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Desde Padrón se ve el mar

Desde Padrón se ve el mar
Rosalía de Castro y Emilia Pardo Bazán. (DP) Padrón

Esta es la historia de un silencio. Un silencio que a veces fue elegido y otras simplemente producto de la ocultación o el disimulo de las palabras. El enigma, aún hoy, permanece. Dos mujeres brillantes que coincidieron en el tiempo y el espacio, en un momento histórico en que ambas eran ejemplares extraños y que en lugar de reconocerse como iguales se desencontraron. A los lectores que admiramos a Rosalía de Castro y a Emilia Pardo Bazán nos encantaría contar al menos con una conversación o una correspondencia, pero no hay apenas nada. Seguramente por eso llevamos décadas estudiando los pequeños indicios, tratando, como a una constelación, de encontrarles sentido. 

Esta es una historia fragmentada que no es conveniente abordar cronológicamente; tardaríamos demasiado en llegar a una conclusión y no hay razón para mantener el suspense.

I. 2 de septiembre de 1885

Los cronistas de la época escribieron que aquella noche en el Liceo de Artesanos de A Coruña no había un asiento libre ni en el paraíso ni en el patio de butacas. Presidía la sala Emilio Castelar y Emilia Pardo Bazán se estrenaba como oradora. Su discurso, titulado La poesía regional gallega, pretendía ser un homenaje a Rosalía de Castro, recientemente fallecida y enterrada en el cementerio de Adina. Contra todo pronóstico, o no tanto, ni Manuel Murguía, el viudo, ni sus hijos son invitados a este homenaje póstumo a la poeta madre de la patria gallega.

Cuesta imaginarlo, porque las referencias que tenemos de Emilia Pardo Bazán son las de una mujer que no tiene miedo a nada, pero esa noche la condesa temía quedarse sin voz ante el público que abarrotaba la sala. Tenía treinta y cuatro años, había publicado hacía poco La cuestión palpitante, y Los pazos de Ulloa saldría al año siguiente, convirtiéndola en una figura literaria de primer orden. 

La Pardo Bazán proyecta su voz ante una audiencia entregada que interrumpe el discurso para vitorearla y aplaudirla. El que tenía que ser un homenaje para Rosalía se convierte de manera poco sutil en una ceremonia triunfal para la condesa, que compone su discurso con frases solo aparentemente elogiosas, matizadas de condescendencia y resaltando el carácter «regional» de la poesía de la fallecida. Comienza, entre otras cosas, diciendo que hay muchos poetas que no pueden vanagloriarse de haber triunfado y recibido la gloria en vida y que, sin embargo, Rosalía había tenido un gran éxito en su tierra. Nadie en aquel momento podría aceptar esta afirmación si no es con una gran carga de sarcasmo.

Sus palabras caen como una bomba en el ánimo de su viudo. Manuel Murguía, que ya era conocido por su carácter furibundo, arde en cólera cuando se entera de los supuestos halagos dedicados a su esposa y, si ya antes había dado muestras de su antipatía por la Pardo Bazán, a partir de ese momento será su enemiga pública y manifiesta. Como buen rencoroso, se tomará su tiempo para articular su venganza, exactamente diez años durante los que analizará palabra por palabra el discurso. Contestará a Emilia Pardo Bazán y a otros en una serie de artículos que publicará en La Voz de Galicia bajo el título de «Cuentas ajustadas medio cobradas». 

Doña Emilia nunca reseñó a Rosalía de Castro en vida; sin embargo, eligió hablar de ella dos meses después de su muerte para destacar su carácter regional y su trabajo con el «dialecto» gallego. Una cuestión política y nacionalista sobre la cual se desplegaba un corpus literario y formal que hacía sus posturas irreconciliables. Para Murguía este acto es más que una farsa, es la consagración de la Pardo Bazán a costa de Rosalía de Castro, y nunca se lo perdonará. 

Atacar, aunque sea veladamente, a alguien que acaba de fallecer no es una buena estrategia, doña Emilia era una narradora excelente y tenía obligación de saber que el público se pondrá inmediatamente del lado del indefenso.

II. 15 de julio de 1885. Abre esa ventana que quiero ver el mar

No hay mar en Padrón. Por eso las últimas palabras de Rosalía de Castro a su hija Alejandra quedan suspendidas en el aire como un poema perfecto, da igual que fuesen intencionadas o apenas un delirio del último estertor. En el universo poético de la autora, el mar significa la muerte; a veces el subconsciente puede ser la parte más inteligente que nos habita. La madre de la patria gallega, del idioma y de la poesía abandona el mundo de los vivos dejando dispuesto su entierro en el cementerio de Adina y que le acompañen un ramo de pensamientos. 

Antes de morir ordena que se destruyan todas sus cartas, todos sus escritos, todos sus inéditos. Y sus hijos obedecen, lo tiran todo al fuego como un exorcismo. La leyenda se va así agrandando. Ella solo existirá a través de sus versos, de los testimonios y de unas pocas cartas conservadas a traición. De ahí habrá que reconstruirlo todo, sus ideas, sus miedos, e incluso sus enemistades, si es que las tuvo más allá de las de su marido. 

III. Revista de Galicia. Mayo de 1880

Es muy curioso que la única mención a Rosalía de Castro en la revista que dirigía y editaba Emilia Pardo Bazán sea la publicación de un pequeño poema alabando las virtudes de la condesa, «En el abanico de Emilia Pardo Bazán»:

Mimada pó-las musas

servida pó-las grasias

c’un corazón que vive d’armonías

nobre cantora d’as gallegas prayas,

ben merecés reinar como reinades, 

manífica, ausoluta soberana.

Si lo tomamos de manera literal es una alabanza sin matices que no nos haría sospechar de ningún tipo de conflicto, pero no nos precipitemos, no debemos dar nada por sentado. En el momento en que se publica este poema Emilia Pardo Bazán solo tiene veintinueve años y aún no ha publicado ninguna de sus obras importantes. En realidad, no había publicado apenas nada, ¿qué sentido tenía un poema tan desmesuradamente elogioso por parte de una autora con una carrera perfectamente construida y asentada? 

Alguien malpensado diría que todo el poema es un ejercicio finísimo de retranca, el recurso que se usa cuando se quiere «decir sin decir» y del cual en Galicia hemos hecho una forma de arte no siempre entendida fuera de nuestras fronteras. Prueba de ello es que, durante mucho tiempo, se ha sostenido que Rosalía adoraba a Emilia Pardo Bazán basándose tan solo en estos pocos versos. Resulta chocante que una poeta de la precisión de Rosalía se deje llevar por la hipérbole y llame reina a una escritora de indudable talento pero que apenas empieza su carrera.

Las palabras pueden traicionar fácilmente, no conviene fiarse de ellas a la primera. Un poema laudatorio cuando no hay apenas nada que alabar deja al lector con la ceja levantada en forma de interrogante.

IV. La Voz de Galicia, 1896.

En sus «Cuentas ajustadas medio cobradas», Murguía se refiere al poema publicado en la Revista de Galicia como una petición de Emilia Pardo Bazán a su mujer que posteriormente publicó sin pedirle permiso. Para colmo, apunta, una vez publicado ni siquiera le mandó un ejemplar de la revista. Resulta un poco difícil de creer que una Pardo Bazán principiante le pidiese sin más a una autora como Rosalía que le dedicase un poema. Murguía cuenta esta anécdota después de años de rencor y seguramente simplifica mucho cómo fueron las cosas.

Es posible que la explicación esté en algún punto intermedio entre la alabanza desmesurada y la apropiación de un poema. Algo como que esos versos naciesen como una especie de llave para conseguir algo más. No sería extraño que Rosalía de Castro y su marido esperasen una reseña de Follas novas o de Cantares gallegos en la Revista de Galicia, reseñas no sabemos por qué nunca llegaron. Otro silencio estruendoso que solo tiene sentido si es intencionado.

V. Carta de Rosalía de Castro a Eduardo Pondal, 1864

«Manolo me riñe algunas veces, pero nadie mejor que una conoce hasta dónde puede alcanzar. Y, como no tengo demasiada paciencia para luchar, me abandono, convencida de que poco se pierde».

Manuel Murguía sabía mejor que nadie no solo el valor poético y artístico de su mujer, sino también que, cuando intentas construir una santa laica, el alma mater y la voz de un pueblo, lo primero que tienes que hacer es alejarla del público y no banalizarla dando cuenta de sus contradicciones o momentos bajos. Se supone que en la correspondencia de Rosalía que se destruyó no había solo discusiones literarias, sino también políticas, que, tal vez, por pertenecer al ámbito privado, no eran lo que él hubiese querido que pasase a la historia de su esposa porque corría el riesgo de no dialogar coherentemente con su legado. También se deduce que habría muchos reproches de ella hacia él, reproches domésticos de una mujer que vive con sus hijos, que intenta escribir con muchas apreturas económicas y no encuentra en su marido el apoyo sentimental que necesita. 

Murguía describe a su mujer como un ramo de violetas salvajes, unas flores humildes que crecen en cualquier lugar y son modestas, que no se vanaglorian. Solo con esta metáfora, sobre la que habría que discutir mucho si se ajusta al tipo de mujer que era Rosalía, tenemos el punto exacto de por qué él odiaba con tanta inquina a Emilia Pardo Bazán. Una mujer que nunca tuvo pudor en alzar la voz, en exhibirse y en dejar público testimonio de sí misma. Que se defendió con fiereza de cualquiera que quisiese relegarla a un papel secundario. Exactamente lo contrario a lo que él defendió para su mujer, Rosalía de Castro llegó a la gloria por el camino del silencio, como una asceta.

VI. Finales del siglo XIX y hasta bien avanzado el XX

Un goteo constante de emigrantes gallegos se baja de los barcos que cruzan el océano Atlántico en busca de un futuro mejor. Gente que apenas sabe leer y que salen por primera vez de sus aldeas desembarcan en Buenos Aires, La Habana, Caracas o Santo Domingo con una copia de Cantares gallegos bajo el brazo con la veneración de quien porta un texto sagrado.

VII. Abril de 2022

Acabamos de celebrar el centenario de la muerte de Emilia Pardo Bazán y, entre los fastos, una de las iniciativas ha sido traducir su novela La tribuna al gallego. No puede decirse que como civilización hayamos perdido ni un gramo de ironía. Quien conozca mínimamente a la condesa se la imagina removiéndose en su tumba.

Seguimos esperando unas obras completas de Rosalía de Castro que incluyan los pocos papeles dispersos que sobrevivieron a la quema, notas que se quedaron en las páginas de los libros y correspondencia que quedó en poder de sus destinatarios.

VIII. 25 de mayo de 1891

Los emigrantes gallegos en La Habana y la Asociación Económica de Amigos del País juntan los fondos necesarios para trasladar el cuerpo de Rosalía de Castro desde el cementerio de Adina al Panteón de Galegos Ilustres. Un notario da fe y anota en el acta que cuando se abre el féretro el cuerpo se encuentra «apenas desfigurado, con la ropa que le sirve de mortaja bastante conservada, advirtiéndose en el pecho de la gloriosa muerta un ramo de pensamientos, ligeramente decolorados». 

La leyenda de Rosalía de Castro crece y supera ya el relato de su propia muerte, la convierte en una santa laica. Dicen las crónicas que no solo la acompañan en este último viaje todos los estamentos de la sociedad civil y religiosa, sino el pueblo compostelano al completo. El tren que la traslada a su nuevo lugar de descanso fue traído a Galicia por el abuelo de Camilo José Cela, John Trulock. Las referencias se cruzan de manera tan caprichosa que cualquiera podría creerse que en los días despejados desde Padrón se puede ver el mar. 


Bibliografía

Albert Robatto, M., Rosalía de Castro y Emilia Pardo Bazán: afinidades y contrastes, Edicións do Castro, 1995.

Freire López, A. M., La Revista de Galicia de Emilia Pardo Bazán (1880), Fundación Pedro Barrié de la Maza, 2021.

Albert Robatto, M., «Rosalía, Murguía y Doña Emilia: conflicto inevitable», Revista de Estudios Hispánicos, U. P. R., n.º 29, 2002, pp. 245-259. 

Pardo Amado, D., «Un discurso clave no proceso de canonización da obra de Rosalía de Castro: La poesía regional gallega (1885) de Emilia Pardo Bazán», Madrygal, n.º 13, 2010, pp. 89-95. 

Mayoral, M., «¿Por qué Murguía destruiu as cartas de Rosalía?», discurso de ingreso en la Real Academia Galega, 2017.

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2 Comentarios

  1. Me ha gustado mucho el artículo, interesante y desconocida para mí esa tensión latente entre estas dos escritoras.

    • Será por navajazos en la cultura gallega; otro dúo maravilloso de odios era el de Valle Inclán y Manoel Antonio. Precioso. Y habría que hacer una encuesta por saber quién era más despreciable, si M. Murguía o E. Pondal.

      Dicho esto, el texto es brillante. Es de agradecer buscarle el otro ángulo a los mitos.

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