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Diego del Alcázar: «El pensamiento crítico, la filosofía, la historia, el arte, la literatura, la poesía, las humanidades en general, hacen que las personas y las sociedades florezcan»

Diego del Alcázar para Jot Down

Diego del Alcázar es una de esas personas que mira al futuro desde una posición que permite ver su horizonte al completo. Ser CEO de la IE University le permite tratar directamente con las personas que abanderan el cambio en el presente, como Sam Altman. Y su despacho en la Torre IE, el rascacielos de Madrid que alberga un campus vertical solo equiparable a los otros dos europeos de Moscú y París, y a algunos asiáticos, le ofrece unas espectaculares vistas a la ciudad y a la sierra. Este paisaje podría ser una metáfora de la forma que tiene Diego de fabular el porvenir, haciendo que lo miremos y decidamos por nosotros mismos si se mostrará límpido y prometedor o difuminado por la polución, la niebla, o los nubarrones. Como ocurre en esta torre. Esa visión la ha trasladado a su novela, La genética del tiempo, recién publicada por Espasa, donde el retoque del ADN humano es protagonista, y que presentó en el Hay Festival de Segovia, junto a Carlos Franganillo. En nuestro diálogo con él descubrimos a un admirador de la tecnología que defiende férreamente las disciplinas humanísticas, las cuales considera claves para el desarrollo de nuestra capacidad crítica. Y también a un autor, que, pese a tratar el género de la ficción científica, huye de la distopía, porque cree que valiéndonos del humanismo podemos convertir, como sociedad, cualquier cambio tecnológico en un cambio a mejor.

No me extraña que escribas sobre el futuro, desde aquí casi se ve.

Sí, todo es un poco apabullante, para mí también. Las vistas desde aquí son estupendas, y tengo que reconocer que es muy inspirador, pero que, como a todo lo bueno, uno se acostumbra. De repente ya no lo ves, ya forma parte de una rutina pero desde luego el edificio es magnífico, los estudiantes están encantados, y todos nosotros también. Teníamos muchos miedos sobre cómo iba a salir el transporte vertical, cómo iba a funcionar, pero al final ha resultado estupendo.

Y cómo es que os decidisteis por un campus vertical, con vuestro potencial podríais haber construido cualquier cosa.

Te voy a ser totalmente sincero, nosotros íbamos a presentarnos al concurso que hacía el Ayuntamiento de Madrid para este terreno, con un desarrollador inmobiliario. Nadie dentro de la casa quería un campus vertical, así que le pedimos uno horizontal, pero su propuesta no nos gustó nada y no nos presentamos. Ganó Villar Mir, con una propuesta de un hospital, aunque creo que nunca llegó a ningún acuerdo con un hospital para hacer algo así. No prosperó. Yo conocía a la gente que había trabajado con ellos, me puse en contacto y nos trasladaron la idea de un campus vertical. A mí me gustó, y a otra de las personas que está en esta planta, pero al resto no les gustó nada. Hubo que echar mucho pico y pala, y luego, una vez construido, nadie quería venir a la torre porque, acostumbrados a María de Molina (sede del IE Business School), donde llevábamos toda la vida, pensaban que esto estaba muy lejos.

¿Tú sí conocías otros campus verticales?

Habíamos hecho un estudio, hay una universidad en Japón con un campus vertical muy espectacular, y también el más alto del mundo, la universidad de Moscú. También es el más ancho del mundo, un edificio soviético que llama mucho la atención, pero que nada tiene que ver con esto. Este rascacielos también es más ancho que largo, es una T invertida y la parte de abajo tiene más longitud.

Diego del Alcázar para Jot Down

Me han comentado que la IE University quiere ser la nueva referencia en formación tecnológica, a lo Berkeley.

No sé si Berkley, que es una universidad pública, es el mejor ejemplo, pero de hecho nos hemos traído a quien ha sido uno de los decanos y presidente del centro de emprendimiento de Berkeley, Ikhlaq Sidhu que es emprendedor, inventor, una eminencia. Es una de las apuestas estratégicas de la casa. Y el hecho de tener una escuela de ciencia y tecnología nos permite no solo divulgar un conocimiento con nuestros estudiantes muy, muy actual, sino también investigar sobre temas que son fundamentales. Y también, a través de las humanidades, tener un pensamiento crítico mucho más profundo. Una vez que entiendes el lenguaje de la tecnología eres capaz también de pensar sobre sus consecuencias. En su mayor parte positivas, pero en algunas de ellas nos tenemos que anticipar también a los riesgos que conllevan.

¿Y para completar eso no faltaría aquí tener una estructura empresarial acorde, como la de Silicon Valley?

Gracias a que vivimos en un mundo global, los hubs empresariales y académicos van a empezar a brotar de forma más dispersa, es precisamente una de las cosas que planteo en mi novela, donde existe en un futuro un ecosistema empresarial, cultural y académico en los pueblos de Castilla. Yo veo que Madrid se puede convertir en ese ecosistema, es una ciudad que se está abriendo de forma espectacular, por méritos propios y por méritos de otros también. Tiene un momentum: inversores internacionales, talento de todas partes del mundo, universidades potentes, centros de investigación muy fuertes, seguridad y calidad de vida. Se dan todas esas circunstancias para atraer talento, y gracias a la tecnología ya hay profesionales que viven aquí y están desarrollando sus carreras profesionales en otras partes del mundo.

Te hago un inciso, porque hemos empezado de manera informal. Vamos a hablar luego de tu novela y tu faceta de escritor, pero me gustaría también que los lectores tengan una visión completa con tu labor como CEO de la IE University.

¿Has visto qué bien he introducido el libro? (Risas).

Hay algo que me ha sorprendido en tu currículum y es que estudiaras en una universidad pública, la Complutense, tú que te podías permitir cualquier universidad del mundo.

Creo que la universidad pública en España es magnífica y yo, que venía de un colegio privado, quería tener esa experiencia de universidad pública. En mi momento ofrecía además una doble licenciatura con bastante nivel, y tuve la suerte de ser buen estudiante, lo que me permitió elegir. Me lo pasé fenomenal, hice muchísimos amigos dentro de la carrera y muchísimos fuera porque tuve mucho tiempo para no estar en la universidad. Aquel era un modelo de educación que se ha superado, pero que también tenía su magia. Se hacía una vida muy diferente a la actual de los estudiantes, antes con presentarte a los exámenes ya era suficiente. ¿Aprendías más o menos? Creo que aprendías lo que querías, ahora los modelos se han sofisticado.

¿Y es mejor el actual frente al antiguo?

Es diferente. El otro tenía cierto romanticismo, yo pillé la época en que te podías fumar un pitillo mientras hacías el examen de penal. Los profesores decían muchas burradas en clase, ahora tienen que andarse con más cuidado.

Y qué opinas de la cambiante Ley de Educación. ¿Aportaría más calidad educativa al ámbito privado, y al público, que fuera más estable sin importar que cambie el gobierno?

Es un tema recurrente e importantísimo. Tenemos una sociedad mucho más vertebrada en lo que nos une que en lo que nos separa, aunque parece, si lees los periódicos cada mañana, que eso no es así. La educación es una de esas cosas en la que no nos tiene que dar vergüenza hablar de lo que nos une. Si habláramos un poco más de lo que nos une estoy seguro de que llegaríamos a consensos muy básicos, y a dos cosas que yo creo que son fundamentales. Primera, recuperar la cultura del mérito. Que haya buenos estudiantes no hace que los otros sean malos, pueden hacer muchísimas otras cosas. Y segunda, los contenidos, hay que volver sobre todo a lo que en esta sociedad es más importante, las humanidades. El pensamiento crítico, la filosofía, la historia, el arte en general, la literatura, la poesía, hacen que las personas y las sociedades florezcan. Son capaces de anticipar miedos, frustraciones, riesgos. Y nos hace sentir diferentes de las máquinas, humanos con el divertimento, la pasión, el dolor.

¿Estas ideas no van a contracorriente de lo que predomina en la sociedad?

No te creas, cada vez lo escucho más y con más fuerza, ya no solamente por parte de los llamados intelectuales o de las élites, sino que empieza a haber un ruido generalizado que es señal de esta demanda. Y creo que eso es muy bueno. Aunque es verdad que nos despertamos todas las mañanas con una nueva narrativa que nos imponen, debajo de la cual no hay absolutamente nada: comparaciones esperpénticas, insultos en redes sociales, se hacen virales los contenidos sin fondo. Y nadie se pone a pensar qué hay debajo de eso. Eso es preocupante, y el antídoto fundamental es una sociedad preparada, capaz de pensar críticamente, y de tolerar todos los argumentos, aunque no sean los nuestros y aunque nos provoquen. Eso es lo que tiene que hacer la educación, generar ecosistemas donde nos sintamos incómodos. Pero donde sepamos también absorber esa incomodidad de forma respetuosa.

¿Y eso tiene que ser en todas las etapas educativas, también en la universidad, o ahí tiene que estar ya aprendido?

No, es nuestra responsabilidad a lo largo de todo nuestro aprendizaje, pero los medios de comunicación también tienen ahí su responsabilidad. Están difundiendo formas de hacer, y todos aquí, académicos, trabajadores, empresarios, la sociedad en su conjunto, tienen su parte en actuar de forma responsable, y poner los límites en algunas cosas. Si tú recibes una noticia que es falsa, o que no te lees pero tiene un titular provocador y lo compartes como algo que se puede viralizar, tú tienes tu parte de responsabilidad en eso. No juzgo a nuestra propia generación, por hacerlo hace quince años, cuando empezó, pero ahora sabemos las consecuencias y cada uno tiene su parte de responsabilidad.

Diego del Alcázar para Jot Down

Hablas de los que actúan, pero pensemos en los referentes intelectuales, sobre todo en relación a este papel que le concedes al humanismo. ¿En quiénes tenemos que fijarnos? ¿Tal vez Alvin Toffler, al que tienes encabezando tu perfil de redes sociales?

(Sonríe) Hace siglos que no reviso mis perfiles… Él fue un humanista inventor, que venía de la parte tecnológica, y creo que referentes se pueden mencionar muchos. Pero para mí hay un libro en el que siempre me refugio, y que critica con fuerza las cosas que hacemos en universidades como la nuestra. Es La utilidad de lo inútil, de Nuccio Ordine, recientemente fallecido y premio Princesa de Asturias, porque él habla con mucha rotundidad de la importancia de acudir a nuestros orígenes. Dice que una lengua muerta nos enseña mucho sobre palabras que ahora tienen importancia, pero a cuyo origen no se les da ninguna.

El navegar por diferentes corrientes de pensamiento nos enseña que hay diferentes formas de entender quienes somos, pero que ninguna todavía es capaz de responder a la gran pregunta de quiénes somos. Eso nos convierte en seres más humildes. A través de la Historia no retocada -si acaso eso existe, porque siempre la escriben unos-, a través del entusiasmo por la Historia descubrimos que no hay una sola verdad, sino muchas. O dónde, en ese universo de verdades, nos están tocando una narrativa. Un filósofo que viene además al IE, Gilles Lipovetsky, habla precisamente de eso, de ese capitalismo de seducción. No sé si yo lo llamaría así, pero estamos en un capitalismo de narrativa donde es más importante decir algo rápido aunque no tenga mucho sentido, siempre que venda bien. Te lo dice alguien que ha escrito una novela y que no es un experto en lo que ha escrito. Veo en nuestra sociedad unos síntomas preocupantes que todos intuimos pero que no sé si actuamos en consecuencia para contener.

Antes aludías a la cultura del esfuerzo, y al hilo de ella te quería preguntar por los alumnos que estudian aquí en el IE. El corte de acceso es económico, la matrícula ronda los 30 000 euros anuales.

Bueno, ese corte de matrícula lo que hace es financiar a muchos estudiantes que no tienen recursos. Nosotros tenemos hasta un 30 % de estudiantes becados, y tanto a esos como a los demás los seleccionamos según varios parámetros. El primero, la nota de corte hace difícil el ingreso, necesitas una que sea alta, lo que no quiere decir que nuestros estudiantes sean mejores, solo buscamos unas características en ellos. Segundo tema, es que tengan un encaje, porque no valoramos únicamente la parte bilateral entre profesor y estudiante, sino lo que los estudiantes se aportan entre ellos. Buscamos gente con una mentalidad global, tenemos estudiantes de 140 países, no más del 10 % de una sola nacionalidad, ni siquiera españoles.

¿Y eso por qué?

Porque cuando tú estás discutiendo algo en clase si tienes enfrente una cultura y una forma de entender el mundo diferente, te aporta muchísimo en su visión de cómo resolvería cierto conflicto o cierto problema. Eso te amplía tus miras, te hace entenderte mejor a ti mismo y también cómo funciona el mundo. Para nosotros esa es una parte fundamental. También buscamos estudiantes que apuesten por una diversidad de conocimiento, en clase no solo se enseña matemáticas o tecnología, sino humanidades, a tener una mentalidad emprendedora, a abrazar la innovación, y esa es la esfera más académica, más de puertas adentro. Luego, hay otra parte, también fundamental. Como te decía antes en mi caso la universidad fue otra, me encantaban los caballos y yo montaba muchísimo a caballo. Aquí, ahora, para los estudiantes después de clase es muy importante salir a tomarse unas cañas con gente que es de otras partes del mundo, tener amigos en todo el planeta, generas un vínculo muy cercano como el que se genera en la universidad, pero que te aporta un ámbito diferente que trasciende a lo que te aportan tus amigos de toda la vida.

¿Esta diversidad no crea conflictos también? Me imagino ahora a ucranianos y rusos o palestinos e israelíes compartiendo clases, tiene que ser difícil.

Mucho, pero también es una fuente de aprendizaje.

Hablemos de tu faceta de escritor. Partiendo de que escribir nace de la necesidad de contar algo, ¿qué cambió en tu vida para que te decidieras a escribir?

Lo primero, a mí no me gusta nada el término escritor. He escrito una novela pero no me considero para nada escritor, aunque me pueda hacer más o menos ilusión creo que hay que ser justo con uno mismo. Lo segundo, lo que me llama a escribir esta novela son cosas muy mundanas, como las que nos pasan a todos: nacieron mis dos hijas, y entonces a uno le entra una especie de inspiración paternal. Les empecé a escribir unos cuentos, y luego durante el covid empecé a leer la biografía de Jennifer Doudna de Walter Issacson (El código de la vida), y de repente vi ahí una trama espectacular y empecé a juguetear con una idea. Y no sé si como escritor tengo futuro, pero como lo que soy es muy constante, jugueteé con esa idea hasta que ya escribí un número de palabras tan grande que no tenía vuelta atrás.

He leído, en tu libro, al oírte en presentaciones y leerte en entrevistas, que eres un gran lector. Haces referencias a Nuccio Ordine en el texto, a Shakespeare, incluso también a Foster Wallace, que no es un autor fácil precisamente.

He de decir que la de Foster Wallace me la inspiró el propio Nuccio Ordine y luego me compré una primera edición de Foster Wallace.

¿Y no ha habido intentos de escribir anteriores?

No, pero sí es verdad que a mi me gusta leer ficción, y sé que hay gente en el ámbito universitario que te señala los ensayos y tal, pero yo la verdad la encuentro casi siempre en la mentira, en la ficción. Por eso me encanta el libro de Nuccio y también su título, La inutilidad de lo inútil, porque a mi la lectura no me aporta nada más que una inutilidad sanísima que es la de relajarte, abstraerte del mundo en el que vivimos, de las decisiones del día a día, de los rollos cotidianos. Creo que la literatura tiene esa magia, coges un libro y te abstraes, cosa que no puedes hacer con las pantallas. Hoy hay un refugio enorme en ellas, y es verdad que estás distraído, las redes sociales lo pueden hacer en momentos determinados, pero no hay ahí nada que te pueda abstraer como la lectura. En la televisión pasa lo mismo, puedes ver películas o series en bucle, pero tampoco, al menos a mí, me abstrae hasta el punto que lo hace la lectura.

Cuando empiezo a escribir me pasa una cosa, y es que todo lo que me abstraía en la literatura, imaginándome el mundo que me describía el autor, de repente se vuelve gigantesco. Me ha generado una obsesión muy grande escribir porque escribiendo e imaginando yo me olvido de todo.

Luego dices que no eres escritor.

Bueno, ojalá dentro de cuatro novelas, espero que alguna tenga éxito, nos sentemos aquí y te diga ahora sí, pero de momento esto ha sido un viaje maravilloso, que no creo que para nada me pueda convertir en escritor.

Me criticabas las pantallas, supongo que tú eres de libro de papel.

Soy de libro de papel, pero tengo que reconocer que al estar casado cuando me despierto por las noches no puedo encenderle a mi mujer la luz porque entonces tendríamos un problema. Utilizo Kindle, compro muchos libros en papel y en Kindle.

Y tienes una biblioteca donde predomina la ficción.

Esa es otra adicción, esto va de adicciones, ya no solamente leer, sino comprar libros. Te los tienes que leer, eventualmente, entonces se te acumulan, pero a mi el hecho de tenerlos, de traerlos, y de toquetearlos ya, en sí mismo, me es muy gratificante. De hecho colecciono algunas primeras colecciones de literatura contemporánea.

Diego del Alcázar para Jot Down

Sabes que ese es un rasgo muy típico de los lectores voraces, que compran muchos, los ponen ahí, en la pila, y algún día se los leerán. ¿A ti te pasa también?

Me pasa, y algunos no me los leo, pero hago muchos esfuerzos por ir bajando la pila. Lo que no hago es terminarlos todos. Siempre paso de las cien páginas, pero si no me gusta pues los dejo.

¿Tu familia también tenía una biblioteca importante? ¿Te viene en parte de ahí esta pasión por las humanidades y la lectura?

Sí, mi padre es un gran impulsor de las humanidades, tanto como un valor fundamental en esta casa como él en sí mismo, que es un gran humanista, ha impulsado el arte, ha coleccionado libros, impulsado escritores a través de premios. En esto sí puedo decir que de casta le viene al galgo.

Vamos con tu novela. La clave argumental es si debemos editar la genética humana para mejorar como especie. Yo primero te lanzo la pregunta, ¿debemos hacerlo?

Yo no tengo una respuesta, al revés, lo que tengo es más preguntas después de haber escrito la novela. En general la edición genética como un arma para curar enfermedades es algo que nos vamos a sentir muy cómodos utilizando y que todos vamos a justificar. De una forma natural, tienes un hijo que tiene una enfermedad y la puedes curar, tú vas a estar deseando curársela y yo que se la cures. Eso la sociedad lo tiene perfectamente asumido. Y todos vamos a estar muy en desacuerdo con que tú quieras tener un bebé muy inteligente, que sea rubio y se parezca a su madre. El problema es que las casuísticas no serán extremas, curar enfermedades o mejorar genéticamente la naturaleza humana.

Entre medias hay muchas tonalidades de grises, y es ahí donde he tratado, en La genética del tiempo, que el lector se plantee que no todo es blanco y negro. Vamos a empatizar muchísimo con su protagonista, una madre, Mercedes, cuya hija tiene una enfermedad mental de origen genético, pero también con unos niños que aunque han sido genéticamente mejorados no dejan de ser muy niños, vulnerables e inocentes con todo lo que les pasa. Hacen más rápido las matemáticas pero eso no les convierte en superhéroes. Hay una gama de grises que a mí no me da más respuestas, me hace hacerme más preguntas.

He tenido la sensación al leerla que esta novela, aunque trate de edición genética y sea futurista, va sobre todo de la paternidad, de la maternidad, de cómo te afecta tener hijos. No sé si como su autor estarás de acuerdo en esto.

Hay una parte sin duda donde se está hablando de padres con sus hijos, de abuelos con sus nietos aunque ejercen casi de padres, y hay una parte muy familiar en todo esto. Porque claro, los vínculos afectivos más poderosos son esos, y para mi trama era muy importante que fueran capaces de justificar decisiones que no son tan obvias.

Decisiones cuestionables.

Claro, todos somos capaces de juzgar y está bien que lo hagamos desde fuera. Si no, seríamos muy viscerales en nuestras decisiones. Cuando te metes en la carne de quien tiene que tomarlas no es tan fácil.

Tus personajes se saltan las reglas en la ficción, y tú abogas por solucionarlo con regulación en la vida real, pero ¿no es un principio de los institutos de empresa que la regulación mata el mercado?

En absoluto, y de hecho es muy importante. En el mundo de los negocios y de las instituciones académicas ni mucho menos pensamos que la regulación mata el mercado. Y desde luego aquí en el IE tampoco. Las reglas son básicas para que quien entre a jugar cualquier partida esté protegido de ciertos riesgos. Dicho esto, es verdad que hay cambios muy acelerados, muy disruptivos, que al ser tan acelerados la sociedad se encuentra que de repente ¡pumba! ya están establecidos. Ahí es donde yo creo que el regulador deja de lado cosas que también son relevantes, porque casi siempre tiene un componente político, y por tanto está preocupado por cosas que no tienen que ver con la vida de la gente sino con la supervivencia política. Bien por eso, bien por la velocidad de los cambios, no es capaz de dar una respuesta a tiempo a ciertas disrupciones.

Y la biotecnología es una de estas disrupciones.

Con la biotecnología pasa lo mismo, el regulador ahora está recibiendo una información de la comunidad científica, que está muy bien coordinada y es muy responsable. Pero claro, ve una serie de avances y alerta de una serie de riesgos para nuestra salud, incluso te diría, y lo menciono en la novela, para nuestra propia naturaleza, porque es capaz de modificar la naturaleza humana.

En el plano optimista, cuando He Jiankui en el año 2018 modificó a dos niñas para que fueran inmunes al VIH, le canceló toda la comunidad científica rotundamente y luego además le metió en la cárcel el estado chino. Yo creo que eso es un síntoma de que nos protegemos, pero a la vez, y para eso he usado este protagonista de la novela que es el biohacker porque a la vez vemos cosas que son alarmantes. Tiene que haber una regulación.

Hablemos de tu personaje del biohacker, trasladas ahí al verdadero, Josiah Zayner, que además es youtuber y elogia la edición genética casera, se salta las reglas científicas. ¿Él es lo contrario de ese humanista por el que abogas?

En general no me gusta mojarme con la bondad o maldad de mis personajes, no quiero juzgar, porque es precisamente el ejercicio que quiero que hagan los lectores. Las razones sobre el papel del movimiento de biohackers son loables, son sus riesgos y su clandestinidad lo que los hacen peligrosos. Seguro que él se considera un humanista, alguien que cree que hemos mejorado el mundo con locos que se saltan las normas. Por otra parte creo también que sin programadores hackers que hubieran escrito código en la clandestinidad, solo con Microsoft, Google, etc., el desarrollo que tenemos ahora no hubiera sido tan alto. Ahora bien, si queremos avanzar jugando con el código de la vida, tenemos que preguntarnos si nuestra sociedad está preparada para eso.

A ese respecto tu novela plantea una pregunta, la de las dos humanidades, una mejorada y otra no, que es también el conflicto de Un mundo feliz de Aldous Huxley.

Uno de los riesgos de la edición genética humana es que acabemos teniendo una sociedad con una serie de élites que se puedan permitir sus ediciones, y que quieran juntarse solo entre ellos. Pero también hay otro riesgo del que no se habla, y que no tiene que ver con la lucha de clases, el de que un estado decida ser más laxo con la aplicación de este tipo de biotecnologías, pudiendo generar una raza diferente. Y entonces los estados que hayan sido más restrictivos vean esa raza como una amenaza. Tenemos ahí a un Oppenheimer. Soy optimista, el riesgo latente de una bomba nuclear existe, pero nuestro universo ha sido suficientemente responsable de que eso es muy peligroso, y esto lo es aún más.

Como conjunto humano llegaremos a una buena conclusión siempre.

Trato de pensar que sí.

Diego del Alcázar para Jot Down

Precisamente tu novela tiene una parte que transcurre en el futuro, pero no lo planteas como una distopía. Crees por tanto que si aplicáramos la edición genética en humanos no nos encontraríamos en una sociedad peor que la actual.

Esta es una discusión que tengo mucho con mi editora. Para mi gusto esta no es una novela de ciencia ficción sino de ficción científica. Invertir las palabras es muy importante porque aunque La genética del tiempo tiene elementos de ciencia ficción ningún científico autorizado sería capaz de decir que en el futuro vamos a ser capaces de editar la inteligencia de nuestros hijos. Porque entre otras cosas, y por lo que ya sabemos, la inteligencia depende en un porcentaje bastante pequeño de la genética. Pero a mí esa ficción me ayudaba a plantear el caso.

Además esta no es una novela de marcianitos, sino de cosas que ya casi están pasando. Quién no se cree que vayamos a volar en un dron, cuando se regule un poco el tráfico aéreo quizá, pero la tecnología ya está asumida. Que vamos a hablar con una inteligencia artificial, ya lo estamos haciendo, será un poco más sofisticada y no sé si estará en la lentilla o en una gafa, pero está claro que la usaremos. Por eso en la novela, aunque hay unos niños que tienen inteligencias mejoradas genéticamente, viven una vida que todos podemos imaginar hoy.

Y en cuanto al futuro, tenemos que ser optimistas porque todo eso va a suceder.

Para ficción científica eso de que acabemos viviendo otra vez en los pueblos, como planteas en el libro, que se desarrolla en gran parte en la España vacía. ¿Eso también lo ves como un futuro posible?

A mi me gustaría mucho, desde luego, y lo de encontrar tierras raras en Castilla, como en la novela, es una alegría que yo me he dado a mí mismo para que sea posible. Pero sí, podríamos irnos allí incluso sin eso. La señal más creíble de que esta posibilidad es real es que, durante el covid, los que pudimos salir de aquí nos fuimos a los pueblos de nuestros padres o nuestros abuelos. Y allí pasamos el confinamiento, y se quejaban muchísimo los de los pueblos, oye, que venís aquí con el bicho. Pero para allá que nos fuimos, nos gustó, pudimos hacer nuestra vida porque la tecnología nos lo permitía. Y yo sinceramente creo que ya lo estamos viendo, aquí tenemos estudiantes faculty americanos, que estudian seis meses en España, se conectan con sus trabajos y luego regresan a sus países. Si esto lo están haciendo en Madrid, porqué no podríamos hacerlo nosotros allí en el campo.

Pero Elon Musk, Zuckenber, los directivos de Google están llamando a volver físicamente a las oficinas.

De nuevo vuelvo a ese capitalismo de narrativa, de seducción. Se ha hecho una pregunta a nuestra sociedad muy falta de contenido, de profundidad. La pregunta de si debemos trabajar en remoto o si debemos estar en la oficina. Como es muy aburrido contestar depende, pues nos tenemos que manifestar en uno u otro sentido, cuando el depende es muy importante, cambia mucho el contexto. Pero la pregunta es irrelevante, o se contesta a sí misma. Porque la tecnología siempre está para mejorar nuestro contacto con otras cosas, no solo con las personas con las que trabajamos. También el contacto con nuestra familia, con la naturaleza, por tanto para servir a un propósito mayor que no siempre distinguimos. Siempre estamos entre más online o más físico, y yo creo que a veces lo online mejora lo físico.

Tienes una hermana, Isabela, doctora en biología molecular, ¿la llamabas para preguntarle aspectos científicos sobre la trama de tu novela?

¿Sabes lo que pasa? Que cuando yo empecé a escribir me metí en una aventura para la que no quería meterme presión. Cuando la novela estaba más o menos armada le dije oye, que he escrito un libro sobre CRISPR, y ella se quedó un poco así, con cara de cuerno, diciendo «si tú no tienes ni idea de esto». Y es que, aunque la parte científica de la novela está bien documentada, no es eso lo que más me interesa, sino el crear una trama narrativa interesante para el lector, que pase un buen rato leyéndolo y también que le abra la mente a hacerse muchas preguntas sobre todo esto.

Hablábamos antes de inteligencia artificial. No sé si has tenido la tentación de usar chatGPT para ayudarte a redactar o a crear los textos.

Cuando yo he escrito esta novela todavía el chatGPT no estaba. Pero es curioso, porque yo creo que vamos a empezar a ver escritores que lo utilizan. De nuevo: si tú usas chatGPT lo primero que va a hacer es sorprenderte para bien. Al principio sus respuestas te alucinan. Pero a la tercera vez que lo utilizas falla como una escopeta de feria, y ya sus respuestas empiezan a parecerte muy rollo. No va a ser tan fácil, en cuanto usas esta tecnología con cierta soltura te das cuenta de lo que es cosmético y de lo que es real. Es utilísima, en todo caso, la vamos a usar todos muchísimo, y va a hacer que quienes escriben mejor literatura, los periodistas mejor periodismo, los estudiantes aprendan más, pero que no supone una amenaza. Es una herramienta como lo ha sido Google hasta ahora mismo.

Esta asusta un poco más que Google.

Esto lo he dicho ya en otras entrevistas, lo que pasa es que otra vez introducimos la seducción utilizando una palabra inexacta, no es una inteligencia porque no es capaz de comprender. Es capaz de ganar al ajedrez, de escribir una poesía, pero no de saber lo que está haciendo, y al no ser consciente no es inteligente. La palabra inteligencia la hemos usado de manera muy intencionada, planteando si esa inteligencia artificial va a superar a la humana. En muchos casos la calculadora también calcula mejor que nosotros pero no es humana, ni capaz de sentir, ni capaz de tener conciencia. En ese sentido hará cálculos mucho más rápido, será un algoritmo predictivo del lenguaje, de los números, mucho más rápido que nosotros, pero eso ya existía, eso no nos tiene que dar miedo. Es su apariencia la que nos da miedo.

Hablando de miedos tecnológicos, ¿ya estás trabajando en algún libro nuevo?

No puedo parar de pensar y de escribir, la verdad es que estoy rumiando alguna idea. Pero para eso necesito que me saquéis en alguna portada, y que se venda muchísimo la novela, porque si no mi editor no me publicará más.

Pero igual que la pandemia te sugirió algún tema, no tienes alguno ahora que te ronde la cabeza.

Sí, sí tengo alguna cosa en mente.

Que no me vas a desvelar.

No. Pero mi afición es esta, es como esa gente que juega al golf, se vuelven adictos y se van seis horas de su casa por la mañana el sábado, que yo no sé qué les cuentan a sus familias. Pues a mí me está pasando un poco esto con escribir, que se vuelve una adicción, una droga.

Diego del Alcázar para Jot Down

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2 Comentarios

  1. Antonio Yelo

    Muy buena entrevista. Enhorabuena!! La biografía de Jennifer Doudna («El código de la vida»), escrita por Walter Issacson, mismo autor de la reciente bio de Elon Musk, es muy buena.
    Si Del Alcázar se inspira para su novela en esta biografía, apetece leer su libro.

  2. Ataúlfo Llàdor

    No niego la efectividad de la formación que imparten para nutrir el mundo empresarial de mano de obra presuntamente cualificada, pero en mi época la Universidad (que no por casualidad viene del latinejo «universitas»: totalidad, colectividad, según la RAE) era también la oportunidad de conocer «al otro»: el que no tiene ni tu origen social, ni tu mismo perfil académico, ni tus mismas expectativas profesionales. De los que invadían el campus en el que yo estudié (al que asistían tanto hijos de catedráticos como de agricultores o de dueños de un bar de pueblo) han salido abogados, médicos, directivos, personal sanitario, administrativos, ingenieros, funcionarios, profesores de instituto, investigadores de todo tipo… y también mucha gente que ni siquiera obtuvo el título (o a lo mejor sí) y acabó volviendo a trabajar en el negocio familiar. Quizá aquello era un modelo académico ineficiente y fallido, pero estar en contacto con todo eso también aportaba riqueza y una visión válida del mundo.
    Dudo que algo así (nacionalidad aparte) ocurra en este campus vertical, que por otro lado es una bonita metáfora de lo que es la institución que dirige: una torre de cristal para privilegiados, que miran desde arriba el ejército de desposeídos a su servicio. ¿Para qué mezclarse con ellos, como ocurría en esas Universidades Públicas del pasado, cuando aquí podemos, por fin, estar solo nosotros?

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