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La ‘carta a un suicida’ de Francisco Umbral

Francisco Umbral, 1964. Fotografía: Gianni Ferrari / Getty.
Francisco Umbral, 1964. Fotografía: Gianni Ferrari / Getty.

El 27 de agosto de 2007 moría en Madrid el escritor Francisco Umbral, uno de los creadores españoles más importantes de los últimos cincuenta años. Francisco Umbral recibió el Premio Príncipe de Asturias en 1996 y el Cervantes en el año 2000, entre otros muchos galardones. Umbral se pasó sesenta años escribiendo de forma ininterrumpida y torrencial. Reconoció en varias ocasiones que escribir era el eje vertebrador de su vida, que la literatura y el periodismo eran las actividades que le permitían seguir adelante en el ruedo de una vida que no fue fácil. «Soy un escritor doloroso que se cura escribiendo», anotó en su Diario político y sentimental. O bien: «Toda mi vida no he hecho otra cosa que autorretratos. Me he pasado la vida escribiendo memorias». O, como reconocía en 2004: «Escribo para blindar de literatura mi soberbia».

La obra de Umbral ha sido objeto de numerosos estudios, tesis, ensayos, etcétera. Pero su vida fue muchos años un arcano. Desde que comenzó a ser reconocido como escritor, Umbral se preocupó de no aclarar ciertas cuestiones de su pasado vital. Esto no es nada nuevo en el mundo de la literatura y, además, España no es un país donde la biografía sea un género que goce de especial consideración. Pero a esta sociedad nuestra le cuesta vivir sin saber lo que se atisba tras los visillos ajenos, sobre todo de los triunfadores.

Durante años, sobre Francisco Umbral se decía que había crecido «huérfano de padre» y que había perdido a su madre a los veintiún años. Y, sobre todo, que, tras la muerte de su hijo Pincho a los siete años en 1974, su vida había sufrido un vuelco radical, hacia una retracción autística que con el tiempo lo fue transformando en un hombre de trato difícil, soberbio y poco tolerante, según algunos mandarines culturales. Es lo que tienen los mitos que caen en desgracia: las adelfas se tornan ortigas o zarzas.

En 2004, la escritora Anna Caballé publica una biografía sobre Francisco Umbral donde aporta pruebas que aclaran algunas de las incógnitas que abrasaban a Salieris y detractores varios. Caballé, explica en su texto, intenta aclarar las razones del feroz individualismo del autor, de las motivaciones que podrían justificar ese esfuerzo obsesivo que muestra por afirmarse en sus libros al tiempo que, según la autora, ocultaba con fiereza los datos precisos que pudiesen dar cuenta de esa motivación. 

El libro de Anna Caballé se tituló El frío de una vida y supone, con el texto de Martínez-Rico (2001), la aproximación biográfica más trabajada sobre el escritor vallisoletano. En ese texto, Caballé desvela la fecha de nacimiento de Umbral y sus verdaderos apellidos, así como la identidad de su madre.  

En 2015, ocho años tras la muerte de Umbral, el periodista Manuel Jabois publica un artículo donde informa sobre la identidad del padre de Umbral. Se llamaba Alejandro Urrutia, era un intelectual y empresario cordobés que conoció a la madre de Umbral en Valladolid, a la sazón su secretaria, y que tras saber que estaba embarazada decidió tener a su hijo en solitario.

Por fin quedaban desvelados los secretos que Caballé quería poner sobre el tapete para su análisis motivacional de los escritos umbralianos. Un análisis que, una vez despachadas las motivaciones por la vía rápida, se transforma en cierto cuestionamiento moral del escritor. Por cierto, la mayor parte del material con el que Caballé cierra la fosa del niño Francisco Alejandro Pérez Martínez nacido en la inclusa, que no tuvo padre en su infancia y cuya madre murió tísica con cuarenta y siete años se lo había dado el propio Umbral en su obra.  A lo largo de ciento diez libros y ciento treinta y cinco mil artículos es imposible que un escritor cuajado de lirismo no deje rabiones de intimidad por el camino: 

Solo. Desesperadamente solo. No es la soledad del hombre, de la humanidad, lo que experimento, sino mi soledad personal de hombre que siempre ha estado solo, separado de los demás por landas de silencio, de miedo, de rencor, de vacío, de dolor, de odio, de desprecio.

O este otro párrafo: 

He dicho millones de palabras, las he escrito, me las han leído, me las han comprado, pero mi palabra sigo sin decirla. La tristeza simple, la soledad sencilla e inconsolable que me habita, aquella cocina apagada que llevo en el pecho: eso sigue ahí, callado, nunca dicho. 

No es el momento de relatar deslices fácticos del libro de Caballé, algunos muy graciosos como el taurinismo de la ciudad de León en los sesenta. Lo mejor de las explicaciones psicodinámicas de la conducta humana es que el analista siempre da en el clavo. ¿Que los hechos no existen o nos contradicen? No pasa nada. Los hechos son imperfectos y, por ende, interpretables, estando prohibida la cláusula viceversa. 

En la exhaustiva biografía de Anna Caballé hay una época poco clara que comprende los últimos años de adolescencia y, sobre todo, los tres años que Umbral pasó en la ciudad de León. En esa etapa pasan cosas importantes, pero el personaje «Umbral» parece difuminado.

Desde mayo de 1958 hasta febrero de 1961 el joven vallisoletano se trasladó a la ciudad leonesa para trabajar en la emisora La Voz de León. Posteriormente se incorporaría a la prensa local. Diario de LeónProa son los primeros periódicos donde Francisco Pérez pasa a firmar como Francisco Umbral. Umbral, el apellido que le hará famoso, nace en León el 29 de mayo de 1958. Aquel día, el joven locutor que hizo una sentida crónica de la muerte de Juan Ramón Jiménez pocas horas antes se despidió de los oyentes como «Francisco Umbral». Será una huella indeleble de su paso por la ciudad del Torío y del Bernesga. Como lo será el uso habitual de bufanda y guantes. 

Umbral llega a León tras haber sufrido una grave tuberculosis, haber enterrado a su madre y haber tenido otra infección pulmonar que fue tratada con estreptomicina, fármaco tóxico para el nervio auditivo y que, según el propio autor, le dejó de recuerdo una moderada sordera y una alteración de los órganos que en el oído interno controlan el equilibrio y que pueden ser la causa de los frecuentes mareos y cefaleas que padeció durante toda su vida. 

Parece que, más que ante un hipocondriaco, estamos ante las secuelas de afectaciones orgánicas importantes y que, en el caso de la sordera, pueden estar detrás de variaciones del carácter hacia la suspicacia, la rigidez y la dificultad para las relaciones interpersonales.

En 2015 aparece en una edición a cargo de Isabel Martínez Moreno una gran parte de los artículos o bien publicados o bien leídos en la radio durante su etapa leonesa, inéditos hasta entonces. Así, con el título de Diario de un noctámbulo y bien prologado por Luis Mateo Díez, también veía la luz la obra de los primeros años de Francisco Umbral como periodista. Desde 1958, desde sus inicios, sus colaboraciones radiofónicas llaman la atención de oyentes y compañeros. Umbral tiene veintiséis años. Vive aún solo en León y, pese a que comienza a sonar entre los escritores conocidos de la ciudad, los estragos de lo vivido desde 1950 hacen que su salud física y psíquica se resientan. No debieron de ser unos meses agradables. En el verano de 1959 se casa con María España Suárez, con quien compartirá su vida.

Diario de un noctámbulo es un libro de un gran interés. Hay textos de una sorprendente vitalidad y que descubren a un escritor que ya vuela muy alto. Hay un relato que me llama especialmente la atención. Lo leyó una noche de 1958 y se titula «Buenas noches, suicida». Rezuma una madurez y una intuición extrañas en alguien tan joven. A esto debemos sumarle que hablar del suicidio en la España franquista estaba mal visto por las autoridades. La España de Franco toleraba mal a los suicidas: podrían hacer pensar al resto de los mortales que algo no iba bien en la dictadura. Pues ahí estaba Umbral buscando a un suicida como interlocutor para convencerle de que no se quitase la vida. 

Hoy en día, la situación es otra. Los medios de comunicación se han llenado de expertos en suicidología. Cada uno vende su receta para frenar ese dislate. Rara vez coinciden y frecuentemente se contradicen, lo cual no es buena noticia para la solvencia del gremio. 

El suicidio es un enigma desconcertante. En 1938, el psiquiatra estadounidense Karl Menninger escribió El hombre contra sí mismo, un libro al respecto. En su prefacio afirma: 

Es cierto que, nos guste o no, cada hombre se mata a sí mismo siguiendo un método producto de su elección: de una forma rápida o lenta, más joven o anciano […] Esta tendencia autodestructiva está presente en todos nosotros y los métodos para lograrlo son numerosos. La mejor defensa contra esta tendencia inserta en nuestra naturaleza es usar la inteligencia para captar la fenomenología de este conflicto. Esto implica conocernos como seres humanos y saber hasta dónde puede llegar nuestra gama de respuestas ante las adversidades.

Esta ráfaga sigue siendo radicalmente válida. El ser humano puede llegar muy lejos en su proceso autodestructivo. Tanto, que puede llegar a darse muerte a sí mismo. 

Los momentos previos un suicidio son de gran interés terapéutico porque las ideas suicidas son episódicas y pasajeras. O sea, que si lográsemos detectar el momento en que alguien está estructurando la forma de darse muerte podríamos intentar desviar su atención de diversas formas y esas ideas desaparecerían.

Muchos expertos sostienen que una persona solo se mata cuando percibe que todo su entorno le ha abandonado, que está solo en el ruedo. Por el contrario, el suicidio goza de una injustificada respetabilidad que tal vez proviene del Werther de Goethe, que se mata en un arranque de valentía al no poder casarse con Lotte. 

El texto en el que Umbral dialoga con un suicida, aparte de su valor literario, es asimilable a cualquier intervención en una crisis similar que puede realizar un experto. Lo tiene todo: el respeto hacia la autonomía del sujeto, el freno al narcisismo maltrecho que alienta muchos suicidios eliminando cualquier connotación heroica al suceso. Y finalmente, lo más importante: sin relleno de merengue, Umbral tiende el brazo sobre el hombro del suicida y le invita a hablar con tranquilidad sobre cómo quitarse de en medio bebiendo juntos hasta la madrugada. Un artículo formidable que no sale de cualquier andamiaje humano. Tiene que haber alguien sensible y empático tras estas palabras:

Buenas noches, suicida, hombre que a esta hora alta y sobrenatural velará en algún puente del mundo su muerte voluntaria, su nocturna muerte que le espera en el agua, en la corriente, como una negra barca sin remos; buenas noches…

Es de un macabro humorismo, de una patética cortesía el que yo te dé ahora las buenas noches, en esta que has elegido para morir. Bien quisiera que mi saludo te llegase a tiempo, como ese desconocido providencial que a veces aparece en el momento preciso, haciendo perder el terrible tren al presunto suicida que iba a tomarlo, o a ponerse a él, que tanto como el viajero, necesita el suicida de la puntualidad ferroviaria. Pero no sé siquiera dónde te encuentras, qué puente has escogido, qué acantilado de niebla, qué alto barandal mareante, recorrido ahora por tu sombra en pena. Y no puedo sino buscar mañana tu nombre en los periódicos, tu nombre desconocido y sin expresión, arrojado a la orilla heterogénea de la actualidad medianamente sensacional por las aguas incesantes de los días.

O más bien, debiera ir haciéndote ya una previa necrología, que para no enlutar torpemente con rebordes de tópico funerario, echaría por el camino de la erudición, porque en esta civilización nuestra, tan vieja, todo tiene ya erudición, hermano suicida, y se puede ser erudito de todo, incluso del amor o del suicidio. 

Por cierto, que esta pudiera ser una buena razón para disuadirte: sabe que dejas atrás toda una tradición, ilustre y poco recomendable del suicidio, que eres ya tópico, erudición e incluso estadística de fin de año. Es decir, que no vas a hacer nada original, que la historia se encuentra ya colmada de suicidas selectos y tú no vas a ser más que un suicida vulgar, prolongando más allá de la muerte esa vulgaridad que, quizá, es la que ahora te ahoga y empuja a morir.

Y ya apenas nos queda tiempo, ni a ti ni a mí, para hablar un poco de tus antecesores famosos. Si quisieras esperar todavía… Pienso en Séneca, en Ganivet, en Larra, en nuestros pobres y amados suicidas. Y también en Werther y en «el acto gratuito». Yo te hablaré de todos ellos, de todo eso; charlaremos como dos buenos amigos sin sueño, hasta la madrugada; te llevaré a casa borracho de tu muerte, borrachos los dos y convencidos de que hay que suicidarse. Convencidos, pero vivos, ruidosamente vivos, maravillosamente vivos… Buenas noches, suicida, buenas noches.1

Asumo con Anna Caballé que la obra de Umbral es un continuo autorretrato dialogado consigo mismo. Umbral nunca usó la tercera persona. En toda su obra es el autor quien dirige la orquesta, tanto en los días felices como cuando toma conciencia de que el silencio le resulta insoportable. Y solo se fía mucho de sí mismo. Asumo con Manuel Jabois que la obra de Umbral es producto de tres heridas: la falta del padre, la muerte del hijo y la desolación de quien ha perdido tanto y tan importante. Pero ahí está también un formidable vigor creativa para cerrarlas. La obra de Umbral es un continuo diálogo entre esa confederación de almas y su propietario. Cada libro lo escribe quien domina en cada momento de su vida. Pero nadie me quitará de la cabeza que tras su «Carta a un suicida» hay un escritor que ama profundamente la vida. Aunque ese suicida sobre el que apoya su hombro no existiese nunca y ese escrito no buscase sino la sonorización de sus propios pensamientos ante el oyente cuando leyó ese relato. Este tenso discurso de la «Carta a un suicida» tal vez sea una de las primeras vueltas de tuerca en el inagotable, heroico y obsesivo diálogo que mantuvo consigo mismo.


Notas

(1) «Buenas noches, suicida» aparece en Diario de un noctámbulo (Planeta, 2015), una recopilación de las crónicas radiofónicas nocturnas de Francisco Umbral en La Voz de León.

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2 Comentarios

  1. MacNaughton

    Esta muy bien elaborado esta articulo, pero me pregunto si sirve de algo realmente buscar las razones por las que escribe un autor – fuera de que es algo que se le da bien, como era el caso de Umbral sin duda – y que algo hay que hacer en esta vida (Oscar Wilde decía que con fumar era suficiente..)

    Es la tarea principal del biógrafo seguramente, responder a esa pregunta, pero es un planteamiento que puede acabar en esquemas psicológicas de telenovela….

    Estoy con E.V.M y su deseo de desdramatizar la literatura y sobre todo lo que se escribe en torno de ella…. Cuando veo una frase que habla de «una confederación de almas» se me tiemblan las piernas, aunque reconozco que la falta de licismo es mio y que mi vida seria mejor si creyera en estas cosas…

    Lo que me incita la curiosidad son cosas mas mundanas, por ejemplo como un escritor como Javier Cercas puede incurrir en la bajeza moral de salir en defensa de un ex-presidente de gobierno como F Gonzalez en las páginas de El País por un cuenco de garbanzos…

    Me parece que no es la función del escritor en democracia ese, sino en todo caso mas bien el contrario… Cercas suena a un «escritor oficial» de otros tiempos…

    ..A González no es que le falte presencia en los medios, ni amigos muy poderosos, ni una fundación que lleva su nombre… todo la atención que se le esta dando por el 82 me parece un tanto ridículo la verdad, si solo desde el ángulo de las letras….

    Es tarea de politólogos mas que novelistas y cualquier evaluación de F.G ha de basarse en las criticas reales sobre la Transición que muchos hemos hecho – la comisión de derechos humanos de la ONU inclusive – no los argumentos espurios que esgrima Cercas, con manifiesta mala fe y coz de paso al buenazo de Rafael Chirbes por si no hemos enterado de la intencionalidad política de aquella intervención del otro dia….

  2. Todas las fuentes dicen que el niño tenía 6 años, es más casi aseguro haber leído que aún no los había cumplido cuando es desgarrador suceso.
    Todos de libros de Umbral sobre la infancia son maravillosos. Las intuiciones que te hacen decir, «exacto eso sentía y vivía yo en aquella o esta circunstancia», adobadas con conclusiones brillantes y originales a partir de ellas.

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