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Hijos tashelhit 

Los nativos beben del Árbol Fuente en la isla de El Hierro. tashelhit 
Los nativos beben del Árbol Fuente en la isla de El Hierro. tashelhit

Este artículo se encuentra disponible en papel en nuestra trimestral nº 40 «El arte del engaño».

Cuenta la leyenda que durante la conquista de las islas Canarias llegó a Lanzarote una nave, comandada por Martín Ruiz de Avendaño, cuyos tripulantes desembarcaron en son de paz. Fueron recibidos por el rey Zonzamas, quien, con curiosidad de antropólogo, les ofreció refugio y aceptó sus presentes. Después de unos días de descanso, los navegantes partieron de vuelta hacia la península. 

Nueve meses más tarde, la reina Fayna daba a luz a una niña, a la que llamaron Ico. De la joven, que creció sana y fuerte, y tenía la piel blanca y el cabello rubio, pronto se dijo que se parecía demasiado al comandante extranjero. Pasaron los años y, siendo rey su hermano Timanfaya, regresaron los navegantes, esta vez a guerrear. Tras una dura batalla, muchos lanzaroteños fueron capturados, entre ellos, el propio rey. Había que elegir nuevo monarca, cargo que correspondía a Ico. Pero, como siempre se había rumoreado que ella era descendiente de los conquistadores, no era adecuada como reina. 

Lo que no es leyenda es que las islas Canarias, situadas a unos dos mil kilómetros de la Europa continental, ya eran conocidas por los romanos. Plinio el Viejo, en su Naturalis Historia, escrita entre los años 77 y 79 d. C., relató la expedición enviada por el rey Juba II de Mauritania a una isla del océano Atlántico en la que encontró una abundante colonia de «canes marinos», motivo por el cual la denominó Canaria. Hijo del rey de Numidia, aunque romanizado y casado con la hija de Marco Antonio y Cleopatra, Juba realizó sus expediciones entre el año 25 a. C., cuando accedió al trono, y el 12 a. C.

No obstante, las primeras informaciones que manejamos sobre las islas no se limitan a las pesquisas del monarca mauritano. Aunque de manera imprecisa, las Canarias (entonces llamadas Afortunadas) eran conocidas en el mundo romano y en la zona de Gades. Probablemente, Juba y sus navegantes llegaron a ellas con unas referencias muy precisas, las que el general Marco Vipsanio Agripa proporcionó al emperador Octavio Augusto para elaborar el mapa del mundo conocido como orbis terrarum, de modo que los navegantes tenían la orden de reconocer unas islas de las que ya entonces se hablaba en el Mediterráneo Occidental. 

Visitadas por comerciantes bereberes (el vocablo bereber viene de la adaptación al árabe del griego βάρβαρος, que quiere decir «bárbaro»), algunos de los cuales lideraron asentamientos fundacionales en las islas, los nativos canarios estuvieron solos durante muchos siglos. Al menos hasta que, en el año 1200, los europeos comenzaron a acercarse y lo pregonaron a los cuatro vientos. Primero llegaron navegantes de Portugal, Mallorca y Génova, y, en 1402, una expedición encabezada por dos aventureros, Gadifer de la Salle y Jean de Béthencourt, tuvo como objetivo la invasión. De la Salle era de Aquitania, en el oeste de Francia (territorio que cuando él nació estaba bajo el control de la monarquía inglesa), y Béthencourt procedía de Normandía. Inicialmente conquistaron Lanzarote para en 1406 tomar el control de Fuerteventura y El Hierro en nombre del reino de Castilla, cuyo monarca, Enrique III, había proporcionado refuerzos a la expedición. 

El nombre de Lanzarote viene del navegante genovés Lanceloto Malocello, que la visitó por primera vez en el siglo XIV y de cuya presencia encontraron huella los primeros conquistadores normandos: el castillo de Guanapay, el más antiguo de Lanzarote, fue construido sobre una antigua torre edificada en 1312 por Malocello. En cuanto al rey castellano, se le conocía como Enrique el Doliente por su precaria salud, pero, por supuesto, fueron los nativos de Canarias quienes terminaron sufriendo. Durante el siglo XV, muchos de ellos fueron convertidos en esclavos, deportados, murieron en batalla o cayeron enfermos a causa de enfermedades importadas. Hoy, aunque se estima que entre el treinta y el cincuenta por ciento de los actuales canarios es descendiente directo de los pobladores autóctonos, su cultura y su lengua, prácticamente, han desaparecido.

Se los conoce como guanches, aunque originalmente ese término se aplicaba solamente a los pobladores de Tenerife. Tenían la piel morena, el cabello rubio y los ojos azules o grisáceos. Compartían genes con el pueblo bereber que ocupó en el primer milenio el Sáhara Occidental y el norte de África hasta Libia, limitando con Egipto. Esta comunidad, que procedía a su vez de Europa, se había rebelado contra el dominio de Roma y por ello fue castigada con el destierro en las Canarias. Cuando siglos después las naves castellanas aparecieron en el horizonte, la comunidad guanche, pese a haber permanecido aislada durante tanto tiempo, demostró una capacidad militar muy avanzada. Cuentan las crónicas de la época que los castellanos, cuando ya se habían hecho con el control de todas las islas a excepción de Tenerife, tuvieron que reclutar a aborígenes de Gran Canaria para la guerra, premiándolos, a cambio, con tierras tinerfeñas. Castilla no logró conquistar la última isla independiente, Tenerife, hasta 1496. 

Pero ¿qué idioma hablaban? No tenemos muchas pruebas de una lengua que se extinguió en el siglo XVII. Los cronistas de Béthencourt, en Le Canarien, escriben: «Las islas Canarias estaban habitadas por gentes infieles, de leyes diversas y diferentes lenguajes», mientras que Thomas Nichols, en su Descripción de las Islas Afortunadas, aseguraba, después de visitar el archipiélago, «que el lenguaje de los indígenas canarios era igual en todas las islas». Sabino Berthelot (1794-1880) deduce, por una serie de vocablos comunes a todas las islas, que la lengua madre era la misma para todo el archipiélago, apareciendo las diferencias a causa de la insularidad. Por otra parte, existe cierto consenso entre lingüistas de que el idioma, generalmente conocido como guanche, tiene conexión con la familia de lenguas bereberes.

Las lenguas bereberes son autóctonas del norte de África, de la «costa de Berbería», el término que los europeos utilizaron desde el siglo XVI hasta el XIX para referirse a las regiones costeras de Marruecos, Argelia, Túnez y Libia. A pesar de las invasiones árabes del siglo VII, millones de personas aún hablan estos idiomas en el área que se extiende desde Marruecos a través de Argelia y Libia hasta el oasis de Siwa, al oeste de Egipto, así como hacia el sur, hasta Malí y Níger. Probablemente, alrededor de un tercio de la población de Marruecos y Argelia habla lenguas bereberes, alcanzando los veinticinco millones de hablantes. El tuareg, un idioma bereber, se habla en una enorme área del desierto del Sáhara que cubre gran parte de Malí, Níger, Argelia y Libia.

Maarten Kossmann, profesor de Estudios Bereberes en la Universidad de Leiden, en los Países Bajos, dice que, por lo poco que sabemos del guanche, no hay duda de que el idioma contiene elementos genuinamente bereberes: muchas palabras muestran un vínculo claro con el bereber, como ilfe, «cerdo», que está relacionado con la forma bereber del norte ilef, «cerdo». La mayoría de los términos guanches son topónimos y solo algunas palabras comunes, como gofio, que significa «harina tostada», y otras referidas a la flora, como tabaiba, el nombre de una planta, o mocán, el de un árbol, siguen en uso. Curiosamente, la palabra guanche es de origen francés, porque de Francia procedían las primeras expediciones que fueron a conquistar las islas Canarias. Pero también hay muchas otras palabras que no parecen tener ningún parecido con el bereber. Kossmann señala que puede ser significativo que muchas de las palabras guanches que muestran alguna relación con el bereber sean términos agrícolas relacionados con temas como la ganadería y las cosechas.

En su punto más cercano, las Canarias se encuentran a cincuenta y ocho millas náuticas de la costa oeste de Marruecos, donde el idioma bereber tashelhit es hablado hoy por alrededor de siete millones de personas. La lengua guanche bien podría haber estado históricamente relacionada con el bereber, pero, aunque no lo estuviera, está bastante claro que al menos estuvo influenciada por el contacto con hablantes de alguna lengua ancestral del tashelhit.

Cuenta la leyenda guanche de Ico que, para comprobar si la princesa era hija de Zonzamas y, por tanto, merecedora de gobernar tras la muerte de su hermano, los consejeros del reino la sometieron a una dura prueba. Decidieron que la encerrarían en una cueva, en compañía de otras tres mujeres plebeyas, y la llenarían de humo. Si Ico sobrevivía, quedaría probado que por sus venas corría sangre azul.

La noche anterior a la prueba, la niñera de Ico, Uga, le aconsejó que mojara una esponja con agua y se la pusiera en la boca para evitar que el humo la ahogase. Ico siguió el consejo de su cuidadora y, cuando los consejeros entraron en la cueva, la encontraron viva, y a las otras tres mujeres, muertas. Y así fue como Ico fue coronada reina de Lanzarote y nunca nadie más volvió a dudar de ella, pese a ser rubia y de piel clara.

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2 Comments

  1. fernando Rodriguez-Triana Gonzalez

    Muy interesantes Gracias

  2. Las Canarias sirvieron de experimento a lo que pasó más tarde a lo grande en la conquista de America, tierras tomadas a las poblaciones nativas y cedidas a nobles para plantaciones trabajadas por esclavos. El comienzo del capitalismo, el mercantil, grandes extensiones cultivadas por mano de obra «barata».

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