Arte y Letras Lengua

Acentos, la lengua interceptada 

acentos

Lejanas latitudes 

corroen la memoria 

llueven sobre la palabra

me borran.

(Cristina Falcón Maldonado)

Cada lugar configura un lenguaje.

(Hebe Uhart)

—Mamá, ¿estoy perdiendo el acento? 

No es la primera vez que mi madre se enfrenta a esta pregunta. Suele responderme que no, que para nada; y yo respiro hondo. Sin embargo, al colgar, me vuelve la duda, repaso su tono, sus posibles silencios, no sé si creerla, a veces me convenzo de que solo lo dice para que no me sienta mal, o a lo mejor se acostumbró a mi lengua interceptada, a este acento que migró hace años de su ciudad natal. 

El acento es una forma del habla que combina geografía, clase social, nivel educativo, etnia y primera lengua, explica Roberto Rey Agudo, experto en lenguaje y profesor en Dartmouth College: «Yo tengo, tú tienes, todo el mundo tiene. Decir que alguien no tiene acento es tan creíble como decir que alguien no tiene rasgos faciales». Desde temprano, los seres humanos dibujamos un mapa de sonidos de nuestro lugar de origen. Dice Patricia Kuhl en la revista Smithsonian que, a partir de los seis meses de edad, el cerebro graba nuestro acento, interpreta esas peculiaridades como el sonido del hogar. El acento es un reflejo de nuestro lugar de procedencia, un deje fundamental de nuestra identidad, de nuestra geografía privada.

Los hay de todo tipo: enérgicos, dulces, sonoros, cortados, y también hay acentos pegajosos, esos que con solo oírlos un instante se van colando. Se habla de convergencia fonética cuando una persona cambia el acento, la forma de pronunciar y entonar según con quien esté hablando. Y también se puede adherir al léxico, incorporar los términos que emplea el otro, su estructura gramatical. Mientras la convergencia fonética tiende a ser inconsciente, la adopción del vocabulario ajeno generalmente es una elección: en la convergencia lingüística se da una adecuación que integra, asimila, intenta acercarse a la que aparenta ser la jerarquía imperante. Por el contrario, la divergencia lingüística trata de marcar una distancia con el interlocutor, que se distinga bien el acento, la diferencia. En el primer caso, la geografía personal confluye con la ajena; en el segundo, la rehúye. 

Al migrar, se multiplican las bifurcaciones lingüísticas o su evasión. El duelo migratorio está constituido por el cruce de varias pérdidas: de la familia que está lejos; de la tierra y sus paisajes; del idioma y del estatus social —especialmente si el país de acogida es xenófobo—; del grupo de pertenencia con el que compartimos códigos, ese que entiende nuestro humor, nuestra cultura, nuestra manera de hablar, con todo su color y sus escalas. 

En efecto, el duelo por la lengua es mayor cuando hay barreras lingüísticas, si no conocemos bien el nuevo idioma. Pero en países que hablan nuestra lengua materna también puede sentirse la nostalgia lingüística: querer usar nuestras palabras, que quien tenemos al frente nos entienda con lo primero que se nos venga a la mente. Se pone en juego el componente emotivo de la lengua: sentirse parte, sentirse cerca. 

Moverse hacia otras latitudes es un juego de batallas y renuncias: ¿qué vocablos protejo a toda costa, cuáles enseño, cuáles guardo para mí, a cuáles, sencillamente, renuncio? Pienso en guayabo, por ejemplo. Sé que podría decir resaca, es estándar, todo hispanohablante la entiende. Pero el problema es que, si digo resaca, no siento la boca seca, la cabeza embombada, las manos temblorosas, la pesadez. Así que elijo guayabo y, a renglón seguido, me traduzco: «O sea, resaca». Aunque también he renunciado a decir comida, porque en España mi comida es la cena. O a decir: «¡mira qué mono ese niño!», pues mi interlocutor cree que estoy diciendo que el bebé es muy lindo (el mono español), y yo digo que no, que qué rubio (o sea, mono en Colombia, el güero de México), y, en el fondo, pues sí, el bebé también es lindo, pero no me refería a eso, en fin. Me suena fingido, de telenovela, pero cedo. Sustituciones, renuncias. 

En Vivir entre lenguas, Sylvia Molloy asegura que «el reemplazo de un idioma por otro no está exento de melancolía» y cita a Nabokov, con su paso al inglés: «Todavía siento la punzada de esa sustitución». Aunque, en este caso, el idioma es el mismo, mi lengua se siente otra cuando hago concesiones por el bien del diálogo, cuando me dejo vencer por la resaca y por la cena, o cuando me dejo engatusar por la entelequia de lo que se hace llamar español neutro

Neutralizar una ilusión

«Neutro, neutro, neutro», repito la palabra y pierde su sentido. Qué sería la (supuesta) neutralidad de una lengua. Según contó en BBC Mundo, al periodista valenciano Pablo Esparza le gusta pensar que para aprender español tuvo que irse a Londres, donde se topó «de frente con la amplitud y la diversidad del español». Y es que en los grandes medios de comunicación de «audiencia hispana», que podría sumar más de quinientos millones de espectadores, aspirar a la neutralidad lingüística es el norte: que más gente entienda el contenido, que llegue a más personas. Pero ¿qué vendría siendo entonces ese español estándar

Quizá se acerca la señora catalana que me contó entre risas que su yerno alemán «sí habla castellano, pero aprendió con profesores latinos». (Ojo al pero). «Él no conduce, él maneja —explica—; él no va en coche, va en carro; él no echa de menos, a él le hace falta». Y sí, aunque ejemplos como esos parecerían lo más cercano al latinoamericano neutro, incluyendo el ustedes en vez del vosotros, hay términos que definitivamente no aceptan esa agrupación. O, si no, ¿cómo se llamaría el desecho plástico que asfixia a las tortugas? ¿Pitillo, pajita, popote o sorbete?

Solo en Colombia existe por lo menos una decena de acentos: rolo, paisa, caleño, costeño, pastuso, chocoano, etcétera, cada uno a la vez con sus modismos, su jerga. En su canción viral «Qué difícil es hablar el español», los hermanos Juan Andrés y Nicolás Ospina exponen con gracia que el español es también la polisemia de sus términos, las variedades de su pronunciación, sus múltiples idiosincrasias. 

«El español neutro es un invento que surge de una necesidad concreta: rentabilizar cualquier producto dirigido al mundo que se comunica en español», explica la lingüista M.ª del Rosario Llorente Pinto; es un «lenguaje artificial» que consigue un «producto exportable a todo el mundo hispano». Pero, como demuestra la separación de los doblajes para Latinoamérica y España, una unificación total parece, de momento, ilusoria. El español, lengua madre de tantas naciones distintas, se construye precisamente sobre sus matices. «El acento neutro es falso», afirmó tajante hace unos años la actriz cubana Yvonne López Arenal al criticar la pretensión de neutralidad en la producción de series hispanas en Estados Unidos: «Nunca voy a hablar de esa manera neutra, es una aberración, no existe».

Pero la siguiente noticia evidencia que lo aberrante siempre puede crecer: «Exalumnos de Stanford desarrollan una app que cambia tu acento», informa CNN. A través de la inteligencia artificial y en tiempo real, «un trabajador de un call center en Filipinas podría hablar normalmente al micrófono y acabar sonando como alguien de Kansas para el cliente que está del otro lado de la línea». Al provenir de entornos internacionales, los creadores de Sanas han visto «de primera mano cómo la gente te trata diferente únicamente por tu forma de hablar» y concluyen que esto «a veces es doloroso».

Entiendo la intención de la app: que nadie sienta que debe modificar su acento para que la persona que lo escucha se sienta cómoda, lo trate de manera normal, no lo discrimine. Porque, como encontró mi amigo Fabio Zamarreño en su investigación doctoral, no son pocos los casos de empresas en Cataluña que solicitan de manera explícita a sus gestores de recursos humanos que no les envíen sudamericanos para cargos de ventas o de apoyo telefónico: «no está bien visto —dicen—, mejor un acento de aquí».

Tener prejuicios por el acento es el equivalente lingüístico de juzgar a alguien por su físico, afirma el profesor Rey Agudo en The New York Times. Pero, vamos, que ambas cosas suceden todo el tiempo, y con consecuencias muy reales: sesgos a la hora de conseguir trabajo, de alquilar una casa, de acceder a un crédito, de hacer un trámite, etcétera, etcétera. Se fetichizan unos acentos, se desdeñan otros. Exotismo y discriminación. El acento es tan real como los estereotipos que lo envuelven.

Justamente, en ocasiones, buscar neutralizarse no es solo un mecanismo de adaptación, sino también de supervivencia. Imitar el acento del interlocutor produce cercanía y además favorece la comprensión tanto de quien escucha como de quien habla. Neutralizar la lengua como herramienta para neutralizar la extrañeza, moderarla. Pero no hay que olvidar su acepción bélica: neutralizar al enemigo, anularlo.

El acento como símbolo de la otredad, como pasaporte que se enreda en el paladar y se cuela entre los dientes. Émile Lumbroso escribe: «Había tratado de borrar mi acento, que tantos contratiempos me había causado en la escuela y que me marcaba como extranjero». La sensación y la marca de la extranjeridad. El acento como una visa sin sellar.

Partir es partirse en dos

¿Por qué entonces se siente tan cómodo —y a veces tan extraño— el regreso? La vuelta a casa: por fin me entienden, aquí no tengo que modularme. Hay expresiones que se extinguen con el desplazamiento, como si se tratara de un chiste interno, que renacen solo con la vuelta a la ciudad de origen. Así sea de visita y con su pregunta recurrente, «¿hasta cuándo te quedas?», recorro las vetas de la cartografía sonora de mi niñez.

Floto en la sensación de libertad que produce recuperar mi jerga, mis frases hechas, y, no voy a mentir, mis eses arrastradas, la musicalidad en los finales. Virginia Mendoza lo expresa en Verne: «[es] como si tu lengua materna se hubiera quitado los tacones, el sujetador, la corbata. Te sientes más libre. Estás de vacaciones. Estás en tu pueblo. En cuestión de horas, has recuperado el acento del lugar». Conozco estas geografías, tengo claro el mapa. Aunque, de vez en cuando, regresa también la duda: ¿este acento sin brasier es orgánico o impostado? ¿Estoy haciendo, sin saberlo, una performance?

Belén López Peiró dice en El País que «migrar es traducir». Releo y anoto: migrar es traducir(me), alejarme de esos sonidos que guardé cuando tomaba tetero (ok, biberón) y que temo perder cuando me mueva. ¿Miedo a qué? A la extrañeza, al desarraigo. A usar la palabra ajena, prestada, a que ese préstamo se convierta en posesión. A que me digan «estás hablando como… (insertar aquí la ciudad o país de acogida)». A que me juzguen. ¿Juzgar qué? A que me pase lo que a la protagonista de Julia Rendón Abrahamson en Lengua ajena: que las rimas de esta música y de este acento se me metan en el cuerpo, llenen mis tejidos, mis partículas, y me vayan componiendo hasta que un día concluya, sin opción a réplica: «Ya no puedo no ser de acá».

Y quizá por esa razón a veces percibo que se me exacerba el acento, que planto divergencia. Me veo a mí misma marcando distancia, no con quien me escucha sino con mi yo migrante, con esa colombiana que teme perder el acento —y que seguramente a veces lo pierde—, un hiato entre yo y yo misma, entre la del paisa sin tacones y la que tiene interferencias, la que ahora dice rubio (siempre).

Para Gabriel García Márquez, «el mejor idioma no es el más puro, sino el más vivo. Es decir: el más impuro». Y es que, en realidad, en esa lengua impura reside también su expresividad, su riqueza, su mestizaje. Como dijo a Publishers Weekly en Español el escritor guatemalteco Javier Payeras: «Nuestro lenguaje es igual de mestizo y así será en el futuro: migrante, interrumpido, intervenido», literatura espameada.

«Nous sommes tous infectés de la langue», cita Sylvia Molloy a Jacques Hassoun, «usando el término como se usa en pintura cuando un color se insinúa en el otro». Y esta contaminación se da en la escritura, en la lectura y también en el habla. Mi lengua está siempre infectada por otros, por el Otro. Mi acento se marca en mi casa y cuando me muevo se desdibuja. Mi lengua criolla e híbrida muta, está viva. 

La historia del español es la historia de sus desplazamientos. Las intercepciones en la lengua son las marcas del moverse, del no estancarse. La lengua interferida es el símbolo de que las ciudades, los países, sus personas, ¡la vida!, no nos pasan por encima, sino que se mezclan y remueven en lo profundo. Mi lengua interceptada que dice cena y también chévere y guayabo es mi propio remix, nuevos pasos geográficos. Mi acento como collage, mi lengua como mosaico.

El lenguaje produce realidad y yo me produzco a mí misma a cada frase, en cada palabra que uso para hacerme entender, para narrar(me). Renuncio a algunas partes de mi habla en el extranjero que resultan obsoletas por contexto. Y en ocasiones me extranjerizo (más) cuando deliberadamente decido usar mi jerga, traducirla al instante, pero mantenerla, explicar su significado, esperar que a la siguiente ocasión mi interlocutor —un extranjero él también para mí— entienda a la primera, aprenda (y ojalá) utilice esa palabra que yo insisto en proteger con nostalgia, que acaricio y cuido como a un perrito perdido en tierras extrañas. 

«¿Después de todo, en qué lengua soy?», se pregunta Molloy. Con la lengua «infectada» pinto paletas nuevas. Mi lengua se intercepta, es decir, evoluciona. Lejanas latitudes llueven sobre mi palabra, pero no me borran, solo me lavan, me dan visos nuevos, estreno capas. «Partir es siempre partirse en dos», dice Cristina Peri Rossi. Soy en esta lengua partida en las tres latitudes a las que he llamado casa. Y, en sus intersecciones y metamorfosis, me resignifico yo también.

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13 Comments

  1. El acento es la música de la lengua. El vocabulario aumenta y se enriquece leyendo, estudiando , viajando y sobre todo migrando. La música que empleamos al hablar cambia cuanto más evoluciona nuestro almacén lingüístico. Podría compararse a un repertorio amplio en un cantante.
    Clasismo y racismo lingüistico lo practican los que tienen un repertorio lingüistico reducido y se extrañan ante lo desconocido.

  2. Leveller

    Un artículo que suscribo siempre que no haya discriminación. Porque, claro: cuando un latinoamericano viene a España, hay que respetar su acento porque, pobrecito, es un migrante con derecho a mantener su identidad y los españoles tienen la obligación de conocer su forma de hablar. En cambio, cuando un español va a un país latinoamericano, debe adaptar su acento para no quedar como un racista clasista conquistador. ¿Verdad?

    • Pepe le putois

      Los españoles deben adaptar su pronunciación cuando van a Latinoamérica simplemente porque a la enorme mayoría de los castellanoparlantes el acento español les repugna por su sonido horripilante.
      El ceceo y la pronunciación de las eses es como si les clavaran palitos chinos en los oídos. Además la mayoría de los españoles tienen un vocabulario paupérrimo y solo conocen el registro coloquial del lenguaje, por lo que es una excelente oportunidad para que aprendan a utilizar más correctamente el idioma.
      Son muy pocos los países de América latina en los que se habla tan mal como en España.
      Cuando leo libros traducidos siempre me fijo que el traductor no sea español porque es garantía de traducción mediocre con errores gramaticales y hasta semánticos.

      • Francisco Clavero Farré

        Bueno, bueno, creo que es usted demasiado duro; sólo enamórese de una española o español y ya verá cómo no le parece tan horrible el acento. Por otra parte en España, como en América, hay muchos acentos; no es lo mismo el de Bilbao que el de Cádiz. A mí, andaluz costero, me cuesta menos imitar algún acento americano que los castellanos de meseta.
        En lo del vocabulario empobrecido sí lleva usted gran razón; espero que nuestras carencias léxicas, que obviamente no son de todos los españoles, no se contagien a América, donde obviamente también hay gente de vocabulario raquítico.
        Traductores españoles, como americanos, los hay mejores y peores.
        Borges, en páginas memorables, ya hacía escarnio de los españoles que menospreciaban el habla argentina y confundían los pronombre le y lo; por cierto yo como andaluz, al igual que los americanos no los confundo: lo es de complemento directo, «ayer vino Juan, pero no lo vi», y le indirecto, «ayer no le vi la cara.»

        • Roberto

          No le haga caso. Los acentos españoles hacen furor en América gracias a la industria audiovisual y musical desde Nino Bravo en adelante.

    • Roberto

      No, es verdad. Un español en América no debe adaptar su acento, solo explicar algunas cosas y quizás evitar «coger» a la gente en el Cono Sur y México. Al contrario, los acentos españoles del centro y norte tienen muy buena recepción porque se asocian con la sofisticación («en Europa la gente es más culta y más educada»), con la RAE («habla como una enciclopedia»), con la Madre Patria («el español de allá es más puro»), con el sexo («suena como los de las películas porno [dobladas]»). Así que vienes a América y quieres optar a un buen trabajo, conseguir dónde vivir, hacer amigos, tener admiradores, «coger unos días» en el sentido rioplatense y que te hagan caso, intenta no perder nada de tu acento del centro o del norte. Si tienes algún acento del sur, dependerá de adónde vayas, pero no te van a acusar de racista clasista conquistador.

      • Francisco Clavero Farré

        Lo de las pelis porno es argumento irrebatible; nada de cambiar mi acento cuando cruce el charco.

    • Matatu

      Mentira. Todo lo contrario.

    • Sanguengo

      Cuando un gallego va a la capital mesetario-manchega (donde el 99% de sus habitantes dicen no tener acento) se le anima a ir al logopeda (o se le obliga, si presenta un programa de TV) hasta que tenga bastante duende.

  3. Maestro Ciruela

    Tengo una sobrina residiendo en la Suiza fronteriza con Italia y casada con italiano desde hace unos diez años más o menos. Se fue de España después de vivir aquí más de treinta años; pues bien, cada vez que hablo con ella por teléfono, tengo la sensación de tener a Raffaella Carrà al otro lado de la línea. También tengo un conocido argentino que ahora vive en Buenos Aires después de haber residido en España más de treinta y cinco años. Cuando nos tratábamos, cualquier español que conversara con él no tenía duda alguna de su acento porteño aunque me decía que cuando regresaba ocasionalmente a su ciudad natal, los taxistas le comentaban: «Usted no es de por aquí, ¿cierto?»

  4. Todos creemos que el acento neutro es el nuestro, no somos capaces de escuchar nuestra propia música.

  5. MacNaughton

    Cuando The Proclaimers (los hermanos Reid: Letter to America, I’m On My Way), un grupo escocés que cantan en dialecto, sacaron su primer disco allá en los 80 era la bomba…

    Eran los primeros digamos que cantaban descaradamente en dialecto escocés, y incluso tienen una canción sobre nuestro forma de hablar. Por ejemplo, en Escocia trillamos la R, mientras los ingleses lo silencian: Nosotros decimos «bird» con r, los ingleses no pronuncian la R cuando dicen «bird». Es muy frecuente los ingleses directamente no nos entienden, y yo cuando llegué a España, tenía tal acento que mis compañeros ingleses en la Academia donde daba clases no me entendían. Incluso hasta día de hoy si me encuentro con un conocido inglés, prefiero hablarle en español…

    La canción trata de un escocés que está enamorado de una inglesa que no entiende su acento. Reza asi:

    I’ve been so sad /
    Since you said my accent was bad/
    I’ve worn this frown /
    A Caledonian clown /

    Some days I stand /
    On your green and pleasant land /
    How dare I show face /
    When my diction is such a disgrace

    I’m just going to have to learn to hesitate /
    To make sure my words /
    On your Saxon ears don’t grate /
    But I wouldn’t know a single word to say /
    If I flattened all the vowels and threw the R away

    You say that if I want to get ahead /
    The language I use should be left for dead /
    It doesn’t please your ears

    Oh what can I do, to be understood by you?

    I’m just going to have to learn to hesitate
    To make sure my words
    On your Saxon ears don’t grate
    But I wouldn’t know a single word to say
    If I flattened all the vowels and I threw the R away…

    La canción se llama «Throw the R Away» … o «Tirar la R»….

  6. E.Roberto

    Excelente lectura, señora. Gracias. Me ha hecho recordar un pasaje de Historias, de Heródoto, en donde narra que, siendo todos griegos que hablaban el mismo idioma, a los vencidos en una de las tantas guerras contra una Polis cercana, para identificarlos les hacían pronunciar una palabra que los prisioneros, aún sabiendo que iban a morir no eran capaces de pronunciarla como la pronunciaban los vencedores. Se muere con el idioma, que es una manera de volver a casa. Por mi parte tengo sueños recurrentes en los cuales, después de muerto me encuentro nuevamente de frente a la mesa examinadora de bienaventurados, con el privilegio de volver a las andadas, por bueno se entiende, o por pavo que es lo mismo, y cuando, entre otras cosas, me dan a elegir el idioma que quiero saborear de nuevo allá abajo, sin pensarlo dos veces elijo el argentino, entonces el profesor, atildado y severo y español seguro me dice “Pue(z) mire que hay otros, tan satisfactorios como completos y sobre todo melodiosos” “Me disculpe profe, pero no le creo; además sería otro, y yo quisiera seguir siendo el mismo para no perderme la poesía sureña de tangos, milongas y chacareras; ¿para qué cambiar de caballo en mitad del rio?, y además más vale pájaro en mano que cien volando”.

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