Arte y Letras Historia

Duelos a espada 

El ya clásico duelo de esgrima de La princesa prometida. Imagen
El ya clásico duelo de esgrima de La princesa prometida. Imagen: 20th Century Fox.

Este artículo se encuentra disponible en papel en nuestra trimestral «Aniversario».

Tropiezas al entrar a la sala de reuniones, y casi se te cae el portátil al suelo, pero logras llegar hasta tu sitio. Inicias la presentación, mientras el resto de compañeros y tus jefes van observando con rostro serio. A mitad del Power Point, un compañero se vuelve hacia otro e intercambian confidencias y risitas.

—¿Acaso encontráis graciosa la diapositiva, maese Peláez? —dices con voz seca—. Por que si es así podríamos tener unas palabras al respecto.

Peláez se da la vuelta y se fija en cómo has apoyado la mano casualmente en el pomo de la espada. Nota un montón de miradas clavadas en él. Te saca una cabeza, no lleva gafas y su pelo serviría para anunciar champú. Pero su dominio de la esgrima es muy pobre, y por eso no se atreve a contestar a tu evidente desafío. Con un murmullo incoherente, parece encogerse en la silla, mientras tú continúas la presentación intentando que no se note la satisfacción que sientes en ese momento.

La escena anterior es impensable en nuestra sociedad actual. Entendemos —con razón— que los duelos con armas son aborrecibles y que el ejercicio de la violencia debe quedar desterrado. Soy tan consciente de los caveats como el lector, pero le pido que dejemos la mojigatería en la puerta durante el tiempo que dure el artículo. Disfrutemos juntos de este ejercicio de sociología ficción, cuyas propuestas morirán solas al llegar al punto y final.

Porque, no nos engañemos, habitamos un mundo imperfecto. La democracia en la que convivimos está llena de fisuras y agujeros por las que se escapan las libertades y se cuelan las injusticias. Enumerar una lista de los problemas sería materia de muchos artículos, así que limitémonos al abuso personal. Ese que sufrías en el colegio a manos de unos pocos matones y que arrastras en el día a día, con tus jefes en el trabajo, por la calle.

Problemas más divertidos que los nuestros se sufrían en el siglo XIII. En 1220, un hombre llamado Walter Stewton fue acusado de asesinar a un vecino clavándole un pico en la cabeza mientras dormía. Pocos detalles trascendieron del juicio, salvo que Stewton fue encerrado en la torre de Londres y fue sentenciado a un juicio por combate. En ausencia de forenses modernos, el sistema dictaba que debías enfrentarte a un campeón de la espada. Si ganabas, era que Dios estaba de tu lado y por tanto eras inocente.

Semejante procedimiento tenía sus inconvenientes si, como Stewton, eras un campesino no instruido en armas. Pero había una manera práctica de resolverlo. El acusado salió bajo fianza, y se le permitió acudir a un maestro de esgrima. Stewton regresó al cabo de seis meses para enfrentarse a su juicio ¡y ganó!

Trasladado a nuestros días, ese comportamiento tiene indudables alicientes. Imaginemos a famosos encausados de nuestros tiempos afrontando un juicio por combate. Enfrentándose a famosos espadachines que tomarían el lugar de fiscales.

Les daríamos, obviamente, la posibilidad de aprender para defenderse. De hecho es algo de lo que España puede sentirse orgullosa, ya que fue aquí donde se expidió la primera licencia real a un maestro de armas de la que se tiene constancia en Europa. Fue en Zaragoza, en 1478, al maestro mayor Gómez Dorado. En nuestro país se llevaban estos asuntos con enorme seriedad, sobre todo cuando se trataba de examinar a un aspirante. Se convertía en un acto público, al que acudían decenas de personas. En otros países incluso se pagaba la entrada.

No es difícil imaginar que en nuestra particular distopía, un campeón de la fiscalía en un juicio por las armas sería tan popular como Messi y Cristiano Ronaldo. Y un evento en el que los presuntos corruptos pudiesen ser trinchados sería seguido por millones de personas a través del cable.

Con el tiempo, dichos eventos fueron reduciendo su apertura a los visitantes, según los maestros fueron dándose cuenta de que desvelar las técnicas más avanzadas podía dar lugar a que posibles enemigos conociesen sus secretos. Los maestros —principalmente italianos y alemanes— los guardaban celosamente en sus tratados, y no será hasta 1582 con Philosophia de las armas, de Carranza, cuando los españoles hagan una contribución real a la literatura lanista.

Sin llegar a niveles de enorme maestría, en el siglo XVI las armas blancas eran un artículo de uso común en toda España. La espada no se llevaba, se vestía igual que el sombrero y la capa. Tanta proliferación de aceros llevaba a numerosos encontronazos dentro de la población civil —rara era la noche que no se saldaba con dos o tres muertos en la Sevilla del 1500—. Por ello los maestros de armas insistían mucho en que, ya que la mayoría de los combates tenían lugar en las calles, sus pupilos aprendiesen a defenderse en ellas. El entorno embarrado, inestable y lleno de excrementos que eran las calles en aquella época dista mucho de nuestro entorno urbano.

Y sin embargo, podemos soñar con traer algo así del pasado. Con poder sacudirnos el sambenito de pringao de la oficina simplemente con una mirada severa y un gesto hacia el pomo de la espada. Con poner en su sitio a un cuñado pesado que siempre pretende tener razón. Con evitar que se te cuelen en la cola del cine, que te empujen en un bar, que te roben la plaza de aparcamiento en la que estabas a punto de estacionar. Con todas esas pequeñas vilezas que, en suma, debemos sufrir cada día y de las que nadie puede defendernos. Y para las que tan bien vendría tirar de ropera, escuchar el suave chirrido de la hoja al salir de la vaina y jugarse el honor a primera sangre.

¿Y qué decir de los debates políticos y las tertulias de televisión? Se acabarían las discusiones a voz en grito, las descalificaciones y las insinuaciones. Pocos se atreverían a difamar sin pruebas, ni insultarían en un plató sin miedo a represalias. Y ya imaginar a dos portavoces parlamentarios enzarzados en un auténtico combate entre los escaños del Congreso eleva el sueño a la categoría de húmedo.

Siempre con reglas estrictas, padrinos y garantías, por supuesto. Que ni en sueños se debe perder nunca la educación.

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5 Comments

  1. Abel "el bedel"

    Hay que ser más inteligente que el adversario.
    Un par de borrachas van en dirección prohibida y se estrellan contra el coche de una venezolana. Entonces, las borrachas se ponen en modo insultante y racista:
    https://twitter.com/directolafuente/status/1630736996556587008
    Borrachas y todo tratan de cambiar la narrativa provocando una respuesta violenta.
    A mi madre le inundaba sistemáticamente el vecino de arriba. Cuando venía por casa, si estaba yo delante la insultaba con objeto de ser víctima de una agresión y cambiar de cabo a rabo la narrativa. Yo jamás piqué. No era un tipo leído, pero si un pícaro que iba de tonto. En España hay mucho truhán, mucho pícaro. Hay que ser cerebral, aguantar carros y carretas y llevar el tema por el juzgado si se tercia teniendo de nuestra parte los hechos. De lo contrario terminas cornudo y apaleado.
    Mucho mejor este artículo que la entrevista. El entrevistador termina siempre cayendo a nivel del entrevistado.

  2. Gavrilo Princip

    Mi imaginación ha volado, recreando diversos escenarios de mi rutinaria vida que merecerían acabar a espadazos. Qué feliz utopía nos ha dibujado el autor, muchas gracias.

  3. L.Manteiga Pousa

    Divagando un poco. ¿Legalizar los duelos?. No lo se. Desde el punto de vista de la libertad, si. Si quieren batirse libremente, por los motivos que sean (por algún tipo de disputa, por la adrenalina, por la aventura, por estar aburridos y/o cansados de la vida (desechando el suicidio por los motivos que fuese)…) no veo porqué prohibirlo. Eso si, bien organizado y reglado y quedando muy claro que se batían con total voluntariedad. Por supuesto que se podría batir todo el mundo, sin distinción de clases sociales ni de ningún otro tipo. ¿Habría público?. Sólo si lo permitiesen los duelistas, fuesen estos cuantos fuesen, y hubiese quien quisiese asistir, claro.

  4. L.Manteiga Pousa

    Los duelos serían de uno contra uno, incluso de uno contra uno sucesivos, o con cualquier otro número de participantes que ellos quisiesen. Podría ser a primera sangre, a muerte…como quisiesen. Un saludo y perdón por la digresión.

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