Este artículo es un adelanto de nuestra trimestral Jot Down nº 42 «Babel»
A veces caen del cielo a docenas y abren cráteres a panzazos. Otras veces arrasan bosques enteros a pisotones o demuelen montañas a puñetazos. El camino más corto entre el punto A y el punto B, ellos lo tienen claro: en línea recta y a mordiscos. Si hay una barrera natural en medio, el problema lo tiene ella. Y usted, que suele ser el punto B, no le quiero ni contar. Un consejo encarecido: eche a correr y no mire para atrás. A lo mejor salva la vida, y perder, perder, lo que se dice perder, no se va a perder gran cosa. Son grandes como torres, pero también son tontos con avaricia. Se empujan, se atropellan, se pisotean… Parecen niños saliendo al recreo. Si no dieran miedo, darían risa, pero claro: eso hace que den más miedo todavía. Y la cosa es peor cuando hacen brecha en una muralla y logran entrar en la ciudad. Cuando destrozan los tejados a manotazos y sacan gente a puñados de las casas. Entonces parecen bebés comiéndose una tarta. Lo normal es que te traguen entero, pero hacen excepciones. Hicieron una, por ejemplo, con Carla Jaeger, la madre de nuestro protagonista, en el primer capítulo de la primera temporada. Ocurrió frente a los ojos atónitos de su hijo, un niño de diez años, y los de los espectadores, poco acostumbrados a ver semejantes burradas en televisión. No entraremos en detalles: bastará con imaginar a un comensal sorbiendo con fruición los fluidos cerebrales de la cabeza de una gamba.
Para explicarle cómo son no puedo recurrir a las comparaciones: no hay nada que se les parezca en la historia del manga, del anime ni del cine en general. Entre los reseñistas occidentales hay una comparación recurrente: los gigantes de Goya. El coloso, el Gigante sentado, Saturno devorando a su hijo… Será que van desnudos como ellos, o que tienen el mismo gesto desquiciado en la cara, mitad aterrado y mitad aterrador. He aquí una descripción formal: miden entre cinco y quince metros de altura, no son capaces de hablar y su figura es muy parecida a la humana. Los hay masculinos y femeninos, pero solo de cuello para arriba. El cuerpo, por el contrario, es asexuado: no tienen genitales ni mamas. Tampoco tienen ombligo. Pregunta de examen: ¿están vivos los titanes? Respuesta: doctores tiene la Iglesia. Y los foros y las wikis no le quiero ni contar. A estos gigantes les pasa lo mismo que a los virus: que no parecen cumplir algunas de las funciones vitales básicas. En su caso, tres de cuatro. No nacen, no crecen y no se reproducen. Morir sí que mueren, pero tampoco está en su naturaleza y cuesta mucho que lo hagan. Ni arden ni se asfixian ni caen por vejez, inanición o enfermedad. Y se les corte lo que se les corte, les vuelve a crecer en un pispás, como a las estrellas de mar. Que sepamos, solo funciona una cosa: apuñalarlos en la nuca.
Eso es todo cuanto sabemos sobre ellos en el arranque de Shingeki no Kyojin, que en español recibe el título de Ataque a los titanes. Y de las personas de la serie no se crea que sabemos mucho más: que solo queda un millón y pico en el mundo y que todas viven dentro de tres enormes murallas circulares concéntricas. Fin. Podemos hacer deducciones, claro está. Por ejemplo: todas estas personas son de raza blanca, muchas tienen el pelo rubio y la gran mayoría lleva nombre europeo: Hannes, Erwin, Jean, Levi, Sasha… Además, dicen no conocer el mar. ¿Estaremos en una Centroeuropa distópica en algún momento del porvenir? El aspecto de las cosas y la precariedad de la tecnología evocan un tramo histórico específico: las últimas décadas del siglo XVIII y las primeras del XIX, cuando despuntaba la Revolución Industrial. ¿Esto es retrofuturismo, entonces? ¿O es una ucronía steampunk? Acéptenos este consejo: no quiera saberlo todavía. La tentación será grande en los primeros compases de Ataque a los titanes, pero debe alejarse de Google y evitar los spoilers a toda costa. ¿Lo que se hace con cualquier ficción? Pues, con esta, mucho más. Como lector o espectador, acompañará usted a los miembros del Cuerpo de Exploración, uno de los tres estamentos militares de la humanidad, y lo irá descubriendo todo acerca de los titanes a medida que ellos lo hagan. Es tanto y es tan marciano que hay que aprenderlo poquito a poco. De lo contrario, empacha.
Si elige leer o ver Ataque a los titanes, eso ya es cosa suya. El manga, que es la obra original, comenzó a publicarse en Japón en el año 2009 y terminó de hacerlo en 2021, después de ciento treinta y nueve entregas y más de cien millones de copias vendidas en todo el mundo. Es, con mucha diferencia, el cómic japonés más exitoso de la década y uno de los más distribuidos a escala global en el siglo XXI. El anime, que adapta este cómic con bastante fidelidad, se estrenó en 2013 y ya va por la cuarta temporada, que será la última. Acabará en algún momento de 2023, aunque las fechas de lanzamiento de los últimos episodios están pendientes de confirmar en el momento en el que firmamos esta pieza. También se han hecho dos adaptaciones cinematográficas de acción real, con actores de carne y hueso, pero esas ni siquiera las vamos a tener en consideración: son sumamente malas.
Ataque a los titanes es la primera serie de Hajime Isayama, que escribe y dibuja el manga y supervisa estrechamente la producción de la serie de animación. Cuenta que la inspiración le vino el día que un borracho lo agarró del cuello en el local donde trabajaba. Por aquel entonces, no era nadie todavía: acababa de irse de su pueblito natal en la prefectura de Ōita, al sur de Japón, y se había mudado a Tokio, donde quería labrarse una carrera como mangaka. Poco después de empezar a trabajar en un cibercafé se las tuvo que ver con un hombre ebrio y conoció la clase de temor que, poco después, se propuso llevar a las viñetas. Dice que no hay un término en su lenguaje que defina con precisión esa sensación tan particular, así que él lo llama de esta forma: «El miedo de conocer a una persona con la que no te puedes comunicar». Los titanes de Isayama tienen que ver con los kaijus, los monstruos gigantes del cine japonés, y los mechas, los robots pilotados colosales, pero el parentesco es formal y nada más. También están lejos de los trols, los hecatónquiros y los demás gigantes del folclore occidental, que gozan de voluntad. Para entender lo que representan los titanes de Isayama, lo mejor será imaginar una batalla campal entre hooligans, de esas que se ven de vez en cuando en el telediario. Violencia inútil, sin sentido, porque sí. Violencia descerebrada, imposible de ennoblecer, sin un ápice de dignidad. Una cosa, en suma, verdaderamente odiosa. Eso son los titanes de Isayama.
En Ataque a los titanes muchos detectan también una fábula sobre la propia sociedad japonesa. En una reseña de 2013, cuando se acababa de estrenar la primera temporada del anime, una periodista del Asahi Shimbun, el segundo periódico más leído de Japón, ponía a Isayama, nacido en 1986, el epíteto de sōshoku, que podríamos traducir como «herbívoro» o «comedor de hierba». Si lo hizo con tanta ligereza, será que no es ofensivo. Veamos qué dice Wikipedia: «Es un término usado en Japón para describir a ciertos hombres jóvenes que expresan poco interés en casarse o en ser asertivos en sus relaciones con las mujeres». Llevan una vida más bien tranquila, no buscan hacer conquistas amatorias con voracidad y no se adhieren a la idea de la virilidad típicamente japonesa, relacionada estrechamente con los triunfos laborales. También se muestran más desprejuiciados hacia los extranjeros y las minorías sexuales. Una parte significativa de los varones nipones mileniales ya se identifica con este término de nuevo cuño, hasta un cuarenta por ciento, según algunos estudios, y lo hacen todavía más los miembros de la generación Z.
Esto, por supuesto, no es más que un resumen brevísimo de un fenómeno muy complejo, pero tengámoslo presente al ver Ataque a los titanes, que tiene algo de manifiesto sōshoku. Intentaremos decirlo con precisión: Isayama tiene ideas innegociables sobre todas estas cosas, pero también tiene muy claro que su serie va sobre matar titanes. No va a poner su empeño en comerle a usted la oreja. Eso sí: las pocas puntadas que da no las da sin hilo. En Ataque a los titanes no hay romance, por ejemplo, ni tensión sexual de ninguna clase. Incluso hay un personaje muy prominente al que no se llega a asignar jamás un pronombre con género gramatical (algo imprescindible en el manga, donde es frecuente que los personajes tengan un aspecto andrógino). Cuando le han preguntado por el sexo de este personaje, Isayama se ha negado a contestar: dice, sencillamente, que da completamente igual.
En todo caso, Isayama tiene problemas a la hora de hacerse entender, algo que le pone en aprietos cuando trata los verdaderos motivos de fondo de su serie. Como demiurgo y narrador es un autor finísimo, pero a la hora de las metáforas cambia el pincel por la brocha gorda. El «problema», entre comillas, es el historicismo. El suyo es un mundo de ficción y sus personajes no son japoneses, pero los escenarios políticos de su serie acaban recordando decididamente a los dilemas y traumas históricos que acarrea Japón desde su era imperialista y la Segunda Guerra Mundial. ¿Es justo castigar a los miembros de una etnia o una nación por los crímenes que cometieron sus antepasados? ¿No es lícito dotarse de armas poderosísimas para repeler un ataque con un armamento de potencia similar? ¿No es injusto considerar que las naciones-isla empiezan y acaban en un accidente geográfico, mientras que los países continentales rara vez se atienen al mismo principio? Isayama no contesta a estas preguntas, pero peca de machacón: insiste en que sus espectadores sí lo hagan y ahí empiezan los problemas. En Corea del Sur y Taiwán, ambas anexionadas a Japón a principios del siglo XX, se han vertido críticas muy serias contra Ataque a los titanes y se ha acusado a la serie de alentar el revisionismo. En China está prohibida la distribución tanto del manga como del anime, y, en Rusia, lo está la versión cinematográfica de acción real, en ambos casos por promocionar la violencia, dicen, y la obscenidad. En Occidente causan más revuelo los paralelismos con la opresión al pueblo judío y el Holocausto que se empiezan a sentir en la cuarta temporada.
En su propio país se ha acusado a Isayama de militarismo. Japón no tiene ejército, sino unas denominadas Fuerzas de Autodefensa, y el famoso artículo 9 de su Constitución prohíbe al Estado emprender acciones bélicas, pero hace años que la derecha nacionalista y el todopoderoso expresidente Shinzō Abe se proponen rearmar el país y acabar con el pacifismo doctrinal seguido durante más de seis décadas. La guerra de Ucrania y el asesinato de Abe en 2022 no han hecho más que estimular este proceso. Es algo triste y revelador que tiene Ataque a los titanes: en 2009, cuando vio la luz, parecía hablar de la Segunda Guerra Mundial. La serie no ha cambiado con el tiempo, pero ahora, y cada vez más, da la impresión de hablar sobre el momento actual. El lector atento reconocerá aquí una de las características de las grandes obras de ficción.
Las opiniones se las dejamos a usted, no faltaba más, y las damos todas por buenas. Si quiere conocer la nuestra, que es nuestra y nada más, ahí va: es una serie estupenda, punto final. Y las acusaciones de antisemitismo, fascismo y no sé cuántas cosas más son ruidera, clickbait y poco más. Isayama habla a su espectador sin condescendencia, como hacen los adultos, y confía en su cabalidad. Confía en que podamos dar lo evidente por sentado y ocuparnos de destinos más altos que la obviedad. Y quien confunda bélico con belicista, parece decirnos, pues allá él. A los demás nos espera una gesta ardua: acabar con los titanes y recuperar la Tierra para la humanidad. Si le parece que es poca cosa, eso es que usted no los ha visto todavía.
Y no hay personaje más cool que Levi Ackerman, claro… 😁
Qué ganas de que salga ya el final del anime, que lo están estirando como un chicle cuando el manga ya está acabadísimo.
Solo espero que esa tonteria de entregar la ultima temporada a pedazos sea porque isayama esta corrigiendo las tonterias que hizo en el manga
XD Los milagros no existen.
En mi opinión, la serie, es una patata alargada con interminables gimoteos y exaltaciones a la inmolación absurda de los soldados, aun haciéndose evidente lo absurdo del sacrificio.
Por otra parte la estética de los gigantes me parece francamente inquietante y muy buena.
Si fuesen más al grano, seguramente sacando toda la paja, y la redujesen a la mitad sin mucho problema (hay capítulos en los que lloran y farfullan el 70% del tiempo), se dejaría ver.
Un chicle estiradísimo.
A pesar de que e a veces se largan unas peroratas prescindibles, la serie me ha enganchado. Sobre todo porque partiendo de un inicio relativamente simple, va revelando una situación mucho más compleja y extensa, descubres a la vez que los personajes que las cosas no son lo que parecen.
También me ha gustado ver cómo los personajes evolucionan, maduran.
Una pena que termine, porque hasta ahora no me ha parecido que la alarguen innecesariamente (al menos en lo que se refiere a la trama).
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