Cuando llevas un rato escuchándolo piensas que, si te tienes que meter en un agujero de varios cientos de metros de largo y poco más de uno de ancho, quieres que él esté cerca. Al cabo del rato, casi quieres meterte en ese agujero… con él, claro. Sergio García-Dils de la Vega (Sevilla, 1971) es, entre muchas otras cosas, el arqueólogo municipal de Écija y en dicha ciudad ha sacado a la luz múltiples tesoros, sobre todo de la gloriosa época romana de la ciudad, pero, además, es uno de los más reputados espeleólogos a nivel mundial. Único en su especialidad reconocido en España como deportista de élite.
Tú tienes una doble vertiente: arqueólogo y espeleólogo, que no deja de ser extraño en España, ser arqueólogo o espeleólogo… y tú eres la intersección de las dos cosas. ¿Cuál es la razón de haber elegido arqueología?
En realidad, es todo lo mismo. Es fruto de la curiosidad. Es decir, la misma curiosidad que nos lleva a buscar nuevas cuevas. Porque claro, primero hay que buscar la cueva, hay que explorarla y a priori no sabes lo que vas a encontrar dentro. Y es la misma curiosidad la que te lleva automáticamente a la arqueología. Sitios, lugares, yacimientos desconocidos… investigarlos partiendo de cero. Y según lo que te vaya saliendo, ir interpretando. Pero, en el fondo, es simplemente curiosidad.
¿Y desde cuándo lo tenías claro?
Va un poco de la mano de la espeleología. Empecé siendo espeleólogo con siete años, y una cosa llevó a la otra. Quería ser arqueólogo también desde esa edad más o menos.
Sorprendentemente has conseguido tener las dos.
Quizá en arqueología sea más complicado todavía que la espeleología…
Es más complicado que te paguen un sueldo como arqueólogo.
Claro… en espeleología sabes que no te lo van a dar, y no lo peleas. Pero en arqueología se supone que quieres vivir de ella… joder, es complicado [risas].
Y la arqueología te ha llevado a un puesto como es arqueólogo municipal de Écija.
Exactamente. Lo que llevo son cuestiones del día a día de cautelas arqueológicas. Es decir, cada vez que se va a hacer una obra, decir qué medidas hay que tomar. Si hay que excavar antes, lo que sale cómo se integra en el edificio, estrategias de excavación… y luego las otras vertientes son las de la investigación y la puesta en valor, que también son del ayuntamiento. Tenemos un recinto arqueológico donde desarrollamos una serie de excavaciones, que llevamos desde la oficina municipal de arqueología con colaboraciones de varias universidades.
Habrá una cierta vertiente pedagógica.
Eso en arqueología es fundamental. Hay que explicarle a la gente en qué nos gastamos sus impuestos, y en realidad la arqueología coercitiva, es decir, decirle a la gente que sea buena con el patrimonio, y si no, palo: eso no funciona. Si a la gente le enseñas a querer su patrimonio, los resultados son muchísimo mejores a la larga. Si le explicas a la gente, cuando va a hacer una obra, la importancia de lo que está saliendo, todo es mucho más sencillo. Digamos que es una pedagogía, pero que tiene una aplicación muy directa.
Existe la leyenda negra de que en ciertas ciudades de España, que son muy ricas en yacimientos arqueológicos, todas las obras las empiezan de noche.
Eso tiene mucho de leyenda negra. Lo que pasa es que depende de la normativa. Por ejemplo, la normativa que tenemos nosotros, obliga a que hasta que no termina el proceso arqueológico no empieza la obra. Esto tiene una importancia: contado en dos palabras, si uno empieza una obra, con todo lo que significa, los créditos, corriendo, los avales en el banco, la gente que tiene que cobrar, y tú de repente se la paras, la gente se cabrea, claro. Lo que pasa es que el proceso que hacemos nosotros es: se excava siempre antes de que empiece la obra. Los plazos todavía no corren. Termina el proceso arqueológico en el momento en que dices: «que empiece la obra». Y después ya se hace la obra normal. Digamos que el problema viene si te coge el toro. Si la obra empieza cuando no tiene que empezar…, entonces ya todo lo que se haga está mal. Es lo que se llama arqueología preventiva. Primero excavas, y luego, en función de lo que salga, decides. Ojo, si hay que cambiar el proyecto de obras, que haya medidas compensatorias. Es decir, no puedes hacer el sótano, pero a cambio urbanísticamente te dejo hacer otra cosa.
¿Y eso en qué medida tienes tú potestad para poderlo hacer?
Puedo informarlo y proponerlo a nuestra comisión local de patrimonio. Tenemos competencias transferidas en patrimonio histórico, entonces… claro, puedo proponerlo, pero es de forma colegiada que se aprueba o no. Normalmente se intenta consensuar.
Concretamente en tu ciudad hubo algún hecho que saltó a la prensa, y fue un tanto desagradable relacionado con tu quehacer.
Eso fue, quizá, la parte negativa de la pedagogía y la divulgación. Es decir, este mosaico, que excavamos ahí, en realidad fue en 2002. Fue hace más de veinte años cuando apareció este mosaico. En Écija tenemos inventariados ahora mismo más de un centenar de mosaicos de distinta calidad. Este mosaico es particularmente interesante, porque se ve una imagen de doble lectura. Desde un punto de vista es un personaje joven, y desde el punto de vista opuesto, ves un personaje anciano. Son del cortejo del dios Baco, un sátiro y un sileno, respectivamente. Le dimos tantísima difusión que se creó la expectativa también de destruirlo, y desgraciadamente fue un atentado salvaje contra el patrimonio. La madrugada del 9 al 10 de marzo de 2015, tres individuos nos destrozaron el mosaico. Afortunadamente, las películas y series de policías enseñan mucho, tipo CSI. No tocamos absolutamente nada, y gracias a eso la policía científica, a partir de huellas e indicios varios, encontró en un día y medio a los responsables y los pusieron inmediatamente a disposición judicial. La clave fue no tocar nada.
El daño fue en 2015. Es una fecha reciente y mala… no sobraría mucho dinero.
Claro, el recurso además nos pilló en época de recortes, de elecciones municipales, y lo que hicimos fue recurrir a un crowdfunding para el impulso inicial de la restauración. Recaudamos fondos que nos permitieron documentar bien cómo había quedado el mosaico. Es muy importante ver dónde estaba cada pieza en el momento inmediatamente después de la destrucción, y trasladarla al laboratorio. De lo que estamos pendientes, una vez terminada esa fase, es de terminar esa restauración. El peligro inmediato, una vez que el mosaico está estabilizado y en el laboratorio, ya no hay ningún problema. Es solos cuestión de seguir cuando haya fondos.
Al margen del mosaico, en Écija se han descubierto restos romanos de edificios en los que se conservan los muros hasta dos metros de altura.
Exactamente.
Lo cual debe de ser algo…
Algo fuera de lo normal.
Y más en un casco urbano. Muchas veces en los cascos urbanos, las obras anteriores se utilizaban como canteras para las nuevas edificaciones.
Pues sí. Esto ha sido, en gran parte, cuestión de suerte. La preservación del registro arqueológico normalmente es cuestión de puro azar. De que alguien en una época le haya dado por llevarse ladrillos o no. En este caso, la suerte es que donde tenemos el parque arqueológico es la plaza de armas de un alcázar, y esa parte se quedó sellada en el siglo IV d. C., y desde siglo IV hasta el XXI, no se tocó nunca ahí. De manera que está no solamente el edificio hasta dos metros y medio conservado, sino que el derrumbe del edificio también está perfectamente preservado. Podemos reconstruir no solos esos dos metros y pico, sino incluso lo que habría hasta los cuatro metros de altura. Hay estructuras que se han conservado incluso a cota de techo. Una suerte.
Sí, porque además creo que en ese mismo edificio o en otro similar, había incluso unas pinturas.
Claro, allí por ejemplo tenemos pinturas de una calidad tipo las que puede haber en Pompeya. Las tenemos perfectamente documentadas en todo su alzado, pero incluso podemos reconstruir más allá de esos dos metros la decoración que habría hasta los cuatro de altura. Es decir, ya no es que estén los suelos bien conservados, que podemos saber hasta cómo era el techo, porque hemos encontrado el techo caído sobre el suelo de las habitaciones.
Al margen de eso, ¿ha modificado la consideración que se tiene de la importancia de la antigua Écija, estos descubrimientos? ¿O simplemente la ha ratificado?
La palabra es esa: ratificarlo. Écija, en la época romana, fue una ciudad planificada. En tiempos del emperador Augusto, estamos hablando del último cuarto del siglo I a. C., entre el 25 y el 14 antes de nuestra era. En ese momento que han acabado las guerras civiles y finalizan también las cruentas guerras cántabras, lo que hace el emperador Augusto es una reforma administrativa a fondo en el imperio. Y funda una serie de ciudades, más que desde un punto de vista militar, desde un punto de vista de administrar eficientemente los recursos. La época en la que se funda Zaragoza, Mérida y toda una serie de ciudades. En el caso de Écija, se crea colonia Augusta Firma, sede del conuentus Astigitanus, con idea de vertebrar el territorio interior del valle del Guadalquivir. A priori tenían que salir estructuras de este tipo, lo que pasa es que han sido los últimos veinte años han dado de verdad la cara.
Pero no solo has estudiado algunas casas o edificaciones en particular, creo que también tienes algún estudio más urbanístico.
Exactamente. Como es una ciudad planificada, desde el mismo momento de la fundación, se hace por ejemplo una mejora geotécnica del terreno, se eleva la cota de uso para ponerla a salvo de las inundaciones, se desvían cursos de agua…
Ha habido inundaciones recientes en Écija…
Hasta que se puso solución a este tema, nos inundábamos con cierta frecuencia. Pero no la parte romana, porque la parte romana para eso se elevó artificialmente en su día. Se hicieron unas obras de infraestructura brutales, y una de ella es toda la red viaria, con sus correspondientes cloacas. Son módulos totalmente estándar de 100×100 pies, en torno a 29,5 metros por 29,5 m. De eje de vía a eje de vía. Y una vez hecha esa infraestructura es cuando ya se van haciendo las casas, pavimentando las vías públicas, etc. Y eso efectivamente, como tema de investigación, he podido reconstruir cuál era la trama viaria de la ciudad, la articulación… cómo funcionaba la ciudad.
No sé si tiene que ver con esto o con la otra parte, al final has sido nombrado hijo adoptivo de Écija.
Es un orgullo, claro. La verdad es que fue una sorpresa. Con ese mito de a que los arqueólogos normalmente nos queman vivos… que te hagan hijo adoptivo de tu ciudad, y además por unanimidad del pleno, y a petición popular, la verdad es que te hace ilusión. Quizá me hace más ilusión porque, claro, mi familia es un poco de todas partes. Estamos un tanto desarraigados. Llegar a un sitio y que te hagan hijo adoptivo, te hace más ilusión todavía. Mi padre es belga, mi madre de Zaragoza…
Y no tienes ninguna raíz…
En Andalucía, ninguna. Lo más sureño es mi abuela materna, que era de Valladolid. Eso es lo más sureño de la familia [risas].
Eso no lo consideramos por aquí sureño…
Para el País Vasco, los de Álava son sureños.
De alguna forma, por algo que he leído, tu pasión por la espeleología está más condicionada…
Claro. Yo empecé con mi padre a los siete años. No pude elegir. Sorprendentemente, en mi equipo ruso más de la mitad somos segunda generación de espeleólogos. Y ya tenemos en el equipo hasta tercera generación de espeleólogos. Casualmente, por la razón que sea, es algo que en nuestro equipo… o hemos empezado de pequeños por la familia, o directamente somos gente que empezó de niños.
¿Y de dónde le viene a tu padre la pasión por la espeleología?
Como comentaba antes, de la curiosidad, a mi padre siempre le ha gustado la exploración.
Tu padre no es geólogo profesionalmente.
Nada. Es ingeniero industrial. Profesionalmente no tiene nada que ver con esto. Mis padres desde siempre han viajado mucho, pero a descubrir sitios. Han estado desde el Nepal hasta en el norte de África. En muchos sitios, viajando, pero en viajes de descubrimiento. Y la espeleología vino, claro, por aquello de descubrir zonas totalmente inexploradas. Esa curiosidad es la que nos han transmitido a los hijos.
¿Y qué tipo de equipo usabais?
La suerte es que a finales de los años setenta mi padre estaba metido en un equipo, en este caso el grupo de espeleología de Jerez de la Frontera, que en ese momento era de los más punteros de España. En aquella época, la técnica que se usaba era de escalerilla de acero, por ejemplo. Era una técnica muy primitiva.
Tanto para subir como para bajar.
O bajar rapeleando por una cuerda y subir por escalerilla. La suerte de haber estado en aquel momento muy puntero de Jerez es que desde muy pronto tuvimos acceso a la espeleología vertical con cuerda. Es decir, en el año 83 ya usábamos solamente cuerda. Era la técnica. Y materiales traídos de Francia, en aquel momento, lo más puntero que había entonces. Eso también fue una suerte.
En ese sentido, tú siempre incides en lo que fue una especialidad espeleológica. ¿En qué consiste esa especialidad?
La espeleología se ha querido definir de muchas maneras. Como deporte, como ciencia, como actividad científica con algo de deporte… pero estrictamente la espeleología es una disciplina que estudia las cavidades. Lo podemos plantear desde la arqueología, la geología…, lo que uno quiera. Tiene muchas vertientes. De una forma estricta, por ejemplo, las excavaciones de Atapuerca son una forma de espeleología. Arqueología desarrollada en cueva. Particularmente lo que hacemos es exploración espeleológica, buscando cuevas especialmente profundas.
Por profundidad te refieres a desnivel vertical.
Exactamente. Desnivel entre la entrada y el punto en el que llegamos en cota. Lo que para nosotros supone un reto desde el punto de vista de la exploración. Lo que ocurre es que, de forma totalmente compenetrada con eso, hemos desarrollado estudios biológicos, estudios geológicos por supuesto, topográficos, climatológicos… de todo. De cuestiones psicológicas, comportamiento humano, fisiología. Pero todo girando alrededor de la exploración de cueva vertical.
Y existe una importante vertiente psicológica.
La espeleología desde bien temprano trató dicha vertiente, comentaba Michel Siffre, que estuvo haciendo en Francia todos esos experimentos de aislamiento total del mundo exterior. Cómo se comporta uno. Todo ese estudio se hizo pensando sobre todo en la cuestión espacial, por ver un poco en cuestiones de aislamiento total cómo se iba a comportar alguien en el espacio. El entorno, aunque parezca una tontería, es muy similar. Porque en la cueva, por mucho que tengas libertad de movimiento, estás absolutamente aislado de lo que ocurre en el exterior. Sufres los efectos de lo que pasa arriba (si llueve, cae más agua), pero mientras no pase nada extraño, estás totalmente aislado, aunque haya comunicación. Y existen cuestiones como las que pueden pasar en el espacio que, aunque haya comunicación, si tienes un problema no puedes ir nadie a que te eche una mano. Todos estos temas de respuesta a emergencias, cómo te afecta el aislamiento… eso se ha experimentado en la espeleología, antes de las grandes misiones espaciales. Sobre todo, cuando empezaron las estaciones, la estación MIR, el Skylab… Antes se habían experimentado en espeleología.
Haces estudios de Historia en la Universidad de Sevilla…
Yo estudié la especialidad de Historia Antigua en la Universidad de Sevilla, lo que pasa es que desde el principio estuve haciendo cursos de verano en Rusia. Ya cuando llegó el momento de hacer el doctorado, hice los cursos de posgrado en la Universidad Estatal de Moscú. Entonces ya me trasladé allí y la idea en aquel momento era hacer una tesis doctoral sobre la colonización griega en el mar Negro. Un tema que no tiene nada que ver. Lo que pasa es que mi catedrático falleció, mi grupo de investigación desapareció… y ya vino todo lo demás. Cambié los griegos por los romanos. Tuve que volver a hacer los cursos de doctorado porque no me convalidaron… eso es otra historia. Tuve que hacerlos dobles. Aquí eran 32 créditos y en Rusia eran 850 horas de curso. Fue más llevadero. Y ya me doctoré en Historia Antigua.
Y esa marcha tuya a través de la arqueología a la universidad rusa, te abrió también un mundo para la espeleología.
Claro, la cuestión es que, aunque había hecho espeleología desde pequeño aquí en España —siempre se ha explorado mucho en España, hay muy buenos equipo— lo que pasa es que a mí el tipo de expediciones que me interesaban eran expediciones como la del Cáucaso, sitios un poco más remotos, zonas muy prometedoras… porque, claro, en aquel momento la zona más consolidada de profundidad eran los Alpes. Pero en los Alpes había un máximo de 1600 metros, que era la profundidad real a la que se había llegado. El contacto con Rusia lo que me abrió fue la posibilidad de trabajar ya con un objetivo muy concreto de explorar grandes cavidades. Y lo más interesante, al ser proyectos llevados desde grupos de investigación de la universidad, la academia de ciencias de Rusia, la academia de ciencias de Ucrania, íbamos un poco a tiro hecho. Donde geológicamente era posible que hubiera una cueva profunda pero todavía no se había encontrado, ahí íbamos nosotros. Por eso empezamos a ir con objetivos muy bien definidos: los Alpes… pues exploraciones en Eslovenia; Creta… macizo central de Creta que es muy prometedor, pues ahí… cordillera del Tauro. Fuimos a ver qué salía en realidad en esos grandes macizos. Si no es a través de un grupo consolidado y con un apoyo científico importante, eso no era viable. Y fue el contacto con Rusia, en este caso Rusia-Ucrania-etc. Nuestro equipo básicamente era soviético en origen.
Y cuando me hablas de un grupo, ¿de qué tamaño?
El núcleo del grupo somos diez personas, no más. Lo que pasa es que hemos ido incorporando gente a lo largo de los años. Además, una cuestión de la que estamos muy orgullosos es que hicimos de eslabón entre la generación legendaria de exploradores de los años 50 y 60, con la generación de después de nosotros. De manera que ahora todos tenemos en torno a los cuarenta y cinco años, pero vamos de expedición con gente de sesenta o incluso de setenta años, y también con chavales de veinte, que son la siguiente generación. Ahora mismo en todas las expediciones estamos tres generaciones explorando a la vez. Aunque el núcleo fundamental seamos diez y todos más o menos de la misma quinta, nacidos en torno a los años 70, hemos ido aglutinando a todos los equipos anteriores y posteriores que han trabajado, por ejemplo, en la zona del Cáucaso.
Te has centrado en ello en casi los últimos veinte años.
Exactamente. El Cáucaso lo que ocurre es que hay una cuestión que afectó muchísimo la exploración en la época soviética. Los grandes éxitos de la espeleología soviética se consiguieron en los años 80. Pero cuando estaba a punto de dar el gran despegue esa espeleología, que tenía mucha tradición, fue cuando se desintegró la URSS. Empezó la guerra civil en el Cáucaso, ya no se podía explorar… todo se había quedado congelado prácticamente en el año 89. Entre antes de la desintegración de la URSS, la crisis, los últimos años de la perestoika. Nosotros sabíamos que era una zona muy prometedora, pero por espacio de diez años nadie había pisado.
Pero ¿sabíais que era una zona prometedora basándoos en estudios? ¿O había ciertas expediciones hechas?
Sí, estudios geológicos. Geológicamente sabíamos que era muy prometedor. Porque se habían hecho experimentos de trazado químico, se veía que era una zona muy, muy prometedora. En los 80 empezaron a aparecer grandes cuevas. Se llegó por ejemplo a los 1100 metros de profundidad en una cueva que está en nuestra zona, y ya se veía que eso tenía muy buena pinta para seguir explorando. Pero las técnicas no daban para más. Por contar una anécdota: en la Unión Soviética no había cuerdas buenas para uso deportivo. Usaban cable de acero en vez de cuerda. ¿Cuál es el problema? Se usaba la cuerda como seguro, cuerdas como elemento auxiliar, pero por ejemplo se subía por un cable. Algo elemental: si yo estoy colgado de un cable de acero de 5 mm y veo una galería en mitad de un tramo vertical, no hay forma humana de hacer un péndulo y meterme. Con una cuerda, doy una patada y ya estoy allí. Aparte de la cuestión de la crisis, de la desintegración de la URSS, había una limitación técnica muy importante en aquel momento. Cuando nosotros retomamos las exploraciones hace unos veinte años en el Cáucaso, lo que nos encontramos fue como si estuviésemos entrando en una cripta de hace 2000 años. Los materiales que encontrábamos eran muy antiguos. Es que en la Unión Soviética todo era bastante tosco, en los años 70 y 80. Nosotros íbamos instalando cuerdas por sitios donde antes lo que había era cable de acero. El tipo de anclaje, el tipo de material, el tipo de ropa… ya todo era distinto. Por eso desde muy pronto tuvimos bastante éxito. Sobre todo, porque lo de los enanos montados a hombros de gigantes nunca fue más cierto.
En ese sentido, la espeleología a nivel de material se ha debido de nutrir mucho del alpinismo, que también ha tenido un crecimiento tremendo a muchos niveles en los últimos treinta años.
Efectivamente. La ropa… ese esquema del alpinista con la camisa de franela y los calcetines de lana por fuera… eso ha sido así hasta hace nada.
El Tirol ha hecho mucho daño.
Era lo que había. Los pantalones con los tirantes y demás. Cuando el alpinismo va introduciendo nueva fibra, indirectamente para nosotros fue una revolución. Simplemente tener fibras que se secan rápidamente ya fue increíble. O tener ropa con la que meterte en el agua. Por ejemplo, en los años 50, entre España y Francia, hubo grandes exploraciones en la zona de la Piedra de San Martín, entre Navarra y el Bearne francés, el País Vasco francés. Por ejemplo, cuando encontraban un curso de agua, se ponían en pelotas, con el agua a un grado, metían en una bolsa de caucho la ropa, y se metían a nadar desnudos. Sin saber adónde iban. Eso es una limitación brutal.
Sí, porque a lo mejor te mueres.
En aquella época eran otra raza y no se morían. Pero lo hacemos nosotros, y… La revolución fue que cuando yo era pequeño había botes neumáticos, y todavía ibas cargando con el bote neumático, y te mojabas, pero menos. Ahora por ejemplo tenemos fibras, por ejemplo, el CoolMax, el prolipropileno aislante, que se secan muy rápido, que tienen un poder de retención del calor enorme… O por ejemplo, sin ir más lejos, en cuevas muy frías llevamos trajes secos; en otras menos frías llevamos trajes de neopreno. La gran revolución ha venido de la mano de la ropa, y una buena parte del alpinismo, claro.
Y técnicamente, te has preocupado por el material general.
Sobre todo en lo que me he centrado durante varios años… Estuve de director de la Escuela Española de Espeleología, y sacando artículos técnicos, centrados en optimizar el uso del material vertical, el tipo de anclaje que usamos, cómo conseguir la mayor resistencia, etc. Ahora la ventaja es que con materiales muy ligeros tenemos una resistencia y unos márgenes de seguridad enormes. El problema de la espeleología es que cualquier incidente tonto se convierte en un problema muy grande. Porque evacuar a alguien en una camilla es un problema muy serio en una cueva. Tienes que tener unas medidas de seguridad muy escrupulosas. Porque cada vez que ocurre algo, la has liado, pero de verdad. Me he centrado mucho en limitar los riesgos al máximo, usar el tipo de materiales más apropiados en cada ocasión… los buenos usos del material. La revolución también ha venido, algo que puede parecer que no tiene nada que ver, con la normativa europea. Ahora por ejemplo todo el material que usamos es conforme a la exigencia de la normativa europea, y claro, a igual diámetro de cuerda, a lo mejor aguanta el doble de lo que aguantaba hasta hace nada una cuerda similar. Ahora hay materiales mucho más resistentes en el mercado. En esto la investigación sobre todo química ha sido una revolución brutal. Ahora usamos fibras como la Dyneema, que es un polietileno de densidad molecular ultraalta, con cinco milímetros tiene casi mil kilos de resistencia. Eso es una barbaridad en un textil. Eso también ha sido una revolución. Materiales más ligeros, las aleaciones de cinc, cromo y aluminio, el cicral, que tiene muy buena resistencia con poco peso…
Y desde el punto de vista de la bajada vertical… eso sí que es algo más específico de la espeleología, más que del montañismo. El rapel puede compartir gran parte.
Hay que pensar que el alpinista sube, y lo hace por sus medios, clave o no clave nada en la pared. Sube, y una vez que está arriba baja de la forma más sencilla, que es ponerse una cuerda y bajar. Nuestra cuestión es todo lo contrario. Te encuentras el agujero y tienes que empezar bajando. También escalamos, pero nos apartamos de la norma. Bajas, pero ya no bajas para una vez, no has subido y te vas. Sino que a lo mejor tienes que estar dos meses bajando y subiendo todos los días. Tienes que evitar que la cuerda roce, tienes que evitar que puedan caerte piedras, tienes que ser muy disciplinado en la instalación. Eso para bajar. Pero la subida es totalmente con fuerza física. Lo que llevas es un bloqueador ventral, y otro en la mano con un pedal. La técnica europea, luego hay otras técnicas en otros sitios, como EUA. Tú subes con tu propia fuerza, y además vas muy cargado. Fuerza de piernas fundamentalmente. Tienes que subir tú… aunque hay aparatos que podrían subirte, pero evidentemente no se usa porque es más complicado que subir tú mismo. Hay que pensar que solamente la ropa que llevas y el material, lo que llevas puesto seco, pesa unos diez kilos de media. Eso solo tu ropa y tus arneses y tus cacharros. Cuando vas mojado y embarrado, a veces nos plantamos en veinte kilos en lo que llevas puesto. Y luego aparte tienes que llevar una saca. Lo que de verdad es duro en espeleología vertical es el transporte de material. Ya no por lo que lleves colgando, sino por lo que llevas encima.
El número de sherpas se puede contar con los dedos de una oreja…
De una oreja, exactamente. Porque el sherpa no se ha inventado todavía en espeleología. Todo absolutamente lo transportamos nosotros mismos.
La primera expedición que hiciste…
Esa cueva es paradigmática desde el punto de vista de cómo es la espeleología. Aquí en los años 80 había aparecido un gran sistema subterráneo espectacular, con 1100 metros de profundidad donde estaba todo el mundo trabajando. Y había una pequeña cueva que se conocía desde siempre porque es un agujero en mitad de un pequeño cerro en mitad de un prado. Se había cavado a los 340 metros, ya está. Nosotros planteamos una expedición ahí con la idea de que como la entrada estaba a 70 metros más arriba de la ya conocida, si la unimos el sistema tiene 70 metros más. Pues vamos a ver qué pasa, nos dijimos. Nada más entrar, nos dimos cuenta de que eso continuaba en todas las direcciones. Lo que pasa es que las criaturas que exploraron allí, con el cable de acero, un frío que pela, etc., no habían podido mirar. Y desde el primer momento empezamos a encontrar continuación. La gran expedición, por marcar un hito, fue en el año 2000, que hicimos dos expediciones sucesivas, en julio-agosto-septiembre de 2000, y fue cuando encontramos ya un camino abierto. Empezamos a bajar y llegamos a los 1410 metros de profundidad.
Y en esa época, ¿en cuánto estaba el récord?
El récord estaba en 1602 metros, acababa de lograse en los Alpes, en una cueva que se llama Jean Bernard. Habían llegado a los 1610 en otra que se llama Mirolda, también en los Alpes franceses. Nosotros habíamos llegado a 1410, veíamos el récord de profundidad y estaba al alcance de la mano. En una expedición, ya invernal, en 2001, de golpe bajamos hasta los 1710 metros. Habíamos dejado la punta en 1410, bajamos 300 más, y ya era récord mundial de profundidad.
En ese momento, ¿cuántos miembros componían el equipo?
Diez personas. Eso prácticamente es siempre.
¿Y cuánto tiempo os llevó?
Ya la cueva estaba instalada, en realidad este tipo de expediciones rápidas… en dos semanas están liquidadas.
Dos semanas contando subida con bajada.
Claro, porque lo difícil en realidad en espeleología es explorar. Por ejemplo, te encuentras una gran vertical y tienes que ver cómo atacarla, por dónde te cae el agua, por dónde te caen las piedras, optimizar recursos. Una vez que ya están los anclajes puestos, ya va solo. Como decimos nosotros, roscar chapas, metes el tornillo y bajas. En cada expedición la parte de exploración pura es muy complicada, pero ya al año siguiente va por autopista. Ya sabes dónde está cada cosa, dónde te va a caer el agua, la piedra…
Pero cada metro de avance debe de suponer todo un reto.
Claro. Cuando es exploración, sí. Cuando no, es rapidísimo. Cada metro nuevo es complicado porque, por ejemplo, como no sabes qué vas a encontrarte, ¿qué llevas? ¿Llevas material de buceo o no? No sabes si vas a encontrar una galería sumergida. Zonas muy estrechas… ¿llevo cuerda o no la llevo? A lo mejor es todo horizontal y estás cargando la cuerda y no sirve. Por eso es tan complicada la exploración. O solamente un detalle muy tonto: saber dónde puedes descansar. Hemos tenido expediciones en las que habíamos dejado la punta de exploración en un sitio infernal, de caída de agua y de todo… Vuelves al año siguiente y no sabes si podrás dormir un metro más allá, o diez horas más allá. Eso nos ha pasado por ejemplo en la expedición de 2004. Tú bajas y dices: ¿y ahora dónde dormiremos?
En el comienzo de la expedición, entonces, también vino muy condicionado por el clima político de la zona.
Ese momento era muy convulso, porque era la época en que la República de Abjasia es una república secesionista de Georgia. Habían estado más de diez años en guerra civil. Estaba sometido a bloqueo internacional, al ser una república de estas del Cáucaso, que están muy mal vistas. La frontera estaba totalmente cerrada. Por ejemplo, los convoyes de ayuda humanitaria estaban parados en la frontera, de Médicos Sin Frontera, Cruz Roja. Totalmente blindado.
Si Cruz Roja y Médicos Sin Fronteras no consiguieron entrar, ¿cómo lo hicisteis vosotros?
Nosotros teníamos la ventaja de que contábamos con el apoyo institucional ruso, y por supuesto el apoyo institucional abjasio. Lo que no teníamos ni remotamente era el apoyo institucional georgiano, que son los que pedían el bloqueo internacional. Digamos que hicieron la vista gorda para que pudiésemos pasar no oficialmente.
Cruzasteis clandestinamente un país en guerra.
Exactamente. Técnicamente, cruzamos de forma no oficial.
Vadeando un río.
Literalmente. Mandamos el material con gente que sí podía entrar, con gente del país, y nosotros lo que hicimos fue cruzar la frontera de noche, atravesando alambradas, zonas minadas… hasta que ya dimos con la gente. Un paseíto a la no luz de la luna, porque si no te ven.
Había que tener muchas ganas de explorar la cueva…
Lo que pasa es que las cuevas están donde están, no lo elegimos. A veces están en sitios muy incómodos. Es lo que había. Te pueden las ganas de explorar.
Por aquella época vosotros erais un grupo relativamente desconocido en la espeleología occidental.
Claro. En aquellos primeros momentos, los reyes de la exploración eran los franceses. Había algún equipo potente de los Estados Unidos trabajando en México. O suizos, también en México. A nivel internacional, todavía no éramos muy conocidos. Por ejemplo, en Rusia y Ucrania por supuesto que era un grupo de punta bastante conocido. Hay que decir que en 2001 todavía éramos un grupo exsoviético. Estábamos ucranianos, rusos, yo que iba como ruso… era un grupo totalmente a la soviética. Cuando se empezaron a enrarecer las relaciones entre Ucrania y Rusia, eso nos afectó. La última expedición conjunta fue en 2003, y ya desde 2004 hemos explorado por separado rusos y ucranianos, en la misma cueva. Ya nuestros caminos se separan un poco.
¿No resulta un poco extraño? Dos grupos que os habéis conocido durante tantos años, estar explorando en la misma cueva y por separado. Una cueva, que no es un sitio muy amplio.
Sí, muy raro. A veces decimos en broma que las cuevas se van abriendo según nuestra actitud. Fue cuestión de pelearnos y aparecer dos ramas distintas en la cueva. Hay una que exploramos nosotros, y otra que la exploran los ucranianos.
La cueva proveerá.
En este caso, tenemos cada uno nuestras zonas. Y luego, donde sí hemos explorado los dos, es en la parte de abajo del todo, la parte de los sifones. La parte sumergida, la que mayor dificultad técnica tiene. Esa parte, de forma alternada, la hemos ido explorando rusos por un lado y ucranianos por otra.
El problema es que te encuentras pozos, partes estrechas, partes horizontales, y para rematar todo, partes sumergidas.
Lo más complicado en espeleología, aunque parezca mentira, son las zonas horizontales estrechas.
¿Le llamáis meandro?
Sí, los meandros, las gateras, las diaclasas… hay muchos nombres. Son distintos, algunos de desarrollo vertical, de desarrollo horizontal, de desarrollo tubular. Técnicamente es lo más complicado porque transportar el material es una odisea. Visto desde fuera, ves a un tío colgado de una cuerda y dices: Dios mío. Pero en realidad es la parte más fácil. Te cuelgas, bajas y subes… ya está. El problema es cuando tienes que ir muy cargado por tramos totalmente estrechos, arrastrados, donde prácticamente no cabes, el aire enrarecido… eso es muy desagradable. Sin embargo, por ejemplo, hay sitios sumergidos y te llevas tu equipo, buceas y ya está. No tiene nada que ver la parafernalia que usas con la dificultad real que tienes.
Solo de pensarlo…
Ese es un tema muy interesante, porque hay quien piensa que los espeleólogos no tenemos claustrofobia, y la claustrofobia es un mecanismo de defensa… es absolutamente natural. Como cuando te van a dar con un palo, echarte hacia atrás y cubrirte con las manos. Es una defensa instintiva. Yo lo tengo más que visto y comprobado, que la claustrofobia es una cuestión de gradación. La tenemos todos, lo que pasa es que unos tenemos más y otros menos. E incluso la claustrofobia va a más, porque cuando uno es más joven piensa que no pasa nada, luego ya te das cuenta de que hay sitios en los que puede pasar. Cuando ya sabes todo lo que puede pasar, cada año que avanzas, es peor. Porque sabes cosas que te pueden pasar. Un ejemplo: hay unas galerías infernales que son tubos horizontales, y cuando lo descubrimos nos daba muy mal rollo pensando que a lo mejor se llenarían de agua. Ahora sabemos que sí, se llenan de agua. Entonces… cuanto más sabes, peor. Estás metido en un sitio superestrecho, y el compañero se muere de un infarto. Qué mala suerte sería… Claro, cuando ya ocurre que gente que tú conoces se muere en una situación así, ya no es un miedo hipotético, es real. Por eso ese tipo de miedos van cada vez a más.
¿Qué es lo que te mueve, entonces, a seguir?
La espeleología es muy penosa, además tiene otra componente, que parece una tontería pero también es una cuestión estudiada. Ahí no te ve nadie. El estímulo… pasar las de Caín, sin que nadie te vea.
No lo televisan, ¿no?
No, y es una actividad con muy poco reconocimiento, tienes que tener muchas ganas. No te queda pensar que te estás viendo, que tienes que dar el callo. ¿Qué es lo que te mueve? Las satisfacciones son únicas. Vas por un sitio estrecho infernal, agua, barro… y de repente sale una galería espectacular, río subterráneo… eres el primer ser humano que llega allí. Hemos encontrado, por ejemplo, playas de arena, de barro, que cuando pones ahí tu huella es como poner el pie en la luna, ningún ser humano ha bajado ahí ni de broma.
Seguramente has estado en sitios en los que ha habido menos seres humanos que en la luna.
Sí, por supuesto. Sí, porque hay sitios en los que hemos estado dos. Son zonas muy remotas, que la sensación de descubrimiento es total. Estamos muy acostumbrados a las gestas deportivas: voy a conquistar tal pico. Es muy complicado, pero tú de ese pico tienes foto aérea, foto de satélite, levantamiento fotogramétrico, estudio de vertientes… antes de ir, sabes adonde vas. Por muy lejos que te vayas.
Y no solo eso: cuando llegas, sabes que estás en lo alto del pico.
Y todo lo demás es bajada. Cuando nosotros llegamos, no sabemos si estamos a la mitad, al final… es una buena apreciación. Pensar en el momento en el que nosotros estábamos explorando esta cueva, nos decían que era imposible geológicamente que hubiera cuevas de dos kilómetros de profundidad. Donde nosotros ya íbamos pensando: joder, qué profundo estamos… estábamos a un kilómetro. Si nos llegan a decir que la cueva tenía 2200 metros hubiéramos dicho que no íbamos ni por la mitad. Es como si en el Everest llegas a los 8000, y cuando te subes descubrieras que te quedan 20 000 metros de altura. Es la diferencia, efectivamente. No hay un punto en el que te des por vencido, no hay meta. No sabes a priori, ni de lejos, lo que vas a encontrar.
La boca de la cueva, ¿a qué altura está?
A 2256 metros sobre el nivel del mar Negro.
No es la altura del mar en Alicante…
Exacto. En este caso, el mar Negro. La cuestión es que estamos todavía en el tramo vertical de la cueva. ¿Qué quiere decir? Que el nivel de base, que se llama, es decir, todos los sistemas kársticos, se definen porque no hay agua prácticamente en superficie, porque toda el agua pasa al interior. La caliza, por ejemplo, se disuelve. Aparte, el agua lo fractura con facilidad. El agua se mete por las grietas, disuelve. Y toda esa agua, teóricamente llega a un nivel de base y se convierten en tramos horizontales. Eso no lo hemos encontrado.
Eso significa que lo tenéis que encontrar.
Sí, eso tiene que existir. Una cueva no baja verticalmente y llega a la nada. Nosotros eso lo llamamos el colector, son galerías horizontales que sirven para canalizar al exterior el agua que se acumula dentro. Al final, por los resultados de los experimentos que hemos hecho de trazado químico, la conclusión es muy sencilla. Primero, la cueva se formó cuando el mar Negro estaba seco. Y además en una era geológica en que el mar Mediterráneo tenía la crisis salina del Messiniense. Estaba totalmente seco, y lo que ocurrió es que por un lado la cueva se desarrolló, hemos encontrado, por estudios batimétricos, hasta un cañón kárstico, bajo el nivel del mar Negro, que no es una morfología típicamente marina, sino una morfología de exteriores. La cueva sale 300 bajo el nivel actual del mar. Es anterior a esa transgresión marina que llevó a configurarse el Mediterráneo.
¿Sigue siendo posible hoy en día, técnicamente, llegar a esa profundidad?
Técnicamente, como se dice en estos casos, pagando a lo mejor es posible. Es uno de los proyectos que tenemos, pero a ver cómo lo hacemos. Si metiésemos por la salida, con un pequeño buque oceanográfico, un batiscafo de cable, es solo cuestión de ir llevando el bicho para explorar. Desde el lado de la cueva eso es lo que hemos estado trabajando, pero el problema es que son zonas muy estrechas, y los materiales son muy pesados y voluminosos. Con el material que podemos transportar ahí, más de 100 metros de profundidad en el agua, no voy a decir que es imposible, pero es muy difícil conseguirlo. Con otros materiales, podrías llegar a 200 o lo que haga falta, pero técnicamente tenemos esa limitación. Sobre todo el volumen.
Ahora mismo, en las condiciones de material y financiación actuales, estáis casi al límite.
Al límite hacia abajo. Lo que ocurre es que como no hemos parado de explorar… En 2015 encontramos unas galerías. Conseguimos unir, como resultado del año pasado, todas las cuevas de ese valle. Antes eran cuevas independientes, y ahora hemos conseguido unir en un gran sistema de cuatro cavidades todo ese sistema subterráneo, y hacia arriba tenemos 150 metros más alto, otra cueva. Que, si conseguimos unirla, tendríamos un sistema de 2350 metros de desnivel total. Sería una barbaridad. Ahora nuestro objetivo es crecer a los lados y hacia arriba. En este caso, la ventaja es que estamos en el fondo del valle. La entrada de la cueva es el fondo del valle. Vamos a intentar conectar ese fondo con la coronación del valle. Una barbaridad de posibilidades, porque siempre es así: por la línea principal bajas, pero encuentras un montón de galerías en todas las direcciones.
Y los patrocinios y la financiación…
Hablando en círculo científico como estamos, la espeleología está como cualquier disciplina científica: a dos velas. Lo que pasa es que la espeleología está un paso más allá en el estar a dos velas, porque las expediciones son autofinanciadas. Hablando en plata, nos hemos dado cuenta de que es más fácil trabajar cada uno en lo suyo y ahorrar, tiene menos mano de obra que mendigar patrocinios. Es así. Como mucho, lo que hemos llegado a un equilibrio en que hay marcas que nos patrocinan para testar sus materiales, para hacer publicidad de sus materiales. Tenemos patrocinio en especie, digamos. Por ejemplo, desarrollamos determinados tipos de materiales, los testamos a ver si funcionan o no funcionan. Hemos llegado a ese nivel. Pero luego el gasto de la expedición lo asumimos nosotros.
También hay que pensar en un detalle: cuando uno piensa en gastos de expedición, no nos damos cuenta de que estamos hablando de expediciones donde hay asalariados que te preparan el campamento, te hacen la comida, te transportan, etc. En nuestro caso el 100% del trabajo lo hacemos nosotros. Si hay que fabricar un aparato, tenemos ingenieros en el equipo que lo fabrican, lo desarrollan y lo construyen. Si tenemos que tirar una línea telefónica, tenemos más de cinco kilómetros de línea telefónica. Toda la cadena es nuestra. Desde el ingeniero que diseña y fabrica los teléfonos, hasta el tendido del cable… todo lo hacemos nosotros. Los gastos reales… lo único caro es llegar al sitio. Tienes que volar el Cáucaso, y lo demás es más barato que vivir en tu casa. No gastas luz, ni gas, ni agua. Lo que gastas, por ejemplo, es el precio de lo que puede costar en un mercadillo comprar la comida en Abjasia. Tú vas al mercado y compras, punto. Más barato que ir aquí a la compra. Y ya en Moscú… con lo cara que está, ni hablamos.
¿Y no salen proyectos de documentales?
En esos circuitos, lo máximo a lo que puedes aspirar es al coste cero. Supongo que es a lo que se puede aspirar en la escala evolutiva, es que por lo menos no te cueste dinero la expedición. Pero ganar dinero… muy difícil. Tienes que buscar fórmulas tipo como hace Jesús Calleja, que combina las actividades de montaña y de naturaleza, con un algo más. A lo mejor te llevas a un famoso para darle un poquito de alegría, pero si nos fijamos, los documentales de exploración pura… hay muy pocos. Porque, claro, si de verdad quieres que sea veraces, las dificultades técnicas son inmensas, y no te compensa.
En los reportajes que han salido, ahora que mencionas a Calleja, cuánto de veraz y de teatralidad hay.
Hay que pensar que cuando uno habla de estar atrapado en una cueva, no es simplemente que te hayan cerrado la puerta y tú esperes a que se abra. Son veinticuatro horas al día de un ruido ensordecedor, de agua cayendo, la comida se agota, estás comunicado con el exterior, pero para que te diga que viene otro frente y llueve más, o está empezando a nevar… es decir, ayuda poco, más vale que te mientan [risas]. En realidad en el programa todo lo que sale es tal como fue. Hemos trabajado con mucha gente diferente, y en el caso del programa de Calleja, lo que nos gustó es que todo es tal como ocurrió. Ni más ni menos, ni más dramático, ni menos dramático. Es simplemente tal cual ocurría, tal cual se grabó. No hubo ni un solo momento: oye, silencio, se rueda. Es como si estuviéramos nosotros aquí hablando y alguien está grabando. Lo que graba es lo que hay.
Al final del programa, Calleja te abraza. ¿También fue real?
Claro que es real, cómo no va a serlo [risas]. A mí me incomoda un poco la situación. Porque la espeleología es una de esas actividades que no se puede personalizar. Es decir, nosotros ponemos una imagen, aunque parece que no tiene nada que ver, si habéis visto el monumento de la conquista del espacio, que está en Moscú, se ve un cohete y sale el cosmonauta primero, pero detrás sale un montón de gente. Desde el tío de la mina que saca el metal, el científico que está diseñando el material, el astrónomo mirando, el tío haciendo el cálculo de la órbita.
Todos muy musculosos.
Y con el viento en contra. Eso es muy soviético: músculo y el viento en contra. Al final está el cosmonauta, pero están todos los demás. A nosotros es una imagen que nos gusta mucho. Ahí pasamos las de Caín y conseguimos salir, pero si no fuera por toda la maquinaria de la expedición acercando comida donde hacía falta, en superficie preparando toda la infraestructura. Si no fuera por todo eso, no habríamos salido. No se puede personalizar en nadie.
Tú eres, de alguna forma, el jefe, o el codirector de la expedición.
Sí, en ese caso sí.
Si se produce un conflicto, ¿se tiene que aplicar jerarquía?
Nosotros nunca hemos aplicado criterio de jerarquía, porque lo consideramos un fracaso. Si tienes que tirar de galones, ya has perdido. Lo que intentamos es que todo sea por consenso. También hay una cuestión: somos gente que hemos estado juntos en situaciones de todo tipo. Cuando digo juntos, es muy juntos [risas]. Cuando estamos en una expedición no significa estar un mes cerca de alguien… es que yo duermo abrazado al tío, y me levanto esa gente al lado, y trabajo, y ceno, y desayuno. El nivel de compenetración que tenemos ya es muy alto.
¿Esa cercanía no produce roces? Un mes en una cueva… Hay estudios psicológicos que dicen que va a producir conflictos.
Sí. El conflicto siempre existe, y nosotros tenemos solamente conflictos antes y después de las expediciones. Cualquier cosa que ocurra, ya lo discutiremos luego o ya lo hemos discutido antes. Pero en la expedición no se discute, porque en la expedición no puedes decir: me voy. Es un lujo que no te puedes permitir. No te puedes pelear con alguien en mitad de una expedición, porque imagínate.
¿Es la regla general para todos los equipos?
Se aplica especialmente en nuestro grupo por el tipo de expedición que hacemos. Hay expediciones que se hacen en otros sitios, en condiciones muy duras, pero la civilización más o menos está cerca. Si te cansas, te vas antes, o subes después, digamos que hay un contacto más cercano con la civilización.
Has mencionado a otros grupos (occidentales) y se mencionan normalmente por el líder del grupo.
Esa es la cuestión. Se tiende mucho más al personalismo en los grupos occidentales. Es decir, hay determinados espeleólogos, en este caso, que llevan la voz cantante, y toda una serie de gente que más o menos cumple las directrices.
Donde se aplica una cierta jerarquía.
Exactamente. Por ejemplo, una de las cuestiones que hemos comentado. Nosotros, incluso por higiene mental, todos hacemos de todo. Hay una jerarquía organizativa, pero a la hora de trabajar todos cocinamos, todos fregamos, todos exploramos. Todos hacemos de todo. Y por ejemplo hay otro tipo de expediciones, sin dar datos concretos, donde si alguien no tiene suficiente nivel, lo ponen a cocinar. O lo ponen a fregar. Nosotros intentamos que todo el mundo aporte lo que pueda. Porque en las expediciones, en realidad, hay sitio para todo el mundo. Pensad un detalle: nosotros agua corriente no tenemos. Uno de los trabajos más duros que hay es acarrear nieve para derretirla y luego beber. Hay sitios donde hay que caminar una hora por agua y luego cargarla para todo el resto del grupo. Hay muchísimas tareas, y nosotros intentamos que todos hagamos todas las tareas.
Antes decías que una cosa que caracteriza a vuestro grupo es que cuando hacéis el viaje, lo financiáis vosotros mismos, de vuestro tiempo de vacaciones. Podéis ir con los críos.
Eso por ejemplo, si recordáis en el programa de Calleja, en superficie en esa expedición, teníamos hasta diez niños pequeños. Pero pequeños… desde un año para arriba. Una de las cuestiones, visto desde fuera, Dios mío, una expedición al Cáucaso, qué horror, qué duro. Sí, pero llevamos niños, y hay que cuidar de los niños, y tenerlos entretenidos. Todo eso entra dentro de la logística de la expedición. No solos temas rudos: voy a matar un oso, voy a cortar leña. Los mecanismos son todavía más complejos. Y por eso digamos que pelearte, que tener mal clima, es necesario evitarlo, porque tienes hasta niños por medio. Si hay que discutir algo, siempre lo discutimos con vodka delante, claro, y en la civilización. Evidentemente siempre hay roce, hay de todo, pero intentamos aparcarlo hasta que llegamos a un sitio civilizado.
Y cuando pasas un mes con dos kilómetros de roca encima de ti, ¿qué es lo más duro? Lo que más echas de menos.
Lo que echo más en falta es abrir un grifo y beber agua, aunque parezca mentira. El agua está helada, solamente metes la lengua y se te hiela, a veces está llena de barro. Eso de llegar a tu casa y decir que vas a beber, y coger agua, ya no digo de la nevera, una fuente o un grifo… no tener agua corriente, que no sepa a nada, que no sepa a perros muertos, eso es duro. Por ejemplo, en las expediciones sobre todo en Turquía, en la cordillera del Tauro, que tuvimos problemas muy serios con el agua, estuvimos bebiendo agua sucia durante mes y medio. La sensación de beberte un vaso de agua es inimaginable.
Desde fuera hubiera dicho la falta de luz.
No, eso para nosotros no es un problema, no lo echamos de menos. En realidad, una vez que estás en tu ambiente, las cuevas son muy acogedoras. Estás en la Madre Tierra, que se dice en estos casos. Es un ambiente muy hostil, pero si te dejas llevar, si aceptas las reglas de juego, te recuerdas que eres espeleólogo y es lo que hay, la falta de luz nunca es un problema.
Sí habías comentado que hay ciertos cambios sensoriales como en la vista, el olfato…
Sí. Cuando entras en la cueva, el primer día la sensación es que por mucho que lleves tu iluminación, sobre todo si vas en verano, que hay mucha luz en el exterior, al principio no ves nada. A partir del segundo día, vas ganando en visión, y llega un momento en que no es que veas en la oscuridad, pero con muy poca luz te orientas. El caso es que va mejorando tu percepción de la luz. Lo que sí te cambia es que cuando sales al exterior, acostumbrado a colores muy mortecinos, muy grises, marrones, negros, cuando ves los colores, el azul del cielo, las flores… ves los colores saturados. Eso es una sensación muy particular. Por lo demás es increíble, cada día que pasas bajo tierra te mueves con más agilidad. De un día para otro, gastas muchísima menos energía en moverte, todo te cuesta menos. Hay una curva ascendente en ese sentido. Quieras que no, la sociedad en la que vivimos te sienta en un coche, en una oficina… no tienes el problema fisiológico.
¿Y falta de oxígeno?
Hay cuevas que sí, pero no por cuestiones de altura, sino por cuestiones por ejemplo de gases que se acumulan, emanaciones sulfurosas en cuevas volcánicas. Hay veces que tienes un problema parecido. Pero en el tipo de cuevas que vamos nosotros, el límite es tener que estar siempre mojado. Estamos hablando de un 100% de humedad relativa, agua en suspensión por todas partes… por ejemplo en fotografía subterránea te cuesta la misma vida que cuando sacas una foto, lo que ves son gotitas. Tienes que hacer maravillas con los flashes para que no te salgan. También hay cuevas más secas. La sensación de estar siempre mojado…
Eso también puede condicionar el sentido del gusto y del olfato.
Claro. Te quedas como anestesiado. Cosa que es buena, porque si te tiras un mes sin ducharte… si olieses en todo su esplendor… Hay una sensación que nos ha ocurrido mil veces, y que es inexplicable. Te tiras un mes con la misma ropa puesta, y por supuesto no te lavas. No te cambias para nada. Y ropa que no transpire, y aunque transpirara da igual. Haciendo ejercicio, durmiendo con la misma ropa… todo. Y no te huele mal. Llegas al exterior, te quitas esa ropa y te duchas… y tienes que tocar con un palo lo que te acabas de quitar. Cómo es posible que yo llevara eso puesto. Eso es siempre, es algo inexplicable. Ese cambio radical en cuanto te limpias, y ya hueles a limpio, es automático.
¿Y la cuestión de los ritmos circadianos?
Los ritmos circadianos se han estudiado mucho en los espeleólogos, a ver cuál sería un ritmo natural en un estado de aislamiento. Al final hemos visto que lo que tenemos son jornadas largas de trabajo y jornadas largas de sueño. Un día estándar serían doce horas de sueño y doce horas de trabajo, y con dos comidas nada más, un desayuno potente y una cena potente. Si trabajas catorce horas y duermes quince horas, ya hay un decalaje y llega un momento en que tus días no tienen nada que ver con los días en superficie. Hemos hecho la prueba de trabajar sin reloj, por ejemplo, y al final acabas totalmente trastocado.
¿Influye en tu rendimiento?
No, rindes mejor a condición de dejarte llevar. Hemos hecho la prueba de llevar una disciplina: dormimos ocho horas, luego ocho horas de trabajo, y ocho horas… y no funcionas igual.
¿Es bueno no tener horas de relax, que no sean ni de trabajo ni de sueño?
Es que lo vemos como tiempo perdido. Somos espeleólogos, cuando estás bajo tierra, el esfuerzo de hacer la expedición es muy alto. Cada minuto que no hagas nada, es un minuto tirado a la basura. Nuestros momentos de relax, el único del día, es la sobremesa después de cenar. Eso intentamos, que la cena sea algo recreativo. Tú te alimentas, pero cenar bien, una sobremesa larga, charlas… intentamos que la cena sea ese momento del día para relajarse.
¡Dios mío, me pica todo y qué sensación de ahogo! Durante la lectura he tenido episodios de angustia y ansiedad, no puedo ni quiero imaginarme lo que debe de ser estar ahí, arrastrándose por un angosto túnel con la escalofriante posibilidad de quedar encallado, ¡¡¡AAAAARGHH!!! ¡¡¡SOCORROOOO!!! ¡¡No, no, quiero salir de aquí, por favor, seré bueno, dejaré de fumar, dejaré de follar, lo que sea con tal de despertar de esta pesadilla!! En serio, no entiendo cómo alguien puede hacer de esto su medio de vida.
Spasiva :-)