Cine y TV

Manual para ver cine como no se debe

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Dungeons & Dragons: Honor entre ladrones. Imagen: Paramount Pictures.

En mayo de 2023, un caballero que en las redes atiende al apodo de Roldylane decidió que era un buen momento para matar la tarde viendo Dungeons & Dragons: Honor entre ladrones. Una cinta, basada en la popular franquicia de juegos de rol, cuyo mayor logro no era el de ser una superproducción bastante divertida. Sino el de servir para resetear de la conciencia colectiva cine matográfica el recuerdo de aquella otra Dungeons & Dragons donde padecimos a Jeremy Irons dando grima pasadísimo de vueltas entre el calvo de La momia con pintalabios azul y un Marlon Wayans interpretando a «Alivio Cómico Innecesario» en un mundo de fantasía. De Dungeons & Dragons 2 y 3, en cambio, nunca hizo falta resetear su existencia, porque esas no las recuerdan ni quienes participaron en ellas.

El caso es que Roldylane localizó Honor entre ladrones en un servicio de streaming y estuvo un rato peleándose para activar los subtítulos porque la aplicación andaba tonta y no dejaba de dar errores. Cuando por fin comenzó a ver la película, le sorprendió descubrir que la misma hacía algo muy inusual y muy arriesgado para un blockbuster: utilizar una voz en off con la que narrar en todo momento la acción, una jugada que Roldylane interpretó rápidamente como un simpático guiño al papel del máster que se encarga de conducir y describir las partidas en los juegos de rol de mesa.

A medida que avanzaba el metraje, a Roldylane le encandilaba más y más aquella ocurrencia artística, a pesar de lo inusual y chocante de la misma. Reconocía que Honor entre ladrones gozaba de un empaque visual fabuloso, pero lo que de verdad hacía especial a la película para él, lo que le daba una capa interesante al conjunto, era la omnipresencia de aquella narradora. El hombre apreció lo bien que el texto recitado aprovechaba las pausas entre los diálogos durante las escenas de acción, aunque observó que a veces la voz en off describía los hechos antes o después de que aquellos tuviesen lugar. En general, no entendía muy bien cómo una decisión tan rompedora y experimental se utilizaba en una película mainstream pero le resultaba fascinante. La mujer de Roldylane, que se encontraba en la misma habitación jugando a la Switch en modo portátil y escuchando la película pero sin prestar atención a la tele, le comentó a su compañero: «Esta sería una buena película para la gente invidente».

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Dungeons & Dragons: Honor entre ladrones. Imagen: Paramount Pictures.

Una vez terminado el film, cuando comenzaron a rodar por la pantalla los títulos de crédito, Roldylane escudriñó la lista de nombres en busca de la narradora, cuyo trabajo le había parecido estupendo. Y se extrañó al ver que la mujer no era mentada entre el reparto o el equipo del film. Sorprendido, se conectó a internet y se dirigió a la página de Imdb de Honor entre ladrones para ver si en la base de datos encontraba a la dueña de aquella voz. Y se dio cuenta de que ocurría algo extraño: la narradora no solo no estaba acreditada en la información oficial de la peli, sino que además no era mencionada en ninguna de las numerosas críticas de usuarios. Nadie parecía haberse dado cuenta de que existía, y nadie comentaba la presencia de una dungeon master en off en aquella aventura. Y entonces se le encendió la bombilla: se había tragado Dungeons & Dragons enterita con la opción de audio «Descripción para invidentes» activada. Al trastear con la app de streaming en busca de los subtítulos había seleccionado por error aquella opción de accesibilidad. Y había asumido que la propia película era así por defecto.

Roldylane se asomó entonces por ese tablón comunitario que son los foros de Reddit en internet y escribió un post titulado «Soy idiota y me ha gustado Dungeons & Dragons» donde explicaba su metedura de pata al activar sin querer aquella opción de accesibilidad y cómo se había merendado tan contento la cinta entera con la audiodescripción. Y también invitaba a todo aquel al que le hubiese gustado la película a verla de nuevo de aquella manera.

La narradora de la audiodescripción en inglés, por cierto, se llama Sue Perkins, y parece ser que mola lo suyo haciendo su trabajo.

Ver cine como se debe

Se le suele echar mucho en cara a Christopher Nolan que en cierta ocasión sentenciase que el cine debía verse en pantalla grande. Porque aquella afirmación lo hacía parecer bastante altivo, como si considerara que las salas eran el único formato válido en el que los largometrajes debían ser exhibidos y contemplados. En lo que pocos se fijaron es que el hombre matizó más tarde que no se había explicado bien. Y que lo que realmente quería decir era que las películas deben de tener inicialmente la posibilidad de presentarse del mejor modo posible. En salas de cine, proyectados en pantallacas y con un sistema de sonido de los que te quitan las bragas de golpe cuando retumban los bombazos gordos.

El director apuntaba que tras el estreno, después de ofrecer la posibilidad de proyectar la peli a lo grande, consideraba totalmente válido verla de cualquier otro modo. En el fondo, no era tan talibán del formato como se le suele pintar. Y su devoción por la pantalla grande resultaba comprensible al tener en cuenta que estamos hablando de un director que adora el IMAX, que pretendía con Oppenheimer «causar un gran impacto en la audiencia, una sensación casi física», y que utiliza una resolución absurda para filmar a cuatro tíos con sombrero hablando en una habitación. Tampoco había tanto que discutir, porque todos estamos de acuerdo en que siempre es mejor una sala de cine. Hasta Tangerine, que está rodada con un iPhone, luce mucho más en una buena pantalla. 

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Cartel promocional de Oppenheimer. Imagen: Universal Pictures.

Las palabras de Nolan avivaron de nuevo el debate coñazo sobre cómo debe de verse el cine. En cambio el post de Dungeons & Dragons, esa anécdota simpática y perdida en los recovecos de internet, planteaba sin querer un concepto verdaderamente chulo: la idea de que ver las películas como no se debe también es algo divertido.

En la página donde Roldylane explicaba su desliz con la narración rolera, algunos comentaban experiencias similares que les habían desgraciado películas. Como, por ejemplo, ver Sound of Metal, la historia de un batería que se está quedando sordo, con el audio estropeado y creyendo durante media hora larga que el sonido del film estaba enmudecido a propósito. O contemplar El origen del planeta de los simios y District 9 sin los subtítulos necesarios durante los diálogos entre monos o alienígenas, presuponiendo que las películas querían que la audiencia dedujera la cháchara por el contexto, como ocurre con R2D2 en Star Wars.

Pero también había unos cuantos que proponían formas curiosas de revisitar ciertas películas. Entre las que, por supuesto, se encontraba el clásico viaje de Pink Floyd por un mundo de fantasía. 

Cómo escuchar cine como no se debe

Dark Side of the Rainbow es el nombre con el que se conoce a un experimento bastante famoso: ver la película El mago de Oz de 1939 sin sonido pero en sincronía con la reproducción del clásico disco Dark Side of the Moon de Pink Floyd. Y más concretamente, Dark Side of the Rainbow es lo que ocurre si se hace sonar el álbum a partir del tercer rugido del león de la Metro-Goldwyn-Mayer con el que arranca el film protagonizado por Julie Garland. El resultado es un accidente sorprendente: el disco funciona como una curiosa banda sonora para El mago de Oz, y la película se convierte en un videoclip alternativo para el elepé. Porque la música, y especialmente sus variaciones y cambios, de Dark Side of the Moon se amoldan sorprendentemente bien con ciertos eventos de la película. 

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Collage creativo sobre el fenómeno Dark Side of the Rainbow. Imagen: CC.

El descubrimiento de esta coincidencia nació en un grupete de melómanos de la vetusta internet de mediados de los noventa. Y se hizo público cuando Charles Savage le dedicó un artículo en una revista, un texto donde el escritor animaba a los lectores a hacer la prueba por su cuenta si querían confirmar que funcionaba y que el tío no había redactado aquel texto bajo la influencia de drogas duras. En 1997, la idea se popularizó a lo bestia cuando un DJ de Boston, George Taylor Morris, habló en antena sobre su fascinación por el experimento de combinar disco y film. Entretanto, en Pink Floyd negaban premeditación en el asunto. El guitarrista David Gilmour dijo que todo aquello era una ocurrencia loca «de algún tío con mucho tiempo libre», el bajista Roger Waters opinaba que el temita era «una gilipollez», y el batería Nick Mason explicó con guasa que se trataba de «una tontería tremenda. No tiene nada que ver con El mago de Oz. Nos basamos en Sonrisas y lágrimas». Alan Parsons, ingeniero en la producción del álbum, apuntó que ni siquiera tenían un reproductor de cintas VHS en el estudio de grabación para coordinar la melodía con las imágenes. Parsons también comentó que al sentarse a ver ese Dark Side of the Rainbow lo encontró decepcionante, porque no creía que la música encajara bien en absoluto. Según él, cualquier disco sonando al lado de una televisión con el volumen apagado daría la impresión de estar acompasado con la pantalla en varios momentos, y más si uno estaba predispuesto a encontrar coincidencias.

A pesar de tener más de fantasía que de obra consciente, el interés por esa combinación de rock progresivo y celuloide propició que mucha gente se lanzara a buscar otros casos de similares sincronías accidentales. Empezando, por supuesto, por la discografía de Pink Floyd. Y así nació Another Brick on the Wall-E, la criatura resultante de contemplar la película Wall-E de Pixar sincronizada con el álbum The Wall. O un Reanimated Animals que es la consecuencia de cruzar el film El gabinete del doctor Caligari con la escucha del LP Animals. También hay quien defiende la fusión del Wish You Were Here con Metrópolis de Fritz Lang. O la bizarrada de juntar el Dark Side of the Moon con Superpoli en Las Vegas. A base de experimentar, alguien descubrió que el tema «Echoes», un corte de veintitrés minutos aparecido en el álbum Meddle de Pink Floyd, se coordina asombrosamente bien con el cuarto acto de 2001: una odisea del espacio de Stanley Kubrick.

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Wall-E. Imagen: Walt Disney Pictures.

Los rockeros británicos habían popularizado sin querer este subgénero bastardo de cine alternativo, pero no eran la única banda que lo protagonizaba. Porque los más amigos de las extravagancias descubrieron muchas otras combinaciones curiosas de discos y films, que funcionaban más o menos bien. Cosas como la mezcla del negro de Metallica con Matrix, Pesadilla antes de Navidad con el Lateralus de Tool, El Señor de los Anillos: la Comunidad del Anillo con IV de Led Zeppelin, el Nevermind de Nirvana con el Memento de Nolan, Hackers con OK Computer de Radiohead, o el Toys in the Attic de Aerosmith con la Toy Story de Pixar. Incluso hay quien se atreve a recomendar cruzar el Roller de Goblin con el cortometraje La cabina de Antonio Mercero.

En otro rincón de internet, un caballero llamado Tom Robinson aportaba su experiencia rapera y karateka. Al hombre se le ocurrió sincronizar largometrajes y elepés basándose en sus nombres: combinó Enter the Wu-Tang: 36 Chambers de Wu-Tang clan con la cinta de artes marciales Las 36 cámaras de Shaolin, Wu-Tang Forever con la película Shaolin y Wu-Tang, y el disco Return to 36 Chambers de Ol’ Dirty Bastard con Loco loco kung-fú (conocida en Estados unidos como Ol’ Dirty Kung Fu). Según Robinson, todas en esas parejas las rimas negras encajaban estupendamente con las hostias orientales. Aunque habría que agarrar la afirmación con pinzas, porque Robinson también reconocía que las había visto puesto hasta el culo de hierba.

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Las 36 cámaras de Shaolin. Imagen: Shaw Brothers Studios.

Con la llegada de los DVD aterrizó también un nuevo modo de ver cine aprovechando otro tipo de pistas sonoras: los comentarios del director, el reparto y el equipo. Una curiosidad que los cinéfilos devoraban con ganas, porque siempre es interesante comerse las nueve horas de la edición extendida de El Señor de los Anillos mientras escuchas a alguien explicar cómo forjaron meticulosamente los aretes que lleva un orco en los pezones. El mundillo de los comentarios del director es absurdamente amplio (y aquí le hemos dado un humilde repaso), pero podemos pescar al azar un par de recomendaciones simpáticas para ver películas de un modo alternativo. Por una parte, cualquier parida del matado de Uwe Boll con la pista de comentarios del realizador. Porque al hombre se la suda muchísimo el tema, y en dichas grabaciones se le puede escuchar haciendo cosas tan lamentables como contestar al móvil y pasar olímpicamente de su propia película. Por otro lado, la versión de This Is Spinal Tap acompañada del commentary track de sus protagonistas principales. Porque el reparto presente en dicha pista de audio (Christopher Guest, Harry Shearer y Michael McKean) decidió grabar sus intervenciones no en calidad de actores, sino metidos en sus respectivos papeles de rockeros idiotas y soltando paridas continuamente.

Liarla en el cine como se debe

La fabulosa The Rocky Horror Picture Show, ese adaptación al cine de un musical con dulces travestis del planeta Transexual de la galaxia de Transilvania, se la pegó bien fuerte en la taquilla tras su estreno en cines en 1975. Un fracaso extraño y bastante anómalo: fue ignorada en todo Estados Unidos, excepto en una sala de Los Ángeles en donde encadenaba sin parar sesiones llenas y carteles de localidades agotadas. Una situación que parecía inexplicable, hasta que los dueños del cine descubrieron lo que estaba pasando: el público que asistía a Rocky Horror era siempre el mismo, gente que se lo había pasado tan bien como para repetir la experiencia una y otra vez. Alguien con mucho ojo dedujo que aquella extraña reincidencia de espectadores significaba que la obra poseía algún tipo de magnetismo inexplicable. Y con esa idea en mente, y mucha ilusión, cinco meses más tarde se resucitó la cinta y se reprogramó en la altanera sección de medianoche del Waverly Theatre neoyorquino, en un horario donde lo habían petado cosas como Pink Flamingos. Allí The Rocky Horror Picture Show comenzó a reclutar a una festiva comunidad de fieles que le rendían culto de manera casi religiosa, asistiendo a las sesiones disfrazados y coreando las canciones.

Durante uno de los pases nocturnos, un tranquilo profesor de educación infantil de Staten Island llamado Louise Farese Jr. fue incapaz de reprimirse cuando en la película el personaje de Janet (Susan Sarandon) utilizaba un periódico para resguardarse de la lluvia. Y reaccionó gritando a la pantalla un «¡Cómprate un paraguas, puta rácana!» que fue muy ovacionado por la audiencia. Aquello provocó que en todas las sesiones posteriores de The Rocky Horror Picture Show los asistentes abrazasen el hábito de berrearle ocurrencias jocosas a los personajes del film, un fenómeno que se denominó counter point dialogue. Coñas en voz alta que, cuando calaban bien, eran repetidas por el público durante las proyecciones subsiguientes hasta convertirse en parte del rito de ver Rocky Horror en horas brujas. Pero la cosa no se quedaba ahí, porque los teatros también incluyeron durante las exhibiciones actuaciones de algunos fans interpretando a los personajes en vivo. Y el público añadió atrezo a sus visitas a la sala: periódicos para reinterpretar la secuencia de lluvia, arroz para celebrar la escena de la boda, y otros objetos como tostadas, papel higiénico o perritos calientes que eran arrojados durante secuencias puntuales. Rocky Horror se convirtió orgánicamente en un show moldeado por sus propios fans con ganas de farra. Existen guiones que recopilan el faltoso, por estar relleno de palabras malsonantes, protocolo que debería de seguir el público. Pero los propios fans reniegan de las instrucciones y defienden que todo surja de manera natural.

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The Rocky Horror Picture Show. Imagen: 20th Century Fox.

The Rocky Horror Picture Show fue la reina en esto de dejar que el público reinventara cómo ver la película, pero no fue la única. En Australia, la cinta Granujas a todo ritmo amasó una base de seguidores fieles que acudían disfrazados de los Blues Brothers al Valhalla Theater de Melbourne para recitar los diálogos, arrojar objetos diversos o cantar y bailar los números musicales. El éxito de las canciones de Frozen provocó que se programaran pases a modo de karaoke en donde vociferar «¡Suéltalo!» sin temer las consecuencias. Y The Room, una película que adquirió sin pretenderlo estatus de culto por ser rematadamente mala, se convirtió en un fenómeno fan moderno y con retranca. En un meme que se recreaba en vivo entre las butacas, arrojando cucharas o rosas al aire y con los asistentes pasándose entre ellos un balón de rugby cuando los actores hacían eso mismo en la pantalla.

Beber cine como no se bebe

Otra forma de interacción muy celebrada por el público más cafre es de ámbito doméstico, recurre a los alcoholes y desde aquí no la recomendamos en absoluto: a chupitazos. Siguiendo normas, estipuladas para cada película por gente muy irresponsable, que demandan beber ante determinados acontecimientos en la pantalla. El drinking game más popular de Top Gun invita a meterse un chupito cuando dos personajes se lanzan miradas homoeróticas, cuando dos personajes chocan los cinco, cuando Maverick desobedece alguna norma o cuando suena la canción «Danger Zone». Para El lobo de Wall Street la norma vigente es pimplar cuando se escucha la palabra «fuck» o alguien esnifa cualquier cosa en el film de Martin Scorsese. En Parque Jurásico el ritmo de ingesta de alcohol lo dicta la aparición del logo del parque, las muertes, la menciones a tecnología obsoleta como los CD ROM y las veces que Dennis Nedry (Wayne Knight) engulle algo. En Reservoir Dogs los chupitos se consumen ante la aparición de las palabras «diamonds», «fuck» y las menciones a colores. En el clásico británico Withnail y yo la regla es bastante sencilla pero la tarea es ardua: el espectador debe de consumir alcohol cada vez que Withnail lo haga en la pantalla. Y el objetivo aquí no es tanto llegar al final del film como ver si uno es capaz de ir más allá de la primera media hora de película sin sumergirse en el coma etílico.

Montar el cine como se debe

La llegada de internet, las descargas piratas y los programas de edición para ordenadores domésticos abrieron un nuevo campo de juego para los mañosos cinéfilos: el fan edit. O las películas populares remontadas y tuneadas de manera amateur y no oficial por gente en sus propias casas, y sin permiso de los grandes estudios.

Allá por el año 2000, un hombre llamado Mike J. Nichols fue el culpable de crear, bajo seudónimo, el primer fan edit que gozó de aplausos y repercusión global. Nichols era un seguidor de Star Wars, pero también, como medio mundo, un detractor del Episodio I: la amenaza fantasma que George Lucas había estrenado en 1999. Con la intuición que existía un modo de arreglar un poco aquel despropósito galáctico, Nichols dedicó su tiempo libre a editar por su cuenta la precuela. Para ello, eliminó los diálogos tostones sobre asuntos políticos, extirpó las escenas en las que Jar-Jar hacía el tontaco, suprimió los midiclorianos de la trama, utilizó escenas eliminadas para sellar agujeros del guion y reconstruyó el film con un tono y montaje más cercanos a los de la trilogía original. Así nació Episode I.I: The Pantom Edit, una nueva versión que sería distribuida por internet y alabada no solo por los fans, sino también por algunos críticos y realizadores profesionales.

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Inteligencia Artificial. Imagen: Warner Bros Pictures.

La fama de The Phantom Edit no tardaría en animar a muchos otros a instalarse el Adobe Premiere para reacondicionar por su cuenta películas populares. En 2001, un señor llamado DJ Hupp lanzó en internet Inteligencia Artificial: The Kubrick Edit. Un nuevo montaje de la Inteligencia Artificial de Steven Spielberg que pretendía acercar el material a la visión, más oscura, que Stanley Kubrick tenía inicialmente de la historia antes de abandonar el proyecto por todo aquello de morirse. 

The Matrix: deZIONized se presentó como la nueva, y para muchos muy competente, secuela no oficial de Matrix resultante de combinar Matrix Reloaded y Matrix Revolutions en una única película, que eliminaba todas las secuencias y batallas ocurridas en Zion. Terminator 3: The Coming Storm agarraba la tercera entrada de la saga para podarle los chascarrillos y bromas, afinar el CGI y hacerla más cercana al espíritu de las dos películas originales de James Cameron. Where the Wild Things Are: The Wild Rumpus Edition reinventaba Donde viven los monstruos de Spike Jonze a base de recortarle veintiséis minutos de metraje. Y de añadirle una banda sonora con temas de Arcade Fire, Fleet Foxes, Nick Drake, Sigur Ros o Bon Iver que convertía el cuento en un videoclip moderno muy cuco. Transformers: Reformatted es un fan edit simpático porque no tiene intención alguna de hacer que la película original sea mejor, sino de hacer que sea más Michael Bay: el montaje elimina gran parte de los diálogos, esos que aburrían a los espectadores entre una explosión y otra, pero deja intactas todas las secuencias de acción chatarrera.

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Donde viven los monstruos. Imagen. Warner Bros Pictures.

También existen fan edits con cierto renombre. Steven Soderbergh compartió en su página online sus propias reinterpretaciones editadas de clásicos como 2001: una odisea del espacio, Psicosis, La puerta del cielo o En busca del arca perdida. Y el actor Topher Grace, protagonista de Aquellos maravillosos 70 y villano de Spider-Man 3, fusionó por su cuenta y riesgo las tres precuelas de Star Wars en una única película de hora y media que proyectó una única vez en privado a sus colegas. Pero el caso más curioso de fan edit reverenciado fue la versión que un cineasta neerlandés llamado Peet Gelderblom ensambló al reacondicionar En nombre de Caín de Brian De Palma. Tras leer que De Palma no estaba nada contento con el montaje exhibido en salas, Gelderblom localizó el guion original de la peli y confeccionó un nuevo montaje mucho más fiel a ese libreto inicial. Cuando De Palma descubrió el fan edit, le gustó tanto como para incluirlo en la edición en blu-ray de En nombre de Caín, a modo de director’s cut y bajo la supervisión de Gelderblom.

Desordenar el cine como no se debe

Arrebato de Iván Zulueta es uno de los grandes clásicos de culto del cine español. Eusebio Poncela, uno de los actores que participaban en el film, reconocía hace no mucho en una entrevista que la popularidad de dicha obra le era evidente: en una ocasión, Poncela hubo de ser asistido por los servicios de emergencia, y el joven chaval que le atendió le confesó ser muy fan de Arrebato. El largometraje también es una obra muy subterránea, por su temática (la drogadicción), por su tono pesadillesco, por su éxito en el mundillo alternativo y por lo accidentado de su producción. Pero también es famosa por su retorcida narrativa y los accidentes que provocó: en cierta ocasión, los programadores de una televisión privada emitieron la película desordenada, con los rollos de la misma intercambiados por error, sin ser conscientes de que estaban alterando el orden de la historia.

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Arrebato. Imagen: Framax Film/Globe Films.

El montaje es una cosa muy seria. Y el montaje desordenado mucho más. Entre los que editan a mano en casa sus películas favoritas también hay indeseables que no saben lo que están haciendo y reordenan cronológicamente obras como Pulp Fiction o Irreversible sin ser conscientes de que eso las desgracia a por completo. Aunque para ser justos, la de Gaspar Noé ya venía rota de casa. 

En una edición limitada del DVD de Memento de Christopher Nolan se incluyó un bonus escondido que algunos insensatos habían demandado de tanto en tanto: la posibilidad de ver la película, cuya trama comienza por el final y desemboca en el principio, en orden cronológico. Y la verdad es que es una mierda, porque así se estropea por completo una película concebida con la marcha en reversa como elemento narrativo. Porque ver las películas como no se debe puede ser muy divertido, pero intentar verlas como algunos creen que se debería le quita toda la gracia al asunto. Y en eso hasta Nolan estaría de acuerdo.

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Memento. Imagen: Lionsgate.

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9 Comments

  1. José Antonio

    Que me gustan estos artículos en los que se habla de los entresijos del cine. Gracias Diego. Solo puntualizar que el disco Lateralus es de Tool, no de Primus; muy bueno por cierto. Una de las también famosas películas fanedit es la versión del Dune de David Lynch hecha por Spicediver, sabiendo que el director no había quedado contento con el resultado final. Ya se desquitaría con Terciopelo Azul, que era el acuerdo con el que llegó con De Laurentis para rodar ambas películas bajo su producción, pero como decía en Irma la Dulce, esa es otra historia.

  2. Asier Sánchez

    Muy buen artículo. He de decir que entré por la imagen de D&D y acabé leyendo todo el texto con una sonrisa en la cara de tantas ocurrencias que tiene la gente. Buena experiencia. Voy a rebuscar en la web algo más que leer y guardar este para revisitarlo más adelante.

  3. Aleixandre

    También comentar que un fanedit muy conocido es el «Despecialized version» de la trilogía original de Star Wars por un tal Harmy, donde se «restauran» los episodios 4, 5 y 6 al corte original quitando los sinsentidos, moñadas y retoques superfluos que George Lucas añadió años más tarde y con los que poca gente estuvo de acuerdo. Este es como ver los VHS de la época, que algunos guardamos como oro en paño, en mejor resolución (en la medida de lo posible).

    Y otros fanedit de los que ya hay bastantes más versiones (con mejores o peores resultados) son los de reducir la trilogía de El Hobbit de Peter Jackson a una sola película, larga pero mucho más fiel al libro, donde se quita toda la paja y los peroporqués como amores entre enanos y elfas (sin entrar a discutir si al contrario habría colado). Cosa que, por cierto, se debería hacer mirar el Jackson, porque todos estos fanedit de alguna forma suelen durar alrededor de 4 horas frente a las casi 8 horas del oficial.

  4. Buen artículo. Como indican otros comentarios «Lateralus es de Tool». Gran artículo.

  5. Manolo

    Hay un fan edit pero con la mejor de las intenciones y es que alguien colgó en una red p2p todas las temporadas de Doctor en Alaska remasterizada en full HD de los bluray (que no salieron en España) y sincronizó todos los audios (español e inglés) y los subtítulos de unos DVDs que sacaron hace años y que respetaban la BSO original, tal y como se concibió y se emitió la serie en un principio y no con las canciones cambiadas por otras sin derechos de autor y con algún capítulo faltante.

    Un trabajo de chinos que muestra mayor respeto por la serie que quienes ahora la distribuyen.

  6. Que gusto da ver que aún quedan artículos en Jot Down como los de antaño.

  7. Jairo RP

    Un texto tan agradable e interesante que no he podido evitar leerlo de un tirón…

    Recuerdo que hace años en internet (¿tal vez en youtube?) circulaba una película péplum italiana cuyo audio se había perdido…algunos desocupados muy inteligentes y hábiles le agregaron los diálogos, etc., y fue una muy grata e hilarante experiencia, uno de los personajes, si mal no recuerdo, se llamaba Testiculi…

    En la época de los xvid de baja calidad piratas, era frecuente bajar por equivocación películas con un segundo audio, que era simplemente una señora o un señor leyendo la traducción en ruso de los diálogos…

  8. GERARDO ORTIZ

    Judy Garland, no «Julie».

  9. Cao Wen Toh

    A mí me gusta ver las películas, sobre todo los blockbuster, y en general aquellas en que no se ha prestado especial interés al color, dejándolas en blanco y negro. Ocurren cosas curiosas, como con las de acción setenteras (Bullit, French Connection…); parecen «nouvelle vague» con presupuesto.

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