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La ruta de las ratas: un diccionario desordenado de criminales nazis

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Este artículo es un adelanto de nuestra trimestral Jot Down nº 43 «Europa»

Ratas. A veces los nombres se adecúan a las cosas. 

La ruta de las ratas es una traducción literal, demasiado literal. De todos modos, se convirtió, casi sin premeditación, en una metáfora.

Ratlines: es un término náutico. Designa a los trozos de cuerda colocados horizontalmente que forman una escalinata para llegar a lo más alto de un mástil. Los marineros más hábiles la subían con velocidad y se alejaban de un peligro inminente, como un naufragio inevitable, un incendio o un abordaje pirata. De ahí deriva el nombre de las rutas de escape de los criminales nazis después de la Segunda Guerra Mundial. Esas ratlines, «rutas de las ratas», fueron sistematizadas y les permitieron la fuga hacia distintos lugares del mundo: algunos, por supuesto, se mostraron (mucho) más permeables. Para eso los nazis necesitaron ayuda, dinero, papeles falsos, complicidades, y países y gobernantes que los esperaban con los brazos abiertos. 

Hudal, Alois Karl: obispo austríaco con base en Roma. Los amigos le decían Luigi. También, los que necesitaban sus servicios. A pesar de su jerarquía eclesiástica, no destacó por grandes homilías ni por celebraciones memorables. Su imagen es la típica foto de un obispo poderoso de mitad del siglo pasado. Si uno se guiara por la imagen, supone que podría haber sido papa. Pero no lo fue. Era un tiempo en que solo los italianos lo conseguían (después fue el momento de polacos, alemanes y argentinos). La vestimenta eclesiástica es de lujo, esa en la que cada prenda tiene un nombre especial (solideo, fajín, birreta, estola) y que, aunque la foto sea en blanco y negro, uno imagina morada. Los anteojos, redondos, como si fuera un Lennon penitente y aburrido, el gesto, contenido y solemne, aparentando serenidad. Hudal, se dijo, era austríaco. Y nazi. Estaba a cargo de Santa Maria dell’Anima, la congregación austríaco-alemana situada en el Vaticano. Y de su seminario, el Collegio Teutonico. En 1937 escribió The Foundations of National Socialism, un tratado abiertamente nazi. Le envió una copia autografiada a Hitler. Sin embargo, el libro no circuló en Alemania; fue prohibido por su idea de dejar la educación en manos de la Iglesia. A Hudal, mucho no le importó; siguió mostrando fascinación por la figura del Führer, por el pangermanismo y la extensión ilimitada del Tercer Reich. Hudal sostenía que había dos nazismos: uno bueno y otro malo. Hay registros de que en sus homilías de los primeros años de la guerra filtraba mensajes abiertamente antisemitas. Cercano a Pío XI y al cardenal Pacelli (luego Pío XII) perdió contactó con ambos tras la publicación del libro. Aunque su lugar en Anima no peligró.

Pero no hablamos de Hudal solo por sus inclinaciones hacia el nazismo. No fue el único clérigo en hacerlo. Este obispo se ganó la posteridad, su lugar en la galería de los infames, por sus habilidades logísticas. Fue quien diseñó y —algo más difícil aún— puso en marcha la ruta de las ratas. Fue un pionero. Hudal conseguía los documentos, presionaba a las autoridades, les entregaba dinero y hasta se aseguraba de que obtuvieran pasajes. Manejaba también el registro de la Organización de Refugiados de la Santa Sede, encargada de otorgar los documentos que validaban las identidades falsas de los criminales de guerra. Estos documentos les permitían camuflarse e iniciar los trámites para fugarse a otros continentes. 

Según sus propias palabras, esa predisposición hacia los criminales nazis eran «actos de caridad para los que atravesaban una situación horrible, personas que sin tener ninguna culpa, ninguna responsabilidad, fueron convertidas en chivos expiatorios de las fallas de un sistema malvado». 

Burckhardt, Carl Jakob: fue un prestigioso —durante algún periodo de su carrera profesional— historiador y diplomático suizo. Su principal actividad pública fue dirigir la Cruz Roja en los primeros años de la posguerra. La Cruz Roja es un movimiento humanitario global, tal vez el más vasto del planeta. Sus principios fundamentales son humanidad, imparcialidad, neutralidad, independencia, voluntariado. 

La Cruz Roja fue también uno de los tramos imprescindibles de la ruta de las ratas. Era la organización que, escudada en su pátina asistencial, emitía la documentación necesaria para que los criminales de guerra pudieran embarcarse para abandonar Europa. Los fugados llegaban a Burckhardt munidos de documentos con identidades falsas emitidos (oficialmente) por la Organización de Refugiados del Vaticano. Pero ese papel papal no bastaba aunque era un primer paso imprescindible hacia Sudamérica. Era el documento que determinaba que el portador era un desplazado, alguien que ameritaba recibir el pasaporte de refugiado que otorgaba la Cruz Roja: el salvoconducto definitivo para dejar Europa. En esta instancia volvía a aparecer Hudal. Presionaba para que en la Cruz Roja no hubiera ninguna sorpresa y que sus enviados lograran salir del continente. Eran pocos los que se animaban a contradecir a un obispo. 

Blandiendo el principio de neutralidad, Burckhardt se negó a condenar las conductas de los nazis. Olvidó el principio de imparcialidad cuando decidió poner al servicio de los criminales de guerra la organización que dirigía, hasta ese momento una de las más prístinas del mundo. Burckhardt se opuso al juicio de Núremberg. Declaró que eso no era justicia: «Tan solo venganza judía». 

El papel decisivo de la Cruz Roja en esta cuestión no estuvo del todo claro hasta que se abrieron sus archivos a mediados de la década del noventa. 

Reinhardt, Alfredo: Nombre falso que utilizaba, después de la Segunda Guerra Mundial, Otto Wächter. Los nazis, mientras intentaban no ser capturados por los aliados, tomaron identidades nuevas. A veces adoptaban el nombre de una de sus víctimas, de alguien respetable que habían conocido en un campo de concentración, otras, de algún muerto con el que se cruzaron en un pasado lejano. Lo cierto es que todos tenían un pasado tenue, difuso. El clima de la época favorecía: nadie quería mirar demasiado para atrás. El trauma, la culpa y los secretos eran demasiados.

Otto Wächter fue gobernador de Cracovia, de Galitzia y administrador de la República de Saló. En las zonas bajo su mando fue el responsable de la ejecución de cientos de miles de judíos. Tras la guerra escapó como tantos otros, se escondió durante mucho tiempo. Sabemos más de él y de esos días porque tuvo quien contara su historia. Lo hizo Philippe Sands en Ruta de escape (el título original es The Ratline). Sands, entre otras cosas, describe a la perfección lo que hasta la aparición de su libro eran generalidades: la manera en que los nazis vivieron los días de su fuga. Cómo eran sus escondites, de qué manera veían a sus esposas, las cartas en clave, el derrotero por Italia, la espera para abordar un barco, la influencia de Hudal. También la paranoia: en Roma, los nazis tenían miedo de ser capturados por los soviéticos, de que alguien los denunciara, de no conseguir pasaje en el barco, descreían de todos con los que se cruzaban: cualquiera podía ser un agente de contrainteligencia. Sus viejos camaradas comenzaron a volverse sospechosos.

Gracias a Sands conocemos cómo fueron los días de los nazis en Italia antes de zarpar. La paradoja es que Wächter nunca logró subir a un barco. Murió antes, de una enfermedad hepática. O envenenado. Lo único seguro es que lo hizo en los brazos de Luigi Hudal.

Argentina: La Meca, la Tierra Prometida. Simon Wiesenthal, el célebre cazador de nazis, había bautizado al país sudamericano como el Cabo de las Últimas Esperanzas Nazis. Fue el país que más nazis acogió: Josef Mengele, Adolf Eichmann, Erich Priebke, Eduard Roschmann, Josef Schwammberger, Walter Kutschmann y muchísimos más. No fue el único, aunque sí el más generoso. 

Draganović, Krunoslav: sería ingenuo suponer que todo fue culpa de Hudal, que él solo movía toda la red. Hudal fue el pionero, el que puso en marcha el pasadizo transatlántico. Draganović era un sacerdote croata que participó abiertamente del Gobierno ustacha y supervisó varias de las expropiaciones y de los robos a los serbios de Bosnia. También fue capellán de un campo de concentración. En 1943 lo enviaron a Roma. Un premio al buen servicio. Fue designado secretario en San Girolamo, el convento sede de los sacerdotes croatas en el Vaticano. Tras la guerra se dedicó activamente a esconder y proteger a los líderes ustachas, buscados por sus atroces crímenes de guerra. Draganović tiene el infame mérito de haber creado una de las principales vías de la ruta de las ratas: la de San Girolamo. Los brazos de Draganović parecían los más largos del mundo. En los últimos años se descubrieron vínculos suyos con los ustachas, el Partido Nazi, el Banco Vaticano, diplomáticos de los países sudamericanos que recibían la mercancía (humana) que él enviaba, el Gobierno argentino de Juan Domingo Perón y la CIA. Un hombre bien relacionado.

Barbie, Klaus: el Carnicero de Lyon. Barbie fue uno de los que escapó gracias a Draganović. Cuando el sacerdote croata, algo desafiante, le preguntó por qué debía ayudarlo a llegar hasta Argentina (terminó radicándose en Bolivia), Barbie le respondió: «Los tiempos van a cambiar. Y hay que tener dispersos por el mundo y preparados a muchos hombres. Nosotros somos la reserva moral». Klaus Barbie no solo recibió la colaboración del croata. La CIA actuó muy activamente para conseguir que subiera a un barco hacia Sudamérica. Fue uno de los tantos nazis que hizo contrainteligencia para la agencia norteamericana. 

CIC: el Cuerpo de Contrainteligencia de Estados Unidos. Es muy conocida la historia de la Operación Paperclip, por la que los estadounidenses captaron a centenares de científicos nazis y los llevaron a su país para trabajar en el desarrollo de nuevas tecnologías, entre ellas, la que depositó al hombre en la Luna. Pero la CIA y el CIC también se dedicaron a contratar nazis para sus tareas de inteligencia. En Italia, y apenas terminada la guerra, empezaron con algo que se convertiría en costumbre: captar (y financiar) monstruos solo para que no trabajaran para los soviéticos. Lo hicieron con varios jerarcas nazis, lo hicieron también décadas después con los tiranos africanos y los hombres de las dictaduras latinoamericanas. Muchos de estos nazis trabajaron para las superpotencias y pudieron subirse a los barcos con su consentimiento, ya sea por los servicios prestados, ya sea por los trabajos que harían en el futuro. 

Pavelić, Ante: fue el creador del Estado croata, títere de la Alemania nazi y de la Italia fascista. Fue un dictador y asesino de masas. Realizó limpieza étnica matando a cientos de miles de serbios. También asesinó a casi cincuenta mil judíos, gitanos, rumanos, comunistas, antifascistas y a todo opositor a su régimen. Se calcula que sus víctimas superan el millón de personas. Creó más de veinticinco campos de concentración y exterminio. Escapó a tiempo. Como tantos otros, se escondió en Austria. Cruzó los Alpes y en Italia fue cobijado por varias casas religiosas. Al llegar a Roma, usufructuó los servicios de Draganović. Viajó a Argentina en 1948 y recibió la protección del Gobierno peronista. De inmediato Pavelić se puso al frente de los croatas exiliados y con sus viejos camaradas formó un Gobierno croata en el exilio. Las autoridades argentinas denegaron un pedido de extradición yugoslavo en 1951: respondieron que en el país no vivía nadie con ese nombre. En 1957, con Perón ya exiliado, Pavelić sufrió un atentado. Recibió varios balazos. Sobrevivió y se mudó a España: fue a buscar la protección de Franco. Pavelić no fue el único ustacha en Argentina, hubo figuras muy importantes y responsables de las masacres croatas. Un breve catálogo: Vladimir Kratch, exjefe de la fuerza aérea croata; Gorg Vrantich, jefe de la policía secreta; Radomil Vergovitch, jefe de la policía estatal; Josip Tomlianovich, comandante del ejército ustacha. Anton Elez, comandante del campo de exterminio de Jasenovac, por ejemplo, murió en el balneario de Miramar en 1985. Durante todo el tiempo que vivió en Argentina usó su verdadero nombre.  

Stangl, Franz: comandante a cargo de los campos de exterminio de Treblinka y Sobibor. Sus víctimas superan el millón de personas. Si esto fuera una película, lo veríamos en 1948 en la prisión de Linz, esperando una segura condena a muerte. Corte al interior de un convento italiano, unos pocos meses después. Entre los monjes que caminan con lentitud y en silencio, con un hábito marrón como el resto, descubrimos a Stangl. Algunos guardias de la cárcel austríaca, no pocos, mantenían simpatías nazis y, principalmente, eran venales. Stangl escapó. Después hizo el camino que habían hecho otros tantos. Él, más conocido y más buscado, solo tuvo que tener un mayor sigilo. Se detuvo en conventos y otras casas religiosas en su camino (casi peregrinaje) a Roma. Por eso, se llamó a ese tramo de la ruta de las ratas el «camino de los monasterios». En Roma vivió entre los curas varios meses. Se camufló vistiéndose igual que ellos, siguiendo sus ritos. Comía diariamente con Hudal. El servicio del religioso era completo. Luego Stangl viajó a Brasil, se radicó en São Paulo y allí vivió hasta que en 1967 fue detenido y deportado a Alemania. Lo condenaron a cadena perpetua. Murió en la cárcel en 1971. 

Perón, Juan Domingo: presidente constitucional argentino. Si bien los contactos entre los funcionarios argentinos y los nazis se iniciaron unos años antes, fue durante la presidencia de Perón, que comenzó en 1946, cuando los vínculos con los nazis y la actitud hospitalaria por parte de Argentina se incrementaron y se consolidaron. Hubiera sido imposible que miles de fugados nazis, acusados de crímenes atroces, se instalaran sin la anuencia y el conocimiento del presidente. Los nazis preferían Argentina. Sabían que allí encontrarían un buen recibimiento, que no serían perseguidos, que los apoyarían y que facilitarían su arraigo y sus posibilidades laborales. 

Freude, Rodolfo: Rudi Freude fue secretario de Perón, jefe del Servicio de Informaciones (el departamento de inteligencia del Estado argentino de esos años), el encargado de migraciones y el facilitador y recaudador del dinero nazi en Argentina. Su padre, Ludwig, empresario maderero, era el financista de la red de espionaje nazi en Sudamérica. En la casa de Ludwig, en la localidad de Tigre, Perón pasó los días de exilio interno cuando fue desplazado de sus cargos en el Gobierno de Farrell en 1945, poco antes del 17 de octubre. Rudi, apenas Perón asumió como presidente, tuvo su oficina en el despacho aledaño al de Perón y fue el encargado de aceitar el arribo de los nazis. Muchos afirman que organizó reuniones secretas en la Casa Rosada —sede del Gobierno argentino— con Perón y varios de los fugados. A través de él se materializó el intercambio de contraprestaciones entre Perón y los jerarcas nazis. Otro argentino importante en la recepción de los criminales de guerra fue el cardenal Antonio Caggiano, que participó en varias reuniones en Roma y en Buenos Aires para que la ruta de las ratas tuviera su llegada más populosa y serena en Argentina.

Hitler, Adolf: el Führer. Argentina se mostró tan permeable y tan hospitalaria a la llegada de nazis que se instaló el mito popular de que Hitler vivió durante largos años en el país. Para muchos es una certeza incontrastable, creen que eso ocurrió pese a que no hay ninguna evidencia que lo sustente. Las teorías conspirativas siempre encuentran un terreno fértil en el que crecer. Los testimonios que afirman haber visto a Hitler en la Patagonia siempre son de segunda mano; los datos blandidos, difusos e imprecisos. Muchos desean que Hitler hubiera sobrevivido al búnker, al acoso del Ejército Rojo, a la derrota en la Segunda Guerra, al desmoronamiento del Tercer Reich. Y su manera de manifestarlo es convencerse de que, pese a todo, él (y Eva Braun; en estos relatos, ella siempre lo acompaña y hasta sostienen que tuvieron algún hijo argentino) pudo escapar.

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7 Comments

  1. Juancho Talarga

    ¿De dónde surge el dato de que Argentina fue el país que más nazis acogió? ¿Se cuentan la enorme cantidad de científicos que se apuraron a recibir tanto la Unión Soviética como Estados Unidos (Operación
    Paper Clip) o es simplemente un intento más por seguir el mito de la Argentina nazi?

    Después nos sorprendemos cuando un yanqui se indigna al ver que no tenemos un jugador negro en el Mundial de fútbol y se piensa que somos todos arios de ojos claros.

    • Jaeger81

      Hombre, en el caso de la URSS fue «colabora o muere», lo cual me parece cojonudo con un científico nazi. Al menos no fue como en USA donde vivieron como putos reyes.

  2. Pingback: Jot Down News #32 2023 - Jot Down Cultural Magazine

  3. E.Roberto

    En este artículo hay certezas graníticas que me escandalizan como argentino y Peronista, comenzando con que Perón supuestamente sabía de los horrores que habían cometido sus “huéspedes privilegiados”. Me parece dificil que los alemanes beneficiados, conociendo no a Peron andarían diciendo las barbaridades que cometieron. No me consta que Eichman haya ido a visitar al general; era un alemán que trabajaba para la Mercedez Benz y había necesidad de mano de obra cualificada. Y habla del 46, cuando el proceso de Nüremberg todavía no había terminado y aun no se sabía con exactitud la magnitud del genocidio. Paseando por Barcelona me llamó la atención una reliquia, la primera página de la Vanguardia de aquellos tiempos: AVANZA VICTORIOSO EL EJERCITO DEL EJE, decia bien grande. Y España está más cerca de Alemania que nosotros. Asi que, por favor, demos el beneficio de la duda a Perón, que ciertamente era Pro-Eje, de eso estoy seguro, pero en función de oposición a Inglaterra y EEUU con su capitalismo deshumano; y sobretodo contra la primera que nos quiso invadir dos veces, y después no fue necesario porque la aristocracia argentina ya de tiempo era enamorada de los lindos y rubios ingleses, como dejó escrito Mariquita Sanchez de Thompson -una heroina aristocrática bastante discutible- en su diario durante la primera invasión: “Son tan lindas y ordenadas las tropas inglesas, y tan feas las nuestras, con tantos negros e indios. Y ahí nació el peronismo quisiera creer. Después digamos que Argentina, como bien lo sabe Europa era un país necesitado de gente y me parece que en el montón entraba cualquiera, y más con el mito de la eficiencia germánica. Hasta entró un alemán loco que decir ser físico nuclear, y se puso a construir un reactor nuclear que no lo terminó nunca porque las medidas que el dictaba siempre no eran correctas. Este artículo me huele a antiperonismo simplemente porque es un movimiento antes que nada obrero, de los marginados; y es extraño que no use los términos populista o el otro aun peor: Demagogia, porque tal vez el autor conoce el verdadero significado de esa palabra griega: Demagogo es aquel que habla o acompaña al pueblo, no a los animales, y de tan noble origen terminó siendo un insulto gracias al machacar de la prensa de parte. Y agrego que Perón prefirió el exilio antes que hundir a su país en una guerra civil; y fue el presidente que creo el Estatuto del Peon de campo que puso fin a las injusticias que esos argentinos sufrían, y dio el voto a las mujeres, y se imaginó un pais no agrícola-ganadero con pocos privilegiados, sino un país industrial, científico y cultural. Pero no lo dejaron. Y ahora volvió, espero para quedarse para siempre y dar esperanzas a los argentinos.

    • Simplicísimo

      ¿Pero qué peronismo? ¿Revolucionario, menemista, de derecha, democristiano?

      • E.Roberto

        Aun si el relativismo que nos enseñaron los griegos tuvo un efecto liberador sobre tantas creencias y costumbres, o sea en beneficio cultural de las sociedades como hoy las conocemos, especialmente en occidente, no se puede andar aplicando tal concepto sobre todo. La Tierra es redonda, el Sol es el centro del universo, la esclavitud existió como también el Holocausto y el racismo, y que en cada nación, cualquiera sea su componente fisionómica siempre habrá una derecha y una izquierda; y en el caso que nos compete solo puedo decirle que el Peronismo es de izquierda. Un peronismo revolucionario espero que no porque la violencia no lleva a nada. A la derecha autosatisfecha solo se la puede vencer con aquello que mas odia: la democracia. Menem no era peronista, ya que por contagio del Reaganismo y del Tacherismo (y de los Rollings Stone) vendio los bienes estatales que estaban a la base del peronismo; si digo que es de izquiera no puede ser de derecha; y democristiano es un concepto que los argentinos desconocemos. Y como cada vez soy más pesimista y no veo un destino glorioso para nuestra especie, me estoy dejando llevar por un maniqueísmo senil. La derecha es el mal, y la izquierda es el bien, con relativismo incluído. Un mundo dominado por lo masculino es el mal, un mundo dominado por lo femenino podría ser el bien. Y ya que estamos, vuelvo a preguntarle a las mujeres por qué no participan en este foro. Somo todos varones algo afiebrados, como el que escribe. Una visión femenina sería oportuno.

        • Simplicísimo

          De izquierda a secas y Perón apoyaba al Eje. Lo veo difícil. Por otra parte, si hablamos de relativismo y llegamos al dato de que Menem, que fue presidente diez años del partido justicialista, no era peronista, pues allí tienen un problema.
          Más bien lo veo como un nacionalismo populista, una mélange de fascismo y comunismo, que da cancha a muchas corrientes. Muy argentino, muy específico.
          El Papa Francisco es peronista. Quién hubiera dicho que esa ideología (?) tendría tal éxito.
          Sobre la visión femenina, no sé. No creo que haya censura, no escribirán (si ese es el caso, esto es anónimo) porque no quieren. ¿Habría que persuadirlas o convencerlas?

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