío si el doctor Barry era un hombre o una mujer y que pienso que lo más probable es que no fuera ninguna de esas cosas, es decir, que fuera un hombre imperfectamente desarrollado.

Luego ella dijo que había examinado el cuerpo y que era el de una mujer perfecta. Incluso tenía marcas de haber tenido un hijo siendo muy joven. Entonces le pregunté cómo había llegado a esa conclusión. La mujer, señalando la parte baja de su estómago, dijo que las marcas estaban allí. Soy una mujer casada, dijo, y madre de nueve hijos: si lo sabré yo. 

La mujer parecía pensar que estaba en posesión de un gran secreto y quería que la pagaran por guardarlo. Le dije que los parientes del doctor Barry están todos muertos y que el secreto no era mío y que mi propia impresión es que el doctor Barry era un hermafrodita […].

La identidad de aquella mujer figura en el certificado de defunción de James Barry. Se llamaba Sophia Bishop. Firmó bajo su nombre con una equis porque era analfabeta. También sabemos que intentó extorsionar a dos personas antes que al médico: a la casera de Barry y a su albacea. Y sospechamos que no lo consiguió, o no habría acudido finalmente a la prensa. Cuando lo hizo, no reveló su identidad, o exigió que no se publicara, y no es difícil imaginar por qué. Había invocado las famosas marcas en el abdomen del difunto para contradecir al doctor McKinnon y había hecho prevalecer su tesis de que Barry era una mujer asegurando que ella misma era madre de nueve hijos, pero las investigaciones más recientes ponen su testimonio en entredicho. La Sophia Bishop que trabajaba en el número 14 de Margaret Street el 25 de julio de 1865 ni estaba casada ni tenía hijos5.

La opinión de McKinnon podemos tenerla clara, porque la repite dos veces en su carta: que James Barry, a quien conocía desde hacía años, debía ser hermafrodita6. Pero también admite que no inspeccionó pormenorizadamente sus genitales porque no era necesario para el objeto de su examen post mortem: certificar la identidad del cadáver y el hecho de que hubiera muerto. Como médico, también sabía que un mero examen superficial puede ser suficiente para efectuar un diagnóstico de esta clase, pero también no serlo. Hoy en día llamamos a esto intersexualidad —en nuestros días, la palabra hermafrodita se suele considerar anticuada y un tanto reduccionista— y sabemos que tiene causas muy variadas, desde los desórdenes hormonales durante la gestación a la mutación cromosómica o el mosaicismo. La intersexualidad tiene decenas de formas distintas: unas resultan evidentes en el momento del nacimiento, y otras, solo a partir de la pubertad. Algunas solo comportan problemas de fertilidad y pueden pasar desapercibidas durante toda la vida. Es poco habitual que una persona intersexual pueda reproducirse. En la época de Barry se tenía por algo imposible.

James Barry y la i prohibida
Izda.: Una caricatura de James Barry y su perro firmada por James Lear en Corfú en 1852. Imagen: Wellcome Images (DP). Dcha.: la única fotografía conocida de James Barry, junto a su sirviente (apodado Black John, según algunos autores) y su perro Psyche. Fotografía: Wellcome Images (DP).

Algunos investigadores llaman la atención sobre otros indicios, recabados con posterioridad en cartas y documentos, que dan la razón a McKinnon, aunque sería imposible pormenorizarlos todos aquí. Quedémonos con un par. Uno es la única foto que tenemos de Barry7, tomada en Jamaica en 1860, en la que pueden apreciarse con claridad unas grandes entradas parietotemporales en la cabeza: sufría alopecia androgénica, es decir, calvicie común8. Es un trastorno muy frecuente en los hombres y en muchas clases de personas intersexuales con los cromosomas XY, pero mucho menos en mujeres. Otros investigadores también llaman la atención sobre el tema que Barry, siendo estudiante de Medicina, eligió para su tesis doctoral: la hernia. En su época no era raro diagnosticar el hermafroditismo en adultos a raíz de una aparente hernia inguinal, tanto que se pensaba que ambas cosas guardaban relación. Si Barry no eligió precisamente ese tema por afinidad personal, entonces fue una grandísima casualidad9.

La leyenda de James Barry jamás se ha rectificado, no verdaderamente, a pesar de que lleva en tela de juicio desde los años sesenta del siglo XX10. La excepción está en Rachel Holmes, su gran biógrafa, y en algunos investigadores más, sobre todo en el ámbito de la literatura médica académica, donde la figura de Barry se escruta con doble interés: como caso de estudio y como pionero de la propia medicina. Pero, en la escala comercial, en los libros de texto y de divulgación y en las grandes biografías, el retrato de James Barry sigue obedeciendo al canon decimonónico11 y apenas se advierte que hay más pruebas en su contra que a su favor. En muchos casos, por simple empecinamiento. Es particularmente decepcionante la última gran biografía del personaje, publicada en inglés en 2017, cuyo título, en español, vendría a ser así: Doctor James Barry: una mujer adelantada a su tiempo. Los autores, el urólogo sudafricano Michael du Preez y el biógrafo británico Jeremy Dronfield, insisten en retratar a Barry como mujer, madre y amante, pero las pruebas que deberían avalarlo no aparecen por ninguna parte. Están en baúles que no se abrieron, cartas que se perdieron en naufragios y otras fuentes a las que debe recurrirse en tiempo condicional. Lo que contendrían, dicen, confirmaría tal o cual extremo.

¿Era James Barry una persona intersexual? Lo más probable es que sí, pero no podemos saberlo con total seguridad. En palabras de Rachel Holmes, «nunca sabremos todo lo que queremos saber sobre James Barry por la sencilla razón de que él no quiso que lo supiéramos». Lo verdaderamente perturbador que tiene su caso es que la mera posibilidad no parece estar permitida. En la última edición de The Secret Life of Dr. James Barry, quizá el mejor libro que puede leerse sobre el personaje, Holmes nos habla de la hostilidad y la ridiculización de la que es objeto desde que publicó su biografía en el año 2007. Y no miente: una búsqueda sencilla en internet conduce pronto a los insultos y las acusaciones gruesas. La más dolorosa, en sus palabras, «traicionar la historia feminista legítima». Es muy significativo, casi revelador, que quienes solo aceptan que Barry fuese una mujer den por sentado que, entonces, era cisgénero y heterosexual. En sus libros casi nunca se contempla, ni siquiera se menciona, que Barry pudiera ser una mujer lesbiana o un hombre transexual.

Rachel Holmes también escribe:

James Barry era no binario. En un mundo con poco apego a los hechos y carente de sentido de la compasión, esta es una verdad incómoda para aquellos que continúan afirmando que Barry era alguien de anatomía femenina y mujer por su género que se disfrazaba en pos de la ambición profesional y la felicidad personal. Este mito, encantador pero dañino, fue desmontado hace mucho tiempo por la ciencia y la historia de la medicina basada en pruebas […]. 

A pesar de todas las pruebas en contra, algunos todavía insisten en afirmar que el doctor Barry era mujer. Y lo hacen sin detenerse a considerar el dolor y la ofensa que esto causa a otras personas. Es una fantasía cultural seductora fundada en el deseo de tener soluciones limpias y objetos sexuales estables. Desafortunadamente para aquellos que prefieren los géneros binarios y los cuerpos de un sexo definido, la vida real no siempre cumple con ello. Tanto muchas feministas como sus oponentes patriarcales eligen la historia de una aspirante a médico empujada al subterfugio por la ambición y la limitación. Cualesquiera que sean los motivos detrás de esa historia desgarradora, sigue siendo pura ficción. A mí, la verdadera historia me parece aún más fascinante.

Según la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, la prevalencia de la intersexualidad está en torno al 1,7 %12. Hay tantas personas intersexuales como pelirrojas. Y en muchos lugares del mundo siguen sufriendo abusos de toda clase, desde el infanticidio hasta las intervenciones médicas lesivas después de nacer. A la mayoría de las personas intersexuales se les asigna un género durante la infancia, a muy pocas se les permite elegirlo o posponer la elección hasta la edad adulta y a muchas menos se les consiente que opten por no hacerlo. Algunas, pocas, llevan una vida pública, o lo intentan, como personas intersexuales. Otras recurren a etiquetas más conocidas, como la de trans o no binario. No pocas viven su vida en el armario. La intersexual sigue siendo la más desconocida y maltratada de todas las minorías sexuales. En las siglas LGTBI, la I no siempre comparece y, cuando lo hace, lo hace siempre al final. La I sigue prohibida.

James Barry y la i prohibida
James Barry ca. 1830. Imagen: Anon. / Museum Africa (DP).

Notas

(1) Anónimo: «A Strange Story». Saunders’s News-Letter and Daily Advertiser, 14/08/1865.

(2) Rose, June: The Perfect Gentleman: The Remarkable Life of Dr. James Miranda Barry, the Woman Who Served as an Officer in the British Army from 1813 to 1859. Hutchinson & Co., 1977.

(3) Anónimo: «A Mystery Still». All the Year Round, vol. 17, n.º 421, 18/05/1867.

(4) Conrad, Margaret: «The Perfect Gentleman». Atlantis. Critical Studies in Gender, Culture and Social Justice, vol. 3, n.º 2, 1978.

(5) Du Preez, Michael y Dronfield, Jeremy: Dr James Barry: A Woman Ahead of Her Time. Simon and Schuster, 2017.

(6) «Bound Photocopies of Papers from the Public Record Office re. The Life and Career of James Barry (d. 1865), Inspector General of Military Hospitals, Including an Account (in Own Hand?) of Their Career». Royal Army Medical Corps Muniments Collection. Consultado el 06/10/2023 aquí.

(7) Un apunte necesario. Lamentablemente, en internet abundan los artículos en los que se ilustra la historia de James Barry con una fotografía incorrecta. Esta persona no es James Barry. Se trata de Joseph Barry, un empresario inglés afincado en Sudáfrica, fundador de la marca de brandi homónima. Ambos compartieron apellido y edad aproximada y llegaron a Ciudad del Cabo en torno a la misma fecha. Solo nos ha llegado una fotografía de James Barry y es esta.

(8) Rizzi, Milton: «Doctor James Barry (1795-1865), inspector general de Hospitales de su Majestad Británica». Revista Médica del Uruguay, vol. 28, n.º 1, 01/03/2012.

(9) Holmes, Rachel: The Secret Life of Dr. James Barry: Victorian England’s Most Eminent Surgeon. Tempus, 2007/Bloomsbury, 2020.

(10) Kirby, Percival: «Dr James Barry, Controversial South African Medical Figure: a Re-evaluation of His Life and Sex». South African Medical Journal, vol. 44, n.º 17, 25/04/1970.

(11) Birch, Lannie: «James Barry’s Corporeal Archive: an Hermaphrodite at the Cape». Alternation, vol. 5, n.º 2, 01/01/1998.

(12) «Personas intersexuales. El ACNUDH y los derechos humanos del colectivo LGBTI». Consultado el 06/10/2023 aquí.

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4 Comments

  1. Antonio Yelo

    Hace 2 años, visitando la universidad de Edimburgo, un guía turístico muy profesional me contó los principales datos de la vida de la «señora» Barry. Me interesó mucho y me prometí leer sobre «ella». Este trabajo, tan bien documentado (ver las notas, fuente de nuevas lecturas sobre el asunto), sacia mi curiosidad pero, a su vez, abre un debate que habla más sobre nuestro tiempo (con sus disquisiciones sobre la identidad sexual) que sobre el de la Gran Bretaña colonial del siglo XIX
    El análisis final sobre la posible intersexualidad del personaje es ilustrador y necesario.

  2. Garrulo Princip

    Felicidades al autor, por este fantástico texto que me ha atrapado desde el principio, y cuyo desarrollo y reflexión y denuncia final me ha dejado dando vueltas al tema. Qué fácil lo tenemos quienes somos lo que se espera que (biológicamente) seamos. Ojalá llegue a mucha gente este texto.

  3. Felicidades por el artículo. El dato de que «hay tantas personas intersexuales como pelirrojas» es muy clarificador de lo poco que sabemos y se habla de estas personas. Todos conocemos o hemos conocido a gente pelirroja.

  4. Pingback: Jot Down News #3 2024 - Jot Down Cultural Magazine

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