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Héroes de la inacción

héroes de la inacción
lustración de Javier Zabala en la edición de Nórdica Libros para ‘Bartleby, el escribiente’. inacción

Esta fue exactamente la actitud con la que me senté cuando lo llamé, indicándole deprisa lo que quería que hiciera, a saber: revisar conmigo un breve documento. Imaginen mi sorpresa — mejor dicho, mi consternación— cuando, sin moverse de su retiro, Bartleby, con una voz particularmente suave pero firme, contestó: «Preferiría no hacerlo».

(Herman Melville, ‘Bartleby, el escribiente’)

Las grandes hazañas comienzan con un designio divino, con un deber ineludible cuyo cumplimiento viene a repercutir en el bien común de un pueblo. Las grandes hazañas se inician con el rapto de una mujer. Las grandes hazañas resuenan en la posteridad con el temblor del bronce. Las grandes hazañas están teñidas de sangre. 

Basta analizar la evolución de los géneros grecolatinos para constatar el cambio de mentalidad que se produjo en la época helenística, cuando un grupo de poetas alejandrinos se atrevió a cuestionar con su novedoso canon estético los valores imperantes en la épica. Y es que, hacia el siglo III a. C., los eruditos alejandrinos como Calímaco dinamitaron la tradición literaria anterior al rechazar a la Musa gravis, inspiradora de la poesía épica, y cultivar en su lugar los que hasta entonces habían sido considerados géneros menores (tenuis), como los epigramas.

Fruto de este desdén por los géneros mayores (epopeya y drama) surgieron composiciones tan interesantes como los epilios, pequeñas piezas épicas de temática mitológica que más tarde en el territorio latino fueron imitadas por autores de la talla de Catulo, pues los llamados poetae novi, siguiendo la estela de los alejandrinos, utilizaron sus dotes literarias para desenmascarar a los héroes de las epopeyas homéricas. Así, en su carmen 64, el epitalamio de la boda de Tetis y Peleo, Catulo insiste en la perfidia y crueldad de héroes como Teseo al mostrarnos el punto de vista Ariadna tras haber sido abandonada, o través de la canción de las Parcas que anuncia el nacimiento del invencible Aquiles, quien «como el segador que bajo un sol ardiente/ va, puñado a puñado de apretadas espigas, /cortando rubios campos, así con su temible/ espada abatirá él los cuerpos troyanos»1.

Esta nueva concepción del mundo guerrero que se complace en denunciar los crímenes de los intachables héroes, que no tiene ningún reparo a la hora de pintar al insigne Aquiles como un sanguinario asesino, pone de manifiesto una nueva sensibilidad que viene a ahondar en el sufrimiento de los vencidos. Se trataba de una estética que reflejaba el lado menos heroico de la vida al incidir en el desastre ocasionado por aquellos valores guerreros que hacían de la obtención de la fama (kléos), garante de inmortalidad2, su única aspiración. Donde Homero cantaba gloria, valentía y virtud, Catulo verá deslealtad, muerte y destrucción.

 Aun así, ni siquiera el héroe es inquebrantable, pues cuando Odiseo por consejo de Circe desciende al Inframundo para obtener del adivino Tiresias las indicaciones necesarias para poder regresar a Ítaca en su catábasis3 se encuentra, revoloteando como murciélagos a su alrededor, a los fantasmas (eidōla) de sus antiguos compañeros de gestas. Estos, privados de sentidos y memoria, tan solo pueden comunicarse con los vivos tras beber la sangre de las reses sacrificadas en su honor. Y dado que la morada de Hades es un lugar sumamente aburrido, reconforta a las errantes almas recibir de vez en cuando noticias sobre sus seres queridos. Así, Aquiles no duda en salir al encuentro de Odiseo al descubrirlo entre las sombras. Y es que, una vez caído en batalla, poco importa al Pelida su propia fama, ya que solo desea conocer el destino de su padre y de su hijo, revelándose así la parte más humana del héroe, el amor y orgullo de quien ha sido hijo y padre.

Pero si, como venimos diciendo, la poesía épica cantaba las hazañas de unos héroes «dinámicos» que ocultaban bajo los pesados ropajes de la virtus su propia vulnerabilidad, en contrapartida y como producto del incipiente existencialismo filosófico de mediados del siglo XIX, hallamos en las literaturas estadounidense y europea un nuevo arquetipo de héroe, más humano, sí, pero no por ello menos «épico». Llegados a este punto, «dexemos a los troyanos/ que sus males non los vimos/ ni sus glorias;/ dexemos a los romanos aunque oímos e leímos sus hestorias»4, y centrémonos en estos héroes y heroínas «estáticos» que desde las trincheras de la inacción realizan, sin embargo, hazañas equiparables a las de las epopeyas homéricas. Pues bien sabe quien ha descendido al infierno de la depresión que una acción mecánica como levantarse de la cama y elegir seguir viviendo, muchas veces, puede llegar a exigir una fuerza de voluntad titánica.

Nuestro primer héroe no tiene la percha de Brad Pitt en Troya (2004) ni los bíceps de Dwayne Johnson en Hércules (2014). Herman Melville lo describe como una figura pálida, pulcra, «lastimosamente respetable» e «incorregiblemente desolada». El aparentemente inofensivo Bartleby llega a una oficina de Wall Street para trabajar como copista. El escribiente, haciendo de su característica cortesía un arma arrojadiza disparada directamente contra su jefe, realiza una peculiar huelga de trabajo mediante su férrea resistencia a la acción. Ya se sabe: «no hay nada que exaspere más a una persona seria que una resistencia pasiva». Así, este educado jeta se torna en un auténtico insumiso, en un guerrillero de la dejación, porque «prefiere» no trabajar, pero se niega a abandonar el despacho que ha ocupado. Tal resistencia no exaspera a su jefe, sino que le produce «una melancolía fraternal» que le lleva a asegurar que, antes de echarlo del edificio «preferiría dejarle vivir y morir aquí para después colocar sus restos dentro de un muro, con una obra de mampostería»5. Nótese cómo el exceso de empatía le ha llevado a adoptar la irritante fórmula del empleado.

Más allá de los análisis que la crítica especializada haya podido realizar de este genial relato publicado en 1853, lo que tenemos ante nosotros es una obra profundamente simbólica —tal y como sugieren las diversas citas bíblicas del libro de Job o San Mateo que salpican el relato— pero también sumamente divertida. ¿Se trata de un cuento cuyo alegato final va en contra de la sociedad capitalista? ¿Es una hiperbólica descripción de las últimas consecuencias que acarrearía parar ‘la maquinaria’? Preferiría no tener que responder a estas preguntas porque no hemos venido aquí a perdernos en divagaciones filosóficas, sino a pasar revista a nuestro particular catálogo de héroes estáticos. Aquí vienen a comparecer los hastiados, aburridos y derrotados. Los que no pueden más con la vida. Los deprimidos.

En las siguientes líneas no encontrarán a la amazona Camila repartiendo dardos de muerte al galope. Nuestra siguiente heroína es tan paleta y mediocre como su marido, aunque ella piense que su espíritu es muy superior. Emma Bovary, como padece la enfermedad del aburrimiento, tiene sentimientos encontrados: «Sentía deseos de viajar o de volverse a su convento. Deseaba a la vez morirse y vivir en París»6. Sin embargo, a diferencia de Bartleby, Emma sí que emplea su voluntad en que las cosas cambien. Observemos que en el relato de Melville las cosas cambian a partir del estatismo, pero en la novela de Flaubert el estatismo es, precisamente, lo que pone en movimiento la acción: como se aburre, Emma se da al adulterio y entonces empieza a pasárselo muy bien.

Voyage au bout de l’ennui

Siento que si espero

igual me muero

del aburrimiento

del aburrimiento.

Los lunes y los martes

son contando tu tormento

prefiero el aburrimiento

prefiero el aburrimiento

A esperar

a esperar.

(MENTA. «Esperar», 2021. Sonido Muchacho)

Alberto Moravia describió con magistral ironía el sentimiento de aburrimiento en El tedio. En su novela, el protagonista, Dino, un joven pintor hastiado y rico, afirma:

 El tedio, que es la falta de relaciones con las cosas, estuvo durante todo el fascismo en el aire mismo que se respiraba; y a este tedio social es necesario añadir el tedio de la obtusa urgencia sexual que, como sucede a cualquier edad, me impedía comunicarme con las mismas mujeres con las cuales creía desahogarla. Sin embargo, el tedio me salvó de la guerra civil que poco después devastaría a Italia durante dos años […]. 

Moravia se refiere al tedio como «el resorte de la historia»:

En un principio, por lo tanto, fue el tedio, vulgarmente llamado caos. Dios, aburriéndose del tedio, creó la tierra, el cielo, el agua, los animales, las plantas, Adán y Eva, y estos, aburriéndose a su vez en el Paraíso, comieron el fruto prohibido. Dios se aburrió de ellos y los expulsó del Edén; Caín, aburrido de Abel, lo mató; Noé, aburriéndose verdaderamente un poco demasiado, inventó el vino; Dios, aburrido otra vez de los hombres, destruyó el mundo con el Diluvio, pero esto le aburrió también hasta tal punto que mandó volver el buen tiempo […].7

Como el lector ya habrá podido figurarse, el escritor italiano elabora una lista bastante tediosa de la historia del tedio que parte de la Biblia y culmina con la revolución rusa, algo similar a lo que había hecho Kierkegaard en 1843 cuando publicó su ensayo O lo uno o lo otro:

Los dioses se aburrían y por ello crearon a los hombres. Adán se aburría porque estaba solo y por ello fue creada Eva. En ese instante entró el tedio en el mundo y en él fue creciendo exactamente en la misma medida en que crecía la población. Adán se aburría solo, luego se aburrían Adán y Eva en conjunto, luego se aburrían Adán, Eva, Caín y Abel en famille, luego aumentó la población en el mundo y las gentes se aburrieron en masse. Para esparcirse, concibieron la idea de construir una torre tan alta que traspasa se el cielo. Esta idea es tan tediosa como alta era la torre y, además, es una prueba formidable de hasta qué punto el tedio predominaba.

La depresión como catábasis

Aburrimiento y melancolía constituyen las dos caras de la misma moneda, la Escila y Caribdis de la depresión. La melancolía puede apoderarse de uno a través de diversas formas; bien mediante una muerte inesperada, bien mediante una ruptura amorosa (si no es que tales acontecimientos significan lo mismo). El caso es que, de un día para otro, sin previo aviso, te parte en dos. La artista inglesa Tracey Emin había saboreado el amargo regusto del desamor cuando en 1998 convirtió en obra de arte la cama en la que había estado agazapada a salvo del mundo, durante cuatro días, como consecuencia de una ruptura. Gregorio Samsa dormía plácidamente la mañana que despertó convertido en un enorme insecto.

En este punto hemos de recordar cómo antes la literatura latina ya había abordado el tema de las metamorfosis. Primero lo hizo de la mano de escritores griegos afincados en Roma como Partenio de Nicea (siglo I a. C.) y después a través de las Metamorfosis de Ovidio. Sin embargo, la obra del poeta romano, a medio camino entre la poesía épica, la didáctica y la elegía amorosa, seguía reflejando un mundo de dioses y héroes. No fue hasta la aparición de El asno de oro (s. II d. C.) cuando se utilizó una transformación para comentar, desde otra perspectiva, la realidad circundante. El protagonista de la novela es Lucio, un mercader que, al pretender convertirse en ave mediante un ungüento mágico, se transforma en asno por error. Bajo esta apariencia entra al servicio de diferentes amos (bandidos, soldados, sacerdotes, esclavos…), lo que le permite observar de cerca y describir fielmente la mentalidad y el carácter de los componentes de los diversos estratos de la sociedad de su tiempo. Conque esta obra, precursora de la novela picaresca, presentaba una transformación burda, ridícula y «baja» ―como la de Samsa― mientras que las metamorfosis de Ovido eran bellas y de carácter etiológico. Una vez más, la teoría de los géneros literarios viene en nuestro ayuda: como el tema sobre el que escribe el poeta de Sulmona era «noble», nobles tenía que ser también el metro empleado, el hexámetro dactílico, mientras que una novela realista como la de Apuleyo podía prescindir de esa solemnidad métrica. Pero volvamos a Kafka.

La transformación de Gregorio Samsa tiene, al igual que el cuento de Melville, un fuerte componente simbólico. Es probable que un genio extremadamente sensible y atormentado como Kafka hubiese querido animalizar su propio estado depresivo mediante la imagen del escarabajo. Porque la depresión, en ese estado de desconexión total con el mundo y las cosas, a uno lo envuelve, aliena y cosifica. De pronto la vida se convierte en una función absurda en la que ya no eres el protagonista, sino el nervioso actor que espera su salida a escena entre bastidores. Sales, interpretas tu papel y te quedas completamente paralizado, petrificado por el miedo. Los héroes de la épica conocen el miedo, pero no se dejan amedrentar por él. Le miran directamente a los ojos y aguantan la mirada. Nuestros héroes estáticos, sin embargo, no son menos héroes por su vulnerabilidad; al contrario: es precisamente en esa vulnerabilidad donde reside su heroicidad. Son dinámicos en su inacción porque ese estado de pausa produce un cambio en su interior. El cadavérico escribiente, la insatisfecha adultera y el escarabeiforme comerciante textil representan el lado menos heroico de la vida y, sin embargo, el más noble.

Recobrar la cordura, salir a flote

Durante mucho tiempo has construido y destruido tus refugios: el orden o la inacción, la deriva o el sueño […] Quizá podrías, aún durante mucho tiempo, continuar mintiéndote, embruteciéndote, emperrándote. Pero el juego ha terminado, la gran juerga, la ebriedad falaz de la vida suspendida […].8

Aunque, en su deriva existencial, los personajes hasta ahora mencionados tengan un final trágico, no todo son batallas perdidas. Algunos consiguen salir de su solipsismo y conectar con el mundo, tal es el caso del protagonista innominado de Un hombre que duerme, la segunda novela de Georges Perec que en 1974 Bernard Queysanne llevó a la gran pantalla. Ese sujeto durmiente podrías ser tú, o yo, o ese buen amigo tuyo que, de la noche a la mañana, dejó la carrera a mitad de curso; ese al que has dejado de ver porque hace tiempo que no acude a ninguna de vuestras reuniones y que, para colmo, no se digna a responder tus whatsapps, el muy ingrato. La buhardilla donde reside el estudiante de sociología francés que se siente desnortado el amigo que pasa de ti no, el protagonista de la novela de Perec―, es descrita como un lugar triste, sin más mobiliario que una cama, un espejo y un barreño de plástico rosa en el que flotan seis calcetines. Este hombre que duerme, el día que decidió quedarse en la cama en lugar de acudir a un examen de la facultad, consiguió hacer realidad el sueño de quienes están hastiados de las obligaciones y la rutina; esa aspiración de estudiantes y trabajadores que las redes sociales han convertido en meme: en una imagen de un pollito de peluche metido en la cama podemos leer: «Yo todas las mañanas: Suena la alarma. ¿Y si no voy?».

Aunque el protagonista de Un hombre que duerme sea y no sea al mismo tiempo un ser humano, es plenamente consciente de su metamorfosis, pues se dice a sí mismo:

Eres un holgazán, un sonámbulo, una ostra. Las definiciones varían según las horas, según los días, pero el sentido permanece más o menos claro: te sientes poco hecho para vivir, para actuar, para hacer cosas; no quieres más que durar, no quieres más que la espera y el olvido.

Su día a día consiste en dormir y, de vez en cuando, dejarse arrastrar como un autómata por las calles de París, sin ganas de continuar, ni de defenderse ni de atacar9

El lector que se asome por las páginas de esta novela sincera como las verdades que duelen, apenas sospechará salvo por la alusión directa al personaje de Bartleby hacia el final de la obra, o debido al existencialismo que planea sobre cada párrafo que se trata de una novela experimental, muy del gusto del OuLiPo. Y es que, aunque el lector difícilmente pueda percibir el ingenioso artificio (pues la novela se lee con total unidad) lo cierto es que Perec la escribió a modo de collage, intercalando frases tomadas de obras de Melville, Kafka y Sartre, entre otros, pues quería crear una historia propia utilizando las palabras de otros10.

Todos sus esfuerzos habían resultado inútiles. Nuestro héroe innominado que, repetimos, podrías ser tú, o yo, o el amigo que te ha dejado en visto (corre a mirar el teléfono para ver si te ha contestado), como el pequeño argonauta11, consiguió desprenderse de la concha que le cobijaba y lastraba cuando el tiempo le ayudó a comprender. Porque no hay hazaña más valerosa, ni regreso más épico que el de aquel que, ahogado hasta la muerte, consigue, pese a todo, mantenerse a flote.

Ninguna maldición te pesa sobre los hombros. Quizá seas un monstruo, pero no un monstruo de los Infiernos. No te espera ninguna prueba, ninguna roca de Sísifo, no se te dará de inmediato ninguna copa para de inmediato retirártela, ningún cuervo te sacará tus globos oculares, a ningún buitre se le ha infligido la indigesta pena de manducarte el hígado mañana, tarde y noche. […]

El tiempo, que vela todo, ha dado la solución a tu pesar.

El tiempo, que conoce la respuesta, ha seguido transcurriendo.

En un día como este, algo más tarde o más temprano, todo vuelve a empezar, todo empieza, todo continúa.

Deja de hablar como un hombre que sueña.12


Notas

(1) Vv. 437- 440, 64. Catulo. Poesías. Traducción de Juan Antonio González Iglesias. Cátedra.

(2) La célebre frase de Gladiator (2000) «Lo que hacemos en la vida, tiene su eco en la eternidad» refleja perfectamente este ideal de la ética del honor guerrero.

(3) Odisea, XI.

(4) Coplas a la muerte de su padre, XV. Jorge Manrique.

(5) Bartleby, el escribiente. Traducción de Mª José Chuliá García. Nórdica libros.

(6) Madame Bovary. Traducción de Joan Sales.

(7) El tedio. Traducción de Carlos Milla Soler. Debolsillo.

(8) Un hombre que duerme. Traducción de Mercedes Cebrián. Impedimenta.

(9) «No tienes ganas de continuar, ni de defenderte ni de atacar».

(10) Para saber más sobre la obra de Perec, recomiendo escuchar el episodio que Grandes infelices, el podcast de Blackie Books, dedica a este autor.  Se encuentra disponible en Spotify.

(11) Wikipedia los define así: «moluscos cefalópodos del orden octópodos que tienen vida pelágica». Te queda claro su aspecto, ¿a que sí?

(12) Un hombre que duerme. Traducción de Mercedes Cebrián. Impedimenta.

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2 Comentarios

  1. Supongo que ese tipo de héroe inexistente es el modelo de la generación boomer.

  2. Como dice el prota de Asesino (David Fincher 2023): «Es sorprendente lo agotador físicamente que puede ser no hacer nada»

    Me ha encantado el artículo.

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