En 1965, en la víspera del debut de The Rolling Stones en Canadá, el locutor de la CBC Larry Zolf entrevistó a la banda para indagar sobre las «screamies», como les decían a las chicas que gritaban al verlos, pero lanzó la pregunta que definió la estrategia de marketing de la banda: ¿Dejaría que su hija se case con un Rolling Stone? Jagger y compañía eran los chicos malos del rock que espantaban a los jóvenes del camino correcto, el reverso perfecto a The Beatles, que ya habían sido aceptados por su candidez y simpatía. Si la pregunta la hiciese hoy ante la imagen de un hijo o hija fanatizado por la estrella pop global del momento, ¿dejaría que su hijo sea criado por Taylor Swift? Es tanta la cantidad de horas que alguien se expone a la música de ella, a su manera de pensar, a sus más mínimas acciones —pensadas como cuidadosas estrategias o surgidas de la más pura naturalidad— que la pregunta sigue siendo válida. Su poder e influencia toca desde las relaciones humanas hasta la política, desde el mercado del entretenimiento hasta la exportación de los valores típicamente estadounidenses. La cantante de Nashville tiene tal llegada al corazón de millones de personas en todo el mundo que el poder que ejerce es descomunal. Casi como cuando The Beatles revolucionaron el mundo, somos testigos de cambios profundos que son liderados por una cantante de treinta y dos años que en apariencia solo escribe canciones de amor.
Hace casi diez años vi a Taylor Swift en un festival en Londres. Fue poco antes de Navidad, la ciudad estaba decorada para las fiestas y en la calle la temperatura no subía de los 2 grados, pero en el interior del O2 Arena el público —en su mayoría adolescentes, muchos acompañados por sus padres— ardía por ver una sucesión de figuras de lo último del pop que iban a tocar esa noche. Ed Sheeran era entonces la estrella emergente y la excusa que me había llevado hasta allí, pero también estaban anunciados Sam Smith y Olly Murs. Taylor Swift estaba agendada para el cierre y venía de ponerle a su último disco el nombre del año en que nació: 1989. Entonces pensaba que era casi una desfachatez exhibir esa fecha como quien pretende remontarse a una conexión con un pasado lejano, aunque el disco me pareció bastante bueno. Había conseguido una edición especial que venía con fotos tipo Polaroid que transmitían esta sensación de historia personal que contar. Pero yo estaba aquella noche más ansioso por ver a las nuevas figuras que venían a copar los charts, acaso por esa tendencia que tenemos los periodistas de dejarnos sorprender por lo último. Uno a uno los artistas fueron pasando y en algún momento me compré una cerveza para ver sentado el show de Taylor Swift que remataba la noche.
En los festivales los sets de cada artista suelen ser cortos y precisos. Es poco el tiempo que se tiene para desplegar la música, el carisma y el espectáculo y aquel que no tenga la certeza de que no va a jugar al cine por cien debería optar por dar un concierto en solitario en alguna otra parte. Hay que salir a matar, como dicen entre bambalinas. Y hasta que ella subió, debo decir, nadie me había matado. Pero cuando Taylor se plantó frente a la multitud, la gente gritaba como si allí estuviese ocurriendo un exorcismo. La banda empezó a sonar y los bailarines a moverse. Swift caminaba con su metro ochenta sobre unos zapatos con tacos altísimos con la sutileza de un puma y justo cuando la canción lo requería, se plegaba a su corte danzante para sumar un paso, flexionar las piernas o quebrar la espalda en un preciso y estudiado movimiento que hacía que todo pareciese casual. Entonces sentí el flechazo y lo que algunos colegas me habían dicho cuando la vieron en diferentes conciertos de Estados Unidos: que su show es extraordinario y su presencia en el escenario, magnética. Busco el video de ese show en YouTube. Hay cosas que no recordaba, como una plataforma que la eleva mientras ella canta y se mueve y miles de papeles de colores caen del techo sobre una audiencia en trance.
Begin again
En julio de 2014 y con veinticinco años publicó en The Wall Street Journal un célebre artículo en el que defendió el valor de sus canciones ante el entonces incierto panorama que ofrecía Spotify. Las ventas de los discos físicos venían en picada y la industria depositó entonces su esperanza en la plataforma sueca. Pero para Taylor Swift aquello era un experimento del mercado que jugaba con su música y que en todo caso no retribuía el esfuerzo como corresponde. En una decisión audaz, retiró sus primeros cuatro discos de la plataforma y los privó del siguiente lanzamiento, 1989, aquel álbum con el que la vi cantar en Londres. La manera en la que plantó su juventud delante de nuestras narices y en la que reivindicó sus intereses pudo hacernos acordar a los más viejos a la rebeldía del punk o en algunas pinceladas a los efectos del rock de los sesenta frente a las costumbres más arraigadas. Es decir: hasta entonces nadie nos había hablado con tanta dulzura sobre cómo defender nuestros derechos frente a la ambición de las corporaciones.
La jugada le valió a Swift integrar la lista de la revista Forbes de las personas más poderosas del mundo. Apenas superada por Tim Cook, el CEO de Apple, en 2015 compartió ranking con Xi Jinping o el papa Francisco. Su fuerza, indicaba la publicación, radica en la honestidad como artista que compone y participa en cada detalle del proceso de producción y que conoce a la perfección la monumental capacidad de acción de su público. Con esos argumentos le discutió al propio Cook cuando criticó las intenciones de la multinacional de la manzanita de probar su plataforma Apple Music con sus temas sin recibir nada a cambio. Pero no solo para ella, que ya era millonaria y llenaba estadios, sino que los acusó de promover sus negocios sin pagarle a los creadores independientes o emergentes que veían cómo sus canciones sonaban sin recibir un centavo. Apple tuvo que cambiar la estrategia y pagarle a los creadores de contenido.
Sin embargo la movida más riesgosa desde lo económico y lo personal fue el ambicioso plan de regrabar sus seis primeros discos porque los masters fueron comprados en 2019 por el mánager de artistas y productor Scooter Brown al sello original de Swift, Big Machine. Taylor consideró esta movida una traición, porque su mentor Scott Borchetta sabía de la mala relación entre la cantante y el productor. Aunque se rumoreó que Taylor y su padre estaban al tanto de las negociaciones, ella lo desmintió y dijo en un posteo en Tumblr que Brown la había despojado del trabajo de toda una vida. La resolución entonces fue volver a grabar los discos, recuperar material olvidado de aquellas épocas y asumir el riesgo de que los fans alrededor del mundo siguieran escuchando las versiones originales. Pero esto no pasó: la primera «Taylor’s Version» sobre el disco Fearless debutó en el primer puesto del ranking de Billboard.
I knew you were in trouble
En el libro Ayer soñé con Taylor, que la editorial Planeta publicó a propósito de la primera visita de Taylor Swift a América Latina este año, la escritora Tamara Tenembaum sostiene que la principal diferencia respecto a los grandes íconos pop de la actualidad es que su carrera está basada en valores del siglo XX. No es en las redes sociales o en videos de 15 segundos donde se ganó su fama o desde donde conquista al público. No es Youtuber, Tiktoker, estrella de Twitter ni ningún efecto del derrame de la virtualidad. Es una mujer de una belleza de términos hegemónicos para los estándares de hoy, pero no es esa su cualidad más distintiva. Construye, sostiene Tenembaum, desde el esfuerzo y la dedicación. Se le ha señalado la innata capacidad de componer rimas inteligentes y precisas que conectan directamente con millones de oyentes en todo el planeta, hablen su idioma o no. Su música es versátil y genuina y su inteligencia le permite construir sonidos amables y puentes corales envolventes que construyen un sonido afable al oído. En el documental Miss Americana estrenado en 2020 en Netflix, se ve mucho de ese empeño personal por superarse a sí misma y creer con una convicción anacrónica que los grandes premios los ganan los grandes discos y no los departamentos de marketing. En otras palabras: su éxito está sostenido por el poder de la música, de la misma manera en que lo han sostenido artistas globales y perdurables como Louis Amstrong o Frank Sinatra. Y los ejemplos no son azarosos. Ambos músicos, que representan la más pura de las tradiciones americanas, fueron ejemplos del soft power con intervenciones puntuales en diversas áreas de la vida cultural y política de su país. Ese espíritu de superación, que atraviesa la música popular desde hace décadas, sobrevive en Taylor en una era en donde la personalidad suele construirse en el universo virtual y el don de la creación artística parece ser minimizado.
Se sabe que tiene cientos de millones de seguidores en las redes sociales, y en las últimas semanas, Taylor Swift les está enseñando una nueva lección a los analistas del marketing y de la publicidad. Su reciente relación con el jugador de fútbol americano Travis Kelce de los Kansas City disparó no solo los seguidores de este, sino que además las publicidades que el deportista hizo para las sopas Campbell y la farmacéutica Pfizer tuvieron una penetración de casi el 30 % más que otras campañas. Música pop y fútbol americano: la pareja dispara al centro de la cultura popular de los Estados Unidos y todo el mundo se pregunta hasta dónde puede llegar esta sociedad tan poderosa.
Look What You Made Me Do
El gobernador de California Gavin Newsom dijo hace poco más de un mes que Taylor Swift va a ser un jugador clave en las elecciones presidenciales de 2024. Esta realidad esta vez no va a tomar a la cantante por sorpresa después de que intentara en 2018 bajar el perfil y evitar pronunciarse cuando a la Casa Blanca la disputaban Hilary Clinton y Donald Trump. El silencio le valió fuertes críticas, pero fue recién para las parlamentarias de 2018 cuando Swift se inclinó por los demócratas atendiendo el reclamo de muchas comunidades de fans que se sentían perjudicadas por las decisiones políticas de Trump, en especial lo que sucedía con la comunidad LGTBIQ+, que se sintió muy vulnerable durante la administración del republicano.
En una entrevista a la revista Vanity Fair, Taylor dijo que como cantante de country, que es el género desde donde saltó a la fama, se le había dicho que siempre había que estar alejada de la política. Rompió con esa inercia primero en las redes y después en la música. En 2019 escribió «Miss Americana & The Heartbreak Prince» para el disco Lover, en donde reflexiona no sin cierta pesadumbre sobre el destino político de los Estados Unidos. Algo de eso retoma en el single «Only the Young» de 2020, cuando escribe sobre los tiroteos que son noticia regular en las escuelas de su país. Ambas fueron trabajadas junto al productor Joel Little porque fueron gestadas en una misma época de profundas reflexiones personales sobre el mundo en el que vivía. Swift estuvo cerca de los movimientos de Black Lives Matter y contra la libre portación de armas en su país, sumándose a los debates que atraviesan la opinión pública. Todo esto siempre le trajo críticas desde los sectores más conservadores y algún que otro disgusto en público, pero en ella sus declaraciones son leídas como una posición genuina sobre las ideas en las que cree.
You Need to Calm Down
En internet se multiplican las notas sobre los efectos de las decisiones de Taylor Swift hasta en los más mínimos detalles. Que si usa un lápiz labial muy rojo para resaltar sus facciones y empodera a las mujeres, que la manera en la que encara sus asuntos deja enseñanzas que los gurúes el marketing después enseñan en las escuelas de negocios, que el lanzamiento por tiempo muy limitado de ciertos productos de su merchandising oficial (ropa, ediciones especiales de sus discos, etc.) nos dice algo de la impulsividad de las personas. La venta de sus entradas produce tal fenómeno que altera la rutina normal de una familia que debe hacer colas virtuales o ampliar los márgenes de la tarjeta de crédito para poder comprar los tickets (lo sé porque en casa mis hijas me han reclamado un compromiso militante por un par de entradas a sus shows). Hasta la neurociencia se ha ocupado de analizar los efectos de las acciones de Swift cuando se detiene en observar cómo en sus fans crece la necesidad de identificarse entre sí y consumir casi todo lo que proponga como forma de ser parte de algo. Pero hay más: un estudio de la Universidad Estatal de Nueva York en Albany demostró que es tal el grado de excitación que experimenta un fan de Taylor Swift durante un concierto que luego de este padece un período de amnesia, ya que el exceso de emoción y estrés dificulta la creación de recuerdos.
Si verla en vivo provoca efectos en el cerebro, qué decir de las ciudades en donde se presenta. Se calcula que la gira en curso, The Eras Tour dejará ganancias extraordinarias en las ciudades en donde se presentó con números muy por encima de lo que se movía hasta antes de la pandemia. De hecho la Reserva Federal de los Estados Unidos hace un apartado para los casi 4000 millones de dólares que facturará la gira de Swift solo por ese país, mientras que en otras latitudes se ha debatido si los conciertos —que no ahorran en espectacularidad, sea donde sea que se presenten— provocan una subida muy veloz de los precios de hotelería y gastronomía con efectos directos en los índices de inflación de las ciudades. Un estudio de Oxford Economics revela que por cada 100 dólares que gasta un asistente a un concierto de Taylor Swift, hay otros 333 que se van en pasajes, comidas, hoteles o gastos en merchandising.
¿Qué hay hoy de esa chica que vi en vivo hace casi diez años en un festival en Londres mientras tomaba una cerveza? Taylor Swift es una maquinaria extraordinaria envuelta en el cuerpo de una mujer hermosa, tal vez algo fría y distante, profundamente expuesta a la presión mediática y virtual. Es muy probable que detrás de muchas de sus decisiones como empresaria haya un equipo de ejecutivos que saben cómo y cuándo actuar para extraer ganancias extraordinarias de sus swifties, como se le dice al público que la sigue. Sin embargo, incluso las medidas más estratégicas llevan la pincelada de una marca muy personal, humana, que la revela a ella detrás y que la hace creíble. Es que el motor de esta revolución es una chica que pone todo su empeño físico y emocional en un solo objetivo: hacer canciones. Y en que la próxima que escriba sea mejor que la anterior.
Muy interesante. Pese a que en España no existe la locura por Taylor que sí hay en su país natal, lo cierto es que con el tema de las entradas para el Eras Tour mucha gente habló de ella. A mí me costó una cifra importante y muchos correos hacerme con las dos entradas para el concierto en el Bernabéu, aunque tenía código para uno de los dos días de Ámsterdam, donde vive mi hija. Al final se tendrá que venir en un avión para acompañar a su hermana pequeña, auténtica fanática de Taylor. Y sí, yo también creo que Swift es uno de esos casos excepcionales por su tirón que de vez en cuando salen de la industria de la música, gente que destaca entre los que destacan. Considero que a parte de lo buena compositora o cantante que pueda ser, se ha sabido de rodear de gente muy válida, como Jack Antonoff o Aaron Dessner de The National. Las cifras de su Eras Tour y de sus últimos lanzamientos desde luego están a otro nivel; tardaremos en ver a alguien que la iguale. Aún con sus defectos, Taylor Swift vale mucho.
Os habéis olvidado de añadir la habitual reseña de «Contenido patrocinado».
En estos días vi una a entrevista que le hicieron a la señorita Swift, y me dejó gratamente impresionado…me pareció muy inteligente, rápida de mente., etc…la misma impresión que me causó años atrás Marilyn Manson…
Jopé, que Taylor Swift te recuerde a Marilyn Manson es como si Gengis Khan recordara a Emily Dickinson o Adolfo Hitler a Corin Tellado. Jaja, you are a perv, Jairo!!!
Me recordó a Marilyn Manson en que es inteligente, algo poco común en los artistas pop (generalización algo discutible, claro). Tu, por ejemplo, me das la impresión que no sabes leer, ergo no debes ser muy inteligente…saludos!
Me ha calado, muy inteligente no puedo ser si estoy aquí debatiendo de chorradas. No quería enfadarle, solo señalar lo gracioso de recrear el mito de la bella (Marylin) y la bestia (Taylor). Por cierto, no he escuchado a ninguno de los dos, me quedé en Karen Carpenter!. Bueno, le dejo con Schopenhauer. Yo seguiré con Beckenbauer. Cada uno a lo suyo, ¿verdad?. ¡ Saludos cordiales ¡
¿Pero Taylor Swift es una artista o es un producto? Con Miley Cyrus tengo claro que dejó de ser un producto para convertirse en artista, y con Aitana tengo claro que es un producto, pero con Taylor no consigo decidirme.
Que horror de artículo. Parece redactado por el departamento de marketing de Taylor Swift, para dejarnos claro que el producto tiene una base humana honesta y legítima, por lo que podemos adquirirlo sin cargo de conciencia. Y claro, que vale la pena empufarse por las entradas y el merchandising exclusivo. Por desgracia, cada vez hay más contenido patrocinado como este en Jot Down
Para mí es un producto. No reconocería su voz si ahora mismo sonara algo suyo, es decir, no tiene esa garra y personalidad de gente como Amy Winehouse, Aretha Franklin, Janis Joplin. Roberta Flack, Mina, Shirley Bassey. Seguramente afina pero lo suyo es plano y no imprime. Eso sí, tiene un polvo descomunal.
La serie «Fear The Walking Dead» tuvo su eje en el polvo de Alycia Debnam-Carey, que representaba a una chica de instituto a pesar de sus 22 años. Sin embargo, su follabilidad no compensaba los fallos de guión, que eran colosales. El mejor de sus capítulos llegó a puntuar un 8 en el imbd. Sin embargo, «The Walking Dead» a pesar de su icono follable, Emily Kinney, era una serie centrada sobre el guión del cómic (al que acertadamente añadieron la figura libertaria de Daryl Dixon) y en sus primeras temporadas superaba el 9 en el imbd capítulo a capítulo.
La Swift es un florero. Tiene su caladero en adolescentes con espinillas y sexo alienado. No pasará a la historia, sino más bien a la historieta de la música como tantas otras starlets anglosajonas.
Llevaba yo algún tiempo viendo Fear the … cuando me percaté del impresionante culazo de Alycia Debnam Carey que no sé si le fue creciendo conforme pasaban los capítulos o es que no me había fijado yo en él. Bueno, pues quieres creer que cuando ya me cansé de la serie, seguía aguantando mecha solo para ir detrás de ese culo, mientras las fantasías iban que volaban. Saludos!
No pude pasar del episodio 5º de la temporada 2ª («Captive»). A tal Alycia, permanentemente en escena, ahí sólo le hace falta caminar sobre las aguas.
La serie prometía al presentar un grupo distópico que incluía a un heroinómano, dos esposas bajo el mismo techo (ideograma chino del infierno) y, cómo no, a Daniel Salazar, un personaje tremendo por lo singular: no es un galán, está entrado en años, es inmigrante y encima en El Salvador se dedicaba a torturar gente. Sobre este personaje y sus putadas en un entorno de víctimas potenciales debería haberse sustentado la trama. Es un Merle Dixon paciente, mimético y con familia, un tipo capaz de ir eliminando a los niñatos haciéndolos caer en una sucesión de accidentes domésticos. Pero no. En el 6º episodio de la 1ª temporada Kirkman mandó la serie al cuerno a base de una cascada de casualidades inverosímiles.
¿Dejaría que su hijo sea criado por Taylor Swift? ¡Hombre, tú dirás! Estaría todo el santo día arrimando el apio a la nodriza. ¡Menuda está la moza! Cantar, lo que se dice cantar, no tenía ni idea porque no me sonaba de nada aunque la he buscado en youtube y me ha parecido que suena así como si fuera de Operación Triunfo. Vamos, no muy allá…
Un artículo muy interesante. Mi hija no hace más que escuchar sus canciones. Comprar las entradas para el Bernabéu fue una odisea. Muchas de sus letras me parecen buenas. Sin duda, prefiero que escuche a Taylor antes que a la mayoría de «artistas» del trap y del reguetón que expanden sus seudocanciones de letras grotescas.
Qué me dices… Por lo que me cuentas, Taylor es el azote final del tardío capitalismo, la yegua del apocalipsis postmoderno, la mesías advenida para redimir a la humanidad, Reina, Madre, La luz que permanece cuando las demás se apagan, gurú de muchas, ídolo de miles, Valquiria, Capitana… Y yo aquí, colega. Sin que ni una sola de sus muchísimas bondades intervengan en mi vida ni un poco.
Nos la podríamos traer a España, a ver si arregla ella lo de la amnistía. En fin.
https://x.com/SwiftJetNextDay/status/1752758556535788021?s=20
Pues para mí Taylor Swift comenzó siendo una buena cantante de música con tendencia country (su primer disco, titulado como su nombre, es bastante recomendable), para acto seguido transformarse en un producto comercial pop tipo Miley Cyrus o todas las demás que habéis comentado. Similar trayectoria que Shania Twain: comienzas haciendo algo parecido al country y acabas haciendo pop comercial. Similar trayectoria Spandau Ballet en los 80 (comienzan new-romantic y acaban haciendo disco comercial). A mi modo de ver es buena artista, pero se ha decantado por lo comercial. La pela es la pela, por desgracia.
Por cierto, me ha parecido un buen artículo!
Yo siempre he pasado de Taylor. Pero escuchando «sofá sonoro» (Podcast q recomiendo) hablaron del disco Folklore, compuesto y grabado durante el confinamiento con Aaron Dessner, de The National y con un dueto con Bon Iver… Y como esos dos artistas me gustan mucho… Le di una oportunidad al disco… Joe, pues discazo, qué quieres que te diga.., es verdad q de resto no me gusta tanto.. Pero el Folklore… Escuchatelo, merece la pena (en Disney+ hay un documental del disco)
«El motor de esta revolución es una chica que pone todo su empeño físico y emocional en un solo objetivo: hacer canciones.»
¿Hacer canciones o dinero? Claro, el mundillo de la música a escala global como el de esta chica, conlleva a ganar dinero, pero sus canciones más que arte son un producto bien pensado, maquinado y que se aprovecha de cada momento.
En la última ceremonia de los Grammy dejó ver las costuras cuando en unos de sus agradecimientos, en lugar de agradecerle a su familia, a su novio, a su perro, qué sé yo, lo único que hizo fue avisar que ya venía nuevo disco y que todos los que quisieran, pues que corrieran a comprarlo para llenarle más las arcas.
Miley Cyrus comenzó de cierto modo así, como Hannah Montana y luego con una imagen grotesca donde salía con micro vestidos, casi desnuda cabalgando una bola de demolición y confesando que consumía cocaína por cantidades industriales cuando apenas hacía la serie de TV, es decir, era un producto. Hoy día, es una artista más madura, con letras que pegan y una producción/puesta en escena muy bien lograda, pero ya se alejó un poco de lo comercial.
Taylor Swift ya tiene 34 años y a veces pareciera que actúa como una quinceañera de baile de graduación en una escuela americana. ¿Por qué digo esto? Porque pareciera que se quedó en esa imagen porque al final es la que vende y como diría Shakira, al final las mujeres facturan.
y mientras leía esto yo escuchaba a los Abrasive Wheels que nunca tendrán dos líneas en esta publicación
En cualquier caso, su primer disco (y el mejor de todos para mi gusto) lo compuso ELLA, cuando sólo tenía 17 añitos y aún no se había graduado en el instituto… Por ese disco casi le dan el primer Grammy, pero se lo quitó una «enchufada»… (una tal Amy Winehouse, DEP). A mi no me convence demasiado lo que hace ahora, pero reconozco que es un pedazo de máquina y no sólo una cara bonita. Yo siento admiración por esta mujer, las cosas como son. Aunque ahora haga música para adolescentes (y yo ya voy a cumplir mis 57). Un saludo.
Me pregunto por qué la pregunta cambia de los Rolling Stones a Taylor… No podría ser la pregunta: dejaría que se hijo/a se case con Taylor? O porque es mujer se le asocia rol de madre más fácil que a Mick Jagger y compañia??
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