Ciencias

Del Cordyceps al chasqueador: fisiopatogenia de una enfermedad inexistente

The Last of Us cordyceps.
Un chasqueador infectado de cordyceps ataca a Joel en el videojuego The Last of Us. Imagen: Naughty Dog.

En los pasillos de un edificio abandonado camina un tipo con barba, ojeras y una camisa vaquera. Lleva una mochila de piel vieja que se hace cargo de una máscara de gas, un rifle, una navaja, un hacha, dos pistolas y un par de cócteles molotov. Mucho en poco. El tipo no hace ruido, huele mal y siente una punzada en el bajo vientre con cada paso. Una herida mal curada le recuerda de dónde viene y hasta dónde quiere llegar. Tiene delante la luz de varias linternas barriendo los pasillos. Los dueños de esas linternas gritan su nombre y le amenazan. Cada puerta cerrada es el miedo puesto con un lazo. Él, un tipo que antes se llamaba Joel y ahora no sabe si tiene sentido tener nombre, se detiene y observa a su alrededor. Entonces el aire se empapa con un chasquido gutural. En la distancia se recorta la silueta de un ser que camina entre espasmos y con una flexión antinatural de las piernas. Joel se detiene. Ya están aquí. Surgen dos borrones más y se queda quieto tras una esquina. Nuestro amigo Joel observa el entorno, busca la manera de pasar desapercibido. Sabe que para sobrevivir es necesario pensar y en el mundo roto que nos muestra The Last of Us la capacidad de pensar es la excepción que confirma la regla.

(Antes de seguir, y para tranquilidad del lector, quiero dejar claro que este artículo no tiene spoilers sobre la trama principal del juego o la serie, pero, eso sí, no descarto que tenga esporas. Si continúa leyendo es porque asume el riesgo de contagio).

Los videojuegos son una puerta abierta de las muchas que nos ofrecen la cultura. Y en el caso que nos ocupa esa puerta nos traslada a un mundo dominado por un hongo que convierte a los humanos en marionetas. Como hacen algunos políticos, pero sin disimular y usando esporas en lugar de palabras vacías. Decidí acompañar a Joel hace unos meses, cuando descubrí que Pedro Pascal iba de padre de Grogu a escolta de Ellie. Me declaro culpable de haber tardado demasiado tiempo en cruzar el mundo hecho ruinas de The Last of Us. A pesar de comprar el juego en 2014, la paternidad y la vida me llevaron a jugarlo en 2023. La historia de un padre y una pandemia. La ficción haciendo de pitonisa en la pantalla de mi salón.

En ese otro mundo que es la consola, una cepa mutada de un hongo del género Cordyceps comienza a buscarse la vida allá por septiembre de 2013 (una década antes en la serie). La idea para el juego surgió de la existencia de ese hongo en el mundo real. En nuestro querido planeta el señor Cordyceps es capaz de infectar a artrópodos, dominar su mente y después matarlos. Se asegura una correcta diseminación de esporas jugando a los zombis en miniatura. Desde ahí se les encendió a los creadores de Naughty Dog, la empresa que desarrolló el videojuego, una premisa que contagia. Si este hongo infectara a los humanos, ¿qué pasaría? De este modo imaginaron una pandemia antes de la pandemia.

En el videojuego, la enfermedad por Cordyceps se puede producir de dos maneras. Uno puede ser mordido por un infectado o bien inhalar las esporas que emiten aquellos que son ya más hongos que humanos. En la serie parece que se ahorran parcialmente lo de las esporas y plantean la posibilidad de que el origen esté en lo que comemos. Harina marca Cordyceps para una humanidad claramente pastelera. Aquí debo comentar, para tranquilidad de la mayoría, que en seres humanos, gracias a la temperatura de nuestro cuerpo y la presencia de una correcta inmunidad celular, las infecciones fúngicas suelen ser localizadas o no pasar a mayores. Ya sé que la realidad a veces supera la ficción, pero vamos a relajarnos, que venimos de un viaje considerable y no apetecen más curvas microbiológicas.

En la enfermedad producida por el hongo podríamos distinguir cinco fases. En este punto debo reconocer que estas fases surgen de haber observado a los infectados tanto en el juego como en la serie. Me puedo equivocar, sin duda, pero permítanme la licencia. Tras sufrir el contagio por Cordyceps, el individuo comienza el periodo de incubación. La duración de este dependerá de la cantidad ingerida o inspirada de hongo, es lo que podemos llamar «carga infectiva». También estará influido, si la causa de la infección es un mordisco, de la distancia de la mordedura al sistema nervioso central. La infección por esporas parece una elección elegante y efectiva. Al fin y al cabo, el amigo fúngico puede quedar impregnado en las fosas nasales y ahí tiene cerca el bulbo olfatorio, que sería un atajo estupendo al cerebro y sus circunstancias. Al tiempo, de llegar a los pulmones, disfrutaría de una autopista sanguínea al corazón y desde este tiene pase premium a las carótidas y el cráneo. Así que las esporas son un buen caballo de Troya. Quizá de ahí que en nuestra realidad sea la forma de contagio para artrópodos.

En la fase de incubación el enfermo al inicio presenta malestar y fiebre. Esto último se hace para incrementar la temperatura del cuerpo, en un intento por quemar las naves al invasor. Pero ya sabemos que Cordyceps ha mutado y el calor es lo suyo. Los primeros signos y síntomas de que algo no va bien serían tanto locales, es decir, una herida por el mordisco que se pondría de todos los colores, como a distancia debidos del daño neurológico. Temblor, cefalea, mareos o movimientos incontrolados que son una puesta a punto de la marioneta. El hongo toma el control y prueba el producto antes de comprarlo. Como en un concesionario de humanos, pero en terrible.

A continuación, desaparece la conciencia. Hasta luego, se acabó, se desvanece la persona. Entran en modo zombi de George Romero. Violencia, ausencia de dolor y nada de sentimientos. Un ente vacío en el que solo cabe la necesidad de morder a lo que tengan cerca y se parezca a un nuevo huésped. Durante esta fase de mordedor, que puede durar unos días o meses, el cuerpo se convierte en una máquina de conquistas. El hongo sabe que desde ahí tendrá su expansión. Utiliza los dientes y la boca del huésped para ir de unos a otros. Mientras tanto, lentamente, aniquila el sistema nervioso como un roedor meticuloso. Eso asentará y dará lugar a la tercera fase de la infección. Las neuronas se sustituyen por un mullido tejido micótico que atraviesa músculo, carne y hueso. El caos que no cesa para llevar encima una naturaleza siniestra. Es por ese afán devorando el sistema nervioso por el que el Cordyceps pierde un sentido fundamental: la vista. Pero en la pérdida está la búsqueda y aquí el tesoro es encontrar un don entre lo que ya no se tiene.

En la cuarta fase no hay ojos y no hay cerebro. El cuerpo se pudre y ese tejido muerto deja paso al hongo. Todo es moho, líquido y sangre coagulada. El cuerpo se mantiene de pie y el hueso frontal se abre como una flor húmeda y maloliente que tiene debajo una boca con los dientes rotos de tanto usarlos. Una amapola de pesadilla que se comporta como una antena parabólica que emite y recibe sonidos, como un delfín asqueroso que deambula en seco intentando atrapar presas. Se sirve de un sentido del oído exagerado para buscar de forma constante. Emite sonidos guturales, chasquidos, que al golpear el entorno regresan y facilitan un mapa. Los chasqueadores dialogan con los recovecos y las superficies para no perderse en el laberinto. En este temible periodo el hongo puede usar su juguete durante años. En algunos casos, y si el huésped resulta ser cinco jotas, llegan a lograr una sublimación de su conquista. Gigantes que oscilan, caminan y corren capaces de partir a un hombre en dos sin apenas esfuerzo o lanzar esferas de esporas que al romperse infectan sin remedio. Un festival fúngico que ni en una película de Ari Áster encontramos enemigo.

uatro de los estados en la infección por el hongo Cordyceps. Imagen
Cuatro de los estados en la infección por el hongo Cordyceps. Imagen: Naughty Dog.

Finalmente, cuando se ha drenado el huésped por completo, el cuerpo queda seco. Pueden haber transcurrido décadas desde el mordisco o el primer bocado al bizcocho de la abuela. En la quinta fase de la infección el individuo encuentra descanso y cae como una lapa. Se hace pegatina incómoda. Cada cuerpo inerte genera un camino invisible que teje una trama. Si los pisas se percute una pista a un chasqueador o, como indican en la serie, se genera un calambre que alcanza a la colmena de infectados más cercana. En un mundo sin comida a domicilio parece que funciona estupendamente el morse con pisadas.

Por estas cinco fases y sus consecuencias la humanidad se mueve en un contexto apocalíptico, fúngico y dictatorial. Con revolucionarios que creen poder cambiar las cosas mientras buscan con esperanza una cura. Un fármaco que sea capaz de evitar la progresión de la enfermedad o una vacuna que evite la infección. En una distopia que no cesa la aparición de alguien inmune podría ser un regalo para los que quieren que el futuro se articule otra manera. Es ahí donde Ellie se convierte en una promesa y se presenta como una Ítaca a la que proteger para regresar en casa.

Joel se mantiene agazapado. Ya no escucha las voces de aquellos que le buscaban y tampoco puede ver sus linternas. Tan solo oye los chasquidos de tres seres que caminan de un lado a otro. Sonidos guturales que cada vez quedan más cerca. Busca en su mochila considerando varias opciones. Quizá puede matar a uno de una cuchillada en la nuca. No haría apenas ruido. El siguiente podría ser un cliente del cóctel molotov. Esa opción llamaría además la atención del tercero. Los gritos producidos por el fuego serían un magnífico cascabel y eso le convertiría en un estupendo candidato para el hacha. Joel asiente porque tiene un plan. Va a multiplicar por cero a tres infectados. Se mueve ligeramente y camina agachado hacia el cuerpo que se agita. Se repite que no son humanos, que son otra cosa que les queda lejos. Avanza en silencio. Cuando está detrás del primer chasqueador se pone de pie y golpea con fuerza. Un chorro frío de sangre negra salpica sus manos mientras se percata de su error. Son muchos más de lo que pensaba y en un instante está rodeado. Gira sobre los talones y ve una ventana hacia la que corre desesperado. Salta y cierra los ojos mientras sonríe. Tiene la oportunidad de salir con vida o quizá, con un poco de suerte, de escapar para siempre y alcanzar así un merecido descanso.

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2 Comentarios

  1. «Jugué al juego hace 2 meses porque se ha puesto de moda gracias a una serie inacabada que está viendo todo el mundo, así que tengo cosas que contar al respecto».

    No, gracias.

  2. Pingback: The Last of Us, Kropotkin y el apoyo mutuo en el fin del mundo - Jot Down Cultural Magazine

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