El primer número de la serie Sandman, enero de 1989, apareció en un momento trascendental para los cómics. De cambio; si quieren, también momento para reivindicarse como medio expresivo, narrativo, artístico. Spiegelman llevaba ya más de una década sacando fragmentos de su aclamada Maus, Eisner era poco menos que leyenda viva entonces, Alan Moore estaba empeñado en explorar límites, subtextos, referencias. Pero fue Sandman la obra definitiva que, quizás, acercó el cómic a un público adulto más amplio, en base a una serie de referencias cultas que lo situaban, como dijo Bender, sobre un plano voluntariamente artístico. O igual es lo que yo pienso (lo que, creo, piensa también Ana Rosa Gómez Rosal). Porque a mí me encanta Sandman, no quiero esconderme, dejemos esto claro desde el principio…
A ella también.
El desarrollo de los 75 números de Sandman nos cuenta la historia de Sueño, o Morfeo, o Murphy, o el Príncipe de las Historias, o el Oniromante, o Kaich´Kul, o Lord L´Zoril, o también Oniros, (o Dream, en el original inglés). Es uno de los siete Eternos, encarnaciones personificadas de la conciencia en todos los seres que viven y vivieron. Asistiremos al cambio que sufre este personaje, aparentemente inalterable al Tiempo, y cómo, pese a esas variaciones en su carácter, Morfeo es incapaz de escapar al destino (o Destino) que, se intuye, lo espera desde el principio de la historia.
(Solo que quizá no. Solo que, quizá, su determinismo sea otra forma de ser libre, como la estructura métrica del soneto es un ramalazo de independencia para quien versa. Pero estas cosas, las de lo filosófico, se las dejamos a Gómez Rosal).
Neil Gaiman es un señor inglés que siempre viste de negro, tiene muchos gatos y cuenta historias. Es una descripción breve, y seguramente injusta, porque Gaiman es también uno de los escritores más vendidos a día de hoy dentro de lo que podríamos llamas «Fantasía Oscura» (sea eso lo que sea), tiene un montón de premios en su casa, saltos a lo audiovisual bastante exitosos y carisma como para llenar un trailer. Pero, miren… no creo que él se sintiese incómodo con lo de arriba. Lo de que viste negro, tiene gatos y cuenta historias. Porque eso parece Gaiman… un contador de historias, un storyteller clásico de la tradición anglosajona, alguien que tiene universos entre las orejucas y los deja salir a cambio de un lugar para pasar la noche, un fuego para calentarse o un adelanto millonario (qué importa).
Lo importante es lo otro…
Lo importante es satisfacer esa necesidad. La narración, el relato. El contar para contarse.
Escribir Sandman.
Sandman alcanzó enorme popularidad en sus días (popularidad que mantiene hoy), siendo una obra con ventas muy apreciables para tratarse de temática no superheroica (aunque no hay superhéroe mayor que un Eterno, supongo) y teniendo críticas mayoritariamente elogiosas. Incluso uno de sus números, que trampantojea el shakesperiano A Midssumer´s Night Dream, llegó a alzarse con el World Fantasy Award a la mejor historia corta, en una decisión que hizo caer varios monóculos y arrancó algún “cáspita” sorprendido.
Pero… ¿qué es Sandman? ¿Una excepción gozosa? ¿Un adoquín dentro de calzadas mayores? ¿Cuarto y mitad de cada cosa?…
La creación de Gaiman es una tragedia en el sentido más clásico del término. Uno que te firmaría el mismo Bardo. Y, como todas las grandes tragedias, ésta también tiene su componente de Fatum, entendido como Destino ineludible que se establece ab initium. Tan evidente es que incluso llega a revelarse en los primeros números, con una serie de juegos simbólicos de esos que a veces ponen los escritores para ser descubiertos (hay otros que se ponen para permanecer siempre tras el velo, pero de Robbe-Grillet no vinimos hoy a hablar).
Tampoco queremos contarles mucho, pero aparecen unas moiras, unas benévolas, unas tres damas, una chica joven-medianaedad-vieja. Y un hilo, claro. Sí, lo mismo que en la Insomnia de Stephen King (si saben de lo que hablo son consumidores de cultura pop pata negra), pero sin Reyes vociferantes y pistoleros que apuntan con el ojo y no con la mano, porque quienes apuntan con la mano han olvidado el rostro de su padre. Juega Gaiman aquí con una larga tradición de representaciones sobrenaturales que gastan apariencia femenina y vinculación al Destino. Representaciones que son, sí, inspiradoras en al Arte. ¿Breve recorrido? Pues miren, hagamos memoria, cojan aliento… las Musas, las Gorgonas, Hécate, Diana, Cibeles, Perséfone, la völva escandinava, Lilith, la Dama del Lago, la Venus d´Ille de Mérimée, la Lamia de Keats o la Bruja del Atlas de Shelley. El propio Robert Graves dedicó un volumen completo, así que tampoco corresponde añadir mucho…
¿Deja todo esto a Sandman fuera de su tiempo y su lugar? ¿Es una obra abstracta, irreconocible, inaprehensible en sus referencias cronológicas? Pues no. O no solo. El posmodernismo que exhibe Gaiman es delicia a varios niveles (es delicia a todos los niveles), pero en modo alguno queda desconectado de esa Generación X que cruza toda la novela (y, de hecho, la X Generation de Coupland aparece en 1991, así que es contemporánea a Sandman).
Quedaron atrás los acelerados años 80, y la narrativa se reinventa con una serie de autores nuevos y un discurso marcadamente nihilista que convive divinamente con aquellas sandeces de Fukuyama y El fin de la historia y el último hombre. Y en música está Nirvana, pero tampoco me voy a extender sobre ello, ejem… Así, Sandman es hijo de su época, y refleja una filosofía que no hace sino recoger ese caldo de cultivo que flotaba en el ambiente cultural durante los primeros años 90.
Más aun, importa aquí el sentido determinista (y aun cíclico) de la existencia que Gaiman mamó en su formación religiosa judía (o judeocristiana, en mixtura de ambiente familiar e influencias culturales). Pero hay varios personajes en Sandman que deciden rebelarse a ello y tomar riendas de su propio destino. Uno es Lucifer. Sí, Lucifer, el de la guerra, el portador de luz, el que cayó. Hito ineludible dentro del universo cosmogónico y de referencias religiosas que puebla Sandman. Un Lucifer por el que sentimos simpatía, socarrón, que sabe disfrutar de los placeres. Muy miltoniano, y recordemos que en Milton Yahvé es dibujado de forma airada y vengativa, mientras Lucifer se acaba haciendo objeto de compasión y, sobre todo, comprensión.
Pero, hay que insistir, nos encontramos excepciones dentro del ciclo narrativo. ¿Quieren otra? Vamos a la familia principal. Los Eternos. Seres inmutables y sujetos a reglas rígidas, uno de cuyos miembros incluso se llama Destino, que aparecen perfectamente marcados en sus caracteres desde el principio de los tiempos, y que tienen también a su oveja negra, elemento discordante que busca huir de un futuro fijado para intentar construirse el suyo propio. Hablamos, claro, de Destrucción, una de las más gozosas creaciones de Gaiman, reverso irónico y excepcional a todas las normas. Destrucción, que decide abandonar su puesto como guía del apocalipsis para vivir una vida sencilla de poeta (malo), pintor (malo), cocinero (malo) y vagabundo (bastante aceptable). Sus diálogos con Morfeo se cuentan entre los más logrados de la serie por carga filosófica, y suponen un intercambio de opiniones fundadas sobre el Destino, el libre albedrío y la responsabilidad personal.
Que no es poco asunto.
Todas estas influencias literarias y religiosas se han ido entrelazando por la obra de Gaiman en consonancia con el momento histórico de su aparición, y acabaron por crear una sensación de Fatum donde las excepciones no sirven como patrones de comportamiento posibles, sino a modo de contrastes para resaltar la idea principal.
Entonces… ¿es Sandman una obra filosófica? Pues no creo. O no solo. Digamos que lo anterior era poco más que una prueba, una travesura, un mira, tú, si es posible. Un prólogo al prólogo. Déjenme ser, también, metaliterario hablando de Sandman, que es muy metaficcional.
Porque ahora viene lo bueno.
Ana Rosa Gómez Rosal sabe muchísimo. Sabe un montón, se lo juro, un montón. Sabe un montón de Filosofía, que para eso es Doctora, y sabe un montón sobre Sandman, que para eso lleva en mente hasta los detalles más pequeños, hasta las referencias más nimias, hasta esas flores que lucen bellas durante nuestros soñares y luego aparecen marchitadas cuando bajamos al mundo real (solo que… en fin, Zhuangzhi, y la mariposa, y todos esos asuntos… no seré yo quien ponga mano en el fuego).
Ana Rosa, les decía a ustedes, sabe de lo que habla, y habla de forma divina, porque te hace fácil la comprensión de cosas realmente chungas. O, al menos, abstractas. Muy abstractas. Te pilla la pregunta ontológica y, hop, ven que te explico tomando referencias de la cultura pop, de dos o tres canciones que salen por la tele, de este libro tan raro que casi nadie leyó y este comic tan famoso que todos han leído. La alta y la baja cultura, que es distinción que hicieron unos gafapastas pensando que solo sea cultura lo suyo. A mí no me metan en ese grupeto. A Ana Rosa, seguramente, tampoco.
Entonces… ¿por qué explicar una novela (una novela con dibujos, con bocadillos, con portadas y pinturas a doble página… una novela que es un cómic que es una novela) en base a referencias filosóficas? O, más aun… ¿por qué explicar Filosofía tomando referencias a Sandman? Seguro que alguien les daría respuestas larguísimas a esto, respuestas con palabritas de esas bien gordas, casi incomprensibles. Yo tengo otra. Más fácil, más contundente. Se la robo a un inglés llamado George Leigh Mallory.
Porque está ahí.
Porque se puede. Porque nadie lo prohíbe, porque hay muchas posibilidades, porque, quizá, supone un reto. Porque esta cultura popular (y popular en el sentido más íntimo del término… popular por conocida, popular por accesible) encierra tantos referentes literarios y artísticos como cualquier obra sesuda. Y porque puede ser objeto de análisis, claro que sí. Es lo que hace Ana Rosa Gómez Rosal, y es auténticamente delicioso.
En este libro que tienes en tus manos, querido lector (o lector paciente… ahora acabamos el prólogo, prometido) se tratan temas serios. Muy serios. Extremadamente serios. Se habla sobre la libertad, sobre el determinismo, sobre deberes y sentencias. Se reflexiona acerca de qué nos hace ser lo que somos, de cómo cambiar sin abandonar nuestra propia persona, la Estética, la Ética. Viajamos al Infierno para que nos cuenten cómo solo el Cielo justifica su existencia (o al revés), y cómo los sueños son el material más potente para fabricar mundos, y cómo los relatos, las historias, re-crean al género humano. Todo aquello que nos enseñaban en las clases de Filosofía, allá por el Instituto (o más tarde). Lo que parecía casi incomprensible, lo que debías leer tres, cinco, diez veces para que se te encendiese la luz, zas, y al fin lo vieras, ese momento maravilloso, cuando las tinieblas quedaron atrás.
Complicado, ¿no?
Pues Ana Rosa se lo va a explicar de forma bien fácil.
Y con gracia. Y con algunas referencias posmo. Y sin renunciar al background cultural, porque cuando tienes su background cultural te salen datos (de Nietzsche a la HBO) continuamente, casi sin esfuerzo. Ella, decíamos, te coge todos estos rollos tan de arrugar la frente, tan de apoyar mentón sobre mano, y explica para que lo encuentres no solo interesante (ya era) sino también ameno. Entretenido.
Divertido.
Sí, Filosofía divertida. Quizá suena milagroso, pero les juro que sucede.
Filosofía divertida.
Analizar filosóficamente Sandman, claro. Desentrañar las preguntas últimas a partir de setenta y tantos capítulos y cientos de libros escritos por autores bien profundos. Con sentido del humor, con autoparodia a ratos. Con algunos hallazgos estéticos de los de aplaudir suave. Que bien si todos los libros de Filosofía fuesen así (eso es un deseo). O, vaya… que bien si lo fuesen, al menos, algunos…
Meter en una coctelera a Roderick Burgess, René Descartes, Miguel de Unamuno, el demonio Choronzon, Aristóteles, John Dee, Friedrich Nietzsche, las Hécates, Baudrillard, Hob Gadling, Walter Benjamin, Hettie La Loca, María Zambrano y Matthew, el cuervo (viva Matthew, el cuervo). Agitarlo. Añadir erudición, claridad y tres gotitas de mala leche. Ah, hielo, también hielo. Y que funcione. Eso es lo difícil.
Que funcione.
Y, oigan… funciona.
Yo se lo dejo aquí, querido lector. Ya verán, ya, qué delicia. Delicia es una palabra que empieza por «D», y eso importa, sí, en Sandman. Importa mucho. Ahora viene Ana Rosa Gómez Rosal y se lo cuenta.
Prometido.
Este artículo corresponde al prólogo del libro Metsandman de Ana Rosa Gómez Rosal que se puede adquirir en librerías y en nuestra tienda online.
Pingback: Presentación de Metasandman – Blog de Atom Cómics
Pingback: "Metasandman" un libro de Ana Rosa Gómez Rosal - infomag.es
Pingback: Jill Thompson: «Me gustaría que hubiera más poder en las manos de los creadores. Porque, sin nuestro manantial creativo, todo va a ser mediocre y corporativo» - Jot Down Cultural Magazine
Pingback: David Rubín: «De niño, inventar mis historias, dibujar cómics, era mi PlayStation» - Jot Down Cultural Magazine