Pon a prueba tus conocimientos sobre la civilización de la antigua Grecia con estas diez preguntas.
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Más que consulta desearía formular, con la presente, si se me permite, un lamento. Una vez pasado a mejor vida el insigne Don Fernando, con sus acerados y certeros dardos, pareciera ya inadmisible concebir un relevo digno de tamaña encomienda de quien pueda velar por aquella virtuosa consigna de pulir, dar brillo y esplendor a esta hermosa y fecunda herramienta que entre hablantes, pensantes y escribientes hemos ido urdiendo y afinando en provecho de esto que venimos a denominar como castellano o español.
A pesar de ya tantos medios por donde discurre el fluir de las palabras, ya sea de la forma más inmediata o acelerada a la más elaborada y sosegada, al menos siempre hubo, y aun hay, fuentes y referencias a las que acudir en los casos, profusos y diversos, en los que surge la duda del uso correcto y preciso de determinado vocablo o expresión.
Así pues, cuando alguien mínimamente preocupado por guardar el debido respeto a las normas y el uso conveniente del idioma en el que se expresa se encuentra ante titubeo o dificultad, de una u otra manera, podrá contar con la ayuda o guía de voces más versadas que le podrán asistir a la hora de decidirse por tal o cuál término o locución.
Ahora bien, si el yerro se instaura en todo visible estamento e institución y ya no hay modo de contrastar las discrepancias que se puedan producir ante vacilaciones o alternativas diferentes para poder llegar a acertar con el deseado correcto uso, fuera de toda duda, en lo que a léxico, conjugación u ortografía se refiere, poco o nada queda por hacer ante la indiferencia, cuando no frente al desdén.
Quizás se trate de una menudencia que no merezca mayor atención o incluso acaso soy yo quien incurre en el craso error, pero no dejo de dar un pequeño respingo cada vez que observo que no hay sitio ni medio ni titular ni rúbrica o cartel en el que no se cometa el reiterado descuido de poner una tilde donde, siguiendo las elementales normas de acentuación, no debería estar.
Feijoo, Campoo, Boo (de Piélagos), así como Poo (el que acostumbraba suceder a aquel afamado Fernando), nunca han llevado tilde, pues la duplicación de esa «o» nunca supuso la presencia de un diptongo, sino la constitución de dos sílabas, frecuentemente pronunciadas como si de una sola «o» se tratara, tratándose en todo caso de palabras llanas, donde el acento prosódico recae en la penúltima sílaba.
No creo que si comenzaran a proliferar grafías tales como mésa, corréo, nómbre o séta no saltarían de sus ganados y merecidos asientos ilustres, egregios y eruditos catedráticos y académicos para poner no un grito en el cielo sino toda una batería de ataques, desmayos y soponcios varios.
Espero sepan disculpar semejante diatriba que nace no sin otro afán que aquel que despertó aquel bienquisto y admirado lanzador de atinados dardos en un mero transeúnte entusiasta de nuestra primorosa lengua.
Suyo afectísimo,
Fernando Santos Santos
¡Atención señores viajeros! El tren de la pedantería hará su llegada por el andén 16. Tengan preparada su documentación.
Venga ya! ¿Tragedia griega? Cinco de diez no está tan mal. Nadie conoce a Aspasia de nosedonde!