«Casi nadie lo vio venir». Es lo que decía el pasado 27 de septiembre The New York Times en su artículo sobre la ofensiva que ha arrancado a Nagorno Karabaj de la historia. Lo decía, además, destacado en la entradilla: «Casi nadie lo vio venir».
Los armenios incendiaban en las redes y con razón: para cuando las bombas azeríes volvieron a caer sobre el enclave aquel 19 de septiembre, en Nagorno Karabaj llevaban diez meses sobreviviendo a un bloqueo total de suministros. Los azeríes habían cortado la única carretera que unía Karabaj con el resto del mundo y faltaba prácticamente de todo: desde gasolina hasta compresas, desde el azúcar hasta el gas y la luz.
Durante aquellos diez meses, periodistas locales y foráneos llamaron a las puertas de todos los medios y la incansable diáspora armenia no paró de hacer presión para romper no ya el bloqueo de Karabaj, sino el bloqueo mediático. Aunque tarde, la prensa acabó reaccionando. Era como si la llegada de las vacaciones de verano hubiera dejado las reacciones de los principales medios en manos de becarios que buscaran hacerse un hueco contando algo más allá de la guerra de Ucrania. El empujón definitivo fueron las declaraciones del exfiscal de la Corte Penal Internacional, Luís Moreno Ocampo, sobre la amenaza de un nuevo genocidio sobre el pueblo armenio. Pero era ya el 9 de agosto cuando el argentino regaló ese titular.
Era muy tarde.
¿Habría cambiado algo que los medios hubieran puesto el foco sobre aquel bloqueo desde el principio? Hace ya mucho tiempo que dejé de esperar resultados del periodismo porque no los hay, pero es la sensación de que, efectivamente, sí habría cambiado algo de haber reaccionado la maquinaria mediática a tiempo la que más me pesa. Creo que si los azeríes han permitido salir a los armenios sin cortarles las narices y las orejas (esto ha ocurrido) es porque el mundo, aunque tarde, tiene los ojos puestos sobre ellos. Si los hubiera puesto antes sobre aquel bloqueo, quizá Bakú no se hubiera atrevido a bombardear. Es cuando nadie mira cuando cometes el crimen. Basta echar la vista tres años atrás.
El 27 de septiembre de 2020, con la relección de Trump copando las pautas de los medios de todo el mundo, Azerbaiyán aprovechaba para lanzar una brutal ofensiva sobre Nagorno Karabaj. Me atreví a pensar que el conflicto más longevo desde el colapso soviético podía aportar entonces un ingrediente exótico a la ensalada informativa: no se trataba de una guerra más en Oriente Medio, sino que ofrecía un relato y una estética suficientemente novedosos como para sacar a los medios del letargo del COVID y del apagón informativo en Internacional. Pero, claro, había elecciones en Estados Unidos y los medios tenían que marcar paquete por toda la Ruta 66. Además, se acordarán de que se tardó una semana en contar los votos (¡una semana!) y esa fue, precisamente, la semana en la que también se dirimió la segunda guerra de Karabaj.
Cubrir aquella guerra eran dos trabajos totalmente distintos dependiendo del lado desde el que se hiciera. En el de los asediados, uno entraba al enclave y podía trabajar sin más restricción que la que imponían los bombardeos y la progresiva pérdida de territorio; en el lado azerí era el régimen el que llevaba a los periodistas en tours de guerra organizados. Bastaba con subirse al autobús, que el tema del día ya te lo ponía el ministerio. Eso sí, nunca se llevaba a nadie al frente. Así, apenas supimos nada de una Blitzkrieg de Bakú que se desplegó a través de infantería regular y mercenarios sirios sobre el terreno y drones de última generación (turcos e israelíes) sobre sus cabezas.
Tras una pesadilla que duró 44 días, los armenios hincaban finalmente la rodilla sin que nadie supiera cómo había sido porque no nos dejaron contarlo. Lo que sí nos quedó claro después era que el virus y Trump habían sido las dos patas de un biombo tras el que Azerbaiyán bombardeó a los armenios a placer y con total impunidad. Fue entonces cuando la soldada azerí cortó narices y orejas armenias, se hizo selfis junto a cadáveres decapitados y vandalizó templos de más de mil años.
Volviendo al presente, alguno todavía pregunta por qué no se quedan los karabajíes en sus casas en vez de salir hoy arrastrados por esa riada de coches. Que no quede ni un solo armenio en los territorios que perdió Karabaj hace tres años da una pista. Además, aquel festival de mutilaciones sigue muy fresco en la memoria. ¿No podría Karabaj convertirse en una región autónoma dentro de Azerbaiyán? Si un millón de la minoría talish -pueblo de lengua pariente del persa que también habita en Irán- en el país no goza de la suya ni de derecho alguno como minoría, ¿qué pueden esperar 120.000 armenios?
Los azeríes son un pueblo de habla turca («Una nación, dos Estados», dicen turcos y azeríes), y tanto ellos como los armenios están atrapados en un bucle de violencia que arrancó a principios del siglo XX con el genocidio de más de un millón de estos últimos en Anatolia. Entre 1918 y 1920 se alternaron las masacres de unos y otros antes de fundirse todos en el magma soviético. Pero que Stalin incluyera el enclave en el mapa de la República Socialista Soviética de Azerbaiyán solo contribuyó a enquistar el conflicto. En 1988 los armenios de Sumgayit (una ciudad azerí limítrofe con Bakú) sufrieron un pogromo en el que murieron cientos. La inquina fue tal que algunos hubieron de ser protegidos por soldados rusos en el puerto de Bakú antes de ser evacuados en barco hasta Turkmenistán.
Durante el colapso soviético, mientras Armenia se vaciaba de azeríes y Azerbaiyán de armenios, ambos pueblos se mataban con saña en Nagorno Karabaj. En la aldea karabají de Togh, por ejemplo, ya no podían vivir pared con pared, así que se dibujó una línea en la plaza: al norte de ella vivirían los armenios, y al sur los azeríes. La primera guerra de Karabaj (1988-1994) se cerró con una victoria armenia, por lo que los azeríes del sur de Togh se verían forzados a irse del enclave arrastrados por una marea humana hacia Azerbaiyán. Más de medio millón de personas.
Treinta años después, lo único que se interponía entre armenios y azeríes en Karabaj eran las tropas de interposición rusas desplegadas tras el acuerdo de paz impulsado por Moscú en 2020. Durante estos tres años se han encadenado los incidentes armados entre ambas partes, con los rusos se limitándos a observar y cubrirse. Ni siquiera la muerte de cinco soldados rusos en la última ofensiva ha tenido consecuencias el vecino del Caspio. Queda claro que Bakú y Moscú cierran filas para echar a Occidente de una región en la que solo contemplan la de Turquía como una tercera voz. El resto es ruido.
Armenia es la siguiente
Armenia es ese pueblo cuya tierra bañaban tres mares (Mediterráneo, Negro y Caspio) hace dos mil años pero que, con el paso del tiempo y, sobre todo, el de mongoles, otomanos, persas y rusos, ha estado a punto de desaparecer varias veces. Basta mirar al espacio que ocupa en el mapa para entender que el proceso de desintegración sigue siendo inexorable. Tras la pérdida Karabaj, la metástasis se extiende hoy al Estado armenio.
«Si cae Karabaj, cae Armenia», fue uno de los titulares que me dio hace ya un año Davit Babayan, exministro de exteriores y alto funcionario del enclave. Busquen Syunik en el mapa. ¿Ven esa pequeña lengua de tierra armenia al sur del país? Es lo único que se interpone en el sueño panturco de conducir desde Turquía hasta Azerbaiyán, desde el Mediterráneo hasta el Caspio, repostando siempre en tierra «turca».
Bakú se agarra al punto 9 del acuerdo de paz que puso fin a la guerra de hace dos años («Garantizar el libre movimiento de personas, vehículos y mercancías»), pero el presidente azerí, Ilham Aliyev (de la dinastía autocrática de los Aliyev, en el poder desde que Azerbaiyán es un país) cree leer algo sobre cierto «corredor» que, por supuesto, controlará él, pero que podría aislar a Armenia de su vecino persa. Las consecuencias serían desastrosas: Teherán es la única con la que Ereván mantiene una relación comercial fluida dado que sus fronteras con Azerbaiyán y Turquía están cerradas desde los 90. Por otra parte, las relaciones con Georgia su vecino del norte, suelen ser turbulentas por los lazos de esta con Ankara. Ese corredor sería el fin de Armenia.
Tras aquella guerra de 2020 que se contó poco y mal, Azerbaiyán empezó a ocupar territorio en Syunik, que recordemos, es territorio oficialmente armenio. Apenas sabemos nada de esas aldeas a las que las nuevas fronteras han atravesado por mitad (esto es literal), o las que se han desplomado al otro lado del mapa. No lo sabemos porque hace falta que su población corra por su vida para enterarnos. ¿Acaso sabíamos algo de los yezidíes de Irak hasta que los masacró el Estado Islámico? ¿Y de los rohingyas antes de su huida masiva y desesperada de Myanmar? Se necesita una limpieza étnica o un éxodo bíblico; solo entonces nos cuentan, por ejemplo, qué era eso de Nagorno Karabaj, con imágenes de archivo, infografías, y hasta con tiempo.
Lo decía Chesterton: «Periodismo es decir “Lord Jones ha muerto” a gente que no sabía que Lord Jones estaba vivo». Karabaj ha sido una esquela en prime time, y mucho me temo que cuando la historia se agote para la prensa nos volveremos a olvidar de los armenios. En realidad, el objetivo principal de estas líneas era poner en el mapa ese corredor antes de que nos lo expliquen en el telediario. Para entonces ya sabemos que será demasiado tarde.
Pecado no haber metido fuese como fuese Hasta que llegó su hora. E igual que se habla de James Stewart como «el bueno», aquí Henry Fonda, el otro gran bueno de Hollywood, haciendo de malo malísimo.
Lo que necesitan los armenios es un ejército igual de bien equipado y entrenado que el azerí. Pensar que el periodismo iba a haber evitado esto es darse importancia.
O dejar de hacerle ojitos a occidente, que por eso los rusos los han echado a los perros.
O eso dicen.
O haberles echo ojitos a occidente mucho antes. Azerbaiyán no se atrevió a atacar hasta que la guerra de Ucrania demostró que Rusia ya no intimida a nadie.
En cualquier caso es difícil pagarse un ejército potente en uno de los países más pobres del mundo, rodeado de vecinos que boicotean tus líneas comerciales. Azerbaiyán tiene el apoyo de Turquía, y pozos de petróleo. Armenia tiene nuestras condolencias.
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O eso o que no está el horno para el bollo de dos frentes al mismo tiempo. De todos modos con el hecho de que los echen a los perros ya deberían estar familiarizados desde hace muco tiempo. Yo que ellos hubiera tomado las precauciones necesarias y no me hubiera fiado de ningún primo que me protegiera. Ya de dejarlo en manos de lo que puedan contar los periodistas por ahí…
Me preocupa mucho esta frase: «… los armenios hincaban finalmente la rodilla sin que nadie supiera cómo había sido porque no nos dejaron contarlo. «.
¿Quién no dejó contarlo y por qué?
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