Arte y Letras Arquitectura

París-Londres-Stirling-Las Palmas de Gran Canaria

París-Londres-Stirling-Las Palmas de Gran Canaria
Vistas del Hotel Santa Catalina en Las Palmas, Ysla de Gran Canaria. Imagen: FEDAC / Coleccion de Litografias de doña Caridad Rodríguez Pérez-Galdós 1895-1905.

Este artículo se encuentra disponible en papel en nuestra trimestral nº 40 «El arte del engaño».

Cien años antes de que todo el mundo quisiera un Calatrava, hubo un momento en el que el máximo objeto de deseo arquitectónico fue una torre metálica. Una construida a imagen y semejanza de la diseñada por Gustave Eiffel para la Exposición de París de 1889 a ser posible o, si la decisión se tomaba después de las copas y los puros, esta debía ser así pero aún más grande. En una de esas sobremesas exigentes («cualquier cosa que pueda hacer París, ¡Londres lo puede hacer más grande!») germinó la idea de construir una torre en el parque de Wembley, al norte de la capital inglesa. El promotor, sir Edward Watkin, concibió la construcción de este hito como la guinda del pastel que coronaba su conglomerado de empresas ferroviarias: la Torre Wembley (también conocida como la Torre Watkin) sería el reclamo de una zona de ocio a la que se llegaría… a través de sus líneas de tren. Un plan sin fisuras. Hasta que las tuvo.

En 1890 se convocó un concurso internacional para elegir el diseño de una torre que, como requisito ineludible, debía ser más alta que la de París. El equipo que fue considerado ganador estaba formado por los arquitectos William Dunn y James M. MacLaren y el ingeniero A. D. Stewart. Su propuesta tenía un perfil bastante esbelto y continuo, con un aspecto final cercano a un tronco de cono gracias a sus ocho patas. Y sí, superaba en unos cuarenta y cinco metros a la edificación francesa. Contaba con dos plataformas de observación con locales de ocio y comercios, pero lo que más destacaba era una especie de balneario en la coronación de la torre, donde «poder respirar aire puro».

Como director de las obras fue contratado el ingeniero sir Benjamin Baker, experto en estructuras y coautor, junto con sir John Fowler, del majestuoso e imponente puente de Forth. Baker fue quien ideó el ejemplo gráfico viviente del equilibrio del puente, que recreaba con personas del público durante las conferencias que impartía.

Como suele pasar, todo iba viento en popa hasta que hubo que poner dinero. Contra todo pronóstico (para Watkin, obviamente), la idea de una torre de esas características y, seamos sinceros, bastante alejada de Londres, no despertó mucho interés en los inversores. Vamos, que hubo que apretarse el cinturón y reducir el alcance del proyecto, ya que los fondos previstos iban a ser bastante inferiores a los necesarios para desarrollar la propuesta de Dunn, MacLaren y Stewart. Sin ir más lejos, se decidió reducir a la mitad el número de patas (de ocho a cuatro), lo que hizo perder a la propuesta ganadora gran parte de su identidad y, además, que resultara aún más parecida a la Torre Eiffel. La modificación del diseño y la dirección de la obra corrieron a cargo de Baker y Stewart, y en 1892 se iniciaron los trabajos de construcción. Durante las primeras fases, el edificio atrajo a numerosos curiosos, pero fue un espejismo. Su momento de gloria ocurrió en 1895 con la apertura al público del primer nivel de la torre, que se encontraba a unos cuarenta y siete metros de altura. Fue el canto del cisne. En primer lugar, y lo más importante, la estructura no era muy fiable: se detectaron durante la construcción graves problemas de asentamiento y fisuras en la cimentación de las patas que acabaron por decretar su demolición, finalizada en 1907. Se rumoreaba que el reducir a la mitad las cimentaciones pudo influir, lógico, pero aún quedaba mucha obra por levantar y las cargas transmitidas al terreno no eran ni la mitad de las esperadas para la torre completa. En segundo lugar, el propio Watkin, el más firme defensor de la torre, tuvo que retirarse por problemas de salud. Moriría en 1901. Y, por último, los fondos disponibles se demostraron insuficientes para poder finalizar las obras, lo que llevó a la quiebra a The International Tower Construction Company, la sociedad creada por Watkin para gestionar el proyecto, en 1899.

No fue la primera vez que una obra inicialmente diseñada por James Marjoribanks MacLaren llevaba a la quiebra a la sociedad impulsora. Este arquitecto, nacido cerca de Stirling (Escocia), desarrolló gran parte de su carrera profesional dentro del movimiento Arts & Crafts, que defendía la manufactura, el saber de los profesionales artesanos y un poco el buscar la belleza y la calidad en el legado y la tradición de las generaciones anteriores.

Probablemente gracias a los contactos de su benefactor, sir Donald Currie, un político y naviero escocés, MacLaren fue contratado en 1888 para redactar el proyecto de un hotel en Gran Canaria. La isla se encontraba en la ruta de comercio de Reino Unido hacia África, por lo que inversores ingleses crearon The Canary Islands Company con el fin de construir un hotel en esas tierras para descanso de sus compatriotas durante las escalas de sus viajes en barco. 

Fue un visto y no visto: en las Navidades de 1889, el hotel se puso en servicio parcialmente para inaugurarse por completo en febrero del año siguiente. La edificación estaba compuesta por dos alas con habitaciones articuladas por un gran bloque central donde se encontraban las zonas comunes, además de más espacios para huéspedes. Los extremos de cada volumen edificatorio se coronaban con cúpulas esféricas o de cuatro hojas que, junto con los arcos de herradura que jalonaban todo el perímetro del nivel inferior, fueron diseñadas por MacLaren porque las creía típicas de la zona. El inicio de la Gran Guerra supuso el declive definitivo del Santa Catalina en esta primera época. La compañía finalmente desapareció tras pasar la hipoteca del hotel a manos de empresarios canarios que, a su vez, lo vendieron al Ayuntamiento de Las Palmas en 1923. El edificio de MacLaren no volvió a abrirse nunca más para funcionar con normalidad como hotel: finalmente, fue demolido en 1946. 

En todo caso, el desastre financiero de los que fueron tal vez sus proyectos más ambiciosos (la Torre Wembley y el Hotel Santa Catalina) pillaron bastante lejos a MacLaren. De hecho, falleció en 1890 a causa de la tuberculosis con solo treinta y siete años, solo unos meses después de la inauguración del hotel y de resultar ganador del concurso impulsado por Watkin. Tras la demolición del Grand Hotel Santa Catalina, este se reconstruyó y relanzó, estando en servicio hoy en día. De la Torre Wembley, o de querer construir torres metálicas altas y simbólicas en general, no se volvió a saber nada.

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