En el corazón de Buñol, donde la vida transcurre entre acordes musicales, el periodista Máximo Huerta ha abierto una librería que no ha dejado indiferente a nadie, ni dentro ni fuera del pueblo. Inspirado por la parisina Shakespeare & Co., Huerta, ganador del Premio de Novela Fernando Lara en 2022, ha llevado consigo una visión única del negocio librero con la apertura de Doña Leo.
La entrevista transcurre en un luminoso día de invierno. Nos acercamos a la librería y, como hay mucho trasiego de gente, salimos al bar de Los Feos. Aprovechamos la oportunidad para conocer mejor al escritor, explorar su pasión por los libros y la génesis de este proyecto único que se propone inundar cada rincón de nuestras casas con la magia de la lectura.
Llegamos a la librería y ya antes de entrar podemos observar una fachada que recuerda a librerías de otro tiempo.
¿Qué tipo de librería es Doña Leo?
Un viaje en el tiempo. De hecho, Doña Leo es un viaje a las librerías de otros países que a mí siempre me han gustado. Soy turista de librerías y siempre he sentido envidia cuando he ido por Ámsterdam, por Roma… ciudades que cuidan mucho las librerías. Y quizá es un síntoma o una consecuencia de que leen más. Que ya el lugar sea un lugar más bonito, que no tenga el aspecto de carnicería o de… o de ambulatorio.
Con libreros de verdad.
Sí, con libreros de verdad, con los que charlas. Entras y estás a gusto. Que no sea solamente un sitio de despachar de libros.
¿De dónde viene el nombre?
Mucha gente cree que Leo es mi madre. Hasta que ve el dibujo de mi perra con mis gafas. Leo es mi perra. Y creo que es un juego… No sé si es una metáfora. Un juego infantil. Yo siempre he tenido perros recogidos, a Leo la he recogido también, y creo que las librerías también son un punto de recogida. De perros solitarios. Me parece que también son lugares de refugio para los lectores. Eso creo que solamente lo entienden los que leen cuando entran en una librería. Por eso decidí que tuviera el nombre de mi perra. Además, juega con la palabra de Leo: yo leo, tú lees, él lee.
Habéis hecho una apuesta por la imagen. ¿Cuáles son los referentes de la librería?
En primer lugar, Shakespeare & Co. es un referente. La librería que está mirando a Notre Dame. Yo, que he vivido mucho tiempo en París, iba a un montón de librerías. Incluso hay una librería polaca en Saint-Germain que me parecía muy bonita, aunque no sé polaco. Pero la propia librería ya me hacía entrar, aunque no fuera a comprarme ningún libro en polaco. Ese efecto llamada me parece que es necesario.
Luego, he contado con la ayuda de mi amiga la librera de La Mistral, Andrea Stefanoni. La conozco de cuando ella dirigía el Ateneo Grand Splendid de Buenos Aires, la librería más grande del mundo. Me fijé en todo lo que hacía y me ha ayudado a montar la librería: a la hora de disponer estanterías, a la hora de seleccionar autores, de programas de ordenador y de distribuidoras. Andrea Stefanoni es buena escritora, buena amiga y buena librera.
Dejó el Gran Splendid de Buenos Aires y se vino a Madrid, en plena pandemia, para montar La Mistral. Bajando por la calle Arenal. De hecho, yo tengo un muñequito de estos que ella hace a todos los escritores que pasan por allí.
Y con respecto al fondo editorial, ¿qué temáticas y editoriales destacan en Doña Leo?
Mis gustos, mi casa. De hecho, a veces miro y me dan ganas de sentarme en mi sofá. Porque el fondo es mi librería, mi infancia, mis caprichos, mis debilidades, incluso manías de libros que no me gustan. Pero están sin leer en mi casa y están sin leer aquí también. Como Rayuela, por ejemplo. Además, soy coleccionista de Platero y yo. El primer libro que entró en esta librería fue Platero. Y casualmente, cuando abrimos las cajas, el primero que llegó era Platero. Cosas del destino. Tengo una colección. De hecho, el otro día se pusieron en contacto conmigo familiares de Juan Ramón Jiménez y me enviaron uno en hebreo. Entonces, desde Platero y yo, que es el libro que me llevó a la lectura, todos mis gustos están en la librería. Hay muchos libros de libros. Hay muchos libros de autores franceses. Muchos autores japoneses. Y hay novedades. Porque a mí no me gustan las librerías con prejuicios. Hay grandes éxitos y novelas románticas. Me gusta que haya un poquito de todo porque todos somos raros y todos tenemos nuestro gusto particular. No me gustan las librerías que rechazan a un lector. Resulta que la librería, como decía Joan Margarit, es la libertad. Sigo la regla de Margarit.
¿Y editoriales?
Me gusta mucho Libros del Asteroide y creo que le van a gustar a todo el mundo. Impedimenta, Nórdica, Nocturna o Seix Barral.
¿Quiénes son los libreros de Doña Leo?
Juan y yo. Y Leo, mi perra.
¿Y tú eres Máximo? ¿Màxim? ¿Maxi?
Máximo de toda la vida. Lo de Màxim fue un invento de la tele, me lo pusieron y yo dije que sí, que adelante. Pero en mi DNI es Máximo y mi padre era Máximo. Firmé Màxim porque me lo pidieron en las televisiones, porque les parecía más exótico o quizá francés. Hasta que me harté. Pero bueno, en mi pueblo soy Maxi. En mi familia soy Maxi.
¿Quién lleva las redes sociales?
Twitter no me gusta mucho porque es un lodazal, así que la cuenta la lleva una buena lectora y amiga. El resto de las redes, que son menos agresivas, como Instagram o Facebook, las llevo yo. En cualquier caso, las recomendaciones son mías y son las mismas. Esta misma mañana he recomendado a Delphine de Vigan, que es una autora que me gusta mucho.
¿Por qué Buñol? ¿Es una vuelta al pueblo?
Porque es el lugar en el que he crecido. En el que iba a la biblioteca. En el que siempre eché de menos una librería. Aunque se han vendido libros en papelerías, no había una librería. Y yo le debo a este pueblo mucha atmósfera de mis novelas. Ha sido mi casa.
No es volver, porque nunca me ha ido. Pero sí que me parece que es regalarle al pueblo algo que le faltaba a un lugar tan cultural musicalmente como es Buñol. Ya sabes que este pueblo es relativamente famoso por la actividad cultural de las bandas de música. Por otro lado, tú que eres de aquí, sabes que hemos fabricado mucho papel en Buñol, había muchas fábricas de papel. Se ha triturado tanto papel. Creo que devolver todo ese papel en forma de libro es maravilloso.
¿Estuviste en alguna banda de pequeño?
No, pero quise estar. Mis amigos eran la mitad de los Litros y la mitad de los Feos. Yo nunca me decidí por con quién ir y no me metí en ninguna de las dos. Hice teatro en los Feos y mi madre me apuntó a clases de pintura, porque ella pintaba y era profesora, en lugar de hacerlo al conservatorio. Y mi padre a inglés. Iba a un taller de pintura con un amigo y por eso la pintura está muy visible en mis novelas. La música se quedó como territorio desconocido.
¿Y cómo ha recibido la gente del pueblo la librería?
Pues lo que más me gusta es algo tan sencillo, pero tan grande, que es que la gente abre la puerta y a veces no compran libros, pero dicen: «Gracias por haber abierto la librería». Según dicen, ha cambiado de pronto el espíritu de la plaza, se ha animado muchísimo el pueblo y se está generando como una nueva inercia cultural.
El primer día una señora me dijo: «¿Para qué montáis una librería si yo no leo?». Durante todo el tiempo que ha durado la obra me la he ido encontrando y me decía lo mismo. Un mes, segundo mes. Bueno, pues ha acabado entrando. Sí, para el pueblo creo que está siendo una alegría inmensa. Me dan mucha envidia los niños que entran, les dejo tocar todos los libros, y eso que hacen ahora ellos a mí me hubiera gustado hacerlo. Niños que ahora entran, eligen su libro, se van solos y vienen luego al rato con el abuelo. Me parece muy bonito.
¿El ayuntamiento os ha ayudado de alguna manera con la puesta en marcha?
No. De hecho, no he pedido ayuda. Solo he pedido consejo a otras libreras como la de la Mistral, Andrea. Prefiero no pedir las ayudas ahí, ni siquiera consejos. De hecho, es muy difícil abrir un negocio. Al principio verbalmente me dijeron que el baño tenía que ser normal y luego me dijeron, cuando ya estaba el baño hecho, que tenía que ser adaptado, y lo tuve que tirar. También me dijeron que rampa sí y luego que rampa no. Lo tuve que hacer todo de nuevo. Por eso se retrasó la apertura. Yo quería haber abierto en Navidad y abrió el 10 de enero. Un mes después. Menuda diferencia si llega a haber abierto antes de las fiestas navideñas.
Ahora están encantados. Además, estamos frente a frente con el ayuntamiento, es un reto. Estoy entre la casa de Dios, la casa del pueblo y las bandas de música. Protegido por todos los estamentos.
¿Hacéis eventos y actividades culturales?
Sí, de hecho, creo que es la librería que más autores ha tenido en un mes. La inauguración fue con violonchelos y violines gracias a que Buñol es un pueblo musical. Se abrió. Y luego la primera firma fue Irene Vallejo, que es la autora del libro de los libros, que ya es algo simbólico. Luego vino Dolores Redondo, Luz Gavás, Alice Kellen para jóvenes, una autora novel, Lucía Chacón, que me fascina y que el boca a boca ha transformado su libro en un éxito. Así que cinco autores, cinco mujeres para abrir. Esto en un mes.
¿Y a quién más quieres traer?
Pues me gustaría que vinieran Pierre Lemaître, Patrick Modiano y Delphine de Vigan. Pero creo que me pueden costar más.
¿Qué anécdotas os han dejado los primeros treinta días?
He descubierto la cantidad de gente que escribe y que autopublica. Y eso es muy difícil porque lo autopublicado no entra en el sistema de distribución. Todo el mundo cree que su historia, con la mejor de las intenciones, puede estar en la librería. He descubierto la cantidad de gente que escribe. Yo pinto, pero no quiero exponerlo. Creo que ahí hay una confusión entre escribir y disfrutar de la escritura y querer publicar y que te vendan. Me gustaría que la escritura se convirtiera en un disfrute, que no sea obligatorio publicarlo. Porque es una frustración gigantesca.
Quizá están pensando más en publicar que en escribir.
Seguramente, yo también lo habría hecho; me habría plantado en una librería para que vendiera mis libros con mi cajita. Me falta que la gente aprenda a disfrutar de la lectura como de la escritura, que no haga falta publicar. ¿Y qué referente tienen ellos mismos? No tienen referentes. Son autorreferenciales a la hora de escribir.
Hay un montón de anécdotas en estos días. De hecho, me han encargado que escribiera algo sobre la librería.
¿Te han encargado que escribas sobre la librería? ¿Quién?
Sí, una editorial.
¿Un libro?
Sí. Porque es que ya en sí mismo esto es como una novela a la que podría ponerle fin porque ya está el proyecto en marcha. ¿Y qué anécdotas? Pues un día llegaron aquí los nietos de unos hermanos de mi abuelo, que era librero en Sagunto. Dijeron: «Hola, somos los nietos de tu tío abuelo». De ellos son los libros que mi madre me prestaba de pequeño, Genoveva de Brabante. Todos esos libros que tengo en casa y que están en una estantería de la librería.
¿Qué escritores van a visitar Doña Leo en un futuro próximo?
Ya he hablado con Elvira Lindo, que publica novela ahora mismo, es amiga, y además va a vivir en Valencia pronto. Luego, también me apetece que vengan autores valencianos. A uno de novela negra que conocí en el Planeta, David Orange. No sé cómo se pronunciará. Y Espido Freire, que es la que vendrá. Se lo he pedido a Milena Busquets también, que es buena colega. Y así iré buscando poquito a poquito.
Estás haciendo la agenda mes a mes.
Claro, es que he hecho mucho en el principio. Ha habido días que un día ha habido firma y al día siguiente también. Eso en una librería de Madrid ya es impensable.
¿Se forma cola?
La cola es una alegría para el pueblo y para nosotros. Vendrán un montón de amigos. Quiero que vengan. Vendrán Javier Castillo, Manuel Loureiro, María Oruña o…
Y a Marta Fernández la traerás, ¿no?
Marta Fernández ya ha venido. Pero también vendrá con La mentira, aunque está escribiendo otra cosa ahora.
¿Ves a Doña Leo como un punto de encuentro de jóvenes escritores?
Ya lo es, de hecho. Hay un escritor que me dijo que debería, una vez al mes, proponer a un autor joven. Y apostamos por una porque me lo pidió la persona que cuida a mi madre.
¿Qué novela es?
Siete agujas de coser, de Lucía Chacón. En cuanto me llegó la puse en el escaparate y con el boca a boca lleva siete ediciones. Da igual que te la recomiende Babelia o que hable de ella Francino. El verdadero empuje de un libro son los lectores. Si no lo recomienda el lector, de nada sirve todo lo demás. Ni reseñas, ni enormes fajas con opiniones de autores conocidos como Sara Mesa o Vila-Matas. Es como en los trenes de Auschwitz, que había una persona sostenida por la multitud para que por la ventana describiera el paisaje, «¿Qué ves? Montaña, se ve nieve». Y por una ventanilla iba narrando. Al final, sin esa multitud de abajo, no se aguanta el que va narrando de arriba.
¿Te has planteado convertirte en editor como Sylvia Beach?
Sí. De hecho, mi objetivo es hacer ediciones de Doña Leo. Es algo que he compartido solamente con Marta Fernández. Editar libros de gente que me gusta y me sorprende, libros antiguos que tienen más de setenta años y están libres de derechos.
¿Una editorial de rescates?
Sí, que es lo que hace el Asteroide y empezó haciendo Impedimenta. Yo rescataría, en primer lugar, Genoveva de Brabante, que es una novela que le encanta a mi madre. Ese es el primer libro terrorífico para niños. Una mujer abandonada en el bosque porque la repudian. Esas novelas que se leían terroríficas, que parecen muy de hermanos Grimm, nada parecido a las historias infantiles de Disney, bien duro.
¿Serás fiel a los textos originales o adecuarás los textos a las nuevas sensibilidades?
Respeto al autor, a mí no me quiero que me hagan eso. ¿Para ser políticamente correcto? Pues no. Lo que hay que hacer es leer con la mirada del momento en el que se escribió un libro o se pintó un cuadro. Si no, estaríamos vistiendo con telas el Prado. Me niego a revisitar el pasado y corregirlo. Hay que entenderlo desde hoy.
¿Qué es el kilómetro cero de la felicidad?
Pues la alegría de montar una librería y que esté llena de gente, que todo el mundo que venga y nos visite se vaya contento. Y además kilómetro cero lo pone en Shakespeare & Co. Hubo un momento en que quise poner kilómetro cero, Buñol, pero me pareció una pretensión gigantesca.
Al fin, lo cambié por kilómetro cero de la felicidad.
¿El stock de la web es diferente al de la librería?
Sí, porque la librería es pequeñita, entonces no cabe todo lo que nos gustaría tener. Además, compite con Amazon. Vendemos al mismo precio y con la misma velocidad de entrega.
¿Cómo has conseguido hacer una web tan bonita? Las librerías no destacan por tener portales de venta tan bien diseñados.
Porque en mi familia son diseñadores gráficos. Y yo, además de periodismo, estudié diseño gráfico. Como soy terco, dije cómo tenía que ser todo: qué colores, qué tipografía, y sobre todo que fuera sencilla. Que pudieras buscar de manera ágil y que estéticamente fuera perfecta. Es cómoda. Está bien pensada.
Hay un espacio destacado al manga en la web. ¿Eres aficionado?
También hay en la librería. He descubierto el manga con los niños del pueblo. El único manga que yo conocía era Mazinger Z o Heidi. Abrimos sin manga en las estanterías y entonces empezaron a hacernos encargos. Los coloqué mal en la estantería porque están impresos al revés que los libros occidentales. Vino una niña de once años y me dijo: «Tienes todo mal». Entonces descubrí que el manga se leía al revés.
Los niños y las niñas son sorprendentes. Tenemos una niña de doce años que se lleva las novelas de Santiago Posteguillo. El otro día vino un niño de diez años y me pidió libros de historia. Yo le dije: «¿Historia de qué? ¿Duendes, fantasía?». Y me contesta: «He dicho historia», y es que le gusta leer a Eslava Galán. Historia pura y dura del mundo, Segunda Guerra Mundial o historia de España. Los niños a mí me están descuadrando y el manga fue mi primer aprendizaje.
No aparecéis en la web de todostuslibros, el portal del Gremio de Libreros. ¿Os asociaréis en el futuro?
Creo que ni me voy a asociar al Gremio de Libreros de Valencia, ni me voy a asociar al de Madrid, porque no tengo claro qué beneficios me aportaría. Pedí información al Gremio de Libreros de Valencia y había mucho «apoyaremos, desarrollaremos», todos estos verbos pomposos que no significan nada. Con lo cual no voy a estar en las ferias del libro, porque eso significa otro TPV, otro ordenador, más gastos… Creo que la librería ha nacido para estar en Buñol y para que quien quiera que se acerque a la librería.
¿Y si funciona bien? Que ya está funcionando. ¿Abrirías sucursales?
Me lo ha pedido mucha gente de pueblos cercanos. En Chiva, por ejemplo, quieren. Pero yo no he nacido con mentalidad empresarial. Sí que es cierto que Doña Leo se va a convertir en un elemento más de Buñol, porque las bolsas y todo el merchandaising, gifts y cosas de estas, las va a vender un negocio de la plaza al que le he cedido todo. Entonces, me gustaría que la «Leomanía» se vaya hacia otros lugares, pero no abriendo más negocios.
¿La gestión de la librería de compatibiliza fácilmente con tu labor como escritor?
Sí, porque Juan Castillo, mi pareja, lleva toda la gestión. Él estudió empresariales y se encarga de la relación con las distribuidoras, la facturación, etc. Yo no bajo por la mañana. Ahora, si no fuera por vosotros, estaría escribiendo arriba. Por la tarde sí que me bajo porque me gusta mucho escuchar la trastienda, como autor de los libros. ¿Por qué no se paran en un libro? Porque esa cubierta no llama la atención y da igual que sea de un autor que admiro. Porque cuando se giran y leen el primer párrafo de la contra, lo rechazan. Entonces ahí hago un aprendizaje que luego comparto en el chat que tengo de amigos autores, escritores, y les voy diciendo todo lo que no deben hacer para que su libro se rechace.
Tienes un laboratorio…
Sí. Stendhal y el Rojo y negro… basta ya de libros en rojo y negro. Porque se amontonan, son todos iguales. No se diferencian. Aunque cambien la foto, el diseño es el mismo.
Adiós pequeño está en los primeros puestos de los best sellers de ficción. ¿Lo vendes mucho en la librería?
Sí, es el libro más vendido en la librería.
Y tienes que firmarlo, claro.
Y lo firmo, sí. Pero me parece que es un gesto de cariño de quien viene, se lleva otro y el mío. Me parece muy bonito. Vamos, yo también lo haría. Si fuera a la librería de Andrea yo me llevaría La abuela civil española y luego me llevaría otro de no sé, de Pierre Lemaitre o el que fuera. Sí, es el libro más vendido.
¿Y qué le supone a los lectores poder encontrarse contigo en tu librería?
Pues agradecer la lectura y compartir impresiones. Es un regalo bajar. De hecho, cuando estuvo firmando Redondo e Irene Vallejo, yo también firmaba. Los dos. Es muy curioso.
En tu caso es diferente, estar en tu librería cuando estás firmando.
Sí, es muy diferente. Porque también te piden consejos sobre otras novelas. O la que has recomendado en Instagram. La quieren. De hecho, yo creo que hemos relanzado Buenos Días, tristeza. Tiene setenta años. Ahora todo el mundo está pidiendo la novela de Françoise Sagan Buenos Días, tristeza.
¿Tienes libros difíciles de encontrar? Como Frankenstein ilustrado por Elena Odriozola.
Sí, caprichos y grandes títulos como Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera o Madame Bovary. Tener las ediciones que te gusta regalar. Porque ya los has leído, pero te apetece tenerlos de otra manera. O relanzar Buenos días tristeza o El amante.
¿Qué sorpresas nos deparará Doña Leo en el futuro?
Yo creo que la sorpresa será editar libros. Recuperar libros.
¿Serán ediciones cuidadas?
Sí, me gustaría que estéticamente, además, fueran bonitos. Editoriales que yo amo, que me encantan.
Recomiéndanos algunos libros para comprar en Doña Leo.
Trilogía de la ocupación de Modiano, porque es mi autor. Una historia ridícula, de Landero. Y uno que me he encontrado ahora, de Emilia Pardo Bazán, de cuando llegó en 1889 a la exposición de París. Todas sus crónicas como periodista. Una mujer moderna, como diría Manuel Vicent. Me parece una pequeña joya estupenda.