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Mundos dentro de mundos: Myst, VRChat y Philip J. Farmer

Myst. Imagen Cyan.
Myst. Imagen: Cyan.

Mi primer acceso a lo distópico fue el videojuego Myst. Lo concibieron en 1993 dos hermanos, Rand y Robyn Miller. Aficionados desde niños a la invención de mundos y a rolear en ellos, quisieron programarlos. Renderizarlos. Hacer visible en pantalla lo imaginado.

Entonces no existía todavía un canon del videojuego, ni una sólida industria que lo respaldara. Tampoco existían programas que asistieran en la compilación del código. Había métodos que aún no habían sido concebidos o estandarizados. Crear videojuegos era algo al alcance de pocos, un arte pionero. Consecuencia: fue una edad dorada para la imaginación. La falta de estructuras y categorizaciones es condición sine qua non para que surja lo —aparentemente— original. En el espacio de dos décadas (ochenta y noventa), se concibieron títulos que marcaron tendencia y consolidaron géneros que hoy en día siguen siendo esenciales para la industria. En el arco de tiempo en que fui niño y adolescente, nacieron los juegos RTS (real-time strategy, es decir, estrategia en tiempo real) o los tycoon (construcción y gestión), a los que soy aficionado, entre otros. Algunos títulos, como es el caso de Myst en el género de las aventuras interactivas, crearon escuela y a su vez ayudaron a popularizar nuevas tecnologías como el CD-ROM. El juego tuvo unos requerimientos de espacio de disco muy superiores a la media, dada la calidad y cantidad de renderizados que incluía, por lo que fue uno de los títulos pioneros a la hora de adoptar el CD-ROM. Fue probablemente el primer juego que llegó a mi casa en este formato.  

En Myst encarnamos en primera persona a Stranger, anónimo y asexuado personaje que un día encuentra un extraño libro. En este libro se describe con detalle un sofisticado mundo-isla inventado. Al poner la mano en la primera página del libro, Stranger es teletransportado ipso facto a dicho mundo-isla. No es un mundo inventado, es un mundo real, según comprueba una vez dentro de él. En ese lugar misterioso, poblado por herméticas máquinas abandonadas y una gran biblioteca, empieza el juego. Al avanzar en busca de una salida y al desentrañar los puzles que se nos presentan, descubrimos que existió en el pasado una civilización capaz de escribir libros que se materializaban en mundos, los D’ni. Dentro de Myst encontramos otros libros que nos llevan a otros mundos. En el juego pasamos de una creación a otra a través de los libros que encontramos y que nos permiten culminar nuestro regreso a casa. Fue la primera experiencia virtual y conceptual que tuve de la noción de multiverso. En Myst, la Tierra, o nuestra línea del espacio-tiempo, es solo una más en el espacio de las variantes, y todos los mundos están entrelazados entre sí y fueron creados por antiguas mentes capaces de materializar lo que imaginaban por escrito.

Treinta años después, en la primavera de 2023, me encuentro en medio de una sesión del Club del Videojuego, una pequeña sociedad entusiasta a la que pertenezco, cuando un desenfadado muchacho al que no había visto nunca por allí (las reuniones tienen lugar en una oscura sala iluminada con antorchas, ubicada en el interior del espacio Hangar, en Barcelona, por lo que solo se ven las facciones de los presentes en penumbra) interviene para hablarnos de sus tardes en VRChat. No se trata de un videojuego propiamente, explica, sino de un lugar donde los usuarios pueden crear y visitar mundos. Tal muchacho nos cuenta que pasa las horas transitando de un mundo a otro con su novia, enfundado en un avatar y con las gafas de realidad virtual puestas, y que se trata de una experiencia parecida a la del turismo. Para informarme mejor, al llegar a casa, me suscribo al hilo de Reddit r/VRChat y me dispongo a leer transversalmente lo que han posteado sus más de ciento sesenta mil usuarios en estos últimos años. Reddit es siempre fuente de conocimiento útil para tomarle el pulso a cualquier mundo que existe dentro de este mundo.

Descubro que en VRChat existen dos tipos de usuarios: los creadores y los visitantes. Personas con conocimientos de modelado 3D más programación en Unity y C# crean escenarios tridimensionales completos y avatares para visitarlos. Quienes no saben programar pueden visitar estos mundos y también pueden conseguir un avatar modelado por un creador. Los mundos que pueden encontrarse dentro de VRChat exceden toda potencia imaginativa. Si acabamos de empezar podemos visitar Big AI’s Avatar Corridors, un complejo subterráneo que, a su vez, es una galería de arte de avatares creados a partir de personajes famosos como los Simpson, Angry Birds o los Power Rangers… Cualquier variante imaginada potencialmente existe en VRChat. Y, si no existe, podemos crearla o encargarla. En este mundo diseñado por alguien podemos adquirir un avatar creado por otro y enfundarnos en él.

Así, disfrazado de Homer Simpson, entro una tarde con mis VR (gafas de realidad virtual) en los mundos que Google me señala como «destacados de 2023». Se me recomienda, como neófito, que me pase para empezar por The Black Cat, un mundo-pub en el que, según dicen, es fácil conocer gente. Y yo quiero encontrar un compañero de viaje. 

El lugar está concurrido. Atravieso una larga zona de entrada hasta un amplio hall. Me acerco a una mesa circular ubicada frente a una cascada con helechos y pido algo de beber. Me entregan un simulacro de bebida. Al realizar un barrido con la cabeza, entra en mi campo de visión una botella de vino con ojos que camina —con piernas— hacia mí. «¿Españolo?», me dice la botella andante. Entablamos una conversación. Se llama Chifles, vive en Perú, no quiere descubrir su edad. Sí me revela que The Black Cat es un lugar infecto. ¿Por? Chifles me invita a acompañarle para que pueda observar algunos, dice, fenómenos. Paso junto a soldados del imperio de Star Wars, variantes de personajes manga, un Son Goku con rayos flotantes alrededor (al parecer, los avatares con demasiados polígonos pueden presentar problemas en el renderizado; el arte de crear avatares tiene la sofisticación y finura del afinamiento musical del violín). «Esto está lleno de avatares-spam», me dice Chifles. Modelos visualmente molestos a propósito. O, peor, personajes que gritan o se insultan simiescamente. Es cierto: no pocos avatares gritan onomatopeyas mientras se desplazan. Si los sigues, puedes observar que no hay pausas ni modificaciones en su comportamiento: gritan y se desplazan y en eso consiste su sesión en VRChat. Me pregunto qué clase de individuo puede haber detrás, o si serán humanos.

Chifles me sugiere entonces acompañarle en su viaje. Pasamos a The Spider Lair, donde nuestros avatares adquieren el poder de Spider-Man y pueden saltar de edificio en edificio. Allí nos divertimos un rato sin mucho sentido. Nos cruzamos en el aire con otros avatares multiformes. Luego Chifles me sugiere una transición dura a Kitchen Cooks!, un mundo cocina donde nos freímos unos bistecs con tomate frito, ensalada y patatas. Allí, un avatar con forma de oso panda nos hace un pedido desde la zona de restauración creyendo que somos trabajadores del lugar. En efecto, durante un rato somos trabajadores del lugar. Todo ello supone la preparación para un rato de bailoteo avatárico en Void Club, discoteca neónica, y un paseo por District Roboto, ciudad poblada por entes mecánicos. Acabamos en Room of Summer Solitude. Ante un melancólico paisaje de verano, puesta de sol, algo que parece una ría gallega pero que, en realidad, es una simulación de Hong Kong, farolillos, chill out.

Ubicados en sendas tumbonas, Chifles me habla desde su avatar con forma de botella de vino, ahora hoteleramente tumbada, de su pasado con la bebida. Usa un filtro de voz que me impide distinguir si es hombre o mujer, incluso si es propiamente un adulto. Lo que sí distingo es a nuestra espalda un avatar con forma de plátano que yace quieto, escuchándonos tal vez, en silencio. Cuando me quito las VR son las tres de la madrugada. El silencio en la habitación que habito es inquietante. La experiencia ha sido sensorialmente incompleta. Pero, en los sentidos sobre los que opera por ahora —la vista y el oído—, ha sido a su vez abrumadora.

La idea del videojuego Myst dio también para una saga de novelas. Las leí en su momento con fervor. El sistema de mundos creados por la imaginación, materializados y enlazados entre sí es el mismo que encontramos en VRChat. También existen antecesores. El hacedor de universos, del escritor estadounidense Philip J. Farmer, es un ejemplo de ello. Fastuoso escritor imaginativo. En ese libro de ciencia ficción fantástica, uno de mis favoritos en la adolescencia, un hombre llamado Robert Wolff atraviesa una fisura en el espacio-tiempo y acaba en un mundo con forma de tarta. Al subir por los diferentes niveles, encuentra micromundos fantásticos, donde viven seres mitológicos y humanos de todas las eras. En la cima de la tarta descubre que el mundo-tarta fue creado por un antiguo dios, igual que otros mundos enlazados. Myst se encadena con VRChat, y ambos, con Philip J. Farmer. La propia obra de Farmer tiene una vocación faulkneriana, en la medida en que muchos de sus libros se enlazan entre sí generando un entramado de mundos y personajes, tal y como hizo Faulkner con el condado de Yoknapatawpha. La diferencia es que aquí ocurre en un multiverso, no en una región imaginaria del sur estadounidense.

Con los años he acumulado los libros de Farmer. El último que he leído, este mismo verano, es una edición de viejo de Mundo infierno. En el libro, las personas, cuando mueren, van a parar a una distópica visión del mismo infierno. Se trata de un mundo desértico cuyas llamas hace mucho quedaron extinguidas. Las almas de los humanos viven en ciudades de piedra y han esclavizado a los demonios para convertirlos en sirvientes. El protagonista, Jack Cull, trabaja en una enorme empresa burocrática dentro de ese infierno dedicada a investigar acerca de la propia naturaleza del mismo infierno. Lo memorable de esta novela es su fastuoso despliegue imaginativo, pero también su irreverencia. Al terminar de leerla, me pregunté si existirían en VRChat versiones del infierno. Y así es. Pasé un rato en The Infernal Castle, una torre incendiaria tal vez inspirada en el libro que acababa de leer y luego en Dungeon World. 

La obra de Philip J. Farmer, por otro lado, se despliega en muchas direcciones que han permanecido ocultas en el contexto de la crítica literaria occidental. Como ocurre habitualmente con el género de la ciencia ficción, se canonizan determinados autores representativos pero no se hace una exhaustiva integración, por lo que surgen joyas lectoras nada más empezar a profundizar. Los amantes, de Philip J. Farmer, es una novela que ahora catalogaría como queer. Expresión del amor por la diferencia. A su vez, este autor reescribió en clave de ciencia ficción a personajes imprevistos, como Tarzán o Sherlock Holmes, en otras novelas. Junto con el Hacedor de mundos, encontramos la serie Mundo del río o la serie de mundos imaginarios La torre negra. Aunque es probable que la trilogía Mundo de día sea la más impresionante desde el punto de vista de lo distópico. El libro narra una semana en la vida de Jeff Caird, doble agente en un mundo en el que las personas solo tienen permitido vivir un día a la semana. Los seis días restantes los pasan en animación suspendida. Este agente es un daybreaker: trabaja como policía, oficio que le permite estar despierto cada uno de los días de la semana. A diferencia del resto, Caird vive todos los días. Lo magnífico de esta distopía es que cada día y cada semana hay noticias, modas o shows de TV distintos. La humanidad está segmentada en burbujas de realidad autónomas, cada grupo en su día particular, desconectado del resto. Una lectura simbólica nos permite ver en esta obra el implacable funcionamiento del filtro burbuja de los algoritmos de búsqueda que utilizamos. Cómo, finalmente, solo vemos una realidad de las posibles, la que preferimos, porque así está programado que se nos muestre. Cómo, por esta intensificación de lo que preferimos, se polariza nuestra mente y se nos hace cada vez más difícil comprender otros mundos, otras posiciones.

Desde mi inicial lectura adolescente, he ido acumulando obras de Farmer, motivado en gran medida por la pasión que siente mi padre, lector exhaustivo y exclusivo de ciencia ficción, por él. Junto con Mundo infierno me llegó otra pieza curiosa: Venus en la concha, obra escrita a cuatro manos en colaboración con Kilgore Trout. El nombre llama la atención, pues Kilgore Trout es un escritor ficticio que aparece en las novelas de Kurt Vonnegut, en citas textuales y como personaje. Kilgore probablemente esté inspirado en un escritor real, amigo de Vonnegut, llamado Theodore Sturgeon. El tal Trout, según Vonnegut, escribió ciento diecisiete novelas y dos mil relatos, la mayor parte se perdió o se publicó de forma fragmentaria en revistas pornográficas ilocalizables. Venus en la concha es la única novela conocida, publicada íntegra, firmada por Kilgore Trout, aunque en colaboración con Philip J. Farmer. En su momento, el redactor del magazín Science Fiction Review especuló con la posibilidad de que, tras Kilgore Trout, se escondiera efectivamente Kurt Vonnegut, pero el propio Vonnegut se quejó públicamente de tal suposición. Por lo que no podemos saber quién fue realmente Kilgore Trout. Y si entramos en la URL de la web de Philip J. Farmer que supuestamente contenía esta información indexada en Google, nos topamos con un error 404, que nos advierte: «You are lost». Los detalles sobre este libro ya no están en este mundo.

Myst, VRChat y la obra de Philip J. Farmer comparten la característica de configurar universos donde el leitmotiv es la posible creación de otros mundos. No se me va de la cabeza la idea de que este concepto, el de personas que escriben (o teclean) para crear mundos imaginarios, ha llegado a materializarse. De una forma u otra, lo imaginado se renderiza de forma cada vez más sofisticada en la tridimensionalidad y la multisensorialidad. La idea de que cada día hay nuevos mundos creados dentro de este mundo y de que esos mismos mundos están preparados a su vez para crear otros mundos. Observo que, a medida que pasa el tiempo, destaca una constante hacia la que se tiende: la mímesis que impida distinguir cuál de todos ellos es el mundo primario.

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3 Comments

  1. Tergiversador de Enredos

    En la misma línea de Realidad Virtual y creación de mundos también tenemos la tetralogía «Otherland», de Tad Williams, que si bien adolece de un evidente alargamiento de trama (se podría haber ahorrado un volumen, pero en realidad lo de Tad Williams y las tetralogías es ya un meme), resulta fascinante en lo que respecta a dicha creación de mundos, cómo se conectan, y por qué se crearon. Un tema que debería haber sido más central en la resolución de la trama, pero aún así proporciona momentos maravillosos.

  2. Es genial leer Jot Down y descubrir autores que no conocías y es un asco ponerlos en la lista de libros a leer preguntándote ¿cuándo co… podré?

  3. Rodolfo

    Yo también leí a Farmer en mi juventud y tengo una duda que tal vez quienes lo hayan leído más recientemente me ayuden a despejar.
    Hay una novela en la que los protagonistas pueden crear nuevos mundos a partir del pensamiento, pero solo cuando están aislados; cuanta más gente hay, la interferencia del pensamiento y los deseos de los demás impiden el acto creativo. Recuerdo que hay un pasaje en el que el que alguien viaja hasta el medio del océano, lejos de cualquier otra persona y crea su primer mundo al que escapa y luego se desencadena la historia.
    No es ni “El hacedor de Universos” ni “Los pórticos de la creación” pero muy probablemente se trate de algún otro de esa saga, la de “El mundo de los niveles”.
    Si alguien me puede decir el título, lo agradeceré.

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