Música

La música ya no es lo que era (y 2)

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Imagen: CC.

(Viene de la primera parte)

Modern Times

Habiendo asimilado que tanto el modo de consumir como el de producir música ya no son lo que eran, lo que toca es hablar del asunto con más espinas, aquel que realmente suele propiciar que se pronuncie la frase que da título a esta pareja de textos, la calidad de la música actual. Y eso es algo peliagudo por el carácter subjetivo que habita en toda manifestación artística. «La música ya no es lo que era» es esa afirmación que se defiende con garras afiladas, concretamente, con las uñas de un Viejo Cascarrabias. Porque ese discursito de todo-va-a-peor-dónde-vamos-a-parar-señor-llévame-pronto se viene repitiendo una y otra vez desde que a alguien se le ocurrió comenzar a fabricar canciones.

Para todo esto siempre podemos echar mano de la ciencia. En 1903, el profesor estadounidense Max Meyer publicó en The American Journal of Psychology un estudio titulado «Experimental Studies in the Psychology of Music». Durante dicha investigación, Meyer se dedicó a reproducir ante sus alumnos una pieza de música oriental en bucle, una composición completamente desconocida para aquellos oyentes. Y los estudiantes corroboraron que la última escucha de los exóticos acordes fue la que disfrutaron más, como consecuencia de haberse familiarizado con las melodías. En 1926, A. R. Gillliland y H. T. Moore llevaron a cabo otro estudio titulado «The Immediate and Long Time Effects of Classical and Popular Phonograph Selections». En el mismo, sometieron a una serie de personas a la escucha semanal de diversos discos de música clásica y de jazz a lo largo de veinticinco semanas. Y observaron que, tras todo ese tiempo expuestos a las armonías, entre los conejillos de indias había aumentando el gusto por la música clásica (música vieja) mientras que la devoción por el jazz (música contemporánea por aquel entonces) seguía a la misma altura que antes de iniciar el estudio. R. Alpert en 1953 reprodujo numerosas veces ante varios sujetos una melodía premeditadamente extraña que aquellas personas no habían escuchado antes. Tras la maratón sonora, dicho público concluyó que inicialmente habían encontrado la música bastante desagradable, pero que, gracias a las posteriores repeticiones, acabaron pillándole el gustillo en cierto momento y, tras escucharla demasiadas veces, produciéndoles cierta indiferencia.

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Imagen: CC.

En 2009, un estudio de la Universidad de California en Davis titulado «The Neural Architecture of Music-Evoked Autobiographical Memories» se dedicó a observar la actividad del cerebro cuando la gente era expuesta a la música, y descubrió que había secciones específicas de nuestros sesos asociadas a los recuerdos autobiográficos que se activaban ante la escucha de las canciones más familiares. El profesor Petr Janata, de dicha universidad, lo explicaba así: «Lo que parece suceder es que una pieza de música familiar sirve como banda sonora para una película mental que comienza a reproducirse en nuestra cabeza». Para llevar a cabo el estudio, Janata creó un un modelo que mapeaba los tonos de una pieza musical a medida que esta saltaba de un acorde a otro. Haciendo mapas tonales de cada extracto musical, y comparándolos con escáneres cerebrales, descubrió que el cerebro perseguía estas progresiones tonales en la misma región en la que experimentaba los recuerdos: la parte dorsal del córtex prefrontal medio y las zonas inmediatamente adyacentes. Cuanto más fuerte era el recuerdo autobiográfico, mayor resultaba la actividad de seguimiento de la música radiada.

En 2013, Amee Baird y Séverine Samson decidieron utilizar música pop para ayudar a pacientes con lesiones cerebrales a recuperar algunos de sus recuerdos. La treta era interesantísima: rescataron las canciones más populares a lo largo del periodo de vida, previa a la lesión, del enfermo y los expusieron a ellas. La jugada funcionó, en diferentes grados, con varios de los pacientes recordando eventos pasados que habitaban en su cabeza unidos a aquellas notas, la gran mayoría de ellos se trataba de recuerdos positivos y de canciones que las personas conocían muy bien. Las conclusiones de todos estos experimentos son obvias, a menudo consideramos cierta música como buena porque la tenemos amarrada a los buenos recuerdos.

What’s Going On

La calidad de la música es algo subjetivo, sí, ya se sabe, opiniones personales, culos, todos nos apoyamos en uno. Pero también el modo en el que percibimos la música tiene mucho que ver con lo habituados que estamos con ella. Algunos éxitos del pasado han anidado en nuestro cerebro como temas pegadizos a base de la repetición machacona, del mismo modo en el que Alpert logró que a un puñado de gente les acabase gustando un soniquete raro. Otras pistas resuenan mejor en nuestra cabeza porque viven eternamente asociadas a recuerdos agradables, como demostraron Baird y Samson. La mayoría de lo que es considerado «buena vieja música» son temas a los que hemos estado expuestos durante años, o décadas, composiciones con las que estamos tan familiarizados como para invitarlas a casa y dejarles una copia de las llaves. Eso no significa que no sean buenas, pero sí aclara que nos puedan parecer mejores que otras canciones recién llegadas. Probablemente la tracklist personal de un individuo no se compone tanto de buena música en general, como de su buena música en particular.

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Imagen: CC.

En 1899, el compositor e historiador musical Hubert Parry, al hablar del panorama sonoro de su era, escribió: «La música folklórica antigua es uno de los productos más puros de la mente humana. Creció en el corazón de la gente antes de que se dedicaran tan asiduamente a la obtención de productos fáciles y rápidos». A Parry las moderneces se le antojaban inferiores y menos sinceras que los cantares antiguos, y su discurso sonaba a Viejo Cascarrabias queriendo dejar claro a los jóvenes que-en sus tiempos-sí-que había-músicos de verdad. Y esa es una constante que se viene repitiendo, una cantinela de superioridad que siempre ha existido. Probablemente hubo gente que encontraba salvaje, asilvestrada e inferior la música de Elvis en comparación con el Frank Sinatra que quince años antes embelesaba adolescentes sin necesidad de bambolear la pelvis. Y también existieron quienes consideraron endemoniado y menor al jazz. Al igual que hubo amantes del jazz que veían el rock como un terreno carente del virtuosismo melódico de sus ídolos, y rockeros que no entendían las alabanzas al rap, ese estilo en el que nadie se molestaba en saber afinar, o siquiera sujetar, una guitarra.

Por lo general, el principal problema a la hora de valorar la música contemporánea siempre ha sido el mismo: no tratar de apreciarla por sus propios méritos, sino en comparación con el pasado musical, y más concretamente, con el que corresponde a los propios gustos de la persona que se queja de que la música actual es una mierda.

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Frank Sinatra. (DP)

También está el detalle de que para juzgar de manera justa la calidad de ciertas obras hay que tener un mínimo de conocimiento sobre el género y el ecosistema en el que se gesta. El articulista Ed Leshman lo explicaba con bastante maña:

El solo de guitarra en «Sweet Child O’ Mine» resulta sensacional debido al lugar que ocupa la música rock en la cultura occidental, el lugar de la guitarra eléctrica en ese género y la forma en que Slash encarna la idea de molar mucho del rock & roll. El mismo solo de guitarra no sería emocionante si: a) crees que Guns N’ Roses representa la decadencia inflada de los ochenta y te incomoda las reivindicaciones modernas de sus discos; b) nunca has escuchado una guitarra eléctrica antes. Tuvimos que aprender a asociar los solos de guitarra con la trascendencia o la rebeldía, porque ese significado no está construido en ellos de manera natural. Aprendemos a asociar los sonidos y las imágenes con los sentimientos. Si les muestras el OK Computer de Radiohead a un grupo de extraterrestres, no entenderán por qué crees que es genial (ni siquiera «Subterranean Homesick Alien»).

Uno no puede valorar eficazmente el rock and roll si nunca ha escuchado un riff de guitarra, ni asimilar el punk si no entiende que su meta inicial era tocar los huevos, ni entender el rap si no sabe que nació en las calles, ni criticar el tecno si no se ha expuesto antes a la electrónica, ni juzgar el heavy si es ajeno a la caña, ni comprender el reguetón si nunca ha visto a un perro en celo frotándose contra las piernas de cualquiera que se le acerque.

A la larga, la música popular también funciona como un ecosistema que se alimenta de las tendencias, e incluso las propuestas más rupturistas acaban integrándose en ella o alimentándola. Aquel Pimp Flaco rapero que cantaba «No te panikees» y parecía un chiste en el reportaje que le hizo Playground, ha terminado amasando legiones de seguidores y reinventando su carrera al unirse con la banda indie Solo Astra para conformar un nuevo grupo, Cupido, que es un ejemplo de formación puramente pop («No sabes mentir», «Milhouse», «La pared», «Autoestima») con un cantante que llega embalando sus letras en autotune. El youtuber Orslok, que se paseó por una sesión de Gallery («Gema rosa») con un peluche amarrado al cinturón, y también abusando del autotune hasta el extremo,  se ha convertido en la estrella invitada en la canción «Casa Kira» de Carolina Durante, ese grupo que es el heredero moderno de la movida y del pop-rock garajero pretérito de este país: ellos son los culpables del potente «Cayetano», los que cantaban lo mucho que añoraban a Juanita y los FeosLas canciones de Juanita») y los que también reinventaron, junto a Amaya, el tema «Perdona (Ahora sí que sí)» de un cantante actual tan especial y alejado del mainstream como Marcelo Criminal.

Entretanto, el trapero y regeatonero Yung Beef, con su desacomplejado acento granadino, alguien a quien siempre parece sudársela todo muchísimo, ha visto cómo uno de sus temas con más tirón en YouTube («Ready pa morir») era versionado por gente con tanta carrera en esto como Los Planetas, mutando en una «Islamabad» que sería elegida por la revista Rockdelux como tema del año allá por 2017.

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Cupido. Imagen: Vevo.

La música ya no se produce igual, no se consume igual y no es igual que antes. Las canciones que consideramos buenas cuentan con la ventaja de llevar años resonando en nuestras vidas, o de existir asociadas a recuerdos personales. Lo que ahora anida en las playlist de la gente es un material capaz de remover entrañas o de agitar caderas, y son esas sensaciones y experiencias las que harán que todos esos temas sigan siendo reverenciados en el futuro. Ocurre que, cuando una composición es capaz de tocarnos fuerte la patata, no tiene la menor importancia, al contrario de lo que quieren hacernos creer, si el artista en cuestión es un distinguido maestro del violonchelo old-school que posea la voz de un querubín celestial o tan solo un cavernícola que toca el bombo a cabezazos y se comunica en idioma orco. James Gunn, director de Guardianes de la Galaxia, ideó aquel Awesome Mix como una recopilación de éxitos de hace cuatro décadas porque, a pesar de ubicar su película en el espacio, quería crear una conexión familiar con los espectadores del film. Y la música parecía el mejor camino para conseguirlo.

Muchos de los que protestan ante el panorama musical actual por sentirlo alejado de sus géneros favoritos tampoco parecen haber investigado demasiado bien qué es lo que están haciendo los nuevos grupos que cultivan esos estilos que ellos añoran. En realidad, se centran en disparar contra lo más popular e inmediato, cuando los éxitos de masas no siempre han sido los que ha perdurado con el paso del tiempo ni, desde luego, los que más calidad artística poseían. Que mucho se habla de las maravillas del britpop pero ahí tenéis a Black lace, petándolo en el 84 con «Agadoo» y, como decía Jarvis Cocker, solo siendo recordados desde entonces por haber popularizado una de las canciones más odiosas de la historia.

Juzgar la música contemporánea sentenciándola cuando acaba de aterrizar entre nosotros no es demasiado justo. Valorar su calidad a base de la comparación con otras producciones añejas con las que no comparte nada es directamente poco razonable. La música ya no es lo que era. Sería absurdo si lo fuese.

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Imagen: CC.

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9 Comentarios

  1. Pulgarcity

    Ya lo dijo Julio Iglesias: la vida sigue igual

  2. Maestro Ciruela

    El artículo está muy bien concebido y muy puesto en razón, en serio. La pena es que luego, en cuanto te pones a escuchar, a título de ejemplo, «Ticket to ride» por The Beatles, «I say a little prayer» de Bacharach por Aretha Franklin, «Tangled up in blue» por Dylan y cientos (literalmente) de temas de épocas pasadas, no puedes evitar pensar que si estas piezas jamás hubieran existido y si aparecieran ahora en medio de este erial, la gente con un mínimo de luces alucinaría. Pero bueno, como parece que las generaciones desde que el mundo existe tienen que congeniar por narices con lo que sus coetáneos tengan a bien crear en ese preciso momento, pues nada, a los chicos de ahora les ha tocado en la rifa esa ristra de fenómenos que más o menos conocemos. Ahora tengo una duda enorme. No sé si ir a mirar cómo un perro en celo se frota contra la pierna de alguien o escuchar «Bridge over troubled water», tumbado en la cama en total oscuridad.

    • Asun Tifa

      Creo que deberías frotarte la pierna con el can pues de ese modo comprenderías el perreo, algo importantísimo. Lo de Simon y Garfunkel es algo muy passé.

      • Alejandrock74

        Pues gustos son gustos. Comparando «la música actual» de antaño con la de ahora, hasta Technotronic me parece un grupazo !!!

  3. Carlos Persini

    Buenas!
    Muy buenos artículos, parte 1 y 2.
    Yo, con mis 40 años, por desgracia ya tengo ese síndrome del viejo cascarrabias, y me parece que la música de antaño era mejor que la mayoría de la actual. Y eso que la actual me es muchas veces más familiar. Yo no crecí con los Beatles, Pink Floyd o Queen.
    Pero el modelo de producción y consumo actual me es ajeno, y los sonidos, ni te cuento. Supongo que crecí entendiendo y valorando el talento, y eso ya no es primordial. Por eso me cuesta más identificarme con la música actual. Y eso que yo si sigo escuchando a quiénes hoy hacen los estilos que me gustaban antaño.
    Sólo hay un factor que me gustaría agregar a lo comentado; el factor sorpresa. Cuando somos jóvenes, escuchar un estilo por primera vez, nos sorprende, y esa sensación, para los que escuchamos la música con curiosidad, es cada vez más difícil de volver a sentir, lo que nos hace añorar la música de nuestra juventud. Aunque no nos damos cuenta, lo que realmente añoramos es esa inocencia y esa capacidad de sorprendernos que no estaba en nuestra música, si no en nosotros mismos.
    Saludos!

  4. Bueno. No es justa la tiranía de lo nuevo ni la de lo asentado. Pero hay música buena y música mala, como en cualquier arte, más allá de la stimmung que provoquen o, como dice el autor, que te toque la patata. Porque la sensibilidad también se educa y el bagaje cultural te va llenando una mochila de conocimiento. A mi me gusta música buena y música mala, pero no es toda buena porque me guste o porque sea «in» o porque me conmueva. Hay baterías correctas, otras programadas en una caja de ritmos, y otras geniales por su estructura que genios del instrumento concibieron. Así que, hay mucho viejo cascarrabias pero no, no es todo música y ya está.

    Hay arte mejor y arte peor.

  5. Alejandrock74

    No tengo mucho para agregar, pero nunca se cuestionó tanto como ahora a la «música actual», este articulo es una muestra cabal, por algo será…

  6. Rockzelona

    Con 70 tacos, puedes imaginarte lo que opino, completamente de acuerdo. Ahora la música es de usar y tirar, demasiada y la mayoría mala de cojones con el puto autotune. De lo que se hace ahora, poca cosa me interesa : Wilco, US Rails, Gov’t Mule , los Screamin Cheetah Wheelies, Dave Matthews Band, etc.
    Con 15 años escuchaba Cream, Taste y los grandes del Reino Unido, ponles esta música a un chaval de esta edad ahora y no la aguantaría ni minuto.
    Salud

  7. ALBERT KING SAN MIGUEL

    Una elegante manera de defender lo indefendible (el reggeatón). Por desgracia una vez más y lo normal en estos casos (hablar sobre música y su historia), se obvia hablar de blues como genero musical. Tradición afroamericana saqueada a placer por todo tipo de bandas y bandidos a los cuales por su puesto no faltan citas a go go. Parece ser que no tuvieron o tienen propaganda suficiente. A mi juicio desde que la reina MEMPHIS MINNIE ejerciera el papel de maestra de maestros y enseñara al mundo la «actitud adecuada» ante la vida para cualquier persona, todo lo que llegó después hasta nuestros días al lado de la reina del blues y su legado es la NADA con sel.

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