Tecnología

Trucos de guerra para ahorrar conduciendo que pueden servirnos hoy

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Algunos milenials tuvieron bisabuelos que no condujeron nunca un coche, pero que tenían vehículos. Sus audis eran caballos, sus opel corsa mulas, había burros como hoy dacias, y sus SUV familiares coches de caballos, o carretas. La brecha entre aquella generación y la que nació cuando los padres tenían coche de forma natural es tan enorme como la de los que nacieron sin internet y los que crecen con ella. Pero entre unos y otros, y sin importar los siglos, todos estuvieron, sin excepción, limitados por lo mismo: el precio del combustible. Era un dolor de cabeza dar grano y heno a los caballos, mulas y burros con aquella inflación provocada por una aristocracia que guardaba el trigo y la paja en sus graneros para que subiera el precio. Lo es apañarse con gasolina y diésel hoy.

Nuestros lejanos antepasados tenían la opción de pasar a cuchillo a los nobles y vaciar sus graneros, pero nosotros tenemos más difícil linchar a los miembros de la OPEP, deponer a Putin, librarnos de la manipulación del mercado yanki o asaltar gasolineras y refinerías. Por no decir que eso de las revoluciones nos da pereza, son momentos en que los bares empeoran y te cortan la wifi. La poca defensa que nos queda es ahorrar en el seguro del coche y en el consumo de combustible, que son los dos gastos constantes más comunes de nuestra vida del siglo XXI. Y no hace falta buscar páginas de esas con los diez mejores trucos para ahorrar, que parecen escritas por inteligencias artificiales, de las que aún están aprendiendo a escribir. Solo tenemos que mirar atrás, a aquellos momentos cuando nuestros abuelos ya las pasaban canutas, e intentar sacar alguna lección valiosa de ello.

Para gastar menos gasolina o diésel, recuerda los coches de leña

Cuando Hitler decidió invadir Rusia promovió sin pretenderlo la conducción eficiente. Desde luego toda la Segunda Guerra Mundial, como antes la Primera, tuvo el efecto de subir el precio de los combustibles para automóviles primero, y luego generar escasez. Todo aquel conflicto podría explicarse como un intento de dominar las fuentes petrolíferas. El tipo de la esvástica y el bigotito tenía además la obsesión de dominar unos hipotéticos pozos petrolíferos ucranianos. Incluso teniendo a la Unión Soviética como principal proveedor de petróleo, que se mostraba encantada de vendérselo sin límites. Cuanto les hiciera falta para dominar militarmente Europa. Palabra de Viacheslav Mólotov, ministro de exteriores y protegido de Stalin.

Pero como la cosa iba de delirios y no de objetivos, el III Reich acabó invadiendo Rusia desde Ucrania con la intención de eliminar a la población autóctona, repoblar el genocidio con colonos alemanes, y de paso quedarse con todo el petróleo y los productos agrícolas. Aquella Operación Barbarroja, comenzada en 1941, dejó secas las gasolineras y a los coches particulares sin nada para echar en sus depósitos. No solo por la invasión, sino por el método ruso de destruir los pozos para que los nazis no pudieran aprovecharlos. A partir de ese año el escaso combustible disponible, reservado a uso militar, ni siquiera alcanzaba para abastecer camiones de pertrechos y tropas. Motivo por el que se recuperó una tecnología un tanto obsoleta: los coches de leña.

Lo que puede parecer una fantasía steampunk fue una auténtica tecnología del siglo XX, inventada por la compañía inglesa Thornycroft y hecha efectiva por el químico francés Georges Imbert veinte años más tarde. Imbert consiguió que el monóxido de carbono y otros gases generados por la combustión de madera fueran empujados mediante un mecanismo de succión hasta el motor de explosión. Podía adaptarse a cualquier vehículo fabricado para funcionar con gasolina o diésel, y lo único que se necesitaba para producir el gas era la leña que tantos europeos usaban habitualmente para cocinar y calentarse. Una reconversión a vehículos de gasógeno.

Durante los años treinta muchos gobiernos, como los de Suecia y Finlandia, invirtieron en desarrollar esta opción, asustados por la deriva que iba tomando la situación geopolítica. Y previendo que el petróleo escasearía. Cuando esa escasez se produjo la reconversión de los coches fue rápida, y hacia 1945 ya circulaban un millón de coches de gasógeno, la mitad de ellos en Alemania. En las fotos históricas el aspecto deja mucho que desear, depósitos añadidos delante del radiador o en la parte trasera, y tubos como de estufa cruzando por el techo. En España también circularon, sobre todo los taxis de las ciudades, después de la Guerra Civil.

Pero la sustitución de la energía tenía sus pegas, y ahí es donde los conductores aprendieron trucos para ahorrar leña. Te llevaba veinte minutos prender la madera de la chimenea, producir suficiente presión en la caldera y regular los flujos de gas mediante llaves. Eso, si entendías bien las instrucciones y te dabas cierta maña. Si no, bastaba con repetirlo todo otra vez desde el principio. Este era apenas el principio, arrancar. Una vez en marcha, aquello tenía la potencia justa, y en las cuestas arriba había que regular una serie de palancas y tiradores para aumentar la presión. Con el follón bélico la leña tampoco abundaba, pero eso sí, los coches de gasógeno consumían como si no hubiera un mañana. Así que si deseabas moverte el reto era lograr la conducción eficiente. Sus principios podemos aplicarlos hoy a nuestros coches modernos.

Conduce hoy como si tu coche fuera de los años cuarenta

Y da gracias a que a las marchas, el volante, los intermitentes, y el juego de pedales no se añaden una serie de palancas y botones para regular el paso del gasógeno, más unas maniobras con los brazos, con las ventanillas bajadas, para avisar al resto de conductores. Porque, digamos, aquello giraba a su manera y más que pararse cuando frenabas, solo reducía. Además de ese pequeño detalle, al final del trayecto, de tener que abrir el tubo de escape de gases y acercarle una cerilla para que el gas almacenado en el conducto de alimentación no generara más presión de la debida ni provocara explosiones. Superado lo cual, veamos cuáles son los verdaderos trucos que aplicaban sus conductores y que pueden servirnos hoy.

Uno, el arranque eficiente

El coche de gasógeno iba ganando presión después del encendido, así que necesitaba un tiempo para calentarse, como el nuestro ahora. Nunca pasaban de primera o segunda en los primeros minutos, una costumbre que nos vendrá bien adoptar ahora. Si tenemos gasolina, nada de acelerones antes de salir andando, y si es diésel, además, esperar cinco segundos después del arranque para ponerse en marcha. Lo de quedarse esperando con el coche parado, mala idea para ahorrar. Lo de los acelerones para que entre en calor, también.

Dos, la velocidad uniforme

Un cacharro que tarda en acelerar y en frenar, y que pesa mucho en relación a la potencia de su motor es casi como una bicicleta, ayuda en la cuesta abajo y es un muerto en la cuesta arriba. Nuestros coches pesan mucho más que los antiguos, y podemos aprovechar su inercia, levantando el pie del acelerador con la marcha más larga en los descensos, la quinta o la sexta. Eso reduce el consumo a casi cero. Si estás subiendo, no aceleres con las marchas largas, es más económico reducir a quinta o cuarta para mantener la velocidad.

Tres, el freno motor

Reducir las marchas para ayudar a la frenada no es un ahorro en sí mismo, pero produce un efecto añadido, y es que levantas el pie del acelerador durante más tiempo que el empleado si solo usas el freno. Gastando menos combustible. Cuando los coches eran solo mecánicos esto era obligado, y si te sacaste el carné en los ochenta o antes, posiblemente tuvieras que aprenderlo. Hoy la electrónica nos ayuda mucho de forma invisible. En cuanto a los coches de gasógeno, no era raro que perdieran los frenos, y tuvieran que buscar inclinaciones de terreno que les ayudasen a decelerar. Eso sí, con el motor parado. No es raro que desaparecieran de la noche a la mañana en cuanto hubo de nuevo petróleo disponible.

Cuatro, las revoluciones

Puede que el fin de semana tengas ganas de sentir esa potencia que hay bajo el capó, o ese acelerón capaz de aplastarte contra el respaldo. Mala idea para ahorrar, pero peor aún si es una costumbre diaria. En general un diésel no precisa más 2.000 revoluciones para cambiar de marcha, 2.500 si es gasolina. Los cuentarrevoluciones tardaron en aparecer en el salpicadero, así que los conductores del gasógeno cambiaban la marcha de oído. Sí, según cuánto rugiera el motor. Tampoco lo hagas.

Cinco, el calor o el frío

Las tuberías de los coches de gasógeno corrían por encima del techo, en los adaptados, o por debajo del chasis en los que venían preparados de fábrica. En ambos casos la combustión del gas de leña funcionaba, exactamente, como una estufa, y el interior del vehículo era lo más parecido a una chimenea. Conducían siempre con las ventanillas bajadas. Para nosotros es buena idea hacerlo en primavera y verano en ciudad, ahorrando el consumo que añade al motor el aire acondicionado. En carretera, eso sí, mejor ponerlo y subir las ventanillas porque a mayor velocidad el aire ejerce de freno, obligando al motor a gastar más para mantener la misma velocidad. Más económico poner el aire.

Y sexto, tú no necesitas ese hacha

Sí, era la herramienta habitual en todo coche de la Segunda Guerra Mundial. Con repostajes cada hora, cortando la leña que encontraras por el camino. Y buena forma física asegurada en los trayectos largos. Ahora puedes meter algo mucho más útil, un inflador eléctrico de batería. Muchos fabricantes de tecnología los tienen, sirven lo mismo para bicicletas que para coches, y permiten mantener la presión perfecta del neumático. Sube 0.10 o 0.20 bares la presión en invierno, o con mucho equipaje. No circules nunca por debajo de lo que marca el fabricante. Y si vas a cambiarlos, mira además del precio la etiqueta de consumo de los nuevos. Funciona como la de un electrodoméstico, de A a G, más o menos eficiente. Esto también te ayudará a ahorrar combustible durante toda su vida útil.

Y por último, no olvides que al menos en la Unión Europea ya no se venderán coches de combustión en 2035. Para entonces estos consejos serán tan históricos como los coches de gasógeno. Al menos, ese es el plan.

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