La votación fue trece a once. Un tribunal para nada independiente, por cierto, decidió su ejecución. De haber cambiado de opinión uno de los votantes que lo condenaron, hubiera significado la supervivencia del inca Atahualpa. Y esa decisión, a cara o cruz, fue la que en definitiva adoptó el tesorero oficial real Alonso de Riquelme, alguien enemistado con el soberano a causa de una partida de ajedrez…
El emperador era lo suficientemente perspicaz como para aprender solo por el ejercicio de observación un juego que era tan ajeno a su cultura. Y eso que esa práctica, entendida como simulación de guerra, era una actividad que el inca no pareciera haber dominado. En efecto, le demandó trece batallas obtener su cargo para, poco después, terminar siendo dominado por apenas más de ciento cincuenta hombres barbudos venidos de tierras extrañas cuando contaba con un ejército propio que superaba los treinta mil hombres.
Era un imperio muy desarrollado que tenía, en muchos sentidos, más aspectos para admirar que para destruir. Un imperio que sin embargo estaba sumamente debilitado por crueldades, el sojuzgamiento de etnias indígenas que se consideraban inferiores y una lucha fratricida que se desató a la muerte del inca Huayna Cápac, gobernante de tiempos mejores. Sobrevino una guerra civil y, en un conflicto que decantó a favor de Atahualpa, este logra derrotar a su hermano Huáscar a quien, al cabo de todo, envió matar junto a su familia.
Además de ese contexto de debilidades intrínsecas, en la inopinada y asombrosa caída de un imperio de casi cinco siglos de existencia influyó también el advenimiento de lo desconocido, lo que siempre es temible, máxime que los guerreros de facciones en sus rostros tan extrañas combatían a caballo (práctica que les era desconocida a los locales) y por efectos de la viruela que trajeron los viajeros en sus alforjas.
Atahualpa tomó el poder en 1532, año que será el de su esplendor y su caída. Comete la torpeza de acceder a una entrevista con los foráneos que habían ganado algunas posiciones estratégicas en Cajamarca y, allí, en su propia ciudad, es apresado. La suerte adversa de este rey, que era una divinidad para su pueblo, iba a significar la caída del imperio.
En el sobreviniente cautiverio se hizo amigo de algunos de sus captores; y se enemistó con otros. En ese contexto es que aprenderá a jugar al ajedrez, convirtiéndose de ese modo, casi con seguridad, en el primer ajedrecista nacido en suelo americano.
Al conocer las reglas de un juego que es espejo de batallas: ¿habrá el inca aprendido, implícitamente, los motivos por los que había tan rápidamente perdido su poderío? Quienes provenían de afuera estaban entrenados en ajedrez, desde una Edad Media en la que en Europa se venía enseñando una práctica que modelizaba el conflicto.
La historia la conocemos por Ricardo Palma, quien en sus Tradiciones Peruanas, libro publicado en 1872, nos cuenta que todas las tardes los capitanes Hernando de Soto, Juan de Rada, Francisco de Chaves, Blas de Atienza y el mentado Riquelme se congregaban en el departamento que sirvió de prisión al inca Atahualpa. Allí posaban sobre una mesa de madera dos tableros toscamente pintados, con piezas hechas del mismo barro que empleaban los indígenas para la fabricación de ídolos y demás objetos de alfarería. El inca tomaba asiento junto a Hernando de Soto, amigo y protector.
Una tarde, en el transcurso de una partida entre este y Riquelme, cuando aquel amaga mover un caballo, el inca (que hasta ese momento siempre fue un mero observador y a quien no se le habían enseñado las reglas del extraño juego) intervino, y en voz baja, le indica que era preferible mover el «castillo» (forma con la que se conocía por entonces a la pieza que conocemos por torre), un consejo que es aceptado. Ello derivó, al cabo de unas pocas jugadas, en que Riquelme sufriera el indeseado jaque mate. Y será precisamente el perdedor del juego, alguien muy enojado por la referida intervención de Atahualpa, quien será uno de los trece «jueces» que, poco después, lo condenará a muerte.
El historiador peruano sobre este relato puntualiza:
La tradición popular asegura que el inca no habría sido condenado a muerte si hubiera permanecido ignorante en el ajedrez. Dice el pueblo que Atahualpa pagó con la vida el mate que por su consejo sufriera Riquelme en memorable tarde. En el famoso consejo de veinticuatro jueces, consejo convocado por Pizarro, se impuso a Atahualpa la pena de muerte por trece votos a once. Riquelme fue uno de los trece que suscribieron la sentencia.
Estamos, entonces, en presencia de una partida de ajedrez en la que se dirimió el destino personal del soberano y, por añadidura, el del propio esplendoroso imperio. Fue un momento infausto ese en el que Atahualpa tuvo la osadía de intervenir en un juego ajeno, alguien que no debía olvidar su condición de prisionero y quien se suponía absolutamente ignorante de las reglas de un pasatiempo que no pertenecía a su cultura.
Pero el inca habló. Prefirió no callarse. Y, sin saberlo, se autocondenó. El inca en cualquier caso sostuvo la dignidad, aun en condiciones oprobiosas y de haber sido excluido de su condición de divinidad para pasar a ser un mero prisionero, de poder hacer oír su voz y decir su verdad.
Antes de morir, lo que sucederá el 26 de julio de 1533 mediante el garrote vil (y no somos redundantes si definimos al elemento usado de vil garrote), se convertirá al cristianismo, dándosele el nombre de Francisco. El mismo del responsable principal de sus males, en una extraña definitiva simbiosis.
Un Pizarro sin demasiadas credenciales culturales (era analfabeto y bastardo) parece que lloró por la muerte del inca al que había sabido respetar, tal vez reconociéndolo como símbolo principal de una civilización que se encargó de sojuzgar, pero a la vez necesariamente debía admirar.
Tratando de enmendar sus actos, para aprehender algo de la magia local o quizás simplemente como un nuevo síntoma de dominación, habrá de tomar por esposa a Quispe Sisa, la hermana de Atahualpa quien, debidamente cristianizada bajo el nombre de Inés Huaylas, le dará dos hijos.
Atahualpa, entonces, murió trágicamente bajo el nombre adquirido de Francisco. El otro Francisco, Pizarro, correrá igual suerte poco después, asesinado por una facción española que respondía a Diego de Almagro, a quien previamente había matado en el marco de una conquista en donde evidentemente se vertía la sangre de unos y otros, mientras se cumplía con el objetivo de extraer la plata y explotar las riquezas del territorio conquistado.
Daniel Larriqueta, autor de una deliciosa novela dedicada a la figura del inca (Atahualpa – Memoria de un Dios, Edhasa, 2014), con perspicacia y hondura, asegura que Atahualpa pudo y debió aprender rápidamente a jugar al ajedrez. En su mirada:
El primer sudamericano encumbrado que jugó al ajedrez fue nada menos que el inca Atahualpa. Derrotado y aprisionado por Francisco Pizarro en Cajamarca en 1532, como recurso desesperado para tratar de dominar un imperio gigantesco, el monarca indio permaneció recluido muchos meses hasta que se pronunció su sentencia de muerte. En aquellos días, Pizarro y sus capitanes le enseñaron varios juegos, según los testimonios de que contamos, entre ellos el ajedrez. Y, al parecer, Atahualpa logró dominarlo rápidamente y con tanta lucidez como para derrotar a sus desafiantes, acaso Pizarro mismo, que tenía con él largos encuentros, en muchas ocasiones.
En esta constancia histórica tenemos dos elementos conmovedores: el valor del ajedrez como lenguaje de las inteligencias por encima de las culturas y los idiomas y el testimonio implícito de la capacidad mental del monarca caído. ¿Nos podemos imaginar a Pizarro y Atahualpa, que venían de dos culturas incomparablemente distintas, que no tenían ni la misma concepción de la geografía, de la historia, de la medición del tiempo, del sentido de la vida, reduciendo sus colosales diferencias al combate de las piezas de ajedrez? ¿Cuánto nos dice este relato del brillo intelectual de aquel emperador desgraciado? ¿Y cuánto del encuentro de dos mundos que daría por fruto nuestro presente mestizo?
Sin embargo, otras voces ancladas en cierta perspectiva de supremacismo cultural descreen sobre que Atahualpa pudiera haberlo aprendido, por tratarse de un juego de reglas tan diferentes para su civilización, asegurando que en todo caso con sus cancerberos habría jugado a alguna práctica lúdica local menos exigente.
Tal vez el aukay, para el que splo era necesario saber contar hasta cinco, actividad que se practicaba sobre un tablero dibujado en una madera o en una tela, con frijoles de colores como fichas. Ese nombre alude a la acción de awqaqm que significa precisamente, guerrear, combatir. El mismo objetivo que tiene el más complejo ajedrez ingresado por los europeos.
O, mejor aún, Atahualpa pudo ser partícipe de la práctica del taptana, un juego sencillo cuyo dispositivo también servía como una suerte de ábaco.
¿Por qué no iba a poder Atahualpa aprender un ajedrez que le era en principio tan extraño, en el que se conjugan perfectamente los conceptos de espacio y tiempo cuando, en el idioma de los incas, en el quechua, la propia palabra pacha es utilizada tanto para referirse a uno como al otro?
En esto vemos que el ajedrez es un espejo de esa pacha, tiempo y espacio conjugándose, fluyendo, en perfecta armonía y confluencia. Atahualpa, exponente de esa cosmovisión, podría aprender al ajedrez con bastante más facilidad de lo que se pudiera llegar a imaginar.
Asimismo, se le atribuye al inca un gambito que se da tras la siguiente secuencia: 1. e4 f5. Para los legos esto poco significa. Para quienes saben algo de ajedrez, esta movida de las negras, es un claro error ya que, a la vez, pierde material (un peón) y desprotege al monarca (al facilitar el ataque inmediato de las piezas enemigas).
¿Esto significa que Atahualpa era un pésimo ajedrecista? La técnica del juego, en aquella época, estaba en una etapa de evolución muy precaria. Es más, los grandes jugadores de entonces hacían jugadas que, vistas con perspectiva ulterior, constituyen yerros imperdonables. Por lo que, en cualquier caso, no habría que cargar las tintas sobre la supuesta impericia ajedrecística del inca.
Pero quizás esa apertura, más que denotar su falta de sapiencia, podía tener otra connotación, una mucho más honda. Que Atahualpa, quien jugaba con las negras (en una clara evidencia de que su posición era la defensiva, ya que las blancas les correspondían a los captores), ofreciera rápidamente material sin compensación alguna, podía ser prueba de su prodigalidad hacia los extraños. El que todo lo tiene todo puede dar.
De hecho, es sabido que ofreció a los invasores, una y otra vez, riquezas de oro y plata para salvar el imperio y su vida. Ese movimiento inicial de la variante Atahualpa, por ende, podría estar significando una oferta de darlo todo a cambio solo de paz, respeto y libertad.
O, más crudamente, podría significar otra cosa. Es que no solo le brindaba sus riquezas (la entrega del peón en la partida) sino su propia vida (la desprotección consiguiente del monarca de las piezas negras). Entonces, en ese movimiento inicial podría verse que el inca acorralado se sacrificaba prontamente ante los españoles. Ante la percepción de su destino trágico, prefería perder la partida (la vida) rápidamente. No era necesario prolongar el juego (el sufrimiento).
Con esa inmolación el inca daría muestras de dignidad. Atahualpa, un inca que al aprender a jugar al ajedrez se permitió incursionar en el conocimiento de uno de los elementos de la cultura de quienes lo sojuzgaban. Un juego que los europeos introdujeron en un continente al que descubrieron, cuando querían ir a otro, el de las Indias, ese de donde originalmente provenía el pasatiempo milenario.
Atahualpa, en cualquier caso, bien podría ser considerado el primer ajedrecista nacido en suelo americano. Un gobernante que tendría un destino trágico, que implicó la caída de un imperio, por efectos de una conquista realizada a sangre y espada en la que mucho pudo haber tenido que ver su intervención en una partida de ajedrez que le era del todo ajena.
Atahualpa no pudo haber tenido dificultades para aprender ajedrez, fue uno de los jefes militares de Huascar y tenía capacidad para interpretar las tácticas de guerra de los enemigos a quienes enfrentaba.
Y sobre la caída del en la Plaza de Cajamarca se dio por toda una cadena de errores, Atahualpa se confió y acompañados de civiles esperó la visita de los españoles, previamente le había dado la orden a Rumi Ñahui, uno de sus principales mandos militares, que esperara a lo lejos con un ejército de 10 mil soldados una señal para ingresar a la plaza y capturar a los foráneos. Poco después que los españoles tomaron al Inca como prisionero mataron al vigía que estaba en la torre de la plaza quien iba a dar la señal, no se sabe por qué Rumi Ñahui no ingresó inmediatamente a salvar a Atahualpa, de haberlo hecho habrían aplastado a la legión de conquistadores.
Y colorin colorado este cuento se ha acabado, dijo Atahualpa Yupanqui.
Sospecho que ese awqay que describe el artículo es un antecesor o uns variante de lo que en la escuela llamábamos el juego del león. En un tablero de ajedrez un jugador tiene 4 cazadores y el otro tiene un león, empiezan la partifa en lados opuestos y solo se mueven en diagonal sobre los cuadros negros. Los cazadores siempre van hacia adelante y el león puede avanzar o retroceder. El objetivo es dejar al rival sin movimientos
Por cierto, la lenguas quechuas y otras lenguas andinas tienen sistemas de numeración estrictamente decimales. Contar 5 era tan corriente como para los hablantes de lenguas romances.
El sucesor de Almagro en Chile descubrió que conquistar un imperio inmenso con un gobernante divinizado y millones de súbditos puede ser más fácil que conquistar unos pocos miles de clanes con unos pocos cientos de integrantes cada uno. Y él murió en el intento. Lo derrotó su antiguo prisionero y paje, que quizás no aprendió a jugar ajedrez, pero sí a usar caballos.
Los que no creen que Atahualpa pudiera aprender a jugar al ajedrez deberían darse cuenta de que los indios de la India eran tan ajenos culturalmente a los europeos del siglo VIII como los indios de América en el siglo XVI. Y el ajedrez vino de la India, llegando a Europa en el siglo VIII.
¿Y el motivo de la condena a muerte, cuál fue? De cualquier manera hay que ser ávidos y pérfidos para matar a un representante de un pueblo al cual llegaron por equivocación.
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