Seguro que tienen ustedes amigos así. Así. De esa forma, de esa precisa forma. Que están siempre con lo mismo, que no hablan más que de lo suyo.
Los turras, vaya.
Los turras son personajes que se mueven entre lo entrañable y el repelús más intenso, mezclando monólogos vacuos, aburrimiento vívido y más emperifollo en su discurso que Marcel Proust desayunando bollería industrial. Es gente que aguantas por costumbre, por inercia, porque a veces, casi en sucesos milagrosos que ríete tú de Fátima, te cuentan una historia interesante entre toda su palabrería resobá. Tampoco es necesario extenderse, que ya sabemos todos de quiénes estoy hablando.
Así que vengan conmigo, queridos lectores y lectoras, en este descenso al submundo de los grandes turras. Tendremos músicos fallidos, poetas fallidos, padres exitosos y algún trisca del mundillo cultural. Todos ellos luchando denonadamente por un premio más grande que el Planeta… ver quién es el más turras que existe. Voten o añadan en los comentarios las ausencias imperdonables, den ahí la turra.
(La caja de votos está al final del artículo)
Los de las series
El turras de series es el antiguo turras cinéfilo. Sucede que ahora nadie va al cine para ver pelis que no sean de Marvel, así que las brasas se reducen considerablemente por ese flanco. Pero el turras no nace ni muere… simplemente cambia. Y, así, han aparecido los de las series. Que no les voy a negar, yo, que haya alguna serie buena, ojito. Pero de ahí a sacralizar revoluciones en la ficción en base a contenidos episódicos, alargados artificialmente y con menos elipsis que el diario de Tamara Falcó pues… El problema es que siempre encuentran algo que salvar en cada producto televisión: una actuación, un travelling, un paisaje muy bonito que sale en el capítulo catorce de la temporada diecisiete durante segundo y medio. El horror, el horror.
Imagen tipo: Gorra. Gafas de pasta. Ropa con mensajes plenos de ironía posmoderna.
Los de su deporte
Tienes que venir a un partido de curling. En serio, tío, el curling es lo más, es acojonante, pareciera que solo te pones a barrer el suelo, pero no, es un deporte muy estratégico y de altísimo nivel físico. Pues así, pero con cualquiera. Con el suyo. Que yo encantado, oiga, que cada cual sus rollos, pero no me vengas a vender motucas. Yo esto lo hago mucho con el ciclismo. Que si este chaval recién salido de escuelas en Flandes va a ser el siguiente Miguel Indurain. En fin, de alguna forma hay que justificar las horas perdidas viendo etapas llanas de la Vuelta Ciclista a Villamierda de Arriba. Vaya, que soy un turras.
Imagen tipo: Cruasancitos. Mallas demasiado prietas. Ropa que ningún treintañero debería llevar (solo que ya no son treintañeros).
Los artisteos varios
Ah, los artisteos… qué haríamos sin los artisteos. El que pinta, el que se ha comprao una cámara de fotos güena, el que se apuntó a una compañía de teatro amateur, sí, pero somos superserios, ahora vamos a representar un Beckett, ¿sabes quién es Beckett? Igual no, porque es muy de gente de las tablas, nosotros decimos así, gente de las tablas. Y ahí empieza la turra. Porque a partir de entonces usted es un ente ajeno, alguien majo, vale, pero sin la sensibilidad suficiente como para captar algunos matices que solo letraheridos y similares pueden comprender. También es algo incómodo cuando acude a presentaciones e inauguraciones de expos, que son los espacios donde el artista (los artistas, se juntan muchísimos… todos son artistas menos el que va mirando artistas) comienza rituales de autoafirmación personal basados en extravagancias, palabras como «epistemología» y, en general, vergüenza ajena. Multipliquen por quince o veinte y entenderán la zozobra…
Imagen tipo: Peinados raros. Gafas de pasta aun más grandes de lo que ustedes piensan. A veces hacen así con los dedos, como si estuvieran encuadrando una cámara, y dan mucha rabia.
Los de la música
A todos nos gusta la música, vale, pero el turras, el auténtico turras, te dice qué música debe gustarte. Dependiendo de los estilos pueden ser más o menos perniciosos, situándose en el extremo máximo aficionados al jazz (ese espanto que solo sirve para gafapastear y echar miradas por encima del hombro), el rock clásico (menciones de honor a los seguidores de Queen o Bruce Springsteen, oh, joder, menudas brasas) y quienes aman algún género determinado, cuanto más diminuto y específico mejor… quiero decir, la polifonía acompañada por viento del Tíbet es acojonante de buena, pero donde se ve al auténtico pesado es en la polifonía acompañada por viento de ese minúsculo valle del Tíbet. Cabe señalar que los aficionados al reguetón y similares no suelen ser demasiado turras, porque saben que lo suyo no puede considerarse música y lo aceptan con deportividad.
Imagen tipo: Cincuentón, calvo, barrigudo. De los que se piden el gin-tonic con mil historias dentro. Da cosita.
Los poetas
El problema de los poetas es que lo son veinticuatro horas al día. Quiero decir, mi amigo Tuten es tornero fresador, y no anda por ahí con el torno bajo el brazo haciendo piezucas. Primero porque el torno es muy grande, y segundo porque no le gusta hacer el ridículo. Pero el poeta… ay, el poeta. Con su fular, con su sombrero, con sus frases que incluyen siempre las palabras «amanecer» o «abril». La insoportable levedad de sus días es materia insoslayable, así que puede usted estar preparado, porque va a saberse todos los pormenores de algo que podría firmarte Sebastián, tu vecino del sexto. Ah, una última cosa… si el poeta no es célebre, y admirado, y miembro de las más selectas ediciones es porque el mundillo de la literatura le tiene manía. Por auténtico, por valiente, por no haberse quebrado ante el mercado o los poderes. Pero si él quisiera… ay, si él quisiera.
Imagen tipo: Caricaturesca. Aspecto blandurcio, como darle la mano a una rana. Cara de «yo tendría que estar tomando copas con Rimbaud y Baudelaire pero, mira, aquí me tienes, aguantando tu absurda presencia».
Los espirituales
Tienes que cuidarte. Pero no tienes que cuidarte en plan «tres orujos bien, cuatro ya es problemático», no. Tienes que cuidarte en plan «mira, estas hierba con pinta horrible combaten la coreomanía, la risa descontrolada y el síndrome de Finnis-Wilkinson». Todo eso con citas de Paulo Coelho y ánimos para que abras tu corazón, para que seas uno con el bosque, para que reflexiones y le pidas al universo todo lo que el universo puede darte (salvo, curiosamente, ese cuarto orujo, que es lo que realmente deseo ahora). En fin, una vida plena, y mucho más horrible, al módico precio de riñón y pico por taller en un hotelito rural que alquila la inmobiliaria de Jason Voorhees. A todo esto añadan el proselitismo. El proselitismo constante, el proselitismo pesado. El «¿te lo vas a comer?», el «estás así porque quieres». Déjenme un ratito en paz, señores, o les digo la frasecita de Brad Pitt en el meme… sí, sí, la que empieza con Fucking hippies.
Imagen tipo: Flores. Mediana edad tirando a más de mediana edad. Dinero abundante, porque si no tienes dinero abundante no puedes perder ratitos en estas chorradas.
Los conspiranoicos
Vale, vale, tú piensas eso, pero es porque no tienes toda la información… Ay, si yo te contará. Y va, el cabrón, y te lo cuenta, porque la gracia de las conspiraciones (los secretos más secretísimos del mundo de los secretos secretísimos) es que las conoce todo el mundo, lo que parece un poco raro, pero en fin, a mí no me miren, se me rompió el gorrito hecho con papel de plata hace unos mesucos y ahora me tienen intervenido el fistro diodenal. A mí que la gente crea en reptilianos, en que Jesús Gil sigue vivo y en que Bustamante es un agente de la KGB me la trae flojísima… pero déjeme usted no creerme sus mierdas, señora, suélteme el brazo. La evolución política de los sujetos, cada vez más volcados a la extrema derecha, tampoco ayuda a soportarlos ni una miaja.
Imagen tipo: Mirada perdida. Ropa arrugada (bien planchadita si pasaron por casa de su madre). Cierto aire a «esa persona de la que hablas… ¿está con nosotros en la habitación?».
Los de la comida
Hace años todo esto era monte y no existían intolerancias a la lactosa ni celíacos. Que, oye, está muy bien eso de que ahora podamos tener métodos para detectar a los celíacos y a los intolerantes a la lactosa, hasta ahí todo maravilloso. El problema es cuando haces girar tu vida, tu identidad y todas tus putas conversaciones alrededor de ello. Que si ese restaurante tal, que si el pan libre de gluten de no sé dónde en realidad tiene trazas. Uno no imagina conversaciones con tal pelaje en una novela de Emilio Salgari… y, ¿saben por qué? Efectivamente, porque son un coñazo. Y sus protagonistas unos auténticos turras. Que vivan las croquetas.
Imagen tipo: Modernos. Urbanitas. Malasañeros (en Campoo no hay intolerancias alimenticias).
Los criptobros
¿Sabes ese negocio que puede cambiarte la vida, que puede hacerte ganar millones de euros, que te va a convertir en el auténtico macho alfa que tú siempre supiste que eras, Luis Eduardo? Pues, efectivamente, ese negocio no te lo explica un niño con los dedos manchaos de chetos desde la habitación de su casa, que tiene el suelo lleno de he-mans y playboys. Y nada, que la peña sigue picando, porque antes eran estampitas y ahora son criptoestampitas. ¿Una moneda con la cara de ese famoso youtuber, el Mierdas, que sirve solo para comprarle productos a él pero dentro de tres o cuatro meses saltará a los mercados internacionales? Pues claro que sí, qué puede salir mal. Ojalá todo, también les digo. Sucede que estos genios de la economía, estos Gordon Gekkos que desayunan Nesquick y galletas María, son, además, unos turras de cojones. Meten muchas palabras que no entienden del todo en su discurso (palabras como «trading», «rentabilidad fija» o «timo piramidal») para engrosarlo y que no los veas como lo que son: chavales cambiando cromos de Transformers. Cromos muy, muy caros.
Imagen tipo: Virgen. Flipao. Muy virgen. Muy flipao.
Los de su trabajo
El trabajo sirve para muchas cosas chulísimas, como cobrar dineros, conocer gente y, sobre todo, cobrar dineros. Pues nada, hay gente que insiste e insiste en hablarte de su curro, de su jefe, de lo putísimo amo que es, de lo mucho que aprende a su lado. En fin, todo mentiras, ya saben, pero hay que vender la moto. Estos turras tienen un cierto aire, también, a turras de lo económico, porque se pasan el día hablando de sueldos, de porcentajes, y tienen tendencia indisimulada al liberalismo, porque el gobierno nos roba, tú, nos roba, por qué tengo que pagar yo esa carretera si nunca transito por allí, etcéteras varios. Hablan muy alto y piden gin-tonics con cosas, porque los gin-tonics con cosas son la nueva frenología: carece de validez científica, pero señala de forma bastante exacta a los gilipollas.
Imagen tipo: Traje. Coche de empresa. Sonrisa de felicidad hasta que se descubra su firma como testaferros y acaben enchironaos.
Los que tienen hijos
Su cuqui. Su pichurri. Su bolita de carne que pesa diez ochocientos cincuenta (sabes hasta el microgramo). Vienen de lejos, oigan, que durante el periodo de encintez fingías divinamente que tú también manejas lo de contar en semanas. Y no. Ni de coña. Pero, piensas, esto será un ratuco, luego se va pasando, volveremos a ser los de antes, las birras, los tugurios, el «una más y pa casa». Corderillo. Esa «más» ya se tomó hace nueve meses, y la llevas arrastrando. Ahora tocan las historias sobre si el niño duerme bien (no, que no te engañen), las fotos del niño durmiendo (hay que aprovechar esos siete minutos) y diferentes onomatopeyas con cosas como eructar o potar (que no trajeron tanta gracia doce meses antes, cuando quienes lo hacían eran los hoy orgullosos padres). Monotemas de pañales y potitos.
Imagen tipo: El móvil siempre a mano, no vaya el niño a vomitar y te lo pierdas. Bajan a tomar el café con más equipaje que Willy Fogg en el día dos. Cara de perenne cansancio.
Los verborreicos.
Los del exceso de prosa.
Los que se saltaron la clase de síntesis en Lengua y Literatura del colegio.
O peor aún… Las combinaciones de turras. El Death Combo. Como los padres que hablan de nutrición y a la vez son espirituales y yoguis de baratillo
Qué artículo tan pobre. De lo peor que he leído en Jotdown. Tiene razón en que la gente puede ponerse muy pesada «de lo suyo», pero se convierte en un auténtico turras: el turras de los turras.
Magnífico artículo, ágil y divertido, sin dejar de lado la parte de sociología perspicaz, de la buena.
Echo en falta sin embargo al “Calimero”, entre quejica y rabioso, que tortura a su interlocutor con sus múltiples desgracias en detalle: quiere ir a la playa y le llueve (pero si hubiera podido ir se quejaría de la arena que todos le tiran encima), su jefe le tiene manía, en la calle se lleva todos los empujones, odia el sol, odia la lluvia, odia el frío y el calor, nunca está contento con nada…y te lo hace saber cada vez que le ves.
El autor se ha acobardado y no ha incluido a las turrofeministas. Por mi parte añado a los ofendiditos
Premio gordo a la turra del siglo para Marcos Pereda y sus batallitas ciclistas.
Curiosamente, aunque sé que existen, nunca he sufrido en persona a los turras de esta lista. Echo de menos a dos con los que me he encontrado a menudo: «Los de su opción política» y «Los de los relojes» (estos últimamente de capa caída, por culpa de los Apple Watch y similares). Pero sobre todo a (¡tachán!):
Los victimistas
Aunque los turras mencionados anteriormente pueden resultar incómodos en sus propias maneras, existe un subgrupo aún más insoportable: los victimistas. Estas personas tienen una tendencia constante a centrar la atención en sus propias desgracias, problemas y contratiempos, con una maestría digna de las mejores tragedias griegas. Cualquier conversación con ellos se convierte en un monólogo interminable sobre sus dificultades, reales o imaginarias, con un énfasis exagerado en sus emociones y sufrimientos.
Los victimistas se caracterizan por su habilidad para convertir cualquier situación en una oportunidad para lamentarse. Desde problemas laborales menores hasta complicaciones cotidianas, no hay evento demasiado pequeño para que no lo conviertan en un drama épico. Además, su capacidad para encuadrarse dentro de algún grupo victimizado resulta asombrosa.
Imagen tipo: Mirada perpetuamente triste. Exceso de emoticonos en mensajes de texto. Tendencia a empezar las frases con «yo siempre…» o «a mí siempre me pasa que…».
Los «ofendiditos», sin ninguna duda los peores.
Eugenio, me alegro por usted de no haber tenido que soportarlos. Eso sí que es una proeza y lo digo sin ironía.
Lo peor de lo peor es el espiritual-conspiranoico, nuevo espécimen nacido tras la pandemia COVID. ¡Insufribles!
Pues Pereda, ¿ande está la turra sobre el Tour de este año??.
Tanta tontería…aquí nadie se salva. Todos podemos ser plastas en un momento dado.
Acá faltan los que saludan tímidamente al entrar y se quedan sentaditos y casi mudos entre desconocidos, pues así lo quiso el instinto ecuménico del anfitrión, y luego no hacen otra cosa que ejercitar su cuello mirando a uno o a otro de aquellos que tratan de imponerse para hablar primero, con el vino orbitando y salpicando como excusa, y solo atinan a mirar, pues no creo que escuchen por el caos y menos entiendan por lo heterogéneo del grupo. Generalmente son amigos de amigos de amigos de los hijos, almas cándidas y no preparadas que luego se van confundidos, preguntándose intimamente adónde vine a parar. Y me dan unas ganas de abrazarlos, besarlos y decirles cuando se van, vení cuando quieras, no es siempre así. Muy bueno, Don Marco. Como siempre.
Los de las turras políticas. Esos ven en todo alguna connotación política, ya sea a la izquierda o a la derecha. Y no puedes decir nada, no vaya a ser que pierdas una amistad. Me gustaría decirles, ¡no me interesan tus opiniones políticas! ¡Déjame vivir!
Entiendo el tono provocativo en el que está enmarcado el artículo en general, pero aquello de «[…] jazz (ese espanto que solo sirve para gafapastear y echar miradas por encima del hombro) […]», no se lo cree ni vd.
Los todólogos: esos que enseñarían a una madre a parir… Cada vez más abundantes, y algo tienen que ver la redes sociales.